Al pobre demiurgo de Platón (1) lo fueron matando de a poco. Voy a mencionar sólo algunos de los filósofos que jugaron con la idea, como para poder entender un poco la evolución de este tema.
Uno de los “famosos” que algo tiene que ver con este asunto es Hegel (2). Con Hegel, el proceso del pensar se convierte en demiurgo. El filósofo alemán dice entre otras cosas:
“Todo lo racional es real, y todo lo real es racional”.
Cualquier semejanza con otra frase que hiciera conocida el ex presidente Juan Domingo Perón (3):
“La única verdad es la realidad”
no es pura coincidencia.
Hegel era un filósofo idealista, al igual que Platón. Pero en Platón, si bien podía ser alcanzado razonando, es como que ese mundo perfecto de las ideas estaba “fuera” del razonante, por eso el hombre debía alcanzarlo. En Hegel pareciera que lo real es fruto del razonamiento. Por lo tanto fruto del que razona, o de alguien que razonó. Esto no se le ocurre a Hegel, ya Descartes (4) había empezado esta "moda" con su:
"Pienso luego existo"
Con estos filósofos el demiurgo comienza a mudarse dentro del razonante.
Una cosa es que el razonamiento nos acerque a lo ideal, y otra muy distinta es que lo racional sea real, porque lo racional es producto del que razona, el que razona es el hombre, y por lo tanto la realidad sería subjetiva. Si bien pudiésemos pensar que hay sólo una lógica verdadera, y por lo tanto un solo razonamiento válido, lo cierto es que en la práctica esto no ocurre. Hegel subjetiviza; si bien no define la realidad sólo como lo que percibimos –subjetividad total–, sino como lo pensamos, eso no la hace menos subjetiva.
Otro “famoso”, pero que reacciona contra esta idea de Hegel es Marx (5). Carlos Marx no es idealista, es materialista. Para él lo que existe es lo material y el humano lo percibe, eventualmente, después, lo pensará. Lo material, para Marx, está allí “antes” de ser pensado. No habla de demiurgos o de entes metafísicos –más allá de lo que la ciencia física pudiese explicar–, de dioses o creadores. Marx le dice a Hegel en su libro El Capital (6):
“Para Hegel, el demiurgo de la realidad es el proceso de pensar, al que convierte en un sujeto autónomo bajo el concepto de la ‘idea’, siendo la realidad tan sólo su apariencia externa. En mi caso es al revés, la idea no es otra cosa que la realidad material, transformada y traducida dentro de la cabeza humana.”
Marx explica al hombre como un ser de carne y hueso, producido por la historia económica. Casi podría decirse que el demiurgo pasa a ser esta historia. La realidad es consecuencia de sí misma en la historia. Cuando Marx habla de “realidad” hace referencia al contexto social e histórico, asegura que el hombre “es” sus relaciones sociales.
Aparece un poco más tarde mi gran amigo –con el cual no coincido casi en nada, pero al que no puedo dejar de leer y citar– Friedrich Nietzsche (7) . Nietzsche proclama que dios ha muerto, y ha muerto porque el hombre lo ha matado. El hombre no necesita creer en demiurgos creadores según Friedrich. El hombre debe crear –más bien el superhombre de Así hablaba Zaratustra–, no creer.
Un tiempo antes, Schopenauer (8) había afirmado que el hombre es voluntad de vivir. O sea que el hombre es, mientras y porque quiere vivir. Nietzsche ataca esta idea afirmando que el hombre es voluntad de poder, y que esta voluntad de poder va aun más allá, incluso en contra si hace falta, de la voluntad de vivir. Si alguien está dispuesto a arriesgar su vida por algo que quiere, claramente esta voluntad de poder es más fundamental que la de vivir.
En Nietzsche el concepto de voluntad de poder tiene que ver con obtener y aumentar lo obtenido. En su pensamiento si obtenemos algo y no buscamos aumentarlo, alguien nos terminará quitando lo que obtuvimos.
¿Cómo se conjuga todo esto con la idea del demiurgo de Platón? Al haber el hombre matado a dios, ya no hay un ente externo que crea la realidad. Cada hombre tiene que crear su propia realidad, e imponerla en función de su voluntad de poder. La forma de conquistar y aumentar es ser demiurgo de su propia realidad, e imponerla.
