domingo, noviembre 29, 2009

Vida y muerte

Asistí recientemente a una conferencia sobre la muerte y el sentido de la vida. De hecho, ese era el título de la misma.

El conferencista inició muy rápidamente haciéndonos ver que lo único cierto en la vida, es la muerte. Esto es algo bastante obvio, y ha sido dicho y planteado por filósofos, predicadores, científicos, plomeros, recolectores de residuos y hasta por jugadores de fútbol y sus novias.

La frase que más me gusta en términos de poner esta verdad al alcance del oído forma parte del guión de la película “El club de la pelea”, en donde el esquizofrénico protagonista, a lo largo de la trama, repite un par de veces:

“En una línea de tiempo lo suficientemente larga, el índice de supervivencia para todo el mundo se reduce a cero”.

Acto seguido, el encargado de brindar la charla nos “convenció” de que si lo único que hacemos es ir hacia la muerte, entonces la vida “apesta”; porque indefectiblemente e irremediablemente todo lo que hagamos termina, desaparece, lo hagamos por nosotros o por otros que también seguirán la misma suerte.

Y allí fue donde se abrió lo que para mí fue un juego interesante. El conferencista nos hizo notar el peso del condicional en la frase. “Si lo único que hacemos es ir hacia la muerte...”. Claro, si el foco de la vida está en la muerte, la vida apesta. Si vivimos la vida sólo yendo hacia la muerte, si le damos a la muerte el rol central de nuestra vida, si valoramos más el irremediable destino que el camino a recorrer… entonces la vida apesta. Si en cambio vivimos la vida no sólo yendo hacia la muerte, entonces, tal vez, le podamos dar sentido.

Ha de ser por eso que siempre me gustó un refrán, un poco cínico, que dice:

“Cualquier lugar es bueno en un cortejo fúnebre, excepto en el ataúd”.

O una frase que repetía mi padre, quién, a pesar de los consejos dermatológicos, disfrutaba muchísimo de tomar sol:

“Déjenme al sol, que para estar a la sombra ya voy a tener tiempo”.

El foco de la vida no puede ser la muerte, aunque sea lo único cierto. Claro que tampoco podemos obviarla, ¿qué hacer entonces?

El hombre, cuando reflexiona, tiende a preguntarse, en general, tres cosas:
• ¿De dónde venimos? (¿fuimos creados, somos la evolución de una ameba, o la nefasta consecuencia de una explosión en el espacio?).
• ¿Hacia adónde vamos? (¿hay algo después de la muerte, nos reencarnamos y volvemos a jugar?).
• Y también: ¿qué se supone hay que hacer entre un extremo y otro?

La ciencia y las religiones se han encargado, en gran medida, de tratar de contestar el de dónde venimos y el hacia donde vamos, pero el verdadero asunto es para mí el qué hacemos mientras estamos acá, porque las otras dos preguntas, nos las puedan contestar o no, no dependen de nosotros.

En un libro llamado Regreso a sí mismo, el autor, Bob Mandel, nos dice:

“Su derecho a ser usted es diferente a los demás derechos. No se trata de un derecho que le ha otorgado un gobierno, un país o una autoridad externa, sino que viene con el "paquete", es decir, usted. La vida es un viaje que empieza con usted y termina con usted, y en el medio hay un territorio desconocido esperando ser explorado”.

Este derecho, si bien no deja de serlo ya que cada uno puede hacer lo que quiera con él, para mí siempre fue más una “maravillosa” obligación (en el buen sentido de la palabra): tenemos el derecho de hacer con nuestra vida lo que queramos, por lo tanto hay que hacer algo bueno.

Se han intentado a lo largo de la historia de la humanidad cientos de miles de soluciones a este dilema.

Se ha “negado” la muerte. “Vivamos como si no fuésemos a morir”, parecen decir algunos: “nada importa, hagamos lo que queramos, ignoremos la muerte”. Perdemos la vida, sea por el trabajar como si fuésemos a llevarnos cosas materiales a la tumba, o por el desperdiciarla en cosas sin sentido ni para el que las hace ni para los demás.

