domingo, julio 26, 2009

Votos o amores

Quiero “regalarles” un poema a los políticos de mi país, en donde hace poco hubo elecciones.

No importa qué país… después de todo no hay demasiada diferencia. La única que yo encuentro (¡y eso que he buscado!), es que en otros países (en algunos al menos) las mentiras, las barbaridades, las ridiculeces, etcétera, se dicen en otro idioma. Y claro, otro idioma casi siempre suena un poco más “elegante”.

Pero después de pensar (no mucho ciertamente) llegué a la conclusión de que la gente de esos otros países debe creer más “elegantes” las idioteces que se dicen en los nuestros, porque ellos también las escuchan en otro idioma. Por lo tanto, realmente, no hay ninguna diferencia.

El poema en cuestión es una traducción de una obra de Edgar Allan Poe, que en su versión en inglés se llama “To F..s S. O..d”. El nombre traducido significa: “Para F..s S. O..d”, y las iniciales misteriosas son aparentemente de Frances Sargent Osgood, una poetisa estadounidense con la cual Poe intercambiaba poesía romántica. El poema dice más o menos así:

“¿Quieres ser amada?
No dejes entonces que tu corazón se aparte de su rumbo,
siendo todo lo que eres, y nada de lo que no.
Así para el mundo tus modos, tu gracia y tu belleza,
serán cuestión de admiración sin fin,
y el amor, un simple deber”.


No es que esté enamorado de ningún político; pero ellos, que sí quieren ser amados por el pueblo, deberían tomar un poco el consejo del poeta.

Ser sinceros, ser lo que son y no otra cosa. Decir lo que son, lo que creen, lo que piensan, lo que realmente irán a hacer. Es obvio que algunos van a amarlos y otros no, los que piensen como ellos sí, y los otros no. El problema es que esto último no es aceptable por muchos candidatos. Deciden ser lo que son y lo que no, para que los amen, o voten, los que piensan como ellos y los que no también. Deben ser muchas veces lo que no son, y esconder absolutamente lo que sí. Siquiera pueden, en algunos casos, ser sinceros a medias.

Uno de los ganadores de la elección (representante de uno de los extremos del posible espectro), que consiguió un porcentaje de votos que nadie esperaba (ni él mismo), dijo en un reportaje efectuado al día siguiente de los comicios: “No somos utopistas…”, refiriéndose a cómo iría a presentar en el Congreso Nacional sus propuestas de campaña.

A seis meses de asumir, un día después de la elección, lo planteado con absoluta vehemencia dos días antes era calificado por el mismo candidato como ser utopista. No hubiese sido una maravillosa frase de campaña: No somos utopistas; no creemos que “cualquier” medida sea posible, no les vamos a prometer cosas que sabemos imposibles de llevar adelante por nosotros mismos, sabemos que la política es el arte de lo posible y no de lo correcto (lamentablemente). Pero seguramente ese discurso no logra tantos votos.

Me hizo acordar una frase maravillosa que dice:

“La política es como el violín: se toma con la izquierda, pero se toca con la derecha”.

Fantasías de cuando derechas e izquierdas eran algo concreto. La izquierda, supuestamente, más dada a “repartir”, y la derecha a “conservar”. Como casi siempre hay más gente que espera que le repartan, que los que tienen que “defender” lo conseguido conservando, el poder es más sencillo de ser tomado con la izquierda. Pero luego, siguiendo consejos de Maquiavelo, entendiendo que el príncipe nunca debe enfurecer a los poderosos, por eso, una vez conseguido el poder a tocar con la derecha y reconciliarse con los “conservacionistas”, que tienden a ser normalmente más poderosos. ¡A no ser utopista!, diría este candidato ya electo.

El utopista soy yo. Los políticos no quieren ser amados ni admirados, sólo ser votados. Por eso el poema de Poe no les va. Tal vez se pudiese usar de “prueba de admisión” a las candidaturas: si se le lee el poema a un candidato, y le gusta, habría que prohibirle “ejercer”.

