tag:blogger.com,1999:blog-78469318264818235862024-03-13T07:13:24.461-03:00Ideas y LibrosJose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.comBlogger179125tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-23075232357385011792011-03-11T10:03:00.001-03:002011-03-11T10:05:38.215-03:00Y porqué no a partir de hoy (parte III)… continúa de la columna anterior…<br /><br />Decisiones, y no las del tema de ese nombre que canta Rubén Blades (también duras de tomar).<br /><br />Sin duda, es una decisión importante el momento en el que se empieza a volver del viaje de ida… ¿y si no se decide volver que pasa, no se vuelve? Sí… sí. Se vuelve igual, nada más que se desaprovecha la vuelta.<br /><br />El amigo Cortez nos sigue cantando sobre el asunto, al menos sobre lo que a él le parece.<br /><br /><span style="color:#006600;">“Si a partir de mañana decidiera vivir la mitad de mi muerte<br />o a partir de mañana decidiera morir la mitad de mi vida,<br />a partir de mañana debería aceptar, que no soy el más fuerte,<br />que no tengo valor ni pudor de ocultar mis más hondas heridas”.<br /><br /></span>Ahora sí, en esta estrofa se nos propone con claridad qué es morir la muerte y vivir la vida. Esto es, para el autor, aceptar que no se es el más fuerte… esto es no tener el valor ni el pudor de ocultar las heridas.<br /><br /><span style="color:#006600;">“Si a partir de mañana decidiera vivir una vida tranquila<br />y dejara de ser soñador, para ser un sujeto más serio,<br />todo el mundo mañana me podría decir: ‘se agotaron tus pilas,<br />te has quedado sin luz, ya no tienes valor, se acabó tu misterio’”. </span><br /><br />Por el contrario entonces, vivir la muerte y morir la vida es “vivir una vida tranquila”, dejar de soñar y ser serio; no tener más pilas, ni luz, ni valor, ni misterio.<br /><br />Decisiones. Ser serio versus ser soñador. ¿O se podrá soñar seriamente? Vivir una vida “agitada” y ocultando heridas, ¿o vivir una vida tranquila y sin ocultar nada, pero con el valor de seguir produciendo luz para nosotros y para otros?<br /><br />Brutales preguntas para hacerse. Decisiones fundamentales que tomar; porque lo peor que puede pasar, desde mi punto de vista, es que el tiempo pase sin que hayamos escogido qué hacer.<br /><br />No sé con certeza (ni pretendo convencer a nadie) si Cortez tiene razón o no. Si lo que plantee al principio de esta columna es o no más adecuado; o si debería yo escuchar más versiones para llegar a una conclusión. El asunto es pensar. El asunto es tomar esta maravillosa letra y usarla para reflexionar y decidir cómo encarar el resto del tiempo que a cada uno nos queda (aparte de disfrutarla por el oído); porque de lo que sí estoy seguro es de que vivir en automático, sin plantearse al menos algunas de estas cosas, con certeza no tiene ni luz, ni misterio, ni valor, ni pilas, ni…<br /><br />Me gusta pensar que cada día es una vida, que cada día se puede ser más y mejor persona; que cada día es una oportunidad para “darle para adelante”, a pesar de saber que no se es el más fuerte. En esta parte de mi vida –sin dudas la segunda– no dudo ya que cada día es un misterio, y vivirlo es desentrañarlo para “ofrecerse” al siguiente.<br /><br />Por eso, no sé realmente si tenga que esperar hasta mañana. Si quiero empezar a vivir la mitad de mi vida (la que me queda por delante sea o no cronológicamente igual a la primera parte), luego de haber tomado la decisión de cómo hacerlo… ¿porqué no hacerlo a partir de hoy?Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-84226315247908528742011-01-31T09:45:00.001-03:002011-01-31T09:46:55.404-03:00Y porqué no a partir de hoy (parte II)… continúa de la columna anterior…<br /><br />La primera estrofa de “A partir de mañana”, de Alberto Cortez, me puso a pensar en muchas cosas; por ejemplo me puso a tratar de ubicar ese punto de inflexión en el que, según la letra, se comienza a volver del viaje de ida.<br /><br />Sin necesidad de haber encontrado respuesta a la pregunta inicial, también me puso a “decidir” qué era para mí esto de vivir la vida y de morir la muerte… Pero, como el propio Cortez nos “habla” de algunos de esos temas en el resto de la letra, me puse a leer más versos y también a pensarlos.<br /><br />La segunda estrofa, por ejemplo, pareciera estar destinada a poner un poco de claridad en el asunto de la vuelta del viaje. Dice así:<br /><br /><span style="color:#006600;">“A partir de mañana empezaré a vivir una vida más sana,<br />es decir, que mañana empezaré a rodar por mejores caminos;<br />el tabaco mejor y también por qué no, las mejores manzanas,<br />la mejor diversión y en la mesa mejor, el mejor de los vinos”. </span><br /><br />Interesante. El a partir de mañana se describe como: vivir una vida más sana y rodar por mejores caminos. La cuestión me cautivó, por la ironía tal vez, o porque me gusta ver las cosas de esa forma. Y nuevamente las preguntas para pensar:<br /><br />¿Es vivir bien la segunda mitad de la vida vivirla más sanamente?, ¿o sea que vivir bien la primera es excederse o maltratarse? ¿Por qué en la segunda parte de la vida –cuando se muere la segunda parte de la muerte– se ha de andar por mejores caminos?, ¿será porque la primera hay que vivirla andando por malos? ¿Será morir la segunda parte de la muerte alejarla, posponerla?, y por lo tanto vivir una vida más sana servirá para no atraer a la parca más de lo necesario… más de lo que se la haya seducido tal vez muriendo la primera parte de la muerte, cuando se vivía la primera mitad de la vida.<br /><br />No es mi intención “criticar” la letra, al contrario, pensarla abiertamente; por eso cuestiono: ¿somos así como sugiero en las preguntas?, ¿vivimos sin cuidado y nos cuidamos para morirnos?<br /><br />¿Es realmente vivir una vida más sana el mejor tabaco y los mejores vinos?, ¿diremos que son mejores cuando sean mejores para la salud, o mejores porque nos “pegan” más fuerte? ¿Son las mejores manzanas las mejores tentaciones?, y de ser así ¿son mejores las tentaciones que más tientan, o las que con menos esfuerzo se satisfacen?, ¿las que hacen más daño, las más caras, las más complejas o rebuscadas… o las más simples y básicas como la risa franca, el amor espontáneo y cosas por el estilo?<br /><br />Maravillosa estrofa para reflexionar, para abrir la cabeza, para opinar y opinarse, para decidir cómo se quiere vivir y morir.<br /><br />No pareciera tener nada que ver con mi planteo de dejar un poco de mirarse y vivirse a uno mismo, para empezar a vivir con otros; dedicando partes de nuestra vida a ellos, y dejándonos influir, modificar; muriendo tal vez un poco a nosotros para dejarnos “vivir” (en el buen sentido) por los otros, y obviamente viceversa.<br /><br />¿Es así?, ¿no tiene nada que ver?, ¿o sí?... Juntando ideas: ¿es la mejor diversión y la mesa mejor la individual, o la compartida?; y si fuese la compartida, entonces, los mejores tabacos, vinos, manzanas y tentaciones, ¿no serán en vez de los más caros o los más fuertes los que se con-viven, los que se com-parten?<br /><br />¿Será la primera mitad la vida la de conseguir y la segunda la de compartir lo conseguido? ¿Se podrán vivir las dos juntas?, o será la simultaneidad algo impracticable; y no porque dependa de un reloj o calendario, sino porque no se deja una parte y se comienza la otra hasta que cierto nivel de “madurez” permite tomar una decisión al respecto.<br /><br />…continuará…Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-19414948093108202862011-01-18T17:47:00.001-03:002011-01-18T17:51:04.881-03:00Y porqué no a partir de hoy (parte I)Escuché nuevamente hace poco esa canción de Alberto Cortez que se llama: “A partir de mañana”; pero esta vez –supongo que simplemente porque era el momento correcto– me puse a pensar la letra en vez de sólo oírla. La canción comienza diciendo:<br /><br /><span style="color:#006600;">“A partir de mañana empezaré a vivir la mitad de mi vida;<br />a partir de mañana empezaré a morir la mitad de mi muerte;<br />a partir de mañana empezaré a volver de mi viaje de ida;<br />…” </span><br /><br />De inmediato vino a mi mente la primera cuestión a pensar: ¿dónde estoy yo?<br />Cronológicamente hablando, espero estar muriendo la mitad de mi muerte; porque con la edad que tengo, por mucho que la ciencia avance, vivir otro tanto sería probablemente pedirle mucho a mi anatomía.<br /><br />Pero en realidad, aparte de donde estoy ahora me questioné: ¿cómo sabe uno realmente dónde está ese punto en el que hay que dejar de ir, y por lo tanto hay que empezar a volver?<br /><br />Y de repente se produjo en mi cabeza una catarata de preguntas. Por ejemplo: ¿cambia la cosa de dirección así de un día para otro? ¿No hay descanso?, ¿apenas se deja de vivir la vida se tiene que empezar a morir la muerte?, o son en realidad cosas que pasan en simultáneo. ¿No se puede uno quedar descansando un tiempo luego de la subida y antes de empezar la bajada?<br /><br />Y desde otro ángulo, ¿qué es vivir la vida?: ¿dedicarse a los placeres?, ¿dedicarse a uno mismo porque la vida es corta?, ¿a disfrutar –sin pensar demasiado en haber sembrado para poder luego recoger esos frutos?... O eso es morir la muerte. ¿Es vivir la vida construir o consumir?...<br /><br />Y claro, ¿qué es morir la muerte?: ¿esquivarla?, ¿prepararse?, ¿hacer todo lo que no se hacía mientras se vivía la vida? ¿Es malo empezar a morir la muerte o es en realidad liberador, superador? ¿Podría ser morir la muerte dejar de mezquinarle a los demás el propio tiempo y la propia vida, porque como es corta hay que vivirla y nada más?...<br /><br />Muchísimas preguntas siguieron formulándose casi solas, todas sin respuesta, todas para pensar… maravilloso… vivificante, aunque en realidad mi persona haya comenzado a volver de su viaje de ida.<br /><br />En inglés hay una expresión para los que –supuestamente– como yo ya estamos pasados de la “mitad” teórica. En ese idioma se dice: “<em>to be over the hill</em>”, lo que significa estar sobre la colina, pero habiendo pasado la cima de la misma, o sea ir de bajada y ya no de subida. Pareciese que en esas culturas también se reconoce un punto de inflexión en el que las cosas cambian de dirección.<br /><br />Tienen además, por otro lado, una expresión para los que han muerto, dicen: “<em>to be under the hill</em>”, o sea estar bajo la colina, en realidad bajo el montículo de tierra que se forma al enterrar a la persona.<br /><br />Por eso es que hay un refrán, normalmente dicho por los que tienen “esas” ciertas edades cumplidas, que asegura:<br /><br /><span style="color:#006600;">“<em>Better to be over the hill, than under it</em>”. </span><br /><span style="color:#006600;"><br /></span>Lo que significa: mejor estar sobre la colina –tener una edad algo avanzada–, que debajo de ella –estar muerto y enterrado.<br /><br />¿Será así para cualquier edad?, ¿para cualquier estado de salud?, o será así sólo para los que están aún viviendo la vida sin importarles la edad, para los que entienden –o incluso definen para sí– morir la muerte como algo natural y tal vez hasta positivo (y no me refiero a depresivos o suicidas).<br /><br />Mucho para dar vueltas sobre estos temas, al menos en mi cabeza… y tal vez esa sea la indicación de que se pasó el límite, el empezar a pensar en el asunto.<br /><br />Más allá de lo que nos sugiera la letra de la canción –que voy a seguir “destripando”–, para mí vivir la vida es hacer. Morir la muerte no estoy seguro, pero si le quisiera dar un buen sentido –y quiero porque eso me da tanta vitalidad como cuando era adolescente–, sería haber terminado de entender que lo que se hace debe ser también para otros y no sólo para uno. Sería entender que morirse un poco a uno mismo, en pos de vivir algo para los demás, retorna en vida de los otros hacia uno, y hace las cosas mejores para todos.<br /><br />Si esto es así me parece que el dilema no es entre vivir la vida o morir la muerte; el problema es morirse estando en la etapa incorrecta, y como en realidad uno no sabe cuando la parca ha de tocar a la puerta, construyendo y consumiendo a la vez, vivir la vida y morir la muerte deberían hacerse en simultáneo.<br /><br />Es demasiado arriesgado pensar que como por ahora uno es joven mejor dedicarse a sí mismo y a la propia vida, que para los demás habrá tiempo. Pero también suena demasiado deprimente pensar que como ya no tiene sentido hacer cosas para uno, mejor pensar sólo en los demás. Tal vez el secreto esté en el equilibrio (¡ja!), y de ser así entonces no haya punto de inflexión.<br /><br />Para pensar, a partir de mañana o mejor a partir de hoy… cada uno con su vida y con su muerte… tal vez escuchando a Cortez.<br /><br /><br /><em><span style="font-size:85%;">… continuará… </span></em>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-68090793236433214942010-12-22T15:33:00.001-03:002010-12-22T15:34:35.037-03:00Narcisismo a la enésima potenciaLeyendo el periódico hace muy pocos días encontré una nota (1) titulada: <span style="color:#006600;">“El narcisismo ya no será un trastorno”</span>; y a continuación se aclaraba: “<span style="color:#006600;">Los especialistas lo atribuyen a que se ha vuelto ‘normal’ en la sociedad occidental”.</span> Definitivamente me pareció algo digno de ser pensado.<br /><br />Narciso es un personaje de las mitologías (figura al menos en la griega, la helénica y la romana), que termina muriendo por apreciarse demasiado. La versión más popular cuenta como al enamorarse del reflejo de sí mismo en un lago, cae en él y se ahoga.<br /><br />Narciso es entonces el que se quiere en exceso; tanto, que su auto-mirarse termina ahogándolo, causando su extinción. Narciso se auto-consume, su imagen lo aniquila. Interesante, ¿no?; particularmente en un mundo en el que la imagen está –tal vez– sobrevalorada.<br /><br />La nota periodística afirma que la próxima edición del <em>Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales</em> (2) (DSM según sus siglas en inglés), que se editaría en el año 2013, lo eliminará como trastorno de la personalidad. Esto se debe –aparentemente– a que como el narcisismo es cada vez es más común entre las personas:<br /><br /><span style="color:#006600;">“…esta vez no se pusieron de acuerdo (los científicos) con respecto a que esas características puedan ser consideradas hoy una ‘enfermedad’… (Dichas características) cada vez son más habituales, y por lo tanto queda desdibujado el umbral entre la patología y la normalidad”. </span><br /><br />Bueno, ¿entonces?: si vuelve a aparecer una gripe epidémica como la del 2009, y por lo tanto sus características se hacen muy habituales (fiebre alta y muerte), ¿deberíamos no considerarla una enfermedad o “trastorno”, y así no gastar tanto dinero en intentar curarla?<br /><br />La versión actual del DSM (la cuarta edición) dice que el narcisismo es un trastorno de la personalidad del grupo B: desórdenes dramáticos, emocionales o erráticos. El manual aclara que para considerar a alguien afectado por este mal, deben darse al menos cinco o más de las siguientes conductas o características:<br /><br />• Poseer un grandioso sentido de la auto-importancia; por ejemplo, esperar ser reconocido como superior sin unos logros proporcionados.