Por otro lado, hoy en día, muchas corporaciones se han encargado de responder a la pregunta de qué hacemos con la vida (en mucho negando la muerte), y la respuesta es: consuman. Se podría decir “a consumir que se acaba el mundo”, pero no queda bien para un comercial. No me convencen, me suena raro que darle sentido a la vida sea consumirla consumiendo, y nada más.

Un refrán que aplica a esta visión del asunto podría ser:

“De esta vida sacaras lo que disfrutes, nada más”.

Sé que mucha gente piensa así, tal vez usted lector. Mis disculpas, pero no coincido con este punto de vista. De esta vida no sacaremos nada. No estoy en contra de disfrutar, pero no creo que sea lo único. Exagerar este refrán –lo cual desgraciadamente no es poco común– nos deja en un mundo en gran medida egoísta, que termina viendo a todo, incluso a las demás personas, como un “objeto” de disfrute.

Se ha también “negado” la vida. “Matémonos: ya que vamos a morir, al menos decidamos cuándo”. Siempre ha habido suicidas, de todo tipo, sobre todo en la actualidad en la que la gente, mucha gente, decide matarse en cuotas con adicciones que saben mortales, pero que como van matando de a poco son mucho más socialmente aceptadas que una soga al cuello o un tiro en la sien.

Tan negados a la vida están algunos, incluso muchas veces haciendo las mismas cosas que los que están negados a la muerte –sólo que con otra actitud–, que mueren en vida. Por buscar un refrán que les pueda aplicar citaría:

“Una vida inútil es una muerte prematura”.

Inutilizan su vida, dándole más importancia a la muerte que la que tiene que tener. Es cierto que vamos a morir. Suena bien el consejo de que hay que vivir cada día como si fuese el último, pero no es cierto; no es una probabilidad de 50 y 50 la de morir y la de vivir. En nuestra vida nos morimos sólo un día, son muchos más los que vivimos.

Entiendo el consejo y trato de vivir mi vida haciendo lo que tengo que hacer cada día como si esa noche me fuese a morir, pero sin exagerar, porque estadísticamente es muy probable que al día siguiente me levante. El chiste, el desafío, la cuestión, es encontrar un equilibrio.

El asunto entonces es qué hacer con la vida, sin negar la muerte ni la vida misma.

La vida no es sólo una suma de deberes –como nos pretendieron enseñar alguna vez–, ni tampoco un lugar en donde el único objetivo es disfrutar y consumir –como parece estar ahora de moda–. Ni una versión ni la otra satisfacen, venimos como raza probando los dos extremos desde hace miles de años, y seguimos sin encontrar la solución.

No sé si la muerte tiene sentido, lo que sí se es que la vida –por sí sola– no lo tiene. El sentido a la vida se lo tiene que dar cada uno, y la solución de cada uno es única y particular, es un equilibrio propio.

Como la invitación a la reflexión la estamos buscando en refranes, me pareció razonable este:

“Hay tres cosas que el ser humano necesita en su vida: alguien a quien amar, algo que hacer y una esperanza para el futuro”

Tiene que ver con el consejo de tener un hijo (para lo cuál hay que amar), escribir un libro (tal vez un blog, o filmarse, o cualquiera de las mil opciones que hay hoy, pero aplicarse a algo concreto y útil para uno y para los que nos rodean) y plantar un árbol (esperanza de recuperar algo del medioambiente que tan alegremente hemos destruido, sembrar para que alguien más adelante vea los frutos o aproveche de la sombra).

Equilibrio. Deber y placer a la vez, viviendo la vida como si fuese cada día el último sólo para amar, trabajar y sembrar para el futuro lo justo y necesario.

No hay respuestas mágicas, no era mi pretensión ofrecerlas. Sólo, y como siempre, abrir un espacio para pensar, para reflexionar, para dedicarle unos minutos al menos al tema más importante de nuestras vidas: nuestra vida.

