domingo, marzo 28, 2010

Si no puede con ellos, aguante pero no se les una.

Hace un tiempo leí un libro que se llama El Acoso Moral (1). En él, la autora, una psiquiatra y terapeuta familiar de nombre Marie-France Hirigoyen, se ocupa del fenómeno del maltrato psicológico en la vida cotidiana. Un muy buen libro, definitivamente no para pasar el rato.

En alguna parte del escrito la autora nos muestra el fenómeno más desde un plano social que personal, y algunas de las cosas que dice, por ejemplo, son:

“Con el pretexto de la tolerancia, las sociedades occidentales renuncian poco a poco a sus propias prohibiciones. Pero, al aceptar demasiado, [...] permiten que se desarrollen en su seno los funcionamientos perversos. Numerosos dirigentes [...], que ocupan no obstante una posición de modelo para la juventud, no muestran ninguna preocupación moral a la hora de liquidar a un rival o de mantenerse en el poder. […] Otros se enriquecen gracias a una delincuencia astuta hecha de abusos de bienes sociales, de estafas o de fraudes fiscales. La corrupción se ha convertido en una moneda corriente. […], basta con que un grupo, una empresa o un gobierno cuenten con uno o con varios individuos perversos para que todo el sistema se vuelva perverso. Si esta perversión no se denuncia, se extiende subterráneamente mediante la intimidación, el miedo y la manipulación. Efectivamente, para atar psicológicamente a un individuo, basta con inducirlo a la mentira o a ciertos compromisos para convertirlo en cómplice del proceso perverso. […] Tanto en las familias como en las empresas y los Estados, los perversos narcisistas se las arreglan para atribuir a los demás los desastres que provocan, se presentan luego como salvadores y se hacen así con el poder. En lo sucesivo, para mantenerse en él, les basta con no tener escrúpulos”.

Nos presenta una realidad que conocemos, pero que no por eso deja de asustar, ¿no? Es de esperar que todavía sí. Y ¿por qué pasa esto? La autora sugiere:

“[…] la multiplicación actual de los actos de perversidad en las familias y en las empresas es un indicador del individualismo que domina en nuestra sociedad. En un sistema que funciona según la ley del más fuerte, o del más malicioso, los perversos son los amos. Cuando el éxito es el valor principal, la honradez parece una debilidad y la perversidad adopta un aire de picardía”.

¿Y entonces?, ¿tiene arreglo esto?, ¿querremos arreglarlo?...

Me vino instantáneamente a la mente un refrán de los que para mí está en la categoría de maldito; tal vez injustamente en algún caso particular, pero aplicado a esto de lo que estoy escribiendo maldito con seguridad. El maldito refrán dice así:

“Si no puedes con ellos, úneteles”

Claro, es tarde ya… son demasiados… ¡No!, en realidad no son demasiados, pero como dice Marie-France con pocos alcanza. Toda una manzana se pudre por un pequeño pedacito podrido que no se saca a tiempo. Por eso si no podemos sacar a los podridos, ¡pudrámonos con ellos!... ¿no?

El libro es muy interesante, y habla en realidad mucho más del fenómeno a nivel personal, familiar; donde sí se puede hacer algo para cambiar, para entender el dolor que se le causa a otro y tratar de evitarlo, o para comprender cómo un tercero pretende manipularnos y escapar así del acoso.

Una frase con la que la autora expresa lo malo que es el maltrato psicológico –particularmente en los niños–, lo dañino que es destruir a otro en su voluntad –sea en el plano individual o en el colectivo como se describe en las citas anteriores–, me pareció notable:

“La condena a la impotencia es la peor de las condenas”

¡Brutal! El “si no puedes con ellos”… no es más que la expresión amable de una condena a la impotencia.

¿Y qué hacemos?… Aparentemente estamos “condenados” a vivir en el mundo que describe Marie-France. Pero, ¿por qué creer que estamos también condenados a la impotencia, a la peor de las condenas?

Habría que “revolucionar” las cosas… pero para que la revolución ocurra –dicen los que saben– hay que tener conciencia de la indignidad en la que se vive. Nadie que se sienta “cómodo” inicia una revolución, pero tampoco el incómodo que no se da cuenta, que no percibe, que no tiene tiempo para pensar en su indignidad porque se la pasa colgado de la televisión, o la carrera por poseer, o del entrenamiento de turno que la sociedad de consumo –que no nos quiere revolucionarios– inventa o pone de moda para adormecer.