<br />• Sentir preocupación por fantasías de éxito ilimitado, poder, brillantez, belleza o amor imaginarios.<br />• Creer que se es "especial" y único, y que sólo se puede ser comprendido por personas que son especiales o de alto estatus.<br />• Exigir una admiración excesiva.<br />• Ser muy pretencioso; por ejemplo esperar recibir trato especial o que se cumplan automáticamente las expectativas expresadas.<br />• Ser interpersonalmente explotador, sacar provecho de los demás para alcanzar sus propias metas.<br />• Carecer de empatía, ser reacio a reconocer o identificarse con los sentimientos y necesidades de los demás.<br />• Frecuentemente envidiar a los demás, o creer que los demás le envidian a uno.<br />• Presentar comportamientos o actitudes arrogantes o soberbias.<br /><br />Si hemos llegado al punto en el que cinco o más de estas conductas en alguien han de ser consideradas normales, y por lo tanto comportarse consistentemente de esta forma no puede (o no debe) ser catalogado como patológico, me parece que estamos en problemas.<br /><br />En mi afán de comprender, dudé; y fue por eso que inmediatamente me puse a buscar en los diccionarios el significado de patológico, ya que tal vez yo estaba entendiendo mal.<br /><br />Fue entonces que “comprendí” lo que sucedía. Patológico significa: estudio del sufrimiento o del daño. ¡Claro!, es que los psicólogos que escriben el DSM están considerando al narcisismo desde el punto de vista del narcisista, y en realidad el daño o sufrimiento se le causará a los que lo rodean, a la sociedad. El “afectado” no es el narcisista, el afectado es el que se cruza con uno.<br /><br />Por eso es entonces que el narcisismo dejará de ser una enfermedad; la enfermedad es, y será, relacionarse con una persona que exhibe –a partir del 2013 probablemente hasta con orgullo y sin posibilidad a criticarlo– cinco o más de las características que tan prolijamente enunciaron los que escribieron la edición cuarta del DSM.<br /><br />¿Cómo llamarán a la patología –que causa sufrimiento y daño– del que al conocer a un narcisista trate de relacionarse con él o ella, en vez de dejarlo ahogarse en sí mismo?, ¿habrá tratamiento para eso?<br /><br />Dejando de lado el sarcasmo –si es que puedo–, ¿qué sociedad tendríamos si todos nos comportamos como dice la lista?, ¿sería factible la convivencia real y concreta con algo de contenido?<br /><br />Yo realmente no puedo creer que esto sea tan común que la mayoría de la gente ya sea así. Sí creo que cada vez hay más, y que las televisiones cada vez muestran más a los que son así porque es negocio, y que las empresas en sus publicidades nos piden cada vez más ser así para vendernos más cosas; pero no creo –no quiero creer– que ya no quede esperanza y por lo tanto estemos en camino de ahogarnos grupal y narcisísticamente en un lago –casi como las ratas del flautista de Hamelin.<br /><br />¿Qué habrá que hacer para “recuperarnos”? ¿Podremos evitar una desintegración social que parecería hoy inexorable bajo el supuesto reino del narcisismo? ¿Podremos aprender de los que se vayan “ahogando” primero –personas o incluso otras sociedades– como para reaccionar a tiempo? ¿Será inevitable que la humanidad necesite crisis violentas y rupturas dolorosas para aprender, hasta que el olvido la haga caer nuevamente en lo mismo?<br /><br />Definitivamente un tema para pensar; y como esta columna es una invitación a eso, a pensar y a reflexionar “usando” literatura –más allá de recomendar la lectura del mito de Narciso para tratar de aprender algo de él–, me pareció que este cuento podría ayudar:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Había una vez una rosa roja muy bella. Se sentía de maravilla al saber que era la rosa más bella del jardín. Sin embargo, se daba cuenta de que la gente la veía de lejos.<br /></span><br /><span style="color:#006600;">Percibió que a su lado había siempre un sapo grande y oscuro, y que era por eso que nadie se acercaba a verla de cerca. Indignada ante lo descubierto le ordenó al sapo que se fuera de inmediato; el sapo, muy obediente, dijo: Está bien, si así lo quieres.<br /></span><br /><span style="color:#006600;">Pocos días después el sapo pasó por delante de la rosa y se sorprendió al verla totalmente marchita, sin hojas y sin pétalos. </span><br /><br /><span style="color:#006600;">Le dijo entonces: Vaya que mal que te ves, ¿qué fue lo que te pasó? </span><br /><br /><span style="color:#006600;">La rosa contestó: Desde que te fuiste unas hormigas me han comido día tras día.<br /></span><br /><span style="color:#006600;">El sapo sólo replicó: Es que cuando yo estaba aquí me comía a esas hormigas; por eso siempre eras la más bella del jardín”. </span><br /><br />En fin, tal vez valga la pena tratar de no mirarnos tanto en un lago, en un espejo, en un video subido a Internet o en algo por el estilo. Lo bueno de no mirarse tanto a uno mismo, y sí mirar a los otros pero con verdaderas ganas de verlos, es que si caemos al agua y comenzamos a ahogarnos al menos habrá alguien allí para sacarnos. No será ésta la mejor razón para no ser completamente narcisista… pero puede ser un inicio.<br /><br /><br /><br /><strong><em><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><span style="font-family:arial;font-size:85%;">Referencias:<br /></span><br /><span style="font-family:arial;font-size:85%;">(1) Nota firmada por el periodista Pablo Sigal, y publicada en el diario Clarín, de Argentina. <a href="http://www.clarin.com/sociedad/narcisismo-trastorno_0_385161535.html">http://www.clarin.com/sociedad/narcisismo-trastorno_0_385161535.html</a> </span><br /><span style="font-family:arial;font-size:85%;"><br />(2) La Asociación Psiquiátrica de los Estados Unidos edita el Manual Diagnóstico y Estadístico de los trastornos mentales (del inglés Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders, DSM), el que provee una clasificación de dichos trastornos, y también descripciones claras de las categorías diagnósticas con el fin de que clínicos e investigadores puedan diagnosticar, estudiar y tratar los distintos trastornos mentales.<br /></span><br /><span style="font-family:Arial;font-size:85%;"></span>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-6942185672000523042010-12-05T17:07:00.003-03:002010-12-05T17:18:06.009-03:00Libertad y VacíoLos que siguen las columnas que escribo (si es que esa presunción es algo más que petulancia de mi parte) habrán notado que dejé de hacerlo por unas semanas.<br /><br />La vida cambia, las cosas evolucionan, los tiempos se dedican a unas cosas un día y luego ya no… y también muchas veces otros requieren de nosotros momentos que antes nos dedicábamos.<br /><br />Lo cierto es que luego de unos años de constancia y regularidad me encontré a mí mismo –por diversas circunstancias– como encerrado, atrapado en una costumbre sobre la que al preguntarme ¿por qué?, no me pude contestar con claridad.<br /><br />Es cierto que gran parte de mi tiempo está (definitiva o circunstancialmente) comprometido y dedicado a otros menesteres más allá de la escritura, pero no era eso sólo lo que me inhibía de sentarme a escribir.<br /><br />Releyendo algunas de las citas que colecciono (por suerte eso aún sí puedo hacerlo), me encontré con unos párrafos de un libro de Jaime Barylko, titulado <em>La dimensión del hombre</em> (1)<em> ,</em> que volví a sentir como martillazo en la frente cuando entraron por mis ojos. Dicen así:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Cultura es creación; luego, cultura es conservación, tradición, dogmatización de lo creado, es decir, negación, en principio de la creación, de la libertad”. </span><br /><br />¡Ja! ¿Qué tal? Ahí estaba yo, encerrado, conservado, dogmatizado… no sólo en el formato sino en la escritura de la supuesta creación que quería entregar cada semana. Ahí estaba yo: incómodo. Sigue Barylko:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Es el juego de la libertad, que al crear va dando lugar a jaulas, a prisiones más o menos duraderas. Hasta que el tiempo –los hombres, las generaciones- las corroen con nuevos ataques de libertad, para crear nuevas jaulas y prisiones de ideas, sentimientos, valores, frases, conceptos, imágenes”. </span><br /><br />Es un juego de nunca acabar. Me puse a pensar tanto mi situación como en la de nosotros como sociedad, creamos, inventamos, armamos… nos encerramos, nos aburrimos, nos enquistamos… rompemos, creamos… y así.<br /><br />Por eso me decidí a cambiar. Escribir me gusta, leer y reflexionar también, compartir lo reflexionado (de esta manera) es también ya parte de mis gustos; pero basta de “esta” rutina.<br /><br />Crearé una nueva rutina, sin rutina: cuando quiera, cuando pueda, cuando me salga, escribiré –a pesar de que para el medio que elegí la falta de continuidad sea un “grave delito”.<br /><br />“Un blog hay que mantenerlo activo”, se dice. “En las redes sociales no podés dejar de estar constantemente publicando”, recomiendan los nuevos gurúes de la era digital. Pues… debe ser así, pero no me importa. No lo hago por desconocimiento, lo hago a sabiendas y sin temor a las “terribles” consecuencias.<br /><br />Espero que el lector asiduo, si es que alguna vez lo hubo, no se sienta ofendido. Es cierto que estoy pensando más en mí que en él o ella; pero tampoco tendría mucho valor llenar pantallas con letras sin sentido sólo para mantener la frecuencia, para eso ya hay cientos de miles de millones tanto en Internet, como en la televisión, la radio, etcétera, etcétera.<br /><br />Eso, justamente, es lo que no quiero; por eso me ayuda también el amigo Cortázar, quién, hablando de algo bastante parecido a lo que decía en sus citas don Jaime, escribía esto en su <em>Rayuela</em> (2):<br /><br /><span style="color:#009900;">“Si algo había elegido desde joven era no defenderse mediante la rápida y ansiosa acumulación de una «cultura», truco por excelencia de la clase media argentina para hurtar el cuerpo a la realidad nacional y a cualquier otra, y creerse a salvo del vacío que la rodeaba”.</span><br /><br />No critico a los demás (aunque siempre parece eso), sólo trato de decir lo que pienso y creo. Me interesa difundir cultura, crear –en conjunto– cultura, pero no encerrarme, estandarizarme, masificarme, hacerme “soldadito” de la máquina de producir “contenido”. Prefiero el vacío a la basura. Prefiero dejar algunas semanas un vacío, en vez de llenar el ciberespacio de basura.<br /><br />Es probable que cuando escriba no sea lo mío maravilloso, con lo cual seguramente se podrá decir: “si no quiere llenarnos de basura que no escriba más”… puede ser; pero si escribo también cuando no tengo ganas el que se tendría que decir eso sería yo mismo.<br /><br />Así que bueno, hasta aquí llego, nos veremos cuando nos veamos, nos leeremos cuando nos escribamos. Crearemos una nueva cultura de intercambio, que tal vez algún día sea otra “jaula”, y ese día –al percatarnos del asunto– habrá que dedicarse a tratar de escapar.<br /><br />Entre Barylko y Cortázar, más allá de lo que a mí me pasa, da para pensar y mucho. Libertad y vacío. Libertad para tomar las decisiones correctas frente al vacío. Libertad para moverse; para hacer; para crear. Vacío que permite usarse a uno mismo para llenarlo, sin tener que ceder nuestra libertad a “culturas” inventadas por otros para simplemente tenernos adormecidos y consumiendo.<br /><br />Qué palabras más difíciles… Qué palabras más interesantes… Qué palabras que tanto se distorsionan para confundir, y quitar la libertad llenando vacíos con contenidos intencionados.<br /><br />Qué suerte que siempre haya autores a mano con pensamientos escritos, para poder reflexionar…<br /><br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><br /><br /><span style="font-size:85%;">(1) <em>La dimensión del hombre</em>. Jaime Barylko. Editorial Sudamericana, 2005.</span><br /><span style="font-size:85%;">(2) <em>Rayuela</em>. Julio Cortazar. Editorial Punto de Lectura, 2007.</span>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-50567711180619522542010-10-31T17:06:00.001-03:002010-10-31T17:08:45.127-03:00El asunto es cómoUn poema que Anthony de Mello incluye en su libro: “La oración de la rana” , me produjo –al leerlo– sentimientos encontrados. Parte del mismo dice lo siguiente:<br /><br /><span style="color:#006600;">“... </span><br /><br /><span style="color:#006600;">En el juego de naipes que llamamos "vida"<br />cada cual juega lo mejor que sabe<br />las cartas que le han tocado. </span><br /><br /><span style="color:#006600;">Quienes insisten en querer jugar<br />no las cartas que le han tocado,<br />sino las que creen que deberían haberles tocado,<br />... son los que pierden el juego. </span><br /><br /><span style="color:#006600;">No se nos pregunta si queremos jugar.<br />No es ésa la opción. Tenemos que jugar.<br />La opción es: cómo” </span><br /><br />Los que lo hayan leído completo podrían decir que así –con la estrofa introductoria faltante– está fuera de contexto. Puede ser, no lo voy a negar; pero es que esta parte del poema –por más trunco y fuera de contexto que lo haya yo dejado– tiene amplias posibilidades de servirle a todos, a los que crean en lo que cree Anthony de Mello, y a los que no también. Por eso es que, sin aclarar ni confundir más, sigo con la pieza así como está.<br /><br />En la primera lectura me sonó a exhortación a la pasividad, a algo así como a decir: “esto es lo que hay, y por lo tanto aquí nos quedamos”; me dio la sensación de que me proponía una conducta falta de aspiraciones.<br /><br />Definitivamente no es eso lo que me enseñaron, ni lo que por una u otra razón practiqué toda mi vida. Por el contrario: buscar, esforzarse, aprender, crecer, desarrollar, y otros por el estilo, son verbos que siempre llenaron mis días. Lo que no tengo, salgo a buscarlo; lo que no me sale, me esfuerzo para poder lograrlo; lo que no sé, trato de aprenderlo; crezco, me desarrollo, me hago más de lo que soy; recomiendo esto constantemente, promuevo esto, enseño esto al que me quiera escuchar; y busco, en otros que hacen lo mismo, ejemplos de cómo hacerlo yo más y mejor.<br /><br />Desde este punto de vista diría que no juego sólo con las cartas que me han tocado, me busco otras.<br /><br />Pero claro, no es eso en realidad a lo que se refiere don Anthony. Es indudable que el autor nos invita a “aceptar”, pero no de cualquier manera, no con los brazos caídos, no abandonando la voluntad; y allí está el truco: en el cómo jugar las cartas, porque la capacidad de aprender, la voluntad de esforzarse, ese tipo de “cartas”, nos las han repartido a todos.<br /><br />Hipotéticamente hablando cualquiera podría decir: “yo no tengo la carta de tal o cual idioma, así que no viajo”. Pero con seguridad –de mirar las que sí le tocaron– tendrá la de hacer el esfuerzo de aprender dicha lengua; el asunto es entonces si esa –la de ponerse a aprender– habrá de querer jugarla o no, y cómo.<br /><br />El poema no se refiere a despreciar dones y capacidades que tenemos de ser mejores, se refiere seguramente a esas miradas que damos al jardín del vecino, que siempre se ve más verde que el nuestro –aunque no sepamos lo que gasta en fertilizante, el tiempo de arduo trabajo que le dedica, etcétera.