Nos perdemos muchas veces en el hacer o en el disfrutar –o nos dejamos aconsejar por comerciales y propagandas–, y nos olvidamos de pensar en qué es lo que tiene sentido hacer y disfrutar.

No perdamos la vida, puede ser lo único que tengamos; y de no ser así, es todavía más importante vivirla como se debe… luego de haber pensado y decidido por nosotros mismos, cómo creemos que debemos vivirla.



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domingo, noviembre 22, 2009

Tiempos más modernos aún que los de Chaplin

Escuchando una canción llamada “Ever changing times” (lo que puede traducirse como tiempos de cambio constante, o tiempos siempre cambiantes) me pareció interesante lo que decía y por lo tanto busque la poesía que le da letra para poder reflexionar sobre ella.

Encontré dos temas con el mismo nombre. Uno de ellos es de un cantautor llamado Steve Lukather, y dice cosas como:

“Cuando se pone el sol a través de la niebla color marrón en un pueblo vacío

es el resultado de un pasado venenoso, y no pasará mucho tiempo
hasta que no haya nadie para comer o respirar
esa es la senda que hemos tomado.

Por lo tanto ponte en fila y sigue a los tontos
o levántate y grita la verdad.

Estos son tiempos de cambio
llenos de signos peligrosos
y la única esperanza de sobrevivir
es borrar las mentiras
todas las lágrimas de cada ojo
que todas las mujeres, hombre y niños se den cuenta
estos son tiempos de cambio
…”

Letra Interesante… perturbadora tal vez. El otro tema es de Aretha Franklin, data de 1991 y dice:

“Es un tiempo de cambios

todo va a tanta velocidad
parece como si viese mi vida, y todo lo que hago
preguntándome si los sueños en los que creía
podrán aún volverse realidad.
Atrapados entre medio, todo vuelve
a ti y a mí quedándonos sin tiempo,

tanto de mi vida, aún por completar
esperanzas y temores
viéndola transformarse en algo nuevo
…”

Algo angustiante también. Vivimos en tiempos de cambio. En tiempos de angustia. En tiempos que parecen dominarnos en vez de lo contrario.

Siempre creo que todas las personas, de todas las épocas, han pensado lo mismo. Me imagino a un romano pensando en si poner los ahorros familiares en la compra de una tienda para vender comidas y bebidas cerca del Coliseo, justo una semana antes de las invasiones bárbaras al imperio. O a un joven que lleno de ilusiones en 1939 se encuentra, de repente, en una guerra que parecía no tener fin. O alguien que en la Edad Media vive el oscurantismo sin poder imaginar el Renacimiento.

Ha habido muchos tiempos de cambio. Algunos de decadencia. Algunos de prosperidad. La característica de “estos” tiempos nuestros es que todo pasa a mucha velocidad, muy rápido, los cambios se aceleran.

Conversando con docentes, hace unas semanas, me contaban cómo la “niñez” en el aula cambia, más o menos, cada cinco años. El “largo” de una generación se ha acortado. En los últimos cinco años han aparecido nuevas tendencias, nuevas drogas, nuevas formas de comunicarse por el etéreo Internet, etcétera, y esto ha generado que los niños de 15 años sean distintos a los de 10, y los de 10 a los de 5. Antes las generaciones eran de 15 años, o incluso más.

¿Cómo nos adaptamos los padres a eso? ¿Cómo se adaptan los educadores y las escuelas?

Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, escribió sobre el final del siglo pasado (el siglo XX) un maravilloso libro llamado Modernidad Líquida y Fragilidad Humana. En ese libro, Bauman, se refiere a cómo antes uno podía “construir” su vida sobre lo sólido: su profesión, la familia, su trabajo en una empresa a la que “pertenecía”. Hoy en cambio (para bien y / o para mal) construir es difícil porque el mundo dejó de tener componentes sólidos. Hoy todo y todos “fluimos” como líquidos, de una profesión a la otra, de una familia a la otra, de una empresa a la otra. Nuestros hijos, los de 5 los de 10 y los de 15, se crían y educan en un mundo líquido.