Por suerte, al igual que como Marie-France asegura: con pocos alcanza para pudrir, para incitar las revoluciones tampoco hacen falta muchos. Con que algunos logren llevar a las masas a ese estado de conocimiento de su propia indignidad que se necesita, el resto es casi automático. Nadie garantiza que lo que venga será mejor, pero ciertamente no es tampoco imposible el que lo sea.

Si quiere sentirse condenado a la peor de las condenas, únase a ellos, tal vez con el tiempo la pérdida de conciencia le permita realmente disfrutar de la corrupción y de la perversión.

Si no quiere sentirse condenado a la peor de las condenas no se una. Revolucione. Ayude en la tarea de alertar a las masas sobre la indignidad en la que vivimos. Eduquemos y eduquémonos, en algún momento va a producir efecto. En algún momento la masa va a terminar sintiendo que es demasiada la opresión de la moda, de la publicidad, del consumismo que lo consume a uno alimentando constantemente el afán de consumir.

Los procesos históricos son muchas veces demasiado largos como para ver resultados, pero son inexorables y algún día hay que empezar. Que cuando en algunas centurias se escriba la historia de cómo el mundo redujo sus niveles de corrupción e individualismo, de cómo se volvió a entender que la ley del más fuerte o malicioso no era la más adecuada, de cómo las masas se percataron de que el éxito no era el valor principal, la honradez era una virtud y la perversidad una conducta deleznable, se diga que dicho movimiento revolucionario comenzó a gestarse a principios del siglo XXI.


J. R. Lucks





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domingo, marzo 21, 2010

Puntos suspensivos y finales

Hace poco tiempo fui parte de una investigación relacionada con la pasión. La persona que llevaba adelante el estudio estaba interesada en saber que pensaban sus “estudiados” en términos de si una pasión podía cambiarse, o dejarse de lado.

Todo surgió porque a esta persona, amiga, le llamó la atención una frase que escuchó viendo la película “El secreto de sus ojos” –de la que ya puede decirse: ganadora del premio Oscar de la Academia de Hollywood. Dicha frase asegura:

"… hay una sola cosa que un hombre no puede cambiar: su pasión"

Y es por esa pasión que en la trama, al que no la cambia, lo terminan… (estos puntos suspensivos son por si no vieron la película).

En mi respuesta a la investigación contesté que en realidad mientras son pasiones no se dejan, nunca. Bueno, en realidad sí dejamos sentimientos que alguna vez creímos pasiones, pero nunca durante el apasionamiento. Lo que pasa es que cuando finalmente las abandonamos las miramos en retrospectiva y decimos: “en realidad no era una pasión”. Para que no duela tanto el haberlas dejado, las “degradamos”.

No se si sea así o no, pero tengo pasiones que no dejo, y si me pongo a buscar tuve pasiones que dejé, justo en el momento en que me di cuenta de que no lo eran. Muy conveniente ¿no?

Está bien, la pasión es así, confunde, altera, turba, y tiene que ser así. Pasión viene del latín passio, que significa –entre algunas otras cosas que se relacionan con un segundo sentido–, perturbación, conmoción especialmente del alma. Alguno de los diccionarios de etimología que leí llega a decir que las pasiones son afecciones del compuesto humano. ¿Qué tal? Por eso cuando para de producir todo eso deja de ser pasión, uno se da cuenta y la cambia o la abandona.

Pero pensando un poco más en el asunto se me ocurrió que el problema principal, el que me perturbó nuevamente cuando terminé de acordarme de su existencia, es cuando una pasión me deja a mí.

Escarbando entre letras y poesías encontré una de Joaquín Sabina llamada “Puntos Suspensivos”, que hablando de un amor que termina, entre otras cosas, dice:

“…
lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos”.

Claro, por eso los poetas son poetas, porque te pueden contestar de esta manera lo que a los que no lo somos nos lleva, con mucha suerte, un par de páginas.

Alguien no pone después de algún último punto otros dos, y los que hubiesen sido suspensivos se transforman, brutal y lapidariamente, en final. Y esto, no se si peor pero más perturbador es, cuando a esos dos puntos adicionales es el otro el que los niega.

Sabina tiene razón, y mi amiga creo que piensa lo mismo que él. Lo atroz de la pasión es cuando pasa, a pesar de mis cobardes intentos de explicar que si pasaron nunca fueron, sea quien sea el que niegue los puntos faltantes.