Nietzsche declara que el hombre es –o debe ser demiurgo–, lo que el hombre toma lo transforma en su realidad, y su voluntad de poder lo hace imponer su realidad a sus sometidos. Nietzsche dice:
“No hay hechos, hay interpretaciones”.
Hegel y Marx habían acercado el poder creador al hombre, sea en el pensamiento o en la historia social como demiurgo de sí misma, Nietzsche lo pone definitivamente en manos de los que tienen mayor voluntad de poder.
Para Nietzsche el hombre “común” queda un poco desamparado al no tener una realidad impuesta por un creador externo –de lo cual se da cuenta después de haber “matado” a dios–, por lo tanto lo reemplaza por los estados. Los demiurgos de Nietzsche son los estados, o mejor dicho las personas que los forman. Su idea de voluntad de poder llevada a líderes de estado le hace a él, y posteriormente a gobernantes que lo toman como filósofo primordial en sus ideologías, mucho sentido.
Las interpretaciones que para el hombre común serán realidad, son las de los que imponen su voluntad de poder. El resto no existe, (en realidad sí existe, pero si nadie lo ve es como si no existiese), al menos hasta que explota en una revolución, en un atentado terrorista, en un corte de ruta, o en cosas por el estilo.
Este es en gran medida el mundo en el que vivimos hoy. Luego de estos filósofos todas las corrientes que hablan de lo subjetivo como primordial florecen y se desarrollan. Los estados totalitarios declarados de la primera mitad del siglo XX son consecuencia de este pensamiento, y los estados totalitarios no declarados de la actualidad también.
Hay otros dos jugadores de la dinámica social y económica, que Marx enunciaba, que también tomaron estas ideas. Las empresas que venden cosas para crecer y ganar dinero, y los medios de comunicación que venden publicidad a estas empresas.
Más allá de los individuos y de la aplicación de todas estas teorías filosóficas a lo personal, el efecto causado por este concepto puesto en empresas que hacen publicidad de sus productos, en medios de comunicación que pretenden mayores audiencias para vender publicidad más cara a las empresas que venden productos, y en estados que buscan votos, es impresionante.
¿Cómo imponen la realidad las empresas, o mejor dicho la interpretación que quieren que creamos? Que tal pensar en la moda por ejemplo. ¿Es la moda lo que la gente quiere o le conviene usar?, o es lo contrario de lo que fue moda hace solo un instante para poder volver a vender zapatos, carteras, pantalones, camisas, etcétera, etcétera. La realidad de lo que se va a usar es, tal vez, la voluntad de poder de los que venden, hecha nuestra interpretación por alguien que creó esa realidad para su conveniencia.
¿Cómo imponen la realidad los medios? Que tal un trascendido a confirmar en la radio por la mañana, que en el noticiero del mediodía se amplia con reportajes a los supuestos involucrados. Por la tarde, con la polémica ya generada sobre las declaraciones, se publican un par de encuestas de opinión. En el noticiero de la tarde ya toma cuerpo y hay una noticia, que luego en el programa de opinión de la noche debaten y discuten líderes de opinión. Al día siguiente se publican en los periódicos de la mañana las repercusiones, y se prometen investigaciones a ser transmitidas en el noticiero vespertino. Que tal cuando todos los medios nombrados son del mismo grupo económico.
La realidad creada por los políticos es bastante más burda. No hay un solo discurso que hable de los aspectos positivos y negativos de una medida. Los positivos son argumentados por los oficialistas, y los negativos por los opositores. Pareciera que todos son, y nos terminan haciendo, tuertos. Verdades parciales, que son tan nocivas como las mentiras burdas, son interpretaciones impuestas como realidad por discursos y pseudo debates parlamentarios.
Pareciéramos vivir en el mundo que Nietzsche imaginó, aunque él lo que quería era evitarlo. Se cambió a su eterno enemigo, las iglesias –que según él nos imponían un demiurgo que no existía–, por otros que sí existen; y no solo eso sino que estos modernos aparte se reproducen. Nada de superhombres creadores
nitzscheanos, sólo rebaños a los cuales las realidades les son impuestas para cobrarles algo a cambio de la “última moda” o de la “última noticia”; o sacarles algún voto a cambio del “último subsidio” o la “última prebenda”.