Como se pregunta Aretha: ¿Se darán cuenta de la velocidad a la que van? ¿Se preguntarán si sus sueños van a cumplirse? O como viven es este mundo “liquido” de Bauman ya no “producen” sueños de mediano plazo.

Mi generación –que tiene varias veces 5, 10 o 15 años sumados en diversas combinaciones–, soñaba cosas que tal vez no podían cumplirse, o que los tiempos cambiantes no dejaron acontecer.

¿Cuántos futuros se soñaron en la década de 1960, tanto por pacifistas como por revolucionarios, que terminaron con los soñadores en un escritorio burocrático o en una tienda vendiendo cigarrillos o gaseosas? ¿Tendrán nuestros hijos el derecho de tener sueños así, independientemente de cómo terminen? O sólo estarán “condenados” a soñar con lo que alguna propaganda comercial les promete a cambio de sus tarjetas de crédito o las de sus padres.

¿Podrán soñar los jóvenes con un mundo mejor que el que les dejamos? O los cambiantes tiempos les habrán arrebatado esa “capacidad” y ese derecho a cambio de una promesa de placer ilimitado en alguna discoteca, en alguna bebida o en alguna droga.

¿Estamos mejor que ayer y peor que mañana?, lo cuál sería el resultado de un trabajo bien hecho, o estamos peor que ayer y degradándonos. ¿Cuándo llega la próxima invasión bárbara o desintegración del imperio? ¿De dónde van a venir estos bárbaros “salvadores” que no son sino la semilla del próximo dolorosísimo renacimiento? ¿Llegará el tiempo de que el péndulo nos vuelva a una sociedad más estable, no digo sólida pero al menos no tan líquida?

Ni las murallas de los imperios protegieron a sus habitantes, ni la pertenencia al feudo en la edad media, ni el auto y la casa propias del sueño americano más moderno.

El tiempo fluyó y se llevó las protecciones, las seguridades. Eso es lo que nos hace ahora tal vez querer vivir –equivocadamente desde mi punto de vista– el momento como si el futuro no fuera a existir. Eso, o las propagandas que nos cambian el foco de placer, status y seguridad de la muralla, el feudo y la casa propia, por el televisor de mil pulgadas super plano o por el último aparato que saca fotos, pasa música, sirve para comunicarse aparte de venir en el color de nuestros ojos.

Darwin concluyó que el animal que sobrevive es el que mejor se adapta, y el hombre debe adaptarse, inevitable e indefectiblemente. Pero muchas de las cosas a las que pareciéramos tener que adaptarnos, sobre todo algunas de las malas, son condiciones que nosotros mismos creamos. ¿Tiene sentido? ¿Vale la pena hacer esfuerzos de adaptación a conductas que sólo le sirven al que paga por la publicidad y cobra cuando nos vende?

Demasiadas preguntas para pensar, para meditar, para hacer algo de una vez por todas.

Bauman se refiere en el prólogo de su libro a la desintegración social que signa de alguna forma los tiempos en los que vivimos. Él dice:

“… la desintegración social es tanto una afección como un resultado de la nueva técnica del poder, que emplea como principales instrumentos el descompromiso y el arte de la huida. Para que el poder fluya, el mundo debe estar libre de trabas, barreras, fronteras fortificadas y controles. Cualquier trama densa de nexos sociales, y particularmente una red estrecha con base territorial, implica un obstáculo que debe ser eliminado. Los poderes globales están abocados al desmantelamiento de esas redes, en nombre de una mayor y constante fluidez, que es la fuente principal de su fuerza y la garantía de su invencibilidad”.

¿De qué poder habla el sociólogo?, ¿del poder de los estados?, ¿del poder de las empresas?, ¿del poder de la fantasía de que la felicidad se asocia a cosas que pueden consumirse a crédito? Tal vez haya que escuchar con atención el estribillo del tema de Lukather:

Por lo tanto ponte en fila y sigue a los tontos
o levántate y grita la verdad.