Soy optimista, pero de largo plazo. Algún día entraremos en razón, nos dejaremos de creer mentiras, nos dejaremos de decirlas, seremos “sólo” lo que somos y nos podremos admirar entre todos. Me gustaría ver ese día, por eso, cada mañana, trato de ser lo que soy y no otra cosa, y trato de transmitirle a mi hijo el deber de hacer lo mismo. No le prometo más que satisfacción personal por su coherencia, y el amor de los cuáles a él se entregue con esa sinceridad… después de todo, él no tiene que votarme.


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domingo, julio 19, 2009

Amistad divino tesoro

Amistad, divino tesoro; parafraseando a Rubén Darío en la primera línea de su poema “Canción de otoño en primavera”, que ya que lo menciono dice así:

"Juventud, divino tesoro,
¡ya te vas para no volver!
Cuando quiero llorar, no lloro...
y a veces lloro sin querer".


El poema de Darío cuenta lo difícil que es encontrar el amor, y cómo se nos va la vida en ello… pero el poeta no abandona, de hecho el último verso nos dice cómo su sed de amor no tiene fin, y que aun en su vejez se acerca a los rosales del jardín.

Y es así, es difícil encontrar el verdadero amor, tanto como encontrar la verdadera amistad, porque la amistad no es más que una variante de amor.

Está el amor que le tenemos a nuestra pareja, que será amor erótico, el que profesamos por nuestros hijos, amor filial, el que tenemos por nuestros hermanos o familiares, el que llamamos fraternal. Y el amor de la amistad.

No hay amistad, desde mi óptica de la cuestión, sin amor. Puede haber compañerismo, puede haber conveniencia, puede haber afinidad, puede haber interés u otro montón de cosas más, pero sin amor no hay amistad.

Y como amar es difícil, tener verdaderos amigos también lo es. El amor filial o fraternal se construye desde lo habitual de la relación, el amor erótico tiene un componente de locura que se relaciona a lo que lo hormonal nos turba algo en un inicio. El de amigos, en cambio, es construcción totalmente voluntaria y consciente, no hay lazos de sangre ni hormonas. Es más difícil.

Por eso es que tenemos miles de refranes para las diversas categorías de los “supuestos” amigos que se nos aparecen por allí. Que tal éste por ejemplo:

“Con amigos de ese tipo, para qué quiero enemigos”.

De los peores, los que no sólo no nos aman sino que probablemente nos odian, nos envidian, nos aborrecen. Sólo están esperando el momento para lastimar, para abusar.

Hay otros también, lo que se describen por este refrán:

“Amistad por interés, no dura pues no lo es”.

Estos pueden ser un poco menos peligrosos, pero igualmente malos. No son amigos, no aman, sólo buscan provecho. Nos hacen perder el tiempo.

Están también los que parecen, pero que tarde o temprano desaparecen. Tal vez no estén por interés, pero seguro no se interesan a la hora que la amistad pone a prueba su amor. Un refrán que los describe nos aconseja:

“Amigo que no da pan y cuchillo que no corta, aunque se pierda no importa”.

Hay días de la amistad. Días para pensar en la amistad. Días para celebrar la verdadera amistad. Con tanta variedad de pseudo amigos, ¿cómo saber quién realmente puede contarse en esa categoría? Un refrán, otra vez, me sirve, al menos a mí, para poder reflexionar sobre con quién contar y con quién no.

“Amigo no es el que pregunta como estás, sino el que se preocupa por la respuesta”.

Se puede contar con el que se interesa por lo que le contás. Fácil, ¿no?

Se dice que día de la madre, o del padre, no es uno sólo sino todos. Pues con los amigos debería ser igual. Hay un día marcado en el cuál el “mercado” espera que compremos regalos, golosinas, tarjetas, etcétera. Todos los años ese día me produce una importante necesidad de contar; contar con quién realmente puedo contar; contar a los que de veras les puedo contar y se van a interesar.

Esos, a los que les interesa lo que tengo para contar, tal vez sepan incluso mejor que yo que son mis amigos. A esos les digo: ¡Salud! ¡Feliz día mis amigos!