<br /><br />Una vez me dijeron –cuando mi hijo era muy chico– que había que tener cuidado con las comparaciones entre pequeños, porque uno tiende a ver al que juega bien al fútbol y a compararlo con su hijo, y luego a cotejarlo también con el que estudia mucho, y con el que es ordenado, y con la que baila ballet clásico o toca la flauta como de conservatorio desde antes de caminar, y con el que anda en bicicleta con los ojos cerrados y aparte canta el himno en ocho idiomas… claro, que todos son uno o una distintos, ninguno hace todo –como sí pretendemos muchas veces para los nuestros. El que estudia no juega, o la que toca la flauta es desordenada, o el que canta el himno en ocho idiomas hace travesuras en catorce.<br /><br />Comparamos y nos comparamos con los demás, y nos frustramos por no tener –aparentemente– lo que los demás nos muestran; sin ver lo que sí tenemos, las cartas que sí nos tocaron. Anthony de Mello no nos recomienda quedarnos sentados sin intentar mejorar, lo que nos advierte es que lleva a perder el vivir mirando las manos ajenas mientras se “desprecia” la propia.<br /><br />Está muy claro que hay que jugar, que nadie nos pregunta, y que muchas veces nos tocarán cartas que tal vez no consideremos las mejores –o las que hubiésemos deseado. Pero no hay porqué resignarse; porque por malas que sean las cartas, siempre queda el asunto de cómo jugarlas.<br /><br />Casi en cualquier juego de naipes es lo mismo, no hace falta tener la mejor mano para ganar, sólo hace falta saber jugarla. Y lo interesante es que el juego de la vida se parece mucho a esos en los cuales no hay necesariamente que ganarle a los demás, sino simplemente ir mejorando contra uno mismo.<br /><br />Alguien nos convenció –probablemente desde un televisor–, que en la vida se gana si se tiene la tele más grande, o el auto más moderno, o la mayor cantidad de ropa sin usar porque hay que comprar tanta que no alcanza el tiempo para estrenarla… pero lo cierto es que no es tan así. Al final de la vida nadie le da un premio al que se muere habiendo comprado más cosas que los demás.<br /><br />Ser mejor cada día, jugando bien todas las cartas que nos tocaron para que nuestra mano sea más poderosa, más brillante, más rica –para nosotros y para los que nos rodean–, tal vez tampoco lleve premio tipo copa o medalla; pero sí llevará el reconocimiento de esos que estén a nuestro lado, y la propia satisfacción personal –que es maravillosa no sólo porque no paga impuestos, sino porque además nunca nadie nos la puede sacar.<br /><br />Obviamente me gusta el poema (que es mucho más profundo que mi primer y mi segundo análisis del mismo, y me deja con ganas de seguir y de seguir…), y no me llama a la desidia, o a la pasividad desesperanzada de un “destino” que no se puede alterar.<br /><br />Aceptar nos pide Anthony de alguna forma, y allí –en la forma– es donde radica en gran parte el cómo. Aceptar no es abandonar o resignarse, aceptar es transformar –en grandísima medida transformarse– y ver la realidad desde “otro” lugar, para luego encarar el juego con estrategias más adecuadas.<br /><br />El asunto de cómo jugar esta vida no está sino en el cómo se usan las cartas que nos tocaron –las habilidades, los dones, las capacidades incluida la de aceptar. Y ese cómo es justamente de trabajo, y no de desidia; de actividad transformadora y de construcción esperanzada de destinos mejores, para nosotros o para los que nos siguen. Ese cómo no es de mirar a otros sino de mirarse a uno mismo y hacer, incluso de hacerse y re hacerse –en muchos casos– aceptando para poder seguir haciendo.<br /><br />¡A jugar!, que el asunto es cómo, y eso sólo depende de nosotros.<br /><br /><br /><br /><strong><em><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></em></strong><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-51077991869687660052010-10-24T07:31:00.005-03:002010-10-24T07:40:22.769-03:00El dedo y la lunaUn proverbio que se me cruzó hace un tiempo y me dejó pensando, intenta marcar una diferencia entre puntos de vista. Dice así:<div><br /><span style="color:#006600;">“Cuando el sabio señala la luna, el idiota se fija en la punta del dedo”.</span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span>Me gustó, y no me gustó a la vez. Me pregunté instantáneamente: ¿qué querrá decir realmente?; e inclusive: ¿qué debería querer decir? </div><div><br />Si se toma en forma literal exalta –a priori creo que de manera algo cruel– la incapacidad de aquél al que se llama idiota. Algo en esto me produjo cierta incomodidad.</div><div><br />Idiota proviene de un término que se usaba en la antigua Grecia, para referirse al que no se ocupaba de lo público sino sólo de sus propios asuntos. Para esa sociedad no ocuparse de los temas de la polis no era bueno, y el idiota (o los idiotes, en griego) eran entonces personas no útiles –a la sociedad. Con el correr del tiempo, y más allá de si esto era causado por incapacidad real y concreta o por decisión personal, la palabra se comenzó a utilizar para referirse a enfermedades mentales que reducían en los pobres afectados la habilidad de socializar, o de desarrollar sus capacidades de una manera “convencional”.</div><div><br />No me voy a meter con los que por decisión propia no quieren ver más allá del dedo, porque eso sería cuestionar sus libertades individuales y no estaría bien (podrán no ser útiles a la sociedad, podrán ser egocéntricos o egoístas, podrán ser…, lo que sí creo –más allá de no tener derecho a criticarlos– es que hoy esa cuenta de “idiotas” a la griega daría números demasiado altos). Pero que tal los que no pueden ver más allá, los que no han sido capacitados, aquellos en los cuales no se ha despertado nunca la inquietud de…</div><div><br />Pensando en esto me di cuenta que el refrán se puede usar en realidad de una forma “inversa” a la literal. Si el sabio ve la luna y la señala, y si el sabio es sabio, ¿no debería intuir que el supuesto idiota (en su acepción de falto de capacidad) no verá más que la punta del dedo que la señala? ¿De quién es la culpa entonces? –si es que queremos echársela a alguien–, del “idiota” que no puede o del sabio que desde su supuesta sabiduría no logra “ver” más que un idiota en el otro, en vez de alguien con potencial de dejar de serlo. ¿Por qué juzgar de insalvable la falta de capacidad?<br /><br /></div><div>Por otra parte, ¿será que el sabio nació sabio?; o habrá él mismo en algún momento sido “elevado” desde su desconocimiento, por alguien que le mostró esa luna de una forma en la que pudiese verla. ¿Cómo mostrar las cosas de maneras tales en que la verdad pueda ser asimilada, sin dedos distractores? </div><div><br />¿En qué reside la sabiduría del sabio?, en coleccionar informaciones que no puede compartir por incapaz y limitado, o en lograr que los que aún no han podido capturar determinados conceptos se hagan capaces de hacerlo. ¿Qué incapacidad es peor?, la de aprender o la de enseñar. ¿No será la supuesta idiotez del alumno más que la excusa de un mal maestro?</div><div><br />Sabiduría y saber vienen etimológicamente de sabor (de la raíz sapio, saber y sabor en latín); y es maravilloso –para mí que gusto de jugar con las palabras– lo que uno puede “divertirse” con este origen común. El que sabe es el que probó. Hay que probar los saberes, tanto como los sabores. Y al que le gusta un sabor, o un saber, y por ese motivo se entusiasma, y prueba más, y más, se termina transformando en sabio, en “sabedor” de ese sabor, de ese saber.</div><div><br />El punto es, una vez que sé, que incorporé el saber –o el sabor–, ¿qué hago con él?, ¿lo escondo, lo señalo “nada más”, o intento compartirlo realmente? ¿Hablo solamente del saber?, o trato de hacer que otros lo prueben para gustar del mismo sabor, del mismo gusto por aquello a lo que algo sabe, a lo que de las cosas se puede saber.</div><div><br />Pues bien, creo que usando la definición griega de idiota (y por lo tanto sin ánimo de insultar), se puede decir que el que sabe y no logra hacer saber no es más que eso, un idiota por no ocuparse de los asuntos públicos –sea por decisión o por incapacidad–, por no com-partir; especialmente cuando se auto limita subestimando a los demás, en vez de buscar el desarrollo en sí de las capacidades adecuadas para enseñar.</div><div><br />Saber transmitir un saber, preocuparse por el que tiene que saber y no tanto por el saber en sí, es tal vez lo que considero el grado máximo de sabiduría: el saber hacer que otros logren saber.</div><div><br />Pienso que el proverbio “carga” sobre el que no puede más que fijarse en la punta del dedo, una responsabilidad que no tiene. Por eso me gustaría mucho que existiese una segunda versión del mismo que pudiese decir así:</div><div><br />“Si el sabio que señala la luna no logra que los que quieran conocerla vean más que la punta de su dedo, es muy probablemente –además de sabio– un idiota”.<br /></div><div><br /></div><div><br /></div><div><b><i><span class="Apple-style-span" style="font-size: x-large;"><span class="Apple-style-span">J. R. Lucks</span></span></i></b></div>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-38027710705122727512010-10-17T07:00:00.001-03:002010-10-24T07:38:44.820-03:00Verdades no evidentesHace un tiempo leí un cuentito que me resultó interesante. El susodicho tiene su lado “tierno”, así como además una notable cuota de crueldad. Dice lo siguiente:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Un día mi madre salió, y mi padre quedó a mi cargo. </span><br /><span style="color:#006600;"><br />Yo tendría entre dos y tres años, y uno de mis juguetes favoritos era, por ese entonces, un juego de té que alguien me había regalado.<br /><br />Mi papá estaba en el living mirando el noticiero de la noche, cuando le llevé una pequeña taza de té conteniendo en realidad no más que agua.<br /><br />Después de varias tazas, y de muchas alabanzas por la riquísima bebida, mamá llegó a casa. Mi papá la hizo esperar en el living para que me viera traerle una nueva taza de té, porque a él le había parecido la cosa más tierna que había visto.<br /><br />Mi mamá aguardó, me vio venir caminando por el pasillo con la taza de té para papá, y lo miró sin decir palabra mientras la tomaba.<br /><br />Luego de que acabara de beberla, mi mamá, rompiendo todo el encanto y haciendo alarde de algo que en realidad sólo una madre podría saber, le dijo:<br /><br />-¿No se te ocurrió que el único lugar en que la nena puede alcanzar agua es en el inodoro?" </span><br /><br />Inmediatamente vinieron a mi mente algunos refranes, por ejemplo éste que ese padre habrá de tener en cuenta a partir de su experiencia:<br /><br /><span style="color:#006600;">“De los escarmentados nacen los avisados”. </span><br /><br />Efectivamente, la experiencia hace que uno vea lo que mira con otros ojos; poniendo en este “ver” ya no sólo el sentido de la vista sino además otras capacidades, como la memoria, el razonamiento, etcétera. Para eso otro refrán aplica:<br /><br /><span style="color:#006600;">“La experiencia no se fía de la apariencia”. </span><br /><br />No siempre las apariencias engañan, pero muchas veces sí; de allí que no todas las verdades son evidentes, ni todo lo que parece evidente es cierto.<br /><br />¿Cuánta “agua de inodoro” tomamos hoy en día, en que lo “ofrecido” con aparente “ternura” es tanto? ¿Cuánta oferta que a los ojos resulta tentadora no es más que gato por liebre? ¿Cuánta experiencia hace falta para discernir correctamente?<br /><br />Discernir es una palabra que me parece maravillosa. Pasar por un cernidor –por un “colador”–, que deje pasar lo que queremos que pase y retenga lo que queremos que quede. ¿Dónde se aprende a cernir las ofertas para retener las buenas y descartar las malas?, ¿sólo a los golpes, o se podrá pensar un poco aunque para el ansia de venta de muchos eso sea un pecado mortal?<br /><br />No es cierto que como todo es “barato”, o “alcanzable”, o “accesible” en función de cuotas o financiaciones “sin interés” –aparente–, no resulta oneroso equivocarse y tomar agua de inodoro pensando que es té u otra bebida “potable”.<br /><br />En fin. Ojalá que al menos en las ofertas que nos hacen hubiese algo de ternura, y no sólo intención de engañar. No se puede vivir paranoico pensando que toda agua es de inodoro, pero tampoco tan ingenuamente como para creer que todo lo que parece puro y transparente lo es, aunque sea barato –o justamente porque lo aparenta.<br /><br />Algo de agua sucia habrá que estar preparados para tomar de vez en cuando; ya que aunque sea mala, sucia, o no cumpla con lo que creímos que iría a cumplir, no se puede vivir sin tomar. Para eso, y “estirándolo” para que sirva a efectos mayores, es muy cierto que:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Nunca digas de esta agua no beberé” </span><br /><br />… aunque sea de inodoro. Eso sí, no tan seguido, ¿no?<br /><br /><br /><em><strong><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></strong></em><br /><p><em><strong><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"></span></strong></em> </p><p><em><strong><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"> </span></strong></em></p><em><strong><br /><br /></strong></em>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-42626072905086482882010-10-10T07:55:00.001-03:002010-10-10T07:55:00.243-03:00Lo fundamental no cambia demasiado<span style="color:#006600;">“Tú tienes que recordar esto<br />un beso es todavía un beso…<br />las cosas fundamentales aplican de la misma manera<br />(aun) con el paso del tiempo”. </span><br /><span style="color:#006600;"></span><br />Así comienza el poema que da letra al tema musical “As time goes by” (que traducido del inglés se puede entender como: con el paso del tiempo). Y sigue:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Cuando dos enamorados se cortejan<br />aún dicen ‘te amo’,<br />en eso puedes confiar.<br />No importa lo que el futuro depare<br />con el paso del tiempo ”.</span><br /><br />El mismo fue escrito en 1931 para un musical de Brodway, por un compositor de nombre Herman Hupfeld. La canción se popularizó grandemente cuando, en 1942, se la incluyó como parte de la banda de sonido de la película “Casablanca”.<br /><br />¿Seguirá siendo así como aseguró Herman? ¿Seguirán las cosas fundamentales aplicando aun a pesar del paso del tiempo?<br /><br />Es definitivamente cierto que un beso sigue siendo un beso; pero ¿significa lo mismo?, ¿cuesta lo mismo obtenerlo?, ¿da el mismo placer recibirlo?<br /><br />Me da la sensación de que, como con tantas otras cosas, los besos cayeron en la trampa del consumo masivo y se comoditizaron; se consiguen con mucho menos esfuerzo y por lo tanto abundan, aunque no sé si satisfacen de la misma forma.<br /><br />No es crítica a los tiempos modernos. El tiempo pasa y la gente cambia, y está bien. De cualquier manera yo creo que el beso que sí importa sigue siendo tan valioso y exquisito como antes –lo cual aplica a la mayoría de las cosas en realidad, a pesar del esfuerzo de la economía de mercado por “abaratarlo” todo–; más allá de que sin mucho temor a exagerar, pueda verificarse la existencia en la actualidad de un mayor “caudal” de besos intrascendentes –o faltos de la mística que sugiere el tema musical– que los que había en el 31 o en el 42.