Estos son tiempos de cambio
llenos de signos peligrosos
y la única esperanza de sobrevivir
es borrar las mentiras
…”






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domingo, noviembre 15, 2009

Jamón y huevos, gobernados y gobernantes.

Hay un refrán, o tal vez no tanto como eso aún sino más bien una frase que según creo debería “refranizarse”, que dice:

Ham and eggs...a day's work for a chicken, a lifetime commitment for a pig”.

Esto se traduce como: Jamón y huevos… un día de trabajo para la gallina, un compromiso de vida para el chancho.

Jamón y huevos es un típico desayuno en algunos países, particularmente Estados Unidos donde se usa mucho esta frase. La gallina pone un huevo y se desentiende. El cerdo, en cambio, para poner el jamón pone su pierna, pero para poner la pierna tuvo que poner su vida. Su vida se le va al amigo porcino en desarrollar la pierna, y, a su vez, su vida se le va cuando se la sacan para hacer el jamón.

Es como que la gallina pasa, pero el cerdo se queda. La gallina se involucra sólo un momento, el chancho compromete su vida.

Esto me hizo acordar a una frase que me llegó mucho cuando la dijo el que la dijo. La misma sentenciaba:

“Los gobernantes pasan, los obispos nos quedamos”.

Se lo escuché al Obispo de San Isidro, una de las diócesis de la Provincia de Buenos Aires en Argentina, Monseñor Jorge Casaretto. La ocasión fue en una de las tantas peleas que el gobierno nacional inició con la iglesia, debido a una declaración del Obispo que “molestaba” al gobierno.

Más allá de la iglesia que representaba el Obispo, me pareció terriblemente cierto. El gobierno de hecho pasó. Pasan porque son elegidos para pasar. Los obispos en realidad también pasan, pero más lento, mucho más lento. Los que más nos quedamos somos nosotros, los ciudadanos, los habitantes, los feligreses, aunque en el fondo, también pasamos.

Todos pasamos, pero algunos nos comprometemos más que otros, o estamos más comprometidos –aunque más no sea porque no nos queda otra alternativa–, o nos comprometen más los que pasan más rápido y hacen cosas que después entre los que nos quedamos tenemos que pagar o que arreglar.

Los gobernantes pasan, nosotros nos quedamos. Nos quedamos arreglando desastres, pagando deudas –externas e internas, sociales y económicas, deudas a la moral y a la justicia, etcétera–, tratando de re-educar conductas sociales que los gobiernos que pasaron exacerbaron o sepultaron por sus intereses de turno.

Claro, es un problema, le damos el poder a tipos –y tipas, no hay que discriminar aun para esto–, que en su gran mayoría se comportan como las gallinas del desayuno sustancioso, ponen huevos mientras nos hacen a nosotros poner el jamón.

Cuatro años, ocho tal vez, contra los setenta y cinco u ochenta de muchos que no llegan a vivir con sus jubilaciones, no porque no las hayan pagado, sino porque alguna “gallina” se las fue robando de a poco para pagar quién sabe que campaña, o para conseguir quién sabe que voto.

Los gobernantes pasan, nosotros nos quedamos. Vivimos en un sistema representativo, “el pueblo gobierna a través de sus representantes”, dice nuestra querida constitución. No podemos hacer consultas populares vinculantes o plebiscitos para todas las decisiones importantes, y aún así dudaría de que las “gallinas” a cargo hagan las preguntas correctas.

¿Será que las gallinas pueden representar a los chanchos? ¿Será que nos tenemos que preocupar más cuando elegimos a quienes nos representan?... porque ellos pasan, nosotros nos quedamos.

Los ridículos tiranos que pretenden reelecciones indefinidas quieren quedarse, pero no son la solución. ¿Cómo hacemos “quedar” a los que nos representan sin caer en la tiranía?

Deberían comprometerse a vivir como el que peor ha de vivir después de que ellos pasan. Deberíamos agarrarlos a todos y meterlos en el congreso, a todos los de todos los partidos, y decirles:

–¿Quieren gobernar?, bien, gobiernen, tienen cuatro años, u ocho si les hace falta, pero cuando eso se termine todos van a vivir por el resto de sus vidas como el que menos tenga de los habitantes que ustedes hayan gobernado, con ese salario, con esa atención médica, con ese acceso a la educación y a los diversos recursos... Después de gobernar se quedan.

