En alguna parte del escrito la autora nos muestra el fenómeno más desde un plano social que personal, y algunas de las cosas que dice, por ejemplo, son:
“Con el pretexto de la tolerancia, las sociedades occidentales renuncian poco a poco a sus propias prohibiciones. Pero, al aceptar demasiado, [...] permiten que se desarrollen en su seno los funcionamientos perversos. Numerosos dirigentes [...], que ocupan no obstante una posición de modelo para la juventud, no muestran ninguna preocupación moral a la hora de liquidar a un rival o de mantenerse en el poder. […] Otros se enriquecen gracias a una delincuencia astuta hecha de abusos de bienes sociales, de estafas o de fraudes fiscales. La corrupción se ha convertido en una moneda corriente. […], basta con que un grupo, una empresa o un gobierno cuenten con uno o con varios individuos perversos para que todo el sistema se vuelva perverso. Si esta perversión no se denuncia, se extiende subterráneamente mediante la intimidación, el miedo y la manipulación. Efectivamente, para atar psicológicamente a un individuo, basta con inducirlo a la mentira o a ciertos compromisos para convertirlo en cómplice del proceso perverso. […] Tanto en las familias como en las empresas y los Estados, los perversos narcisistas se las arreglan para atribuir a los demás los desastres que provocan, se presentan luego como salvadores y se hacen así con el poder. En lo sucesivo, para mantenerse en él, les basta con no tener escrúpulos”.
Nos presenta una realidad que conocemos, pero que no por eso deja de asustar, ¿no? Es de esperar que todavía sí. Y ¿por qué pasa esto? La autora sugiere:
“[…] la multiplicación actual de los actos de perversidad en las familias y en las empresas es un indicador del individualismo que domina en nuestra sociedad. En un sistema que funciona según la ley del más fuerte, o del más malicioso, los perversos son los amos. Cuando el éxito es el valor principal, la honradez parece una debilidad y la perversidad adopta un aire de picardía”.
¿Y entonces?, ¿tiene arreglo esto?, ¿querremos arreglarlo?...
Me vino instantáneamente a la mente un refrán de los que para mí está en la categoría de maldito; tal vez injustamente en algún caso particular, pero aplicado a esto de lo que estoy escribiendo maldito con seguridad. El maldito refrán dice así:
“Si no puedes con ellos, úneteles”
Claro, es tarde ya… son demasiados… ¡No!, en realidad no son demasiados, pero como dice Marie-France con pocos alcanza. Toda una manzana se pudre por un pequeño pedacito podrido que no se saca a tiempo. Por eso si no podemos sacar a los podridos, ¡pudrámonos con ellos!... ¿no?
El libro es muy interesante, y habla en realidad mucho más del fenómeno a nivel personal, familiar; donde sí se puede hacer algo para cambiar, para entender el dolor que se le causa a otro y tratar de evitarlo, o para comprender cómo un tercero pretende manipularnos y escapar así del acoso.
Una frase con la que la autora expresa lo malo que es el maltrato psicológico –particularmente en los niños–, lo dañino que es destruir a otro en su voluntad –sea en el plano individual o en el colectivo como se describe en las citas anteriores–, me pareció notable:
“La condena a la impotencia es la peor de las condenas”
¡Brutal! El “si no puedes con ellos”… no es más que la expresión amable de una condena a la impotencia.
¿Y qué hacemos?… Aparentemente estamos “condenados” a vivir en el mundo que describe Marie-France. Pero, ¿por qué creer que estamos también condenados a la impotencia, a la peor de las condenas?
Habría que “revolucionar” las cosas… pero para que la revolución ocurra –dicen los que saben– hay que tener conciencia de la indignidad en la que se vive. Nadie que se sienta “cómodo” inicia una revolución, pero tampoco el incómodo que no se da cuenta, que no percibe, que no tiene tiempo para pensar en su indignidad porque se la pasa colgado de la televisión, o la carrera por poseer, o del entrenamiento de turno que la sociedad de consumo –que no nos quiere revolucionarios– inventa o pone de moda para adormecer.
Por suerte, al igual que como Marie-France asegura: con pocos alcanza para pudrir, para incitar las revoluciones tampoco hacen falta muchos. Con que algunos logren llevar a las masas a ese estado de conocimiento de su propia indignidad que se necesita, el resto es casi automático. Nadie garantiza que lo que venga será mejor, pero ciertamente no es tampoco imposible el que lo sea.
Si quiere sentirse condenado a la peor de las condenas, únase a ellos, tal vez con el tiempo la pérdida de conciencia le permita realmente disfrutar de la corrupción y de la perversión.
Si no quiere sentirse condenado a la peor de las condenas no se una. Revolucione. Ayude en la tarea de alertar a las masas sobre la indignidad en la que vivimos. Eduquemos y eduquémonos, en algún momento va a producir efecto. En algún momento la masa va a terminar sintiendo que es demasiada la opresión de la moda, de la publicidad, del consumismo que lo consume a uno alimentando constantemente el afán de consumir.
Los procesos históricos son muchas veces demasiado largos como para ver resultados, pero son inexorables y algún día hay que empezar. Que cuando en algunas centurias se escriba la historia de cómo el mundo redujo sus niveles de corrupción e individualismo, de cómo se volvió a entender que la ley del más fuerte o malicioso no era la más adecuada, de cómo las masas se percataron de que el éxito no era el valor principal, la honradez era una virtud y la perversidad una conducta deleznable, se diga que dicho movimiento revolucionario comenzó a gestarse a principios del siglo XXI.
J. R. Lucks
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