Lo que me sorprendió a mí una vez, a pesar de que es impresionantemente obvio, es que hay dos días por año en que el tiempo de luz y el de oscuridad son exactamente iguales. Claro, naturalmente, para que haya un día más largo y otro más corto, las luces y las oscuridades tienen que acortarse y alargarse de forma tal que en algún punto, en dos concretamente, inevitablemente habrán de ser iguales.
Los dos días “simétricos” se denominan, equinoccio de primavera y de otoño. De hecho la palabra equinoccio viene del latín, y quiere decir justamente eso: días y noches iguales.
¿Por qué será que estos días, en que luces y oscuridades son iguales, tienen menos “marketing” que el más largo y el más corto? Es más, ¿por qué no llaman más la atención si en realidad son los únicos dos días así entre los 365?, siendo que todos los demás –363, o 364 en los años bisiestos– son “desiguales”. Estos “equi” deberían aparecer como más llamativos, son “el caso raro”.
Pero esto no es lo que me llamó más la atención, sino que aparte estos dos días ocurren en todo el mundo al mismo tiempo . Hay dos jornadas durante el año en que para todos los que estamos en esta piedra dando vueltas alrededor del sol, las luces y las oscuridades son iguales. ¡Ja!
Sé que es obvio lo de los equinoccios. Que tal vez todos lo tenían presente y solamente yo nunca lo había considerado, o sí aunque lo tenía condenado al olvido. Pero la idea de que para todos…, todos…, los casi siete mil millones de personas que habitamos este mundo, dos días al año “luces y oscuridades” fuesen las mismas, me pareció muy poderosa.
Imagínese que esos dos días se nos ocurra hacer que el resto de las cosas también sean iguales. Que todos comamos lo mismo, que todos viajemos en los mismos medios de transporte, que todos tengamos la misma cantidad de esperanzas y posibilidades. Las mismas luces y las mismas oscuridades. ¡Ja!, de vuelta.
He escrito cosas utópicas, pero esta se sale de la gráfica, ¿no? Tal vez, pero no me importa, hoy tengo ganas de soñar.
¿Qué comeríamos ese día?, lo de los millones que mueren de hambre, o alguna especialidad de restaurante gourmet. ¿En qué viajaríamos?, en autos o a pie. ¿Miraríamos todos alguna película en un televisor de ya no se cuántas pulgadas?, o la nada a la que inmensas cantidades de humanos parecieran estar condenados. Serían dos días al año nada más… Sólo pensar en esto ya es un ejercicio interesante.
La mayor parte de los países occidentales, y una gran cantidad de los orientales occidentalizados, vivimos en sociedades con regímenes políticos inmensamente influidos por los preceptos de la Revolución Francesa: Libertad, Fraternidad, y la nunca bien ponderada Igualdad. Y son justamente estas sociedades, occidentales u occidentalizadas, las que han entronizado al individualismo casi como “valor” supremo.
Los seres humanos somos distintos por naturaleza, no soy de los que no aprecian la individualidad, la maravilla que cada uno de nosotros puede ser y hacerse gracias a su propio esfuerzo, a su voluntad y a su libertad; pero me gusta tenerla y “ejercerla” para tratar de ponerla al servicio del grupo en el que vivo. Somos animales sociales, no individualistas que como no podemos vivir aislados nos alimentamos parasitariamente de una sociedad que sólo nos importa en la medida en que mira y consume las últimas fotos que subimos a la más moderna “red social”.
El individualismo es el culto a la individualidad. Es la individualidad por la individualidad misma, es cerrarse en ella, no desarrollarla para compartirla. No nos confundamos. No es lo mismo.
La Igualdad de los franceses no era tampoco ignorar la individualidad. Se referían a la igualdad ante la ley. Pretendían instaurar un estado en el cual todos tuviesen los mismos derechos, porque venían de sociedades en las cuales algunos tenían más que otros. El movimiento revolucionario comenzó porque obviamente los que tenían menos un día se cansaron, aparte de terminar de darse cuenta de que eran muchos más en cantidad.
Y lo lograron. Hoy, por ejemplo, en estos países de los que venimos hablando todos tienen el mismo derecho a la educación y a la salud, ¿no es cierto? Lo que no gozan es del mismo acceso, y en esto tiene mucho que ver, si no me equivoco, el individualismo.
(Acotación, “al margen”: son muchísimos más los que no tienen acceso y seguramente ya se dieron cuenta, lo que no sé es cuándo terminarán de cansarse).
Yo creo que aparte del individualismo –o por su causa– hay mucho de ignorancia. Por eso, con fines educativos, vuelvo a mi utópica idea de proponer un par de días de equi-consumos sobre los equinoccios. O sea un par de días en que los que tienen más acceso consuman lo de los que tienen menos, y porque no viceversa. Para realmente compartir luces y oscuridades, para saber en serio lo que significa una y otra cosa.
“¡No se puede!” –me dirán–, “sería demasiado complejo… más bien imposible”. Bajemos un poco el grado de utopía. ¿Qué tal si un par de días al año al menos pensamos en esto?, dejamos de lado el individualismo y nos damos una vuelta por la Fraternidad de los franceses, porque si tal vez nos diéramos una mano un poco más generosa entre todos, a lo mejor las igualdades de acceso serían algo menos utópicas.
Estamos lejísimos, creo, de poder hacer algo como esto. Es casi más probable que a alguien se le ocurra prohibir los equinoccios, antes que promover un par de equi-consumos por año.
Por eso, empecemos a tomar conciencia en el plano individual, que es el que parece más nos gusta. Que “al menos” un par de veces por año nos de vergüenza que sólo el largo del día y el de la noche se puedan igualar, y ese par de días hablémosle a alguien de eso, por ejemplo a nuestros hijos si tenemos.
Tantos días instaurados por quién sabe quién celebramos en los que se mueven fortunas: el de los enamorados, el de las madres, el del estudiante, el del arquero… y gastamos, y compramos flores, y tarjetas, y chocolates, y nos disfrazamos en el día de brujas, y nos emborrachamos de cerveza para recordar a un santo. Alguien debería ganar unos pesos por instaurar un par de días de la igualdad.
El sistema solar, en lo que puede aportar, ya hizo dos días así: especiales, un par al año, diferentes de los demás; no hace falta mucho esfuerzo para fijar las fechas. Sólo propongo pensar en el asunto, educar sobre el tema, y juntar la misma cantidad de dinero que gastamos en pavadas alguno de los otros días “celebrables”, para ponerla a la causa de la igualdad de luces y reducción de oscuridades.
¡Ja!, por tercera vez… ¿No sería buen negocio?
La igualdad de los equinoccios y la de los franceses, y el gusto de pensar con poesías, me llevaron a la Marsellesa.
"¡A las armas, ciudadanos!
¡Formad vuestros batallones!
Marchemos, marchemos,
¡Que una sangre impura
empape nuestros surcos!"
Empecemos antes de que sea demasiado tarde, para que en vez de que millones tengan que cantar este estribillo, los que nos siguen puedan entonar con orgullo las últimas estrofas de ese himno.
"Nosotros tomaremos el camino
cuando nuestros mayores ya no estén,
allí encontraremos sus cenizas
y la huella de sus virtudes.
…
¡nosotros tendremos el sublime orgullo
de … seguirles!"
J. R. Lucks
Referencias
(1) Astrónomos y estudiosos de los movimientos celestiales, por favor abstenerse de mediciones muy exactas.
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