¿Aceptarían?...

Hoy me levanté más utópico que lo de costumbre, tal vez con algún brote de anarquismo romántico. Pero es que yo me quedo…, usted se queda, así que dejemos de pensar que las “gallinas” van a arreglar algo, ellas tienen otros objetivos, otras vidas, ellas ponen un huevo –muchas veces nos estrellan uno podrido en la frente– y se van. Nosotros nos quedamos.

¿Cuáles son las cosas importantes con las que nos quedamos? ¿Desde qué ámbito podemos hacer algo para que eso no quede sólo en manos de “gallinas”? ¿Podemos hacer algo más, algo mejor? ¿Podemos poner “chanchos” en el gobierno, aunque más no sea el municipal? Yo creo que sí, pero primero tenemos que entender que los gobernantes pasan, los gobernados nos quedamos.

Lo de ellos, aunque no deba ser así, en el mejor de los casos es un trabajo, lo nuestro es un compromiso de vida, debe ser un compromiso de vida. Comprometámonos, porque, de todos modos, las “gallinas” nos comprometen.




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domingo, noviembre 08, 2009

Matando estrellas

Vino a mi reflexiva (y obsesiva) atención, hace unos días, la letra de una canción bastante famosa, cuyo nombre en ingles es Video killed the radio star. En castellano se traduce como: El video asesinó a la estrella de radio.

La letra dice algo como esto:

“Te escuche en ‘el aire’ allá por el 52
en un intento de sintonizarme contigo

Ellos tomaron crédito por tu segunda sinfonía
re-escrita con una máquina y nueva tecnología
y ahora entiendo los problemas que tu ves

Conocí a tus niños

¿Qué les dijiste?
El video asesinó a la estrella de radio

Las imágenes aparecieron y rompieron tu corazón

Y ahora nos encontramos en un estudio de grabación abandonado
escuchamos las grabaciones y parece que tanto tiempo ha pasado

Tú fuiste el primero

Tú fuiste el último
El video asesinó a la estrella de radio.

En mi mente y en mi automóvil, no podemos rebobinar porque hemos ido demasiado lejos
Las imágenes llegaron y rompieron tu corazón, la culpa es de la video grabadora.
Tú eres una estrella de la radio.

El video asesinó a la estrella de radio.
…"

El video de este tema, irónicamente, fue el primero que se transmitió por MTV (Music Television), un canal de televisión que transmite básicamente videos musicales. El lector se preguntará porqué aclaro qué es MTV siendo que es tan conocido, pues bien, lo hago en beneficio de alguien que dentro de un tiempo lea esto, cuando algo más haya asesinado al video.

MTV comenzó a transmitir en 1981, en agosto de 1981. El tema es de un grupo británico llamado The Buggles, y aparece en un álbum de nombre nada más ni nada menos que: “La era del plástico”.

Parece que, como dice la canción, el video como medio de llevar la música a los oyentes “mataba” a la radio y a sus estrellas. Si bien la televisión ya reinaba, pasar música sin imágenes por televisión no resultaba muy lógico. El video resuelve ese problema. Las estrellas de radio, que no “dieran” bien en imágenes, irían a morir.

No estoy en contra del avance, lo que no me gusta es que el avance mate otras cosas. Desde siempre hubo quejas por lo nuevo. Sócrates se quejaba de los escritores porque decía que el discurso escrito no podía defenderse, entonces escribir mataba a la palabra conversada. Nietzsche se quejaba de que la imprenta de Gutemberg hacía tan fácil el trabajo de producir libros que entonces cualquier idiota escribía, sobre todo en momentos en el que a alguien se le había “ocurrido” enseñarle a la gente a leer. Y el ferrocarril mató a la diligencia, el avión al trasatlántico, y ahora Internet mata al libro, al discurso, a la radio, a la televisión… y tal vez dentro de poco al avión y al ferrocarril.