<br /><br />El “te amo” también, muy probablemente, haya perdido algo de esa mística que tenía hace setenta años, pero sólo el uso de la palabra, no el sentimiento en sí. De hecho se dice que los sentimientos, en realidad, no han cambiado desde que el hombre apareció sobre la tierra. El amor es el mismo; cambian las formas de amar, los artefactos con los que se ama (o más bien con los que se hace el amor), las maneras de demostrarlo, pero el amor en sí es el mismo.<br /><br />Herman exageró un poco –probablemente a sabiendas–, pero tenía también algo de razón. Yo cuento con la ventaja de que el tiempo haya pasado, para poder ahora mirarlo en retrospectiva; lo que no quita que él haya así mismo mirado setenta o más años para atrás antes de escribir lo que escribió, fundamentando de esa manera sus dichos.<br /><br />¡Es así entonces!... ¿es así entonces?<br /><br />Hace muy poco leí, en un periódico , la aparición de un sitio de Internet dedicado exclusivamente al adulterio. La empresa, que utiliza este medio electrónico para ofrecer sus servicios, está “supuestamente” especializada en facilitar la infidelidad de los casados (al menos así se anuncia). El sitio WEB declara con orgullo:<br /><br /><span style="color:#000000;">“Si usted está buscando una emoción con una mujer casada en su ciudad o un amante a miles de kilómetros de casa, ¡XXXXX recibe y une a los infieles de todo el mundo! 159 países, son 159 nacionalidades que le esperan. ¿Una aventura extra-conyugal en América Latina? ¿Un amor a primera vista en Asia? ¿Una amistad a la vuelta de la esquina? Todos los encuentros infieles son posibles”.</span><br /><br />¿Qué tal? Otro gran producido de la globalización y la tecnología. En la época de As time goes by había que ser marinero para tener un amor en cada puerto, ahora sólo hace falta una computadora y cruzarse en un aeropuerto.<br /><br />En la nota, uno de sus fundadores sostiene que en realidad la iniciativa contribuye a la claridad y a la veracidad, ya que:<br /><br /><span style="color:#000000;">“La idea surgió tras comprobar, a través de estudios, que el 30% de los inscriptos en sitios de encuentros convencionales se presentan como solteros cuando en realidad están casados”. </span><br /><br />Obviamente no está bien mentirle a la persona con la que se va a engañar al propio cónyuge. El emprendedor tiene razón, ¡la sinceridad ante todo!<br /><br />El periódico donde se publicó la historia que cayó en mis manos, reportaba entre otras cosas:<br /><br /><span style="color:#000000;">“Según sus responsables, no es exclusivamente sexo lo que buscan sus miembros. ‘Sexo lo habrá, sin duda. Pero no es nuestra prioridad’, dice Thierry, un director financiero de 45 años casado desde hace 20, involucrado a través de XXXXX con Estelle, una mujer casada. ‘Yo lo que quiero es poder hablar, en casa ya nadie escucha’, agrega. Thierry había tenido aventuras, pero no una amante. ‘Ninguno de los dos ponemos en cuestión nuestra familia, no queremos romper con todo’.<br />Para concluir, bien vale incluir las palabras de Pixiwoo, una adúltera que desentraña las razones del éxito de XXXXX: ‘Las mujeres engañan generalmente a sus maridos con otros maridos. Los adulterios tienen así algo de conyugal, de honorable, de legal que merece la consideración general’". </span><br /><br />Especialmente luego de leer estos comentarios de sendos felices usuarios de este servicio público (calificativo que en este caso considero aplica de mil maravillas), me terminé de convencer: Herman tenía razón.<br /><br />Con o sin Internet, mintiéndole sólo a la pareja formal o además al amante, muchos Thierry en este mundo necesitan charlar con alguien (y tal vez decirle te amo), y cantidades de Pixiwoo no consiguen dejar del todo de lado su compromiso conyugal, sólo necesitan refrescarlo de vez en cuando cambiando de labios a los que besar.<br /><br />Las cosas fundamentales no cambian, un beso es todavía un beso, una mentira también. La necesidad de ser reconocido, aceptado, querido y deseado no ha cambiado en esencia; y esa necesidad fue y sigue siendo en gran medida más fuerte que muchos de los compromisos que nos animamos a asumir. Los amantes (legales o ilegales, navegantes de los mares o de la WEB) se siguen diciendo te amo –sintiendo o no lo dicho–, aunque en el momento de pasión a nadie parezca realmente importarle demasiado la sinceridad.<br /><br />Lo “fundamental” ahí está, intacto, sólo que ahora en grandes volúmenes, y facilitado por la tecnología, tanto besos como mentiras, tanto amores como infidelidades. Herman tenía razón… sigue teniendo razón. Menos mal, ¿o… tal vez no?<br /><br /><br /><strong><em><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></em></strong><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-41830683775592035092010-10-03T07:51:00.000-03:002010-10-03T07:51:00.426-03:00Feliz cumpleañosEsta semana (aunque en realidad no importe mucho cuál sea la semana, porque cuando usted lea lo que sigue muy probablemente “esta” semana ya haya pasado), cumplió años un amigo muy amigo, así que fui a verlo.<br /><br />Este querido ser, quién en su momento tuvo mucho que ver con que yo sea lo que soy, es también un gran amante de los refranes y del poco nocivo vicio de tratar de pensar usándolos. Siendo así, luego de saludarlo, le pedí que me contara algunos de sus favoritos o de los que significaron algo para él, y que me sugiriera cosas para pensar.<br /><br />-Verás –me dijo–, un refrán que usaba yo mucho de joven, lamentablemente, aconsejaba:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Si no puedes convencerlos, confúndelos”.</span><br /><br />-Fue una época de mi vida en la que pensaba que podía llevarme el mundo por delante, en la que creía que todo era una competencia; en la que estaba tan seguro de mí mismo que no me daba cuenta de cuanto contenido me faltaba.<br /><br />-Otro, que sostenía en mucho al anterior y que no reflejaba más que mi visión “unilateral” (mi lateral) del mundo, aseguraba:<br /><br /><span style="color:#006600;">“El que ríe el último piensa más lento”.</span><br /><br />-Era yo un experto en desestimar y despreciar puntos de vista ajenos, no por maldad, sino por ignorancia. Obviamente el tiempo pasa, uno va creciendo, y se va dando cuenta que el mundo y la realidad son mucho más “anchos” de lo que se pensaba.<br /><br />-Crecí, y sinceramente te puedo decir que me deprimí un poco de pensar en cuánto había dejado pasar. Así fue que empecé a buscar la verdad en otros, y por lo tanto un proverbio que repetía yo muy seguido era.<br /><br /><span style="color:#006600;">“Lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe”.</span><br /><br />-¡Ja!, o no los encontré, o ninguno sabía nada de lo que a mí me hacía falta.<br /><br />Pensé entonces que “adormecerme” me ayudaría, y como sabrás usé algunos métodos que para eso prometían diversión aparte del adormecimiento. Tomé un poco… bueno, en realidad muchos pocos. En algún momento el médico me dijo que no tomara más, y yo le hice caso, no tomé más pero menos tampoco, seguía tomando lo mismo. Evidentemente no entendí bien. En esa época me acuerdo que mi refrán más en boca prevenía:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Es bueno dejar la bebida, lo malo es no acordarse dónde”.</span><br /><br />-¡Pasaron finalmente aquellos días!, ya que como todo lo que nos pasa, a la larga o a la corta, termina pasando. Ese fue el tiempo en el que comencé a auto-consolarme, por así decirlo, entonces me acuerdo que le decía a todo el que se animaba a escucharme:<br /><br /><span style="color:#006600;">“No soy un completo inútil... por lo menos sirvo de mal ejemplo”.</span><br /><br />-Pero bueno, el tiempo corre. La verdad es que haciendo balances (de mi vida, no de los contables) conseguí mucho, particularmente algunas cuantas cosas buenas sobre todo cuando me puse a escuchar y tratar de comprender, ya que fue allí que los demás me comprendieron y me escucharon. Empecé a tratar en ese momento de practicar otro refrán que, sinceramente, me ayudó bastante. Todas las mañanas me repetía a mí mismo:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Si buscas una mano dispuesta a ayudarte, la encontrarás al final de tu brazo”.</span><br /><br />-Ya sé que suena a autosuficiente, pero la idea no es vivir en un submarino, sino hacer lo que hay que hacer para que lo que tenga que pasar termine pasando, o al menos comience a ocurrir. Hacerse cargo.<br /><br />-Que recorrido –le dije.<br /><br />-Y con un poco de temor, porque el tono de la historia me había parecido poco feliz, le pregunté: ¿y te arrepentís de algo, harías algo distinto si pudieses?<br /><br />-Ni loco –me soltó sin pensar ni medio segundo–, ¿cómo hubiera aprendido de mis errores si no me hubiese equivocado?, ¿cómo hubiera disfrutado de mis aciertos sin tener un contrapunto? Mi vida fue muy buena, como toda vida que se vive con ganas, ¿no es así?<br /><br />-Supongo –le dije…<br /><br />-¡Claro pibe! Pensá los refranes que te dejé. Todos pasamos por ellos en algún momento, de una u otra forma, en la secuencia en que te los conté o en la que sea. Todos en algún momento estamos encerrados en un yo que se cree omnipotente; todos en otra fase salimos a buscar afuera lo que creemos no tener adentro; no hay nadie que durante algún tiempo no pretenda adormecerse a sí mismo con algo, y mirá que hoy hay oferta para eso; y yo espero que todos, llegado el tiempo, nos demos cuenta de que hasta que no ponemos nuestra propia casa en orden y nos hacemos cargo de nosotros mismos, las cosas no se encaminan.<br /><br />-Yo estoy contento –siguió después de una pausa. -Hace tiempo que dejé de lado las caretas, que me di cuenta de que el costo de mentirme a mí mismo era mucho mayor que el de dejar que los demás supiesen la verdad; y fue allí que comencé a tener relaciones verdaderas, gratificantes, útiles.<br /><br />-Y si tuvieses que elegir ahora un refrán que te describa –pregunté ahora con más ánimo– ¿cuál sería?<br /><br />-No sé si un refrán o más bien una frase que tal vez debería serlo, y que se le atribuye a Henry Ford, el de los autos ¿te acordás? Parece que él decía:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Tanto si pensás que podés, como si pensás que no, vas a tener razón”<br /></span><br />-Pensalo pibe, que por más que los dos estemos ya lejos de que los demás nos llamen así, entre nosotros podemos seguir haciéndolo; ¡ah!, y gracias por la visita.<br /><br />Me fui pensando, claro, como no irme pensando. Me contó su vida en seis refranes, y una cita de: “el de los autos”. ¡Qué personaje!, pensé… y después me corregí a mí mismo, que persona… una más, nada más ni nada menos.<br /><br />Y me fui, definitivamente, pensando: ¿en qué refrán estoy yo estacionado?; ¿cuáles pasé?; ¿de cuáles aprendí algo?; ¿habré desaprovechado alguno?; ¿cuáles me faltan aún?, pero no para evitarlos sino para vivirlos alertado, y como mi amigo poder aprender de mis errores y disfrutar de los contrapuntos.<br /><br />Feliz cumpleaños amigo… ¡y yo que le iba a regalar un refrán!…<br /><br /><br /><strong><em><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></em></strong><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-34065162074940144652010-09-25T23:33:00.007-03:002010-09-25T23:44:34.487-03:00Para leer o recitar tempranitoJuan Germán Fernández, cantante de un grupo musical llamado Las Pastillas del Abuelo, nos escribió a todos lo siguiente:<div><span class="Apple-style-span"><span style="color:#009900;"><br />“Como empezar a leer no hay apertura<br />Como tildar a alguien de soberbio no hay peor tilde<br />Como maestra la mejor es la lectura<br />Como condición la primera es ser humilde<br />Como empezar a escribir no hay aventura<br />Como abismarse al interior no hay mas abismo<br />Como escalera la mejor es la escritura…”</span></span></div><div><br />Lo leí por primera vez de un cartel en vía pública, el cual anunciaba uno de los próximos recitales de la banda. Me pareció maravilloso.</div><div><br />Sinceramente no soy muy versado en el resto de los poemas que dan letra a sus canciones, o en otras composiciones de su autoría. Leí unos cuantos, definitivamente no todos. </div><div><br />Seguramente algunos me gustarán más y otros no tanto, o me parecerán más “adecuados” o menos para los jóvenes que los escuchan, aunque eso no sea en realidad muy relevante; lo cierto es que estas líneas me parecieron de tanto valor como para incluirlas en alguna “cosa” que todos tengamos que leer, recitar, pensar o aunque más no sea repetir como loros –algún día nos escucharíamos recitar y nos sorprenderíamos–, preferentemente todas las mañanas.</div><div><br />Leer, como apertura y maestra; indudable. Una forma de dejar entrar a otros, de abrirse a terceros pensamientos y opiniones. Una maravillosa manera de aprender, de incorporar, de cultivarse para ser más; para, eventualmente, poder dar más y mejores frutos, para disfrutar y ser dignos de ser disfrutados.</div><div><br />Escribir, aventura y escalera; fascinante, maravilloso, excitante, exigente, una forma de dar, de devolver, de sembrar, de entregar y entregarse. Es sólo cuestión de animarse, tanto a una como a la otra; es sólo empezar, es al menos intentar.</div><div><br />Humildad como condición primera; por supuesto. Soberbia como peor tilde; ojalá se instalase esa idea. Abismarse al propio interior, el viaje más largo, más rico, más difícil, imprescindible y excitante; el menos caro, el menos decepcionante, el menos peligroso.</div><div><br />No sé cuánto sentido tenga que yo siga escribiendo mucho más sobre esto. El poema en sí es y da para pensar y pensarse; así que para que no me tilden con el peor de los tildes, lo dejo a él de protagonista.</div><div><br /><span class="Apple-style-span"><span style="color:#009900;">“Como empezar a leer no hay apertura<br />Como tildar a alguien de soberbio no hay peor tilde<br />Como maestra la mejor es la lectura<br />Como condición la primera es ser humilde<br />Como empezar a escribir no hay aventura<br />Como abismarse al interior no hay mas abismo<br />Como escalera la mejor es la escritura…”<br /></span></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span"><br /></span></div><div><span class="Apple-style-span" style="font-size: x-large;"><i><b><span class="Apple-style-span">J. R. Lucks</span></b></i></span></div><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-33669741302129149482010-09-19T07:04:00.002-03:002010-09-25T23:40:41.410-03:00Ya va a pasarHay un conjunto de refranes “esperanzadores” que por mucho tiempo me ha llamado la atención. Por ejemplo:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Siempre que llovió paró”</span><br /><br />¿Y qué pasa si mi casa se inundó, y perdí todo lo que tenía antes de que parase de llover? ¿O si mi campo se transformó en una laguna, y todo mi ganado se ahogó o mi cosecha se arruinó antes de que volviese a salir el sol?