Dirán que soy un poco negativo. Puede ser. Prefiero creer que no es así, prefiero creer que entendiendo de que cada vez estamos más encerrados en una caverna –en la cual ahora ya no se proyectan sombras sino imágenes en plasmas de 42 pulgadas– puedo darme cuenta de que detrás de mío hay decenas de demiurgos que no merecen serlo. Puedo darme cuenta de que no estoy encadenado, y de que mi opinión de la realidad no tiene porqué depender de la proyección de una interpretación de otro, sino de la mía.
Nietzsche tenía razón en muchas cosas (aunque yo no esté de acuerdo). Ahora, si en su época, en la cuál no había ni plasmas ni aires acondicionados que nos mantienen adentro las cuevas, él decía que la gente prefería la realidad digerida por otro en vez de buscar sus propias ideas, ¿qué podemos esperar hoy con 180 canales en los televisores?
Para Nietzsche –y créanme que los actores sociales que mencioné antes confían en él como si fuese dios y no hubiese muerto–, la verdad la impone el poder. Podría volver a recordar la frase de Perón:
“La única verdad es la realidad”.
¿Se entiende?, la única verdad es la realidad; la verdad la impone el poder; por lo tanto: la realidad la impone el poder.
Fíjense que interesante. El filósofo sostiene que dios mató al hombre porque este dios, este demiurgo de la realidad, le pedía al hombre, cambio de esa realidad, demasiado –fe, sacrificios, compasión, cumplimiento de reglas, etcétera–, por eso el hombre se cansa y, dejando de creer, lo mata. El problema, es que como crear la propia realidad es un trabajo importante, el hombre cambia a este demiurgo por otros, los estados; aunque también puede ser la ciencia, la nacionalidad, incluso hoy una compañía que me dice que su gaseosa me hace “diferente”, u otra que proclama que sus zapatillas deportivas son lo único por lo que vale la pena vivir.
Me pregunto: ¿cumplir un par de mandamientos o ir a un templo de vez en cuando, no era más “barato” de lo que me piden a cambio de sus realidades estos nuevos demiurgos?. Cada uno sabrá la respuesta a esa pregunta, pero por lo que más quieran –dios o un par de zapatillas–: hágansela
Si fuimos capaces de matar a dios: dejar de tener fe en un multimedios disfrazado tras varias marcas y en sus “pastores” distribuidos en los distintos horarios, o dejar de rendir culto a una tarjeta de crédito, o de entregar el cuerpo –el alma no les importa– a una ideología política, debería ser bastante más sencillo.
Si no quieren resucitar a dios no lo resuciten, pero si dios no merece ser demiurgo, los que tenemos hoy menos.
Después de todo Nietzsche tenía razón, estoy tratando de imponer mi voluntad de poder, lo que yo considero que es verdad… No me deje “someterlo”. Hágale caso a Platón y salga de la caverna razonando. Deje de ver imágenes proyectadas por otros, incluidas las mías.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Platón: (circa. 427 a. C. /428 a. C. – 347 a. C.) fue un filósofo griego, alumno de Sócrates y maestro de Aristóteles, de familia nobilísima y de la más alta aristocracia.
(2) Georg Wilhelm Friedrich Hegel: (27 de agosto de 1770 – 14 de noviembre de 1831), filósofo alemán.
(3) Juan Domingo Perón: (8 de octubre de 1895 – 1 de julio de 1974) fue un político y militar argentino, creador del movimiento peronista.
(4) René Descartes (31 de marzo, 1596 – 11 de febrero, 1650) fue un filósofo, matemático y científico francés.
(5) Karl Marx: (5 de mayo de 1818 – 14 de marzo de 1883) fue un filósofo, historiador, sociólogo, economista, escritor y pensador socialista alemán.
(6) El Capital: Kart Marx. Editorial Siglo XXI, 2002.
(7) Friedrich Nietzsche: (15 de octubre de 1844 – 25 de agosto de 1900) filósofo, poeta y filólogo clásico alemán, fue uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX.
(8) Arthur Schopenhauer (22 de febrero de 1788 – 21 de septiembre de 1860) fue un filósofo alemán.
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