Tres puntos y una larga espera pueden doler, pero un punto final es final, y eso es atroz. En honor al calor que produjo mientras fue pasión, no debería ni yo ni nadie cambiarle el estatus y degradar un sentimiento que por más perturbador que sea, ha movido al mundo humano desde que se terminó de bajar del árbol.

Claro, habrá habido buenas y malas pasiones. Algunas que construyeron y otras que destruyeron, pero así somos, sacados del automatismo animal a una libertad que nos hace humanos… y pasionales.

En honor pues a las pasiones, a las que tengo, a las que dejé y me dejaron, todas siempre son pasiones. Aunque las dejadas nunca puedan o deban retomarse que bueno fue tenerlas, y de alguna manera, que atrocidad el haberlas dejado.

“…
lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos”.




J. R. Lucks






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domingo, marzo 14, 2010

Sandalias por la cabeza

Me contaron hace tiempo una historia que aseguraba que, tratando de alcanzar un tren que partía, a Mahatma Gandhi se le cayó una sandalia al andén desde el vagón en movimiento. Como no parecía posible recuperarla, antes de que fuese tarde, él se sacó la otra y la tiró con la primera. Cuando le preguntaron porqué lo había hecho contestó que una sola sandalia no servía, ni a él ni al que se encontrara la perdida, en cambio de esta forma el afortunado tendría el par completo.

Me hizo acordar a varios refranes que me gustan mucho, como:

“Haz el bien sin mirar a quién”

…o:

“Para hacer el bien no hay que pedir permiso”

Más allá de si sea cierta o no, es una buena historia. Por eso me puse a buscar para ver si encontraba su origen, o podía verificar su autenticidad. Haciendo esto hallé, entre otros, un artículo del escritor Paulo Coelho (1) , en donde él cuenta la historia citando a su vez como fuente de la misma a un tal C. Fadiman (2) .

La verdad es que no pude quedarme satisfecho con la veracidad de la anécdota, pero de todos modos me pareció muy interesante cómo, con un cuento tan corto, se puede mostrar la manera de transformar una tragedia (la pérdida de algo valioso para quién no tenía demasiado) y una frustración (el hallazgo de algo necesario pero “incompleto”), en un acto de desprendimiento (la entrega de la segunda) y en una alegría (el hallazgo del par completo).

¿Cuánto hubiese pagado alguien por quedarse con ese par de sandalias?

La pregunta no es caprichosa, porque buscando por el suceso de mi interés, me encontré con otras dos historias bastante más negras.

Una de ellas –relatada en diversas notas periodísticas de febrero, marzo y abril del 2009–, comenzaba con un reclamo del bisnieto de Gandhi intentando detener una subasta de, justamente, un par de sandalias, uno de anteojos y algunos utensilios donde su bisabuelo comía. La subasta no fue detenida, y el coleccionista americano de nombre James Otis, termina entonces vendiendo los ítems en 1.8 millones de dólares.

Me quedé un largo rato leyendo los artículos, porque me parecían de novela grotesca. Incluso las biografías de los personajes. De hecho encontré esta descripción que Osvaldo Bayer hace, en una columna suya (3) , del magnate indio que gana la subasta con la supuesta intención de retornar los ítems a su país de origen:

“… el remate en Nueva York de las sandalias, los anteojitos y una taza con plato del Mahatma Gandhi, que fue comprado nada menos que por un multimillonario […] Esas humildes pertenencias del hombre de la paz y el voto de pobreza se vendieron por millones y millones de dólares. Y el que los compró es nada menos que el rey de la superficialidad. Se llama Vijay Mallya y le gusta llamarse el “rey del placer”. A él le pertenece el más grande negocio de licores, la productora de cerveza Kingfisher, una empresa aérea y el stud de coches de carrera de Fórmula 1 Force India. Posee el yate más grande de todos los millonarios, que se llama “Indian Empress”, donde le gusta fotografiarse con jóvenes bellas de todos los países” […].

De locos. Según las notas el magnate termina “discutiendo” con el gobierno indio, a causa de que algún funcionario salió a decir que el millonario había actuado en nombre del estado, cosa que el desmiente. Hay demandas cruzadas del gobierno contra el vendedor, y luego del vendedor contra la casa de subastas, ya que al ver tanto alboroto el amigo Otis aparentemente se arrepiente de la venta. Todo un escándalo en las antípodas de lo que Gandhi predicaba, incluso con manifestaciones en las calles de Nueva York pidiendo por la suspensión del asunto.