J. R. Lucks



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domingo, julio 12, 2009

Espejos públicos

Conversando con un amigo sociólogo, días pasados, me comentaba cómo él veía el fenómeno de las redes sociales; y cómo pensaba que los medios (particularmente los visuales) habían influido en la sociedad, de tal forma, que cada vez más “necesitamos” estar en una pantalla para “sentirnos”, para “confirmar” que existimos.

Esto me hizo acordar a un refrán que no es de ninguna manera nuevo, ni fue concebido a partir de la aparición de la televisión o de Internet, que dice:

“Una imagen vale más que mil palabras”

Y es bastante cierto. Un cuadro describe mejor una situación particular, (pensemos en una batalla o en un paisaje) que lo que podrían hacerlo mil palabras. Aun si las palabras son elegidas por un gran literato, es probable que una imagen termine siendo, muchas veces, más descriptiva.

Incluso puede decirse que la imagen muestra pero no concluye. Las palabras en cambio, por objetivas que traten de ser, transmiten la idea del que las elige para encadenarlas en la descripción. Ponen más énfasis en algunas cosas, subestiman otras, etcétera, son más parciales, subjetivas.

Desde hace tiempo los medios audiovisuales comenzaron a crecer en forma exponencial. Hasta antes de Internet para aparecer en una pantalla, para poder mostrar una imagen de uno en una pantalla, había que salir por televisión, y esto no era sencillo, ni barato.

La televisión se fue haciendo más y más popular, hasta que llegó el momento en que no es ya tan caro ni complicado “subirse” a un programa televisivo. Inclusive, con poco dinero y mucha caradurez, es factible tener un programa propio de cable, siempre y cuando se pague el alquiler mensual del estudio para hablar de lo que sea a audiencias probablemente inexistentes.

Pero es la llegada de Internet masivo y de las redes sociales lo que le da pantalla a todo el mundo. En blogs, en páginas propias, en redes o en lo que sea, el que quiere se filma, se fotografía, se grava, y… aire. Está en el aire. Está en la pantalla. Es parte del mundo audiovisual. Se transforma en contenido ahorrándole al que debería producirlo el esfuerzo y el dinero requerido para hacerlo.

Al ponerse en una pantalla uno se ve a sí mismo. Antes, para verse a uno mismo, había que verse en el espejo. Ahora ya no hace falta. La pantalla es incluso mejor, porque es un espejo que está conectado al medio de comunicación más ponente inventado hasta ahora, ya se puede acceder a este particular espejo desde casi cualquier lado.

Pero no es sólo el que se muestra el que “construye” este momento cultural, es también el que necesita ver para creer. Como todo se muestra si no lo vemos no lo creemos, y como tenemos que verlo perdemos la habilidad de describirlo, de contarlo, de conversarlo. El latiguillo “¿viste?”, se vuelve ahora una pregunta válida.

Es más fácil ver lo que hacen los propios hijos en Internet, que pretender hacerlo en sus habitaciones, colegios, boliches, etcétera. Ellos mismos “cuelgan” sus vidas de espejos públicos para que desconocidos las vean. Eso sí, (experiencia concreta de mi amigo sociólogo) se ofenden y se sienten invadidos en su privacidad si sus propios padres ven sus blogs, posts, o consultan sus perfiles en cuentas de redes sociales.

Cámaras integradas en las computadoras, teléfonos con videograbadoras y que sacan fotografías, y seguramente miles de aparatos más (que en breve nos estarán vendiendo como algo indispensable) son los encargados de capturar vidas para ponerlas en pantallas de computadores, más teléfonos, y cientos de otros aparatos que en conjunto con los anteriores se transformarán en las ofertas imposibles de dejar pasar.

Fama. Hay que ser famoso. Hay que ser visto. Hay que dejarse ver. Hay que difundirse. Interesante, difundir viene de fundir, que a su vez en latín significa propiamente derramar, desparramar, derretir. Además, fundir quiere decir arruinar en otra acepción, y la raíz da también origen a palabras como difuso, y confuso.

¿No nos estaremos di-fundiendo demasiado?, ¿no terminaremos derritiéndonos en imágenes?, ¿confundiéndonos los unos con lo otros entre tanta pantalla? ¿No terminaremos siendo entes difusos?, fundidos en una masa con otros miles a los que nos parecemos por usar la misma ropa, escuchar la misma música, y seguir las mismas tendencias y los mismos consejos publicitarios para hacernos famosos.