…<br /><br />Por si con el ejemplo anterior no alcanza, que tal este otro proverbio que da hasta fechas “ciertas” de terminación de las calamidades:<br /><br /><span style="color:#009900;">“No hay mal que dure cien años”</span><br /><br />¿Y si yo sólo vivo noventa y nueve años más?, ¿qué pasa entonces?, ¿qué hago?<br />¡Ja!, duro para empezar a pensar, ¿no? Pero es así. Es inevitablemente así. Estos refranes son para intentar consolarse, no para resolver. El asunto –en mi opinión– no es cuándo va a parar la “malaria”, sino qué hago con ella mientras la tengo encima. ¿Cómo me comporto?, ¿cómo la tomo?<br /><br />En la misma línea de los anteriores –o tal vez a la inversa aunque sirve de todos modos a idéntico propósito–, qué tal este:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Todo lo que sube, baja”</span><br /><br />¿Cómo, sin perder la esperanza de que lo que subió ha de bajar, logra uno pasar el momento lo mejor posible? (sin connotaciones sexuales ya que sino sería exactamente al revés).<br /><br />¿Qué se puede aprender en el medio de la inundación o del mal?, ¿hay algo para “aprovechar”, para “madurar”?...<br /><br />Ya sé que no es fácil –¿debería tal vez usar la palabra posible en vez de fácil?–, pero al menos de esta manera se propone uno a sí mismo algo útil en qué pensar, mientras se espera que pasen los cien años o pare de llover.<br /><br />Así es que: ¿qué hago con “esto”?, me resulta mejor pregunta que: ¿cuándo se terminará?<br />¿Para qué se puede “usar” lo que me está pasando?, ¿cómo se “aprovecha” esta dificultad para crecer, para ser mejor, más duro –o más blando–, más seguro de mí –o más abierto a las coyunturas, más flexible?<br /><br />Yo pasé por alguna situaciones de este tipo durante mi vida, y sólo cuando me relajé, y me puse a pensar de esta forma, las cosas cambiaron o se “suavizaron” lo suficiente como para poder tolerarlas y así encontrarme con capacidades que no creía poseer, o posibilidades que nunca imaginé probables.<br /><br />Ésta –como presuntamente todas las otras– es una de esas cuestiones en las que la experiencia ajena no le sirve a nadie, con lo cual no pretendo convencer al lector de que las cosas son así como digo. Pero: ¿por qué no darle una chance a esta idea?, ¿qué se podría perder, además de lo ya perdido o en proceso de?<br /><br />La doctora Elisabeth Kübler Ross, psiquiatra suizo-estadounidense, una de las mayores expertas mundiales en la muerte –definitivamente una mala experiencia–, enunció hace ya varios años un ciclo de estados de ánimo por los que según ella se transita el camino hacia ese particular momento de la vida. Ella dice que los estadíos por los que se pasa son: negación (“¡esto no me puede estar pasando a mí!”), negociación (“bueno, ¡hago algo!, dejo de fumar, me cuido…”), ira (¡maldita sea!), depresión (no hace falta aclarar demasiado), y aceptación.<br /><br />Más allá de si se aplica o no a la muerte –muy probablemente sí pero no puedo atestiguarlo porque aún no fallecí–, me parece bastante parecido a lo que nos sucede cuando nos enfrentamos a algo que consideramos negativo, a algo para lo cual los refranes nos prometen futuros mejores.<br /><br />Podremos negarlo, tratar de negociarlo, enojarnos o deprimirnos, pero lo cierto es que la aceptación (cambio de actitud hacia el evento tratando de encontrar cómo sacar del mismo algo positivo, o al menos transitarlo en paz) es la única fase en la que, de existir alguna posibilidad, podríamos hallar la forma de crecer, de incorporar capacidades, de madurar, de aprender para que en el futuro las cosas sean mejores, etcétera.<br /><br />Seguramente es demasiado pedir el actuar consistentemente de esta forma, lo que podría no serlo es al menos intentar pensar en el asunto; después de todo esta columna sólo intenta eso, dejar temas para pensar. Si ni siquiera eso se puede, pues bueno, nos quedan los refranes.<br /><br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-72197750595768335382010-09-12T07:04:00.000-03:002010-09-12T07:04:00.957-03:00InocenciaLeyendo hace no mucho un libro de Anthony de Mello (sacerdote jesuita conocido por sus libros y conferencias sobre espiritualidad donde conjugaba las enseñanzas del budismo con otras de la doctrina judeo-cristiana), me encontré con este poema:<br /><br /><span style="color:#006600;">“¡Escucha! Oye el canto del pájaro,<br />el viento entre los árboles,<br />el estruendo del océano…;<br />mira un árbol, una hoja que cae o una flor.<br />como si fuera la primera vez.<br /></span><br /><span style="color:#006600;">Puede que, de pronto,<br />entres en contacto con la Realidad,<br />con ese paraíso del que<br />nos ha arrojado nuestro saber<br />por haber caído desde la infancia<br />…”. </span><br /><br />Parece que, tanto sabemos, que creemos no tener nada más por aprender, por conocer. Tanto hemos visto, que damos por hecha la inexistencia de algo que pueda sorprendernos, maravillarnos… ¡Qué triste!, si esto realmente nos pasa.<br /><br />El autor nos dice que nuestro saber nos ha arrojado del “paraíso”, y que fue porque caímos (supuestamente en el saber) desde la infancia.<br /><br />Este saber pareciera, entonces, habernos hecho perder la inocencia de la niñez; ésa que hace ver todas las cosas con asombro, con un regocijo de primerizos que no tiene precio, que padres y abuelos disfrutan –y disfruto– casi sin entender, por el hecho de no haberlo experimentado en carne propia en largos años, probablemente demasiado largos.<br /><br />Inocencia. Apenas pronuncié la palabra me di cuenta de que no sólo la usamos para describir ese estado de la niñez en el que “no saber” permite el asombro.<br /><br />Uno de esos usos adicionales se vale el mismo significado, pero le da un tono peyorativo. Cuando por ejemplo nos referimos a alguien –adulto normalmente– diciendo: “…ese es un inocente, se cree todo”, estamos queriendo decir que es un sujeto pasible de abuso, que no está “avivado”, que es un tonto. Inclusive usamos la palabra para despreciar: “…a ese ni lo escuches, es un inocentón”, “…no ves la cara de inocente que tiene, lo que diga no vale la pena”.<br /><br />Muchas palabras se usan así; representan por un lado algo bueno, pero también sirven para “insultar”. Me pregunto: ¿por qué algo bueno insulta?, ¿por qué se supone que sólo se puede ser inocente de niño; y si se lo es en la adultez se transforma uno en objeto de insulto o desprecio?, ¿es saber una obligación y perder por ende la inocencia una consecuencia inevitable?<br /><br />Además la palabra se usa también –y en realidad mucho más frecuentemente– para nombrar al que no es culpable. O sea que –jugando con los significados– los niños no son culpables (¿de qué, de saber?), pero los adultos tenemos la “obligación” de serlo (ya que crecer y ser inocentón esta mal visto).<br /><br />Inocente viene de nocivo. El i-nocente es pues el que no es nocivo, palabra que a su vez deriva de un término en latín que significa perjudicar. El inocente no perjudica. El que lo hace –el que sí perjudica a otro–, es culpable.<br /><br />Está claro –para mí– que el saber en sí no tiene la culpa, sino el que para mal lo usa. Entonces: ¿por qué nos creemos que “inevitablemente” el que sabe abusará de ese saber? ¿Por qué Anthony de Mello nos tiene que pedir, casi como favor, el volver a la inocencia de la infancia?<br /><br />Es que lamentablemente sí somos culpables. Lo somos de crearnos preconceptos, prejuicios. Lo somos de creer que por haber visto algo, o por haber creído entender alguna cosa, todo lo demás ha de ser igual. En eso, muchos, hemos perdido la inocencia y por lo tanto somos culpables, perjudiciales para otros pero particularmente para con nosotros mismos.<br /><br />Saber es bueno, lo perjudicial y nocivo es no querer seguir aprendiendo; no permitirnos continuar mirando con asombro y con la curiosidad inocente de los niños, por el solo hecho de creer que con lo que sabemos ya no necesitamos saber más nada.<br /><br />Que tal si intentamos recuperar la inocencia. La llave de la celda en la que nuestra culpabilidad nos encerró la tenemos nosotros, no hay otro carcelero que nuestra propia voluntad de volver a querer mirar las cosas como realmente son, nuevas; porque las que vimos ya pasaron, y el que las vió –nosotros en algún momento pasado– tampoco existe más. Somos nuevos a cada momento. El saber nos debe hacer nuevos pero no para cerrarnos, sino para volver a mirar –aún lo mismo– desde un peldaño más alto en la escalera del ser mejores.<br /><br />Mirar las cosas nuevamente como si fuese la primera vez, un recurso que alguien me indicó una vez como requisito para ser poeta. ¿Cómo se hace si no para describir una rosa, o un amor, o lo que sea con la pasión de un poeta cuando compone, si lo descripto no es visto con el asombro de la inocencia?<br /><br />Nosotros tenemos la llave de la celda en la que “penamos” por la culpabilidad de haber perdido la inocencia. No hay demasiado peligro en abrir esa celda –sólo el de que algún “culpable” nos tilde de inocentones–, y me parece que el potencial placer que nos puede brindar el recuperar la inocencia, bien vale la pena el riesgo.<br /><br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><br /><br /><br /><span style="font-size:85%;">Referencias<br /><br />(1) <em>La oración de la rana</em>. Anthony de Mello. Editorial Sal Térrea, 1988. </span><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-62850998245873301722010-09-05T07:18:00.001-03:002010-09-05T07:18:00.491-03:00Aprender a apreciarMe puse a pensar hace unos días cómo es que aprendemos a apreciar las cosas. ¿Cómo es que sabemos que algo es bueno?, ¿cómo llegamos a la conclusión de que alguna cosa es deseable, que vale la pena el esfuerzo de obtenerla o conseguirla?<br /><br />Lo primero que vino a mi mente es que con sólo prender la televisión, la radio o la computadora, se pueden encontrar cientos de miles (¿estaré exagerando?) de empresas, personas y personajes públicos, dibujos animados y hasta animales que hablan (literalmente, no vaya a pensar que me refiero a seres humanos a los que se pudiese considerarse animales), que nos lo dicen.<br /><br />“Compre esto y solucionará todos sus problemas”. “Método maravilloso para…”. “Sea feliz, utilice nuestro producto ocho veces por día y siéntase una estrella”, etcétera.<br /><br />En una conferencia escuché, hace poco, que recibimos algo así como entre tres y cuatro avisos por minuto; lo que da la impactante cifra de dos millones al año (y eso que dormimos cerca de un tercio del día). Conclusión del disertante: “Esto es demasiado”.<br /><br />Es probable que sea una exageración. La verdad es que estuve más de media hora escribiendo esto y en ese tiempo no recibí ningún aviso… ¿será porque estuve haciéndolo en vez de mirar la televisión, escuchar la radio o navegar por Internet con mi computadora?<br /><br />El punto es que la credibilidad de los anuncios ha bajado: sea porque no siempre son sinceros, o porque como son tantos y nos insisten tanto, terminamos desconfiando.<br /><br />De cualquier forma me fui a esas pequeñas piezas de literatura que para mí representan los refranes, a ver si encontraba algo que –sin querer venderme nada– me diera una pista. Así fue que me topé con este:<br /><br /><span style="color:#006600;">“No se sabe lo que es descanso, si no se conoce el trabajo”.</span><br /><br />Claro, enseguida vino a mi mente esta forma de aprender a apreciar algo bueno: privarse de ello por un tiempo.<br /><br />El que siempre descansa se cansa de no hacer nada, ¿no? Sólo el que trabaja, y se cansa, conoce el placer que significa quedarse un rato sólo mirando el horizonte (y no la televisión, porque en ese ínterin le van a vender algo para lo cual no tiene dinero, pero como se lo hacen desear tiene que volver a trabajar para comprarlo).<br /><br />Muchos dirán que no suena a buen método –sobre todo en la actualidad, en la que “privarse de algo” está entre la lista de pecados mortales contra la teología del consumo total y constante. Pero que sirve, sirve.<br /><br />En la misma línea de pensamiento, escarbando entre mi colección de refranes, dichos y proverbios, encontré este otro que también asegura:<br /><br /><span style="color:#006600;">“No hay mejor condimento que un poco de hambre”.</span><br /><br />Versión digamos que “gourmet” del probablemente mucho más conocido y repetido:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Para el hambre no hay pan duro”.</span><br /><br /><br />Hambre, para apreciar el sabor sencillo pero increíble de un buen plato de comida. Trabajo, para poder disfrutar en serio de un rato de descanso. ¿Demasiado descabellado?<br /><br />Hace mucho, alguien que es tan parte de mi vida que sin ella respirar sería una tortura, me enseñó a tomar café sin azúcar para poder apreciar en serio el sabor del mismo. Claro que la primera taza fue un problema; pero la segunda menos, y la tercera pasó sin tanto drama hasta llegar el punto en el que para apreciar un café bien hecho, la falta de azúcar se transformó en un requisito.<br /><br />No sé si “la falta de” sea algo del todo recomendable para aprender a realmente apreciar, al menos en la mayoría de las situaciones; de lo que sí estoy seguro es de que el extrañar, el añorar, el desear equilibradamente, son buenos antecedentes para un reconfortante disfrute.<br /><br />Se dice que el ignorante es feliz (aplicado en el sentido de que si no sé de chocolate, y no sé lo rico que es, no sufro por no tenerlo). ¿Será que para poder disfrutar de las cosas habrá que no sólo no ser ignorante (y feliz por defecto) sino que además habrá que no excedernos en su consumo? ¿Será que tener tanto de todo hace que lo que tengamos no nos satisfaga, que no lo apreciemos, porque dejamos de saber lo que era no tenerlo?<br /><br />¿Cómo se le enseña a un niño a disfrutar algo de esta forma sin ser cruel? ¿Cómo nos insertamos en un mundo de insatisfacción casi constante por tener demasiado, “predicando” que la falta eventual de algo es lo que realmente produce la posibilidad de disfrutar el tenerlo?<br /><br />Preguntas para reflexionar. Cosas para pensar y masticar mientras no me tomo un mal café al paso, esperando que al llegar adonde voy alguien me tenga uno sin azúcar, que, después de no demasiado esfuerzo, logré realmente apreciar.<br /><br /><br /><em><strong><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></strong></em><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-85208020406548060172010-08-29T07:48:00.004-03:002010-08-29T07:48:00.085-03:00Secretos por olvidadosJorge Luis Borges, escritor y poeta argentino, le escribió a un barrio –Barrio Norte– un poema que comienza de esta manera:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Esta declaración es la de un secreto<br />que está vedado por la inutilidad y el descuido,<br />secreto sin misterio ni juramento<br />que sólo por la indiferencia lo es:<br />hábitos de hombres y de anocheceres lo tienen,<br />lo preserva el olvido, que es el modo más pobre de misterio”.<br /></span><br />Triste, sin duda. Un secreto que se torna en tal por el descuido. Un secreto por el que no velan ni el misterio –fabricado para asustar– ni un juramento –propuesto y aceptado para hacer valer el honor. Un secreto que toma su fuerza, desgraciadamente, sólo de la indiferencia.