El vendedor de las reliquias, en una nota de prensa de fin de marzo del 2009, se “disculpa” con el pueblo indio y –luego de asegurar la donación del dinero de la venta a fundaciones pro paz– comunica su intención de hacer un mes de ayuno, para expiar la culpa por el sufrimiento que hizo pasar a los con-nacionales de Gandhi.

Un descaro inconmensurable. Pero esto no es lo único. Buscando sobre el bisnieto de Gandhi, Tushar, se me cruza otra serie de notas en las que se cuenta cómo el heredero “vende” la imagen de su bisabuelo –seis meses después del asunto de la subasta– a una compañía de artículos de escritura por algo más de 100.000 euros, para que ésta produzca una serie limitada de plumas de plata y oro.

Aparentemente las lapiceras, cuya venta fue suspendida en febrero de 2010 por otra demanda judicial relativa al uso de la imagen de Gandhi, son joyas de gran valor material, descriptas en artículos de prensa de la siguiente manera:

“…ha lanzado dos series limitadas de superlujo con la silueta de Gandhi en el plumín, su firma en el culote y la capucha, y que se vende junto a un libreto con las frases más célebres del ‘padre de la patria india’.
Las plumas han sido comercializadas en forma de dos series limitadas de 241 ejemplares cada una el número de kilómetros que recorrió a pie Gandhi durante su célebre marcha de 1930, para protestar contra los impuestos de los ingleses. […]
Las estilográficas están hechas a mano y son de plata maciza y oro blanco de dieciocho kilates, coronado por una piedra semipreciosa de color naranja intenso que simboliza el azafrán indio.
Cada ejemplar tiene un precio aproximado de 17.000 euros, una cifra tan elevada que ha provocado que mucha gente considere una frivolidad asociar tales objetos al nombre de alguien que defendió la pobreza y la austeridad como virtudes supremas.
En los estuches de las plumas se incluye un hilo de oro de ocho metros que, […], es una referencia al algodón que hilaba cada día Gandhi en su rueca. […].
Por cada pieza de la colección que se venda, […] donará a la Fundación Gandhi entre 140 y 750 euros”.

Me costó no olvidarme de porqué había empezado a buscar sobre las sandalias de Gandhi. ¿Sería Otis el que se las encontró en el andén? ¿Se quejaría Tushar de la subasta porque hubiese querido hacerla él?, claro que siempre para donar lo obtenido a alguna fundación.

“El dinero no compra la felicidad”

… pero sí compra sandalias, anteojos, lapiceras de oro y plata, y las integridades de las personas que, en nombre de alguien que predicaba el desprendimiento, hacen las barbaridades que acabo de contar.

Busqué un refrán que me ayudara a entender que era lo que había pasado, cómo se podía “justificar” esto –incluso asumiendo reales buenas intenciones de todos los participantes de las historias–, y el único que pude encontrar fue:

“El dinero corrompe al hombre”

Aún creyendo que todo lo producido por la subasta y la venta de plumas fuese a ayudar pobres que necesitaran sandalias (lo cual ni en mis días más ingenuos me suena factible), ¿hacía falta todo el show?, ¿no podía el recurso ir hacia el necesitado sin “ensuciarse” en el medio?

Sería interesante plantear este dilema a grupos de jóvenes, pidiéndoles que imaginen soluciones para lograr el efecto de la segunda sandalia multiplicado por los millones, sin tener que pasar por los escándalos. No sólo los prevendría (a algunos tal vez) de caer en estas ridiculeces, sino que además ayudaría al mundo que ellos han de vivir a contar con más ideas de cómo hacer el bien sin mirar a quién, evitando que el dinero los corrompa.

Gandhi no era violento, por eso “supongo” no les hubiese tirado las sandalias por la cabeza a estos personajes… ¿Qué cree usted?


J. R. Lucks


Referencias:

[1] http://colunas.g1.com.br/paulocoelho/2007/06/16/as-sandalias-de-gandhi/

[2] Clitfon Fadiman. Autor y personalidad de la radio y televisión estadounidense

[3] Fuente: Diario Página12, 14 de Marzo 2009 por Osvaldo Bayer, escritor argentino.





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domingo, marzo 07, 2010

Aprender a compartir

Hay un tema de Charly García, “Aprendizaje”, que siempre me hizo pensar en la trascendencia.

