De hecho, las palabras: ingenuo y cándido están emparentadas. Ingenuo viene del latín ingenuus que quiere decir noble, generoso, de buena familia, leal, sincero, honrado. Propiamente significa “nacido en el país”, “nacido libre”. Se forma con las voces gignere que quiere decir engendrar, e in que quiere decir dentro. Parientes de esta familia de palabras son por ejemplo genitum, que asumo no hace falta explicar, ya que el verbo significa producir, causar, originar, o dar a luz.
Se usaba esta palabra ingenuus para designar en la antigüedad a los ciudadanos, o a los nacionales de una zona determinada, que eran considerados “parte de”, o nobles, en comparación con los extranjeros no siempre bien recibidos, o al menos sin derechos.
Con el tiempo el término noble fue cambiando y dejando de tener que ver con dónde se había nacido, para relacionarse más con cómo uno se comportaba. El ingenuo, el que era noble y por lo tanto actuaba noblemente, fue transformándose en el que por no aplicar picardía en su provecho, no siempre salía bien parado.
En estricto porteño, un ingenuo es el que no está “avivado”, entendiendo por esto último a estar al tanto de todos los trucos posibles para no cumplir con lo que la ley exige, o las buenas costumbres recomiendan.
Cándido es sinónimo de ingenuo y quiere decir blanco, puro, inmaculado, leal. El término original es candidus, y en esta familia de términos encontramos candor, que quiere decir resplandor, pureza, blancura inmaculada. Otra palabra relacionada, aunque hoy pareciera ser un pariente cada vez más lejano, que también forma parte del clan del candor, es candidato. Sería excelente que para ser candidato, los susodichos, tuviesen que pasar por un examen de pulcritud, de nobleza, de lealtad… en fin, tal vez una utopía.
Por eso, retomando el asunto, no me parece mal que los utopistas sean ingenuos o cándidos, de esa forma las utopías en las que viviremos serán, nobles, puras, inmaculadas.
Pero para ser utopista no sólo hay que preferiblemente ser ingenuo y cándido, también hay que ser poeta. Tal vez sea un poco utópico pensar de que los jóvenes de hoy puedan ser cándidos, ingenuos y poetas, pero si no lo creemos y si no los educamos así, seguramente no lo serán.
Se preguntará ¿por qué poetas? Porque las utopías hay que crearlas, y para volver a escarbar en las etimologías, poseía viene del griego, poiesis, que quiere decir justamente eso.
Para la filosofía de este pueble había tres caminos que permitían a los seres humanos desarrollarse: la teoría, o sea lo que tenía que ver con el conocimiento, con la búsqueda de la verdad; la práctica, refiriéndose a la resolución de problemas; y la poiesis, la búsqueda de la creación, el convertir pensamientos en materia, el hacer.
¿Será demasiado utópico creer en utopías en el mundo de hoy? ¿Será demasiado utópico pensar que todavía quedan cantidad suficiente de cándidos e ingenuos, nobles y puros, como para imaginar utopías decentes y crearlas? ¿Será demasiado utópico pensar que debemos ser poetas para crear un futuro mejor, hoy utópico pero mañana posible?
Yo quiero creer que no es demasiado. Yo quiero creer que es utópico sólo en el más estricto sentido de la palabra, o sea una condición optimista que no parece “hoy” realizable, pero que de ninguna manera es imposible. Por eso escribo lo que escribo.
Ojalá usted piense lo mismo que yo. Ojalá entre nosotros podamos creer y crear una utopía que valga la pena ser vivida, y de la cual nadie tenga que escribir un libro como Moro, porque al haberla hecho realidad, no tenga ya sentido presentarla como una utopía.
J. R. Lucks
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