<br /><br />Esta estrofa, sobre todo sus últimas palabras: “el olvido, que es el modo más pobre de misterio”, me hicieron acordar de una frase que me “golpeó” cuando la leí en <em>Las Crónicas del Angel Gris</em> (1), del para mí majestuoso filósofo Alejandro Dolina. Él, también refiriéndose a un olvidado, se lamenta:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Su nombre se ha perdido, y ya quedamos pocos, muy pocos que recordamos su olvido”.</span><br /><br />Siempre me gustaron las palabras, y los juegos de palabras me gustan más. Recordar, al menos el olvido. Tener clara nuestra ingratitud para con algo o alguien que sólo por haber sido –aun en sus errores– debería ser recordado.<br /><br />Pero es que hoy no hay tiempo para recordar a los demás. Estamos demasiado ocupados en que nos recuerden a nosotros, en mostrarnos, en exponernos, en publicarnos, en expresarnos. Todos contra todos, y me incluyo (aunque algo trate yo de evocar a terceros, desempolvando sus escritos con los cuales <em>desolvidar</em> y pensar).<br /><br />Ahora me planteo, si seguimos así: ¿quién ha de ser el que escuche para recordar? ¿Seguirá habiendo en el futuro historiadores que se dediquen a contar epopeyas ajenas?, o sólo habrá “productores” de historia que nadie toma muy en serio.<br /><br />Hemos cambiado en este mundo moderno trayectoria por fama. Solidez y coherencia, por escándalo y notoriedad. Consumimos tanto que lo hacemos también con personas y lugares; desechando recuerdos para tener capacidad de volver a consumir las versiones actualizadas, de los eventos impactantes que se renuevan cada día.<br /><br />El mundo moderno es así, pasajero, descartable, olvidadizo; poco misterioso porque todo está a la vista, expuesto. Los chicos crecen rápido y ya no se sostienen aquellos secretos de cigüeñas, navidades, cucos u otros por el estilo –los cuales no sólo no se escondían sino que, por el contrario, se exaltaban para fascinar– con los que antes jugaban padres, hijos, abuelos, tíos y vecinos. ¿Será mejor de esta manera?...<br /><br />El maestro Dolina, con su sabiduría <em>secretística</em>, nos da una pista más que, aunque no hayamos podido experimentar en carne propia, seguramente comprenderemos:<br /><br /><span style="color:#006600;">“La revelación de todo secreto es un desengaño. El jeroglífico virgen lo contiene todo en su potencialidad. En sus trazos puede estar la clave de la vida y del amor. Podemos soñar cualquier significado, el que más nos convenga, el más hermoso, el más terrible, el más grande. Pero después aparecen las Rosetas y los Champolliones y aquel símbolo, ya usurpado, se empequeñece y apenas indica el nombre de un rey, la gloria de un imperio, la acuñación de una injusticia”.</span><br /><br />No sé que tanto guardar secretos por sólo guardarlos sea bueno, pero seguro que puede ser divertido. De lo que sí estoy seguro es de que hay cosas que sí vale la pena recordar, y transformarlas en secreto por indiferencia, descuido u olvido, es claramente una afrenta.<br /><br />¡Tanto queremos “quedarnos” en los demás!, ¡tanto pretendemos perpetuarnos en fotos, en videos, en comentarios!… probablemente no más que para pronto caer en un misterio solamente preservado por el olvido y la indiferencia.<br /><br />Tal vez valga la pena pensar en qué es lo que tiene sentido no olvidar, de los demás y de nosotros mismos –particularmente de nosotros, para no perder la oportunidad de hacer algo realmente digno de ser hecho y recordado. Tal vez valga la pena preguntarnos de vez en cuando: ¿qué hacemos para no caer “justificadamente” en el olvido?, o al menos para retardarlo lo más posible.<br /><br />Preguntas sobre misterios, indiferencias, descuidos, olvidos… respuestas para hacer la diferencia, para dejar marca, para aprender y enseñar. No pretendo hacerlos llegar a ninguna conclusión preconcebida, ni imponer conjeturas para recordar; sólo compartir ideas para pensar, y sobretodo para pensarse.<br /><br /><br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><br /><br /><span style="font-size:85%;">Referencias:<br /><br />(1) <em>Las Crónicas del Angel Gris</em>. Alejandro Dolina. Ediciones de la Urraca, 1988.<br /></span><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-45279834995623059542010-08-22T07:42:00.001-03:002010-08-22T07:42:00.523-03:00Errar y ¿aprender?Un refrán que siento he vivido casi cada día de mi vida, al menos la primera parte del mismo, asegura:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Errar es humano…”</span><br /><br />Pues créanme, si errar es humano yo debo ser uno de los especimenes más humanos que habitan este planeta. Tanto he errado –y no caballos–, que de existir una universidad del error deberían haberme otorgado hace tiempo el doctorado honoris causa.<br /><br />Soy especialista en errores. Por cada cosa que hago, eventualmente bien, siempre me equivoco, antes, varias veces.<br /><br />Debe ser que me impresionó mucho esta frase que se le asigna a Johann Wolfgang Goethe –aunque con diversas formas también a otros, así que es casi un refrán:<br /><br /><span style="color:#006600;">“El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada”.</span><br /><br />Me he preguntado en muchas ocasiones porqué nos equivocamos tanto –bueno yo me equivoco tanto, tal vez usted no–, y debe tener que ver, efectivamente, con ser humanos; porque los animales no se equivocan con la misma frecuencia. Yo nunca ví a un perro meter dos veces el hocico en un lugar de donde va a salir lastimado (el mismo lugar), o a un gato acercarse a una persona (la misma persona) que no lo quiere y por lo tanto lo va a echar amenazándolo. Lo sorprendente es que cuando cometemos un gran error, muchos nos tildan –creo después de lo dicho que impropiamente– de animales.<br /><br />Los animales se equivocan, pero menos. Por relaciones personales con veterinarios –de esos denominados patólogos que analizan de qué se murieron los que lo hicieron– sé que muchas vacas, caballos, patos y bestias por estilo, a veces se equivocan y comen cosas envenenadas, con hongos malignos, o con tóxicos que los traen –a los animales– en pequeños trozos al microscopio de mi veterinaria de cabecera; pero se podría decir que es porque no saben lo que están haciendo. Y claro, para llamar a un error de tal forma y con propiedad, hay que haber sabido que lo hecho está mal, o que iría a llevar por mal camino.<br /><br />Sin conciencia del acto, no hay error. La primera vez que un niño se corta con un cuchillo, o se quema con fuego, más allá de poder calificarlo seguramente de desobediente, habrá sido porque no sabía –o no entendía acabadamente– que esa cosa tan llamativa lo iría a lastimar. Para equivocarse hay que saber que lo que se está haciendo está mal.<br /><br />Aún así, después del primer encuentro con cada “clase” de dolor, muchas de las veces en vez de evitar dichas conductas riesgosas pareciera que salimos a buscar revancha; como si pretendiésemos “ganarle” al filo del cuchillo o a la temperatura de la llama; y allí, sin duda, erramos.<br /><br />Da la sensación de que humanizarnos, en comparación a cuando éramos sólo animales, nos hace equivocarnos más veces con lo mismo. Paradójico ¿no? Adquirimos capacidades de razonamiento, y perdemos instinto de supervivencia. Nos emborrachamos y manejamos, comemos cosas que nos agradan pero que nos hacen mal, fumamos suicidándonos de a poco –después de todo quién está apurado–, nos excedemos con substancias o personas teniendo claro que nos estamos poniendo en peligro.<br /><br />Erramos; justamente por ser humanos y por no estar condicionados a cuidarnos. Cuando nos dejan “decidir” sobre nuestra propia preservación, muchas veces, decidimos no hacerlo. Erramos.<br /><br />Allí, en la repetición de la conducta errada, es donde aparecen las frases excusatorias, justificatorias, auto indulgentes: “no me di cuenta…”, “me dejé llevar por el momento…”, fue un impulso incontrolable…”, “es que me convencieron de que en realidad no era tan malo…”,…<br /><br />Pero si el error es –casi pareciera– condición de lo humano, lo importante será entonces aprender de los errores; cosa de, sin estar condicionados como nuestros primos los monos, la próxima vez (luego de finalmente convencernos que el filo corta y la llama quema más allá de nuestra testarudez) elegir mejor. O sea, para terminar corriendo el mismo riesgo que los animales –seres no libres sino atados a sus instintos–, tenemos que pasar por problemas muchas veces muy serios causados por nuestros errores, para –si tenemos la suerte y la voluntad de aprender– no volver a correr esos peligros cayendo en los mismos pozos. Aún así, es definitivamente mejor ser libre que condicionado. Paradójico ¿no?<br /><br />Errar es humano, así que a equivocarse para no ser tildado –con propiedad– de animal, o no caer en la inacción de la que nos previene Goethe. En lo único que no habría que hacerlo, es en el hecho de perder la oportunidad de aprender. Ese error en particular, es el más grave de todos. No aprovechar una oportunidad de aprender, es como ganar la lotería y no ir a buscar el premio, lo cual, sin duda, sería un grandísimo error.<br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-5885164319347710542010-08-15T07:02:00.001-03:002010-08-15T07:02:00.281-03:00Quedarse dolerá, pero marcharse mataMaría Elena Walsh nos escribió, a todos, un maravilloso poema que se llama: “Serenata para la tierra de uno”. En él la autora le canta a su tierra, y la primera estrofa dice:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Porque me duele si me quedo<br />pero me muero si me voy,<br />por todo y a pesar de todo, mi amor,<br />yo quiero vivir en vos”.</span><br /><br />Siempre me pareció fascinante este verso que creo retrata muy gráficamente a muchos amores maduros; aquellos que, manteniendo aún o no ese maravilloso estado de “embobamiento” inicial de la relación, resultan tan pero tan sólidos que “por todo” pueden quedarse, “a pesar de todo”.<br /><br />Sin ninguna intención de hacer apología de los masoquismos, en donde el dolor por el dolor mismo parece adquirir “sentido”, muchos de los que hemos pasado largo tiempo con la misma persona como pareja, sabemos que el “por todo” y el a “pesar de todo”, conviven.<br /><br />En este mundo tan pero tan moderno en que la gratificación instantánea parece ser lo más buscado –como en otras épocas lo fueron el Santo Grial o La Piedra Filosofal–, la palabra compromiso suena <em>demodé</em>. Es cierto que en esos tiempos pasados muchas parejas, muchas uniones, se mantenían así –unidas– más por com-promiso (lo que se habían prometido en conjunto) que por amor. Ese compromiso, en casos inhibidor de tener que hacer el esfuerzo de poder amar, tampoco me parece bueno.<br /><br />Lo cierto es que hoy, donde más que tiempo del compromiso (prometerse con otro) pareciera ser el del <em>ego-promiso</em> (prometerse a uno mismo pasarla bien cueste lo que cueste), el “a pesar de…” se torna demasiado rápido en causal de cambio.<br /><br />Es muy bueno poder decir lo que canta María Elena. Ella se lo canta a un suelo, pero se le puede cantar a lo que sea. Yo –mucho más joven– en algún momento de un tiempo hace mucho pasado, le cambié algunas palabras para cantársela a mi pareja. Me parecía no poder encontrar mejores sonidos para decir lo que sentía.<br /><br />Estas otras dos estrofas, creo, son también maravillosas, y así como están pueden ser aplicadas a un amor humano.<br /><br /><span style="color:#006600;">“Porque el idioma de infancia<br />es un secreto entre los dos,<br />porque le diste reparo<br />al desarraigo de mi corazón. </span><br /><br /><span style="color:#006600;">Por tus antiguas rebeldías<br />y por la edad de tu dolor,<br />por tu esperanza interminable, mi amor,<br />yo quiero vivir en vos”.</span><br /><br />Por el idioma de infancia, ese que fuimos construyendo juntos desde que nos conocemos. Por esos secretos que nadie más puede compartir porque el tiempo vivido los asegura con un manto de irrepetibilidad. Por los reparos que nos hemos dado a los desarraigos, esos que nos han ido, indefectiblemente, desgarrando.<br /><br />Por las antiguas rebeldías mutuas, que se han ido puliendo entre sí hasta que nuestras superficies, ya lisas, pudieron reflejarnos al uno en el otro. Por la edad de nuestros dolores conjuntos, la misma edad de nuestras alegrías compartidas.<br /><br />Por tu esperanza y mi esperanza que atamos alguna vez a una estrella imaginaria en un futuro desconocido; para que nos diera camino que recorrer, para encontrar supuestos tiempos mejores que representaran horizonte, que nos dieran respiro de los presentes agobiantes que algunas veces tuvimos que pasar.<br /><br />Por todo eso, y a pesar de todo eso, a un amor se le puede llamar así, mi amor, sin vergüenza ni temor a equivocarse.<br /><br />Ojalá los nuevos jóvenes puedan permitirse el derecho de vivir lo que Maria Elena describe, con algo o con alguien. Mucho antes de ellos tal vez ese derecho le era negado a aquellos jóvenes, porque la obligatoriedad del compromiso hacía que no valiese la pena pensar en todo esto. Los que tuvimos la suerte de no estar obligados, ni tampoco tan desesperados por disfrutar antes de sembrar, sabemos que lo que escribe la autora es una sensación en realidad única y muy agradable.<br /><br />Con el perdón de Maria Elena Walsh, dueña absoluta de las palabras que voy a re-frasear, aquí va la versión para mi amor:<br /><br />Porque me duele si me quedo<br />pero me muero si me voy,<br />por todo y a pesar de todo, mi amor,<br />yo quiero vivir <em>con</em> vos”.<br /><br />“Porque el idioma de infancia<br />es un secreto entre los dos,<br />porque le diste reparo<br />al desarraigo de mi corazón.<br />Por tus antiguas rebeldías<br />y por la edad de tu dolor,<br />por tu esperanza interminable, mi amor,<br /><em>no puedo vivir sin vos</em>”.<br /><br /><br /><br /><em><strong><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></strong></em><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-27991903718039725882010-08-08T08:49:00.001-03:002010-08-08T08:53:16.254-03:00El valor del silencioVivimos en una sociedad sobre-comunicada ¿o no? Estamos constantemente recibiendo datos. Estamos expuestos –y nos exponemos por propia voluntad– a comentarios, a opiniones, a interpretaciones de las más variadas. Sabemos –o creemos saber– y pretendemos entender de muchas cosas, por eso buscamos y escuchamos a los que aparentan saber.<br /><br />Por otro lado nos dicen infinidad de cosas, tratan de influir en nosotros, nos “venden”. Nos quieren in-formar –formar nuestro interior– por todos los medios posibles; y hoy, si hay algo que no falta, son medios.<br /><br />A todo esto se suman las redes sociales, en donde todos somos receptores pero por sobre todo emisores. Es así como muchas páginas, <em>blogs</em>, perfiles, etcétera, tienen apenas unos pocos seguidores, <em>fans</em> o “amigos”, aunque eso no les impida a sus dueños decir, opinar, contar, mostrar. No sólo queremos escuchar, sino que queremos decir. Podría tal vez afirmarse, sin mucho temor a cometer una equivocación, que queremos hablar cada vez más, y escuchar cada vez menos.