domingo, abril 18, 2010

Hablan, hablan, hablan.

Una vez no hace mucho, la persona a cargo de la presidencia de uno de los países en los que vivimos, pronunciando un discurso (de los que normalmente da a diario) dijo:

“…dejemos esa vocinglería que aturde…”

No me tomo el tiempo de aclarar de cual de los países en los que vivimos se trata, porque realmente creo que son más o menos todos iguales –tanto los países como sus políticos. De haber diferencias sólo se deben a que en algunos las barbaridades se cometen más prolijamente, o simplemente a que se ejecutan en territorios extranjeros. Igualmente, de sentir curiosidad, no es difícil investigar cuál es este país y su gobernante.

Examiné varias fuentes en búsqueda de la cita exacta, incluso la agencia oficial de noticias de ese querido país, y la verdad es que la frase, dentro del contexto del discurso –y evidentemente por haber sido dicha en el calor de la alocución–, no queda del todo clara en términos de si se lo propone a su propio equipo y seguidores –por la conjugación del verbo dejar en primera persona del plural–, a la oposición –según lo interpretan casi todos los medios gráficos–, o a todos los habitantes del país; aunque a mis fines en realidad no importa.

La frase trajo inmediatamente a mi memoria una poesía de Javier Calamaro (1) que dice:

“Hablan Hablan Hablan
yo dudo
Hablan Hablan Hablan
¿Qué habrá detrás de tanta palabrería?
Hablan Hablan Hablan
me adormece
Hablan Hablan Hablan
¿Por qué no hacen una pausa y se dedican a escuchar?
Hablan Hablan Hablan
¿Será porque hablar es gratis?
Hablan
me aturden”.

Cuando la leí en su momento, no hace mucho tampoco, lo primero que me vino a la cabeza fueron justamente los “supuestos” debates parlamentarios de mi querido país (¿el mismo del gobernante pidiendo dejar la vocinglería?... cierto que no importa porque son todos iguales), en donde por horas diputados y senadores a los que le pagamos el sueldo entre todos, se hablan, se insultan, se gritan, se ríen –en general de las necesidades del pueblo–, y para qué, para finalmente votar lo que los jefes de sus bancadas negociaron normalmente a espaldas de la opinión pública.

También me hizo pensar en muchos programas “periodísticos”, de investigación o de opinión, en donde se habla, habla, habla, y se vende ideología de una manera tan grosera, que la mayoría de las veces terminan resultando más obscenos que los que se pueden ver en canales pornográficos.
Y después nos preguntamos –¿nos preguntamos todavía?– ¿por qué los programas sin contenido más allá de algo de carne y siliconas bamboleantes tienen tanto rating? Claro, es que nos adormecen, nos aturden con tanto hablar, hablar, hablar, y nos “escapamos”.

Calamaro dice, y yo también, “hablan, hablan, hablan… yo dudo”. Claro, dudamos: ¿por qué hablan tanto y no hacen más? Pero también: ¿por qué hablamos tanto y no hacemos más?, ¿nunca dudamos de nosotros mismos?

¿Qué habrá detrás de tanta palabrería?: ¿nada?, ¿envidia?, ¿egolatría?, ¿intereses espurios?, ¿odio?, ¿sadismo?… pues no pareciera haber amor, voluntad de mejorar, o cosas por el estilo.

Lo que no creo es que hablen tanto por ser gratis –sobretodo pensando en políticos–, porque de no serlo nos cobrarían un impuesto a nuestro hablar, y con ese dinero financiarían el suyo, ¿no hacen eso con el resto de las cosas?

¡No!, no es por eso. Es porque hablar es más fácil que hacer. Hablarían aunque tuviesen que pagar –con nuestro dinero por supuesto– antes que transpirar haciendo algo. Es por que como tenemos tan poca memoria nos olvidamos de lo que dijeron un par de días antes, y no los defenestramos por desdecirse. Es por eso.

Todos los políticos de mi país pierden imagen positiva apenas ganan las elecciones o se acercan a cargos ejecutivos –o sea cuando dejan de solamente hablar y quedan obligados a hacer algo. Pero ahí quedan, por años, y les pagamos para que nos sigan hablando, hablando, hablando, aún con imágenes negativas cercanas al ciento por ciento.

En realidad la pregunta más importante, para todos pero fundamentalmente para cada uno de nosotros, es la que en la letra de Calamaro interroga:

“¿Por qué no hacen una pausa y se dedican a escuchar?”

Se puede cambiar el “hacen” por hacemos, el “se” por nos y el “dedican” por dedicamos, y queda personalizada la pregunta para cada uno de nosotros. El asunto es que hablan, hablan, hablan, o hablamos, hablamos, hablamos, y lo que habría que hacer es escuchar, hablar, escuchar, hablar, escuchar, hablar… ¡Si hasta es más fácil!, ya que para hablar hay que esforzarse, gastar saliva… para escuchar ni eso.

Un estudioso del tema negociación escribió en uno de sus libros (2) éste párrafo que me pareció interesante compartir:

“Muchos conflictos se solucionarían si las partes, en vez de pelearse y tironear de un recurso escaso, combinaran sus capacidades para generar valor y así tuvieran suficiente para satisfacer los intereses de todos. Y la paradoja, en este caso, es que cuando llamamos conflicto a un problema es porque ya se han dado ciertas características que son las condiciones opuestas a las que requiere el desarrollo de la creatividad. Esas características inhibidoras son el miedo, la desconfianza, la demonización del otro y la falta de comunicación o trabajo en equipo. En un medio se de esas condiciones la creatividad sufre y muere como una babosa en una salina”.

Creatividad, creación de valor, combinación de capacidades, satisfacción de los intereses de todos… parecen términos y expresiones sacadas de una bolsa de utopías. Claro, sin escuchar sería muy difícil todo esto, por eso, ¿porqué no pensar un poco en esta cita y hacer que deje de ser una utopía?

No seamos como los que hablan, hablan, hablan. Dejemos la vocinglería, pero todos ¿no? Y si no, al menos dejémosla nosotros e ignoremos a los que continúen vocinglereando, sean porque no quieren dejar de hacerlo o por que no saben hacer otra cosa.

¡Que no nos aturdan más!, ni los oficialistas de turno ni los opositores de turno. Ya que como sugiere la cita: el miedo, la demonización del otro, y la desconfianza que ellos se tienen, los inutiliza en términos de crear valor.


J. R. Lucks




Referencias:

[1] Mi amigo Jack. Javier Calamaro. Editorial Distal, 2000.
[2] Relaciones Creativas. Francisco Ingouville. Gran Aldea Editores, 2008.





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