En esa poseía el personaje cuenta un poco su vida –algunos de los rechazos que sufrió algunas enseñanzas que no le resultaron aparentemente muy prácticas–, y manifiesta su deseo de aprender y de crecer. Las primeras tres estrofas dicen:

Aprendí a ser formal y cortez
cortándome el pelo una vez por mes,
y si me aplazó la formalidad
es que nunca me gusto la sociedad.

Viento del sur, oh lluvia de abril
quiero saber donde debo ir,
no quiero estar sin poder crecer
aprendiendo las lecciones para ser

Y tuve muchos maestros de que aprender,
solo conocían su ciencia y el deber.
Nadie se atrevió a decir una verdad,
siempre el miedo fue tonto.

Podría decirse que se trata de un joven que va por la vida con “ganas”, y que a media que avanza va experimentando diversas situaciones. Tal vez no debería llamar demasiado la atención que todo el asunto, hasta aquí, fuese sobre él. Es sobre su corte de pelo, sobre su gusto o no por la sociedad, sobre el rechazo que él sufre. Es sobre sus ganas de crecer y aprender a ser, y sus dudas hacia donde ir. Es sobre sus maestros, lo que le enseñaron a él, y lo que a él le pareció hipócrita. Es sobre lo que él piensa del miedo.

Las primeras tres estrofas lo dejan a uno –a mí al menos– con un gusto amargo en la boca. Parece que no le va bien al personaje del poema, que en realidad somos todos. Pero justo allí, donde pareciera que la situación se pone negra, aparece la cuarta estrofa, que canta:

“Y el tiempo traerá alguna mujer,
una casa pobre, años de aprender
como compartir un tiempo de paz,
nuestro hijo traerá todo lo demás,
el traerá nuevas respuestas para dar”.

Luz al fin. Yo le leo un cambio de foco que me gusta y entusiasma. Aparecen otros, ya no es sólo sobre él.

Aparece la palabra compartir como objetivo del aprender. Hasta ese momento, en donde el cantor parecía no llegar a ningún lado, era aprender a ser. Ahora, en donde si bien el tono pareciera tener un dejo de resignación, se abre un nuevo panorama, es aprender a compartir, a “partir” lo que sea, la vida, el tiempo, el ser, “con” otro.

Hasta que no sale de sí mismo y piensa en pareja y eventual descendencia, nada tiene sentido: hipocresía, temor, formalidad y cortesía que no satisfacen, rechazo, aprendizajes inútiles. Cuando sale de sí, trasciende.

Trascender viene del latín, y se forma con dos palabras: scandere, que quiere decir subir, escalar; y lo que le termina de dar el sentido, el prefijo tra, que equivale a decir otra parte, allende, o más allá. ¿Mas allá de qué?, bueno, pues mas allá de uno. “Subir” más allá de sí para encontrarse con el otro, con los otros. Es una palabra que implica cambio y también implica lo externo en cuanto al impacto, lo exógeno, lo que está más allá o en otro, hacia otro.

Tal vez la mezcla de tono, de alegría y esperanza con resignación que le escucho yo a la cuarta estrofa, no sea más que experiencia personal compartida con el personaje del poema. Buscamos respuestas en y para nosotros y todo nos dice que no, que miremos al otro. Pero nos resistimos, al menos por un tiempo. Por eso cuando finalmente aprendemos, cuando “cedemos” al otro que también cede a nosotros, hay cierta resignación que nos trae paz, porque es allí donde encontremos sentido y alegría.

No sé si siempre fue igual, como ahora, y el individualismo reinó con tanta fuerza sobre el planeta. Uno siempre tiende a creer que vive en la peor o la mejor de las épocas, y que por eso lo que le pasa es lo peor o lo mejor de la historia. El asunto es que no pareciéramos estar en una era de compartires muy exacerbados.

Tal vez haya que hacerle un poco de caso a Charly, al menos en esto. Pareja, pero no para usarla y después tirarla para conseguir otra. Pareja para compartir, para salir de uno en el otro y trascender, ser más.

Un sueño de hijos tal vez. No hace falta ser madre o padre antes de estar listo, pero tener la idea al menos. La de saber que va a haber que educar a otro, y que esa va a ser la oportunidad de hacer las cosas “bien”, sin los temores, los rechazos y las hipocresías de las que nos quejamos.

¿Mucho pedir? ¿Demasiado utópico? Tal vez… pero solo tal vez, y eso es lo que deja lugar a una cuarta estrofa.


J. R. Lucks



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