<br /><br />En este contexto vino a mi mente un refrán de esos que por un lado creo es un poco controversial, aunque por otro expresa una grandísima verdad. Este refrán, o proverbio, es en realidad muy antiguo, se ha dicho y repetido en muchas épocas y culturas; ha sido tomado varias veces por grandes filósofos y escritores que a su vez le han puesto sus propias palabras, “adueñándose” así de versiones particulares del mismo. Una de las supuestamente originales aconseja:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Cuando vayas a decir algo, procura que tus palabras sean más valiosas que el silencio que vas a perturbar”.</span><br /><br />Según el refrán el silencio tiene valor. Me pregunto: ¿existe el silencio por sí, o es la falta de sonido? Extraño ¿no? Si no estuviésemos el silencio reinaría, o sea que aparentemente sí existe, no es como otras cosas que se definen por la falta de algo. Nosotros eliminamos el silencio: hablamos.<br /><br />Hoy, además, donde las pantallas le “hablan” a nuestros ojos, éstos han ido reemplazado en mucho a los oídos, siendo así como las letras escritas –en vez de las pronunciadas– reemplazan también al silencio. En esta sociedad tan informatizada “escuchamos” con los ojos, y las imágenes se han podido difundir por las redes tanto o más que las palabras. Será por eso que también un refrán nos hace notar la cantidad de “dispositivos” que tenemos para ver, versus los que usamos para hablar:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Tenemos dos ojos para ver mucho y una boca para hablar poco”.</span><br /><br />Pero lo cierto es que hablar es bueno, decir está bien, por eso es que hay también refranes que tratan al silencio de mala manera, por ejemplo:<br /><br /><span style="color:#009900;">“A veces, el silencio es la peor mentira”. </span><br /><br />U otros que le quitan al silencio valor, ya que callar implica ceder, dejar que otro tome la preponderancia; como cuando se dice:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Quien calla otorga”.</span><br /><span style="color:#009900;"></span><br />Algunos otros le asignan al silencio el estatus de herramienta estratégica, que como toda herramienta puede usarse para bien o para mal. Con el siguiente refrán podemos percibir cómo el silencio se aconseja para imponerse, aunque tal vez de una manera que podría considerarse, en algunos casos, poco ética:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Más hace el lobo callando que el perro ladrando”.</span><br /><br />En otra línea de ideas, en cambio, también se asegura que guardar silencio es conveniente, por ejemplo cuando se recomienda callar porque:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”.</span><br /><br />Como con muchas otras cosas todo en su justa medida es lo correcto, siendo que los problemas aparecen en las exageraciones, en los excesos. Por eso me quedo con todos estos refranes, pero particularmente con el primero y con este pensamiento que asegura:<br /><br /><span style="color:#009900;">“El silencio debiera ser la cualidad de aquellos a quienes faltan las demás”.</span><br /><br />En esta sociedad sobre-comunicada, ansiosa por decir y por escuchar, es probable que sea difícil convencer y convencernos de evaluar nuestras cualidades para luego con aguda autocrítica preferir llamarnos a silencio; aunque no por eso debiésemos dejar de intentarlo. Lo que sí más fácilmente podemos hacer es al menos “callar” –no escuchando o mirando tanto– a mucho de lo que tal vez sin darnos cuenta nos exponemos en exceso.<br /><br />Pensar, reflexionar, meditar, son verbos a los cuales creo deberíamos dar todos un poco más de uso; y para eso el silencio, que tiene más valor que muchos de los “ruidos” que pululan por ahí –como muy probablemente este que yo mismo produzco–, es útil y recomendable.<br /><br />Si lo que vamos a decir no es más valioso que el silencio no deberíamos decirlo. De la misma manera si lo que vamos a escuchar tampoco lo es, no deberíamos perder el tiempo escuchándolo. Hagámonos silencios para pensar, y para cultivar esas otras cualidades que, eventualmente, valdrá la pena contar o mostrar en reemplazo del algún silencio.<br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial">Volver al incio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=595><td><marquee>Por favor deje sus impresiones sobre lo publicado dando “click” sobre la palabra <span style="color:#003366;"> <u>comentarios</u></span> debajo de este recuadro. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-78865386919181581562010-08-01T07:13:00.001-03:002010-08-01T07:13:00.301-03:00Dicen, seguramente dicen algoEl escritor y filósofo Miguel de Unamuno nos dejó entre otras cosas, dentro de su inmensa obra, un poema cuyas primeras estrofas dicen:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Traza la niña toscos garrapatos,<br />de escritura remedo,<br />me los presenta y dice<br />con un mohín de inteligente gesto:<br /></span><br /><span style="color:#006600;">‘¿Qué dice aquí, papá?’ </span><br /><br /><span style="color:#006600;">Miro unas líneas que parecen versos.<br />‘¿Aquí?’<br />‘Si, aquí; lo he escrito yo; ¿qué dice?<br />porque yo no sé leerlo...’ </span><br /><br /><span style="color:#006600;">‘¡Aquí no dice nada!’, le contesté al momento. </span><br /><br /><span style="color:#006600;">‘¿Nada?’, y se queda un rato pensativa<br />-o así me lo parece, por lo menos,…”</span><br /><br />Tremendo momento, ¿no?, cuando uno, con toda la franqueza de que se es capaz, devela una realidad que coarta ilusión, que limita capacidad, que enseña y que educa pero causando –de alguna manera– dolor.<br /><br />Seguramente muchos no encuentran en este poema lo que estoy sugiriendo; ya que no todos tienen porqué haber caído en el error del personaje al que Unamuno hace hablar en el verso –esa misma equivocación que evidentemente a mí me sigue doliendo haber cometido. Algunos habrán contestado “correctamente”; y otros no habrán tenido aún que enfrentar a un pequeño que, pretendiendo volar desde su imaginación, nos obligase desde su pregunta a repensar el universo dejando de lado la rígida “verdad” de los crecidos.<br /><br />Yo sí cometí esos errores, siempre sufriéndolos apenas terminaba de cerrar la boca luego de “subestimar” una producción, una idea, una propuesta; y casi siempre, como Unamuno, me quedaba solo masticando dudas:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Luego, reflexionando, me decía:<br />¿Hice bien revelándole el secreto?<br />No el suyo ni el de aquellas toscas líneas,<br />el mío, por supuesto”.</span><br /><br />Ese secreto –del autor y mío–, que el niño en cuestión, a su edad, no puede llegar a comprender aún. Ese secreto de mi limitación, de mi pérdida de capacidad de crear y de creer que todo pequeño tiene, y que ningún grande debería haber dejado ir.<br /><br />El autor no se detiene allí, se sigue preguntando, se sigue metiendo dentro de sí para cuestionarse con qué autoridad pudo haber contestado tan ligeramente, a semejante pregunta, con una “supuesta” verdad.<br /><br /><span style="color:#006600;">“¿Sé yo si alguna musa misteriosa,<br />un subterráneo genio,<br />un espíritu errante que a la espera<br />para encarnar está de humano cuerpo,<br />no le dictó esas líneas<br />de enigmáticos versos? </span><br /><br /><span style="color:#006600;">¿Sé yo si son la gráfica envoltura<br />de un idioma de siglos venideros?<br />¿Sé yo si dicen algo?...” </span><br /><br />Y la respuesta es no. No sabe él, no sé yo, tal vez no sepa nadie... pero sí dicen algo esas líneas, dicen seguramente,… dicen mucho en realidad… la pregunta no es si dicen algo, sino qué dicen.<br /><br />La propia limitación de no saber qué es lo que algo significa, no debe otorgar el derecho de restarle el valor comunicador a lo que ese niño, esa persona, ese valiosísimo ser con capacidad de crear, amar, dar, construir, está transmitiendo desde su imaginación, desde su corazón, desde su potencial de transformar un poco de tinta y un papel en un… en un lo que sea.<br /><br />Puntos de vista, formas de analizar y entender las cosas, perspectivas diversas. Desde el idioma de siglos venideros esos “garrapatos” serán tal vez estrofas que algún personaje, al que le guste la literatura, comente algún día en una columna similar a esta. Desde nuestro punto de vista, nada más que líneas toscas.<br /><br />¿Cómo se hace para poder ampliar el criterio lo suficiente? ¿Alcanza con darse cuenta de lo limitado y limitante que uno es, o hace falta una educación diferente que no sé quién y cómo podría dar y darnos?<br /><br />Unamuno no sólo fue un intelectual, sino un hombre involucrado en la política de su época –seguramente del lado correcto para algunos y del incorrecto para otros–, comprometido con la educación y, evidentemente, con el progreso de la mente humana –tanto desde su potencial, como desde el reconocimiento de sus limitaciones.<br /><br />En un encendido discurso, defendiendo sus posturas ideológicas, se dice que dijo:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión”.</span><br /><br />Hay una línea común entre el poema y esta cita, o al menos a mí me lo parece.<br />La discusión estéril en la que las palabras son sólo ruido; el mal llamado debate de algunas tribunas políticas a las que todos van con su posición tomada, sólo a cumplir con el tiempo del discurso sin ninguna intención de crear una realidad mejor y distinta a la postura propia; el no poder entender al otro; el no ser capaces de ver lo que los demás nos acercan desde su potencial, sino sólo desde nuestra limitada experiencia… esas malditas incapacidades… ¿no se habrán originado en negaciones a ver valor en lo que a priori no entendimos porque supuestamente a nosotros no nos decía nada? ¿Se puede realmente afirmar que algo no dice nada, sólo porque no lo entendemos? ¿Nos interesa convencer, o sólo vencer?<br /><br />Con-vencer es vencer en conjunto, encontrar entre ambas partes una forma de ganar, de ser evidentemente más, de poder aceptar el valor de lo que a priori pueda parecernos “líneas toscas” o “garrapatos”.<br /><br />El solo hecho de abrir la mente a posibilidades de este tipo me parece positivo; al menos a mí, que evidentemente me siento demasiado lejos de ser lo suficientemente abierto. ¿A cuántos habrá que convencer para se logre una mejora? ¿Qué “maquinaria” de promoción habrá que montar para darle vuelo a una iniciativa de cambio de este tipo? ¿Qué red social habrá que usar para poner de moda a la tolerancia creativa, en vez de a la permisividad para con la violencia de la cerrazón?<br /><br />El odio –por el que no se entiende– no deja lugar a la compasión (a la pasión compartida), y por lo tanto nos hace querer vencer sin la más mínima intención de con-vencer –evitando de esta manera el “riesgo” de que en ese proceso también nosotros pudiésemos terminar convencidos de algo.<br /><br />Qué tal si empezamos por mirar con otros ojos a los “garrapatos” inofensivos que nos traen hijos, primos, sobrinos, nietos, etcétera. Pero no subestimándolos con una falsa indulgencia, sino queriendo creer que dicen más de lo que podemos entender al menos por el momento. Dejémonos convencer por sus inofensivas ilusiones y fantasías ya que tal vez, sólo tal vez –y con eso es más que suficiente–, a partir de allí logremos algún día vivir un poco mejor.<br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-16638344170555068982010-07-25T07:43:00.000-03:002010-07-25T07:43:00.118-03:00Luchar y disfrutar, equilibrio que cuestaNo hace mucho yendo hacia el lugar donde trabajo –muy temprano por la mañana–, mientras avanzaba lentamente con el tráfico, por una “rendija” entre una serie de edificios un parque y algún lugar en el que no había nada, vi salir el sol sobre el río –una de las maravillas que pueden verse en la ciudad en la que vivo.<br /><br />Era un sol rojo, inmenso, glorioso; como hacía mucho, pero mucho que no veía… y entonces me acordé, justamente, de cuánto hacía que no lo veía; de cuanto que no me “fabricaba” el tiempo para ver salir el sol; de cuanto que no me preocupaba siquiera por el hecho de no tener o hacer el momento para presenciar semejante maravilla, por la que –al menos todavía– nadie cobra.<br /><br />Claro, lo que pasa es que uno está –yo estoy, ¿y usted?– muy ocupado. La vida es un trajín constante. Trabajar, hacer cosas, estudiar, mejorar, hacer trámites, evitar problemas, consumir –no hay que olvidarse de este mandato de la sociedad moderna–, y claro no hay tiempo.<br /><br />“La vida es una lucha”, me encontré diciéndome a mí mismo. O será que la lucha es vivir la vida de forma tal que no la transformemos en una lucha. ¡Ja!, interesante juego de palabras que me hizo acordar de un refrán:<br /><br /><span style="color:#009900;">“No hay peor lucha que la que no se hace”.</span><br /><br />Yo –admito que con una mezcla de orgullo y vergüenza– soy de los que cree que la vida es en muchos sentidos una lucha, un camino que hay que esforzarse en recorrer para llegar mejores personas donde sea que vayamos. Yo no soy de los que cree que la vida es sólo para disfrutar; ya que dis-frutar viene de aprovechar los frutos, o sea <em>des-frutar</em> (eso dicen los diccionarios de etimología), y si no se cultiva, si no se cuida la planta, no hay frutos, al menos no otros que los silvestres que eventualmente se acaban.<br /><br />Pero claro, el asunto es el equilibrio, tan pero tan difícil de lograr. Es infinitamente más fácil estar desequilibrado que no estarlo, después de todo el equilibrio es sólo un punto de la escala, mientras que los desequilibrios son prácticamente infinitos. Por eso, más allá de las posturas personales, más allá de pensar que los frutos hay que cultivarlos para poder disfrutar de ellos, es cierto que hay algunos que están allí casi gratuitamente, y que por lo tanto no hace falta luchar para conseguirlos.<br /><br />La vida es lucha en mucho; pero también es disfrute, sea del resultado del esfuerzo como también de lo que de alguna manera está simplemente allí, para que carguemos fuerza para seguir adelante.<br /><br />Esta cita de un libro (1) que tampoco hace mucho leí, me causó en su momento la misma sensación que la que tuve el otro día viendo, de casualidad, la salida del sol sobre el río.<br /><br /><span style="color:#009900;">“-La vida es una lucha, no lo olvides.<br />Me respondió tristemente.<br />-Maestro, no me hables de lucha: ¿no has contemplado nunca el sol al amanecer sobre los campos y el Nilo? ¿Nunca has observado el crepúsculo? ¿Nunca has escuchado el ruido de los ruiseñores, ni el zureo de las palomas?... ¿Nunca has perseguido la santa alegría que se esconde en los más profundo de nuestras vidas?...”.</span><br /><br />Equilibrio: éste es el mandato, al menos para mí; no pretender disfrutar de lo que no me esforcé por conseguir, pero no despreciar los disfrutes para los cuales mi esfuerzo no sólo no haga falta sino que además resultase intrascendente.