¿Por qué lo nuevo mata a lo viejo? ¿Por qué no avanzamos de una manera menos “destructiva”?

El avance es bueno, los cambios son buenos. La tecnología, cuando la usamos para bien, es buena, aunque haya cambios y aplicaciones de la tecnología que dan algo de miedo.

También hace unos días leí sobre unos muñecos llamados Reborn (que traducido quiere decir Renacidos). Estos muñecos sintéticos, en la era que los Buggles parecen haber bien bautizado como del plástico, son trabajados hasta hacerlos parecer bebés reales, pueden incluso solicitarse con un opcional de latidos de corazón. Según la nota que leí algunos los coleccionan, aunque también se usan con fines terapéuticos cuando los verdaderos bebés ya no están.

Las tiendas que los venden no los ponen en las vidrieras porque les parece un poco extraño exhibir “bebés”, así de reales parecen parecer. Cada uno de estos renacidos es distinto y único, anuncian sus fabricantes, tienen pelo y uñas increíblemente trabajadas para parecer reales. Se “fabrican” incluso en base a fotografías de bebes reales.

No pretendo hacer un juicio de valor, tal vez en algunos casos sea necesario este sustituto, pero no será que tal vez dentro de un tiempo escucharemos una canción que diga que los renacidos “mataron” a los verdaderos.

En Japón, donde aparentemente hay mucha gente mayor que vive sola ya que su familia está muy ocupada, se producen hace tiempo unos muñecos robóticos que se venden como compañía. Alguna nota que leí sobre el tema en su momento los asemeja a nietos sustitutos. Escucharemos alguna vez una canción, cantada por un robot, que diga que los robots mataron a las familias, porque películas de esto, que en parte “mataron” al teatro, ya vimos.

Matar no es bueno, ni a las estrellas de radio, ni a los bebés, ni a los libros, ni al avance tecnológico. Tomémonos un tiempo para pensar. El video no mata a nadie porque no tiene manitos para agarrar un revolver, somos nosotros los que “descartamos” una forma de escuchar música por otra. Somos nosotros los que dejamos a los ancianos abandonados como para que terminen necesitando un robot que los acompañe. Somos nosotros los que en la soledad en la que nos encerramos, para “vivir la vida libremente y sin compromisos”, tenemos que terminar comprando bebé de plástico para sentir que tenemos familia.

La canción de los Buggles tiene sobre su final un especie de lamento –o al menos a mí me gusta escucharlo así– que debería advertirnos para que no vayamos demasiado lejos, ya que si lo hacemos luego es probable que no podamos rebobinar.

Tal vez Sócrates tenía razón y esto hubiese sido mejor decirlo que escribirlo, porque se podría conversar sobre le asunto. Tal vez Nietzsche tenía razón y yo soy uno de los idiotas que no debería escribir, lo hago sólo porque ahora es hasta más fácil hacerlo de lo que lo era en su época. No sé, espero no haber ido demasiado lejos…

J. R. Lucks






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domingo, noviembre 01, 2009

Panza llena… pero ojo.

Hay un viejísimo refrán que de tan viejo, justamente por la imposición de modas y de cambios en los hábitos de consumo, me parece que se pasó de moda. Me refiero a:

“Panza llena corazón contento”

Este refrán pretendía decirnos que la felicidad tiene que ver con la alimentación. ¿O no? Bueno hay muchas formas de verlo. Es cierto que comer, como cobertura de las necesidades básicas –digamos fisiológicas– del ser humano, hace a un primer nivel de “felicidad”. Pero con comer no alcanza. De hecho hay otro refrán que, si bien tiene raíces religiosas, también es bastante “famoso”, y aclara:

“No sólo de pan vive el hombre”.

Sin necesariamente atenerme al sentido original con el que éste se dijo, aún así podemos coincidir en que el ser humano no sólo necesita comida, también necesita amor, educación, posibilidades de desarrollarse dignamente como persona, capacidad de ejercer su libertad y su creatividad, etcétera.