Fama, que viene también del latín, quiere decir voz pública, rumor. ¿Terminaremos siendo no más que un rumor visual de tanto ir de pantalla en pantalla, de ojo en ojo?

Este trabajo de la imagen a mostrar, de la imagen externa, se ha transformado en una gran obsesión. Ha ocupado una gran parte de nuestras vidas: tenemos que mostrarnos, y para mostrarnos tenemos que lucir bien. Tenemos que lucir como creemos que nos quieren ver, y siempre hay algún comercial que nos ayuda a saber cómo “es” que nos quieren ver.

Definitivamente no considero que seamos sólo exterior, por eso me interesó este otro refrán que asegura:

“Vanidad exterior es indicio de pobreza interior”.

Imagen es representación, no es contenido. Trabajando tanto en la representación, ¿no estaremos olvidando el contenido? ¿Serán cada vez más “ricas” nuestras imágenes y más pobre nuestro interior, al que no dedicamos tanto tiempo?

Espero que no sea así, que tanta necesidad de mostrar el exterior no se deba a que tenemos menos que mostrar en el interior. Espero que sea sólo otro momento en la evolución de la cultura en la que algo llama la atención y termina luego volviendo a su punto justo, a su equilibrio razonable, a su medida coherente.

No estoy en contra de Internet, después de todo caigo yo también en esta tendencia de “mostrar”. Yo, como otros, “me pongo” aquí en la pantalla de mi blog, que usted está leyendo, aunque yo elija la opción de las mil palabras. No necesariamente descalifico, sólo me pregunto, y muestro mi pregunta.

Si yo creyera realmente que una imagen vale más de mil palabras sería fotógrafo y no escritor. De cualquier manera no es uno o lo otro, habrá momentos en que una imagen sea mejor, habrá otros en que mil palabras lo sean. Por eso creo que el valor de la imagen, diría que hoy exacerbada, volverá en algún momento a su justo punto, y mostrarse no será más importante o necesario que contarse.

Lo que sí creo es que hay algunas palabras que definitivamente valen más que mil imágenes, por ejemplo: Amor, Fe, Solidaridad, Hijo, Familia… decida cuáles son las suyas, y cuídelas, dígalas, cuéntelas, cántelas, no las trate de encerrar sólo en imágenes.



J. R. Lucks




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domingo, julio 05, 2009

Equilibristas

La Doctora Amelia Imbriano, psicoanalista, publicó hace un tiempo, en la página Web de la fundación que dirige (1), un artículo titulado: “¿De qué sufren los adolescentes hoy?”. A esta pregunta ella se responde:

“Una posible respuesta: del exceso. Y, no solo del exceso cometido por ellos, sino del exceso del discurso –me refiero al modo en que lo económico-político-social incide a través de su estilo de llegada a cada uno– […]

Con la globalización de la gestión mercantilista, se ha generado una sociedad tendiente a la adición y a la adicción, en donde lo que se consume debe llegar hasta el exceso de la máxima satisfacción, y no regresar. […]

Todo se articula en demasía, por abundancia o por falta, es decir: si hay, hay mucho y si falta, falta mucho.

Se sufre del ‘hay mucho’: demasiado trabajo, demasiado estudio, demasiados juguetes, demasiado alcohol, demasiada tecnología, demasiada competencia, demasiada violencia, etc.

Se sufre del ‘falta mucho’ (hay nada): hambre, desocupación, indigencia, analfabetismo, inseguridad, anomia, falta de tiempo, etc.

En el mundo actual, si bien se habla de ‘libertad’, se ha globalizado el consumismo como un modo de esclavitud moderno. El actor está obligado por el sistema a ‘consumir’. ¿Su modo de sufrimiento será justamente el de ‘ser consumido’?”

Estamos, definitivamente, fuera de equilibrio. O mucho, o poco; o demasiado o exiguo… y lo peor es que nos hace sufrir.

No pareciéramos lograr tener mucho de lo bueno: amor, alegría, ganas de ayudar a los otros, voluntad de mejorar…; o escasez de lo que molesta: inseguridad, angustia, problemas económicos o ecológicos… sino excesos de lo malo y carencias de lo deseable.

Equilibrio, ni más ni menos (ni de más ni de menos), viene de una antigua palabra latina: aequus, que significa plano, liso, uniforme. La familia de palabras incluye algunas como: igualitario, equidad, equiparar; pero también, por la negativa, o por la falta de aequus: iniquidad, desigualdad, equívoco.

La palabra equilibrio en sí (aequilibrium) surge de unir aequus con libra, que es en latín medida de peso, libra de peso, balanza. Así llegamos al concepto de justo. La justicia, el símbolo del equilibrio, la balanza, lo mismo de cada lado, lo plano, lo liso, el justo medio, lo adecuado, ni más ni menos (ni de más ni de menos), lo correcto, lo sin exceso, lo sin defecto… ¿lo sin sufrimiento?

¿Por qué salimos del equilibrio?

¿Será una posible razón el que pareciéramos siempre querer lo mejor, lo último? ¿Qué tal si “sólo” quisiéramos lo necesario, lo adecuado, lo que haga falta y no más? ¿Qué tal querer “sólo” lo que corresponda, lo que alcance, lo justo? ¿Será que “sólo” querer eso nos “devolvería” un poco al equilibrio?

¿Será que algunas veces no quejamos de “faltas” de cosas que realmente no son justas, no son necesarias o equilibrantes? ¿Será que tal vez nos desequilibramos por exigir cosas que no son del todo equitativas o equiparantes?

¿Nos sacan del equilibrio?, ¿nos dejamos sacar del equilibrio?, o ¿nos sacamos nosotros mismos?

No nos gustan los límites, por eso los excesos o las insuficiencias… nos pasamos, nos extralimitamos, y como decía un filósofo estoico llamado Epícteto:

“Luego de rebasar la medida no hay límite”

Cuando no hay límite no hay punto de referencia. Lo “más” o lo “menos” se transforman en la única posibilidad cuando no hay centro, cuando no hay equilibrio.

El Martín Fierro, poema épico que nos legara José Hernandez, canta entre sus versos:

“Dios formó lindas las flores,
delicadas como son;
le dió toda perfeción
y cuanto él era capaz,
pero al hombre le dió más
cuando le dio el corazón.


Le dió claridá a la luz,
juerza en su carrera al viento,
le dió vida y movimiento
dende la águila al gusano;
pero más le dio al cristiano
al darle el entendimiento.

Y aunque a las aves les dió,
con otras cosas que inoro,
esos piquitos como oro
y un plumaje como tabla
le dió al hombre mas tesoro
al darle una lengua que habla.

[…]

Pero tantos bienes juntos
al darle, malicio yo
que en sus adentros pensó
que el hombre los precisaba
que los bienes igualaba
con las penas que le dio”.

No hace falta que acordemos si el dios del que habla Hernández es un Dios o es la evolución de Darwin. Lo que creo que queda claro es que tenemos corazón, entendimiento, habla y muchas otras cosas más, que nos hacen más.

Las penas, los sufrimientos, los excesos, las faltas, en definitiva los desequilibrios, infinidad de veces nos los causamos nosotros mismos, no nos los produce nadie externo, nos los auto infligimos. ¿Por qué no usar el entendimiento, el corazón y todo el resto de las maravillas que nos hacen humanos, para evitar las “penas” del desequilibrio?

Los hombres somos libres, eso significa que no estamos condenados al equilibrio de los instintos como los animales. Nosotros tenemos el “derecho” de vivir, nuestra vida, desequilibrados, en exceso o en defecto. Los resultados parecieran estar a la vista.

Elijamos el equilibrio o el desequilibrio, pero sepamos que es nuestra elección. Hagámosla nuestra elección. No terminemos como los animales viviendo en “automático”, pero una vida impuesta por desequilibrantes que ganan dinero con nuestro sufrimiento al hacernos creer que sin límites es mejor.

Excesos o carencias, sufrimientos y penas… o corazón, entendimiento y habla, para buscar un equilibrio.



J. R. Lucks


(1) http://www.praxisfreudiana.com.ar/





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