Lamento escuchar y leer todos los días como “panza llena corazón contento” es mal usado por muchos para mantener al hombre sometido, dándole de comer a cambio de votos, a cambio de que no trabajen y por lo tanto dependan siempre del “animal” de turno a cargo de repartir la dádiva política. Políticos basura usan el llenar panzas para mantener a pobres seres humanos en la ignorancia, para no dejar que la gente tenga lo que necesita más la necesidad de mejorar y de crecer.

Pero por otro paradójico lado, en un mundo en el que la pobreza insólitamente crece –a pesar de todos los avances y recursos que tenemos a disposición– hay muchos que no comen, hay muchos que mueren desnutridos antes de poder caminar, que nunca llegan a saber lo que es la felicidad. El presupuesto de cualquier guerra o expedición al espacio para averiguar quién sabe que cosa resuelve el problema, y seguimos gastando en eso en vez de llenar panzas, o mejor, generar las condiciones para que la gente se pueda llenar la panza con un trabajo digno.

Cómo podemos haber llegado a esto: gente que nunca tiene la panza llena y gente a la que se le llena la panza para que no piense o para que se someta.

Otros, de tener la panza tan llena, ya no se contentan con eso. Le hacen honor al segundo refrán pero no necesariamente siendo solidarios, que también es una forma de contentar corazones, no sólo al propio sino al de otros. Muchos de los que ya no ven en su panza llena la satisfacción la buscan en otras cosas como las drogas, el alcohol, o en algún otro consumo que los mantenga “contentos” o al menos adormecidos.

Muchos contentan su corazón –al menos por unos días hasta que necesitan volver a comprar– con tener un televisor de última moda, un auto de gran valor, o ropa siempre actualizada, para lo cual comen basura que los termina enfermando. Y aun sin tener que hacerlo para pagar el crédito de la compra que supuestamente iba a dejar contento al corazón, hoy los jóvenes –y muchos grandes también– comen mal porque comen lo que grandes marcas les dan de comer, y se quedan contentos con sabores y logotipos que han de ponerlos tristes cuando sepan que mal les hizo eso algunos años después.

Por otra parte hoy este refrán se ha vuelto incluso odioso para las –y los también– que si no entran en un talle cero no se ven bien. Los grandes medios han difundido imágenes de belleza que harían decir al refrán: panza vacía corazón contento, liposucción corazón contento, bulimia y anorexia corazón contento… ridículo, insólito, aberrante.

¿Cómo hacemos para poner esto en orden, en equilibrio? ¿Cómo hacemos para comer lo necesario todos, lo sano? ¿Cómo hacemos para, luego de llenar nuestra panza, buscar felicidad en cosas que también le hagan bien a otros? ¿Cómo hacemos para no consumir en exceso y después vomitar lo que consumimos de más, consumiendo nuestra vida en el proceso? ¿Qué fue lo que hicimos con nuestra libertad –lo que nos diferencia de los animales– que ellos parecen convivir mejor con el refrán que nosotros?

Acabo de almorzar y no tengo el corazón contento. Escribo y me pregunto cosas, que comparto, y no me queda el corazón contento. Trato de colaborar en lo que puedo para arreglar el hambre de algunos que tengo cerca, y aunque a veces lo logro, no llego del todo a tener el corazón contento. Debo ser yo un inconformista…

Por favor, seamos todos un poco inconformistas. Que no nos contente nuestra panza llena o nuestro televisor último modelo, pero no para volver a consumir más buscando “contentura” en eso, sino para colaborar en lo que podamos con el fin de equilibrar este desastre en que transformamos a la raza humana.

Démosle de comer a los que no tienen la panza llena, pero eduquemos. Este lío en el que nos metimos no se arregla de un día para el otro. Sembremos en nuestros hijos o nietos la semilla de un mundo más razonable, con panzas llenas, trabajo, dignidad, consumo moderado y, dentro de lo posible, algo de sana alegría en los corazones.


J. R. Lucks






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