<br /><br />El amor de un ser querido, por ejemplo, para el que hay que esforzarse por obtener y mantener, pero que si es sincero es siempre más de lo que uno merece. O lo que nos ofrece la naturaleza –como ese sol de mi otro día–, a la que tenemos que cuidar con esmero y dedicación, pero que nos da infinitamente más de lo que nosotros podríamos haber logrado por nuestra cuenta.<br /><br />Esta es para mí la lucha que no debo dejar de hacer, equilibrarme para disfrutar más, y tal vez luchar menos –o al menos tener a la lucha no tan presente, no tan protagonista. Tal vez la de otros sea la de “poder” pretender menos gratuitamente, y ser más capaces de hacer esfuerzos para merecer lo que desean disfrutar. No dejan de ser igual de valiosas ambas luchas, no dejan de ser igual de necesarias, no dejan de ser estas las faltas y desequilibrios que nos hacen humanos.<br /><br />A luchar lo suficiente, a disfrutar lo que se presenta y lo que se consigue. Un equilibrio que al menos a mí me cuesta, pero que vale la pena. Que la vida no sea sólo una lucha, o sólo una pretensión de disfrute; que la vida sea ambas cosas.<br /><br />Tal vez no se logre fácilmente un equilibrio razonable, pero como nos dice este otro refrán:<br /><br /><span style="color:#009900;">“Mientras haya vida habrá esperanza”.</span><br /><br /><br /><strong><em><span style="font-family:georgia;font-size:180%;">J. R. Lucks</span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><span style="font-size:85%;">Referencias:<br /><br />(1) <em>Akhenaton El rey hereje</em>. Naguib Mahfuz. Editorial: Edhasa Año: 2000</span><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-61473634232683944202010-07-18T09:22:00.002-03:002010-07-18T09:24:42.200-03:00No todo cambiaLa grandísima cantante Mercedes Sosa interpretaba entre muchas otras cosas un maravilloso poema del también cantante, músico y compositor chileno Julio Numhauser, quién tuvo que exiliarse en Suecia como consecuencia de la dictadura que en ese país imperó por varios años.<br /><br />Es un poema muy adecuado para la época en la que vivimos, en la que parece todo estar en movimiento, nada quedarse quieto. Sus primeras estrofas dicen así:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Cambia lo superficial<br />cambia también lo profundo<br />cambia el modo de pensar<br />cambia todo en este mundo. </span><br /><br /><span style="color:#006600;">Cambia el clima con los años<br />cambia el pastor su rebaño<br />y así como todo cambia<br />que yo cambie no es extraño”.</span><br /><br />Y claro, todo cambia y cambiamos nosotros también. No sólo cambia lo superficial, como la ropa que nos ponemos, o las costumbres en el comer; cambia también lo profundo, como los valores, el modo de pensar, el modo de educar.<br /><br />El clima no sé si cambia o será que lo cambiamos, pero el pastor sí cambia su rebaño, los políticos cambian a los países, los terroristas y los tiranos cambian la faz de la tierra con sus brutalidades, las nuevas generaciones cambian las formas de comunicarse, de hablarse, de mirarse, de todo.<br /><br />Y está bien, todo cambia, nada se queda como está, todo fluye. Ya lo planteó Heráclito, filósofo griego, en el 500 antes de Cristo:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Nunca te bañarás dos veces en el mismo río”</span><br /><br />…o algo por el estilo, ya que él creía que el mundo estaba en un constante devenir, en un constante fluir fundamentado en una estructura de contrarios. Lo único constante es el cambio y la dialéctica que lo produce, pudiera inferirse de lo que esta corriente filosófica planteaba (simplificando las cosas muy groseramente).<br /><br />Por eso, como dice el autor y cantó tantas veces doña Mercedes: “así como todo cambia, que yo cambie no es extraño”.<br /><br />Dejamos de pensar lo que pensábamos, nos hacemos viejos (o maduramos) y aceptamos lo que antes no aceptábamos, dejamos de hacer lo que antes decíamos no poder dejar de hacer… en fin, cambiamos. ¿Mejoramos?, ¿empeoramos?, seguramente una mezcla de ambas cosas.<br /><br />Pero hay algo que no cambia, al menos no en su esencia. El autor, que escribe este tema en el exilio, agrega al final de su larga lista de cosas que cambian una estrofa que dice:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Pero no cambia mi amor<br />por más lejos que me encuentre<br />ni el recuerdo ni el dolor<br />de mi pueblo, de mi gente”.<br /></span><br />Claro, eso no cambia. El amor no cambia. Los sentimientos no cambian. Cambiamos nosotros, pero los sentimientos no. Tal vez cambiamos el objeto o al sujeto de nuestro amor, pero la forma de amar, el amor en sí, no cambia.<br /><br />Una vez me hicieron notar, y lo incorporé como mío en el instante en que lo escuché, que a lo largo de la historia de la humanidad el hombre se ha desarrollado y ha evolucionado mucho –su pensamiento, sus métodos para desplazarse, su manera de trabajar, de hacer, de… –, pero que en todo ese tiempo no ha cambiado sus formas de sentir.<br /><br />El amor que se sentía hace miles de años es igual que el de ahora, aunque las formas de encontrar y “hacer” el amor hayan cambiado. El maldito odio que a tanta gente ha matado, es el mismo maldito odio del que los libros más antiguos dan testimonio. La envidia es igual, la compasión también.<br /><br />Los sentimientos no cambian. No sé si esto nos dé alguna seguridad, pero me gustaría pensar que sí. Con tanto avance que a veces, en mucho, nos hace retroceder; con tanta mejora tecnológica que no sabemos ahora como controlar para que no haga explotar al mundo sea de calor o de frío; saber que después de miles de años aún no pudimos destruir el amor es una especie de garantía, de que nuestro poder depredador no puede llegar tan lejos.<br /><br />Lástima que, por el contrario, no hayamos querido desaparecer al odio; pero bueno eso debería poder hacerse, el día que nos decidamos, con amor.<br /><br />Todo cambia y nosotros cambiamos y lo cambiamos; a pesar de eso, a pesar de nosotros, seguimos amando… Sigamos entonces amando, como siempre; que “eso” no cambie… a ver si “eso” finalmente nos cambia y, dejando un poco de lado el yo por el nosotros, logramos vivir un poco mejor.<br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-92070088702080502402010-07-11T07:22:00.000-03:002010-07-11T07:22:00.199-03:00Prendamos las velas que hagan faltaUno de esos refranes sencillos, que con pocas palabras simples dice mucho e invita a moverse, propone:<div><span class="Apple-style-span" style="color:#006600;"><br />“No maldigas la oscuridad, enciende la vela”.</span></div><div><br />Bárbaro ¿no? ¡No te quejes, hacé algo!</div><div><br />En una conferencia que el gran filósofo y escritor José Ortega y Gasset diera en la Universidad de la Plata –en Argentina–, hace ya más de 60 años, de una manera soberbia le recomendó a ese pueblo (me recomendó) lo siguiente:</div><div><br /><span class="Apple-style-span" style="color:#006600;">“¡Argentinos, a las cosas, a las cosas! Déjense de cuestiones previas personales, de suspicacias, de narcisismos. No presumen ustedes del brinco magnífico que dará este país el día que sus hombres se resuelvan de una vez, bravamente, a abrirse el pecho a las cosas, a ocuparse y preocuparse de ellas directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, de tener trabadas y paralizadas sus potencias espirituales, que son egregias, su curiosidad, su perspicacia, su claridad mental secuestradas por los complejos de lo personal”.</span></div><div><br />La verdad es que tanto el refrán como la cita del discurso de Ortega aplican a cualquiera.</div><div><br />Dejar de lado la mezquindad para hacer cosas grandes. Dejar la oscuridad para ver y ser visto. No buscar (culpas ajenas) donde no hay (más que responsabilidades propias).</div><div><br />Podríamos imaginar una serie de cuestiones hipotéticas (para no ofender ni ofenderme), y si alguna nos resultase demasiado cercana tal vez pudiéramos intentar hacer algo para evitarla. ¿Qué les parece esta lista?:</div><div><br />• Queremos vivir en un país justo, pero apenas podemos nos pasamos un semáforo en rojo o circulamos por las banquinas para ganar segundos en nuestro viaje.<br />• Queremos un país educado, pero no le pagamos bien a los maestros.<br />• Queremos que nuestro equipo nacional de fútbol juegue como tal, como equipo, pero somos individualistas al extremo y nos enorgullecemos de serlo.<br />• Queremos que los jubilados ganen mucho, pero no queremos pagar impuestos.<br />• Queremos que nos traten con respeto, pero nos encantan los programas de televisión en los cuales se hace “humor” abusando de la gente.<br />• Queremos que nos den, pero no damos nunca nada o damos sólo lo que nos sobra o molesta.</div><div><br />¿Cómo se cambia la mentalidad de todo un pueblo? ¿Cuánto tiempo se tarda? ¿Se puede?</div><div><br />Degradarla hasta llegar a extremos en que haya que contestar que sí a los “queremos” que acabo de enumerar, evidentemente se puede. ¿Será posible recorrer el camino inverso? O será que la única salida es la destrucción social hasta un punto en el que “haya que comenzar de nuevo”. En el que “mejorar” deje de ser algo deseable para transformarse en obligatorio.</div><div><br />En la historia de la humanidad tenemos varios ejemplos de civilizaciones que terminaron desapareciendo, o siendo “fagocitadas” por otras, por el simple hecho de haberse corrompido a extremos inimaginables, echándole las culpas a la oscuridad en vez buscar velas para prender. Algunas –no todas– renacieron, aunque tardaron siglos e incluso, otras, milenios. </div><div><br />Tal vez tenga sentido hacer caso y dejarnos de cuestiones previas personales, de suspicacias y narcisismos. Tal vez convenga resolverse de una vez, bravamente, a abrirnos el pecho a las cosas, a ocuparnos y preocuparnos de lo que sabemos está mal, directamente y sin más, en vez de vivir a la defensiva, en vez de tener trabadas y paralizadas nuestras potencias buscando que otros solucionen problemas que nosotros mismos creamos, siendo como somos y criando a nuestros hijos con palabras que no se condicen con nuestros actos.</div><div><br />¡Todos a las cosas!, de una vez. Pensemos individualmente que vela tenemos que encender, ya que cada uno sabrá a qué oscuridad le ha estado echando la culpa. Prendamos la luz y paremos esta carrera al vacío que estamos corriendo en la oscuridad más absoluta. Tal vez se pueda, y si no, al menos habrá valido la pena el esfuerzo.<br /></div><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-18212901529052717322010-07-04T07:14:00.000-03:002010-07-04T07:14:00.696-03:00A no rendirseEl grandísimo Mario Benedetti nos dejó, entre muchas otras maravillas, un poema que con el nombre de “No te rindas” empieza así:<br /><br /><span style="color:#009900;">“No te rindas, aún estás a tiempo<br />de alcanzar y comenzar de nuevo,<br />aceptar tus sombras,<br />enterrar tus miedos,<br />liberar el lastre,<br />retomar el vuelo”.</span><br /><br />Cada línea es una invitación a pensar, pero por sobretodo a pensarse.<br /><br />Aceptar las propias sombras; las faltas de claridad que nos hacen tomar malas decisiones, pero que son nuestras y hay que asumir para poder “fabricar” la valentía de pedir y escuchar consejo, ayuda, soporte, complemento. “Usar” las sombras para “hacernos” más, incorporando las luces de otros para aclararnos y ver.<br /><br />Enterrar los miedos. Dejar de lado lo que nos bloquea el hacer; a cambio de correr ciertos riesgos que en caso de fracaso dolerán, pero que son la única forma de obtener un logro que la abstinencia impedirá con seguridad.<br /><br />Liberar el lastre, los prejuicios, los condicionamientos –muchas veces autoimpuestos sin necesidad o lógica. Lastres propios, paredes entre las que nos encerramos y que tienen mucho que ver con los miedos y las sombras.<br /><br />Retomar el vuelo… pero ¿por qué? Bueno, don Mario en la segunda estrofa nos propone una idea:<br /><br /><span style="color:#009900;">“No te rindas que la vida es eso,<br />continuar el viaje,<br />perseguir tus sueños,<br />destrabar el tiempo,<br />correr los escombros,<br />...”</span><br /><br />La vida es viaje, no arribo. Tal vez suene mal, pero el arribo es la muerte; por lo tanto la única forma de vivir es viajar, ir, caminar… Aun sin morir el sentir que se ha llegado –y creer por lo tanto que no existe un donde ir o que ya no se puede avanzar– es en alguna medida una forma de muerte, de asesinato de posibilidades a las que tenemos derecho y también –de alguna forma– estamos obligados.<br /><br />Siguen algunos versos sueltos, que a pesar de haberlos sacado de distintas estrofas no pierden del todo el ritmo:<br /><br /><span style="color:#009900;">“… hay vida en tus sueños...<br />… la vida es tuya y tuyo también el deseo…<br />… no hay heridas que no cure el tiempo…<br />… Vivir la vida y aceptar el reto,<br />recuperar la risa, …<br />… celebrar la vida…<br />… cada día es un comienzo nuevo…”</span><br /><br />Algunos viajan, siguen sus sueños, se sienten dueños de su vida y de sus deseos. Los mismos, seguramente, se curan las heridas con el tiempo, aceptan los retos y, por sobre todo, celebran la vida porque cada día es un comienzo nuevo. Esos, como Mario Benedetti, siguen viviendo aun después de haber dejado de viajar, aun cuando una muerte biológica nos los haya arrebatado.<br /><br />Viajemos la vida, recuperemos la risa –sobretodo los que la hayamos perdido por ahí. La risa, aun de nosotros mismos en situaciones que nos exceden –en vez del enojo, la bronca, la desesperanza–, es en mucho el combustible que necesitamos para continuar viajando.<br /><br />Una vez, en una situación compleja de mi vida en la que no podía dejar de discutir agriamente y con mucha frecuencia con gente muy querida, alguien me dijo:<br /><br />–Pero si vieras esta situación en una película, ¿no te reirías? –Y la verdad es que imaginé una escena en la que dos personas, a pesar de amarse mutuamente, no dejaban de discutir por cosas menos importantes que las que las unían, y no pude evitar la contestación afirmativa.<br /><br />Nada se soluciona mágicamente, pero lo cierto es que en la siguiente situación tensa con esa gente querida pensé en lo que mi amigo me había dicho, me sonreí internamente y me afloje; ese día la discusión no fue tan agria, y al día siguiente volver a empezar el viaje fue mucho menos difícil.<br /><br /><span style="color:#009900;">“… Vivir la vida y aceptar el reto,<br />recuperar la risa, …<br />Celebrar la vida…<br />… cada día es un comienzo nuevo…”</span><br /><br /><br /><br /><strong><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><em>J. R. Lucks</em></span></strong><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-71873347727497313082010-06-27T11:10:00.002-03:002010-06-27T11:15:41.991-03:00Rescatar a la noblezaHace unos días no tenía nada mejor que hacer que ponerme a pensar –lo cuál por suerte me pasa muy seguido–, y fue así que vino a mi mente la palabra nobleza, su significado e historia.<br /><br />Nobleza viene del latín <em>nobilis</em>, que se deriva a su vez del verbo <em>noseo</em> y del adjetivo <em>notus</em>, queriendo decir respectivamente «conocer» y «conocido». En su orígen noble era el que se distinguía por sus hechos virtuosos entre los demás hombres, y por lo tanto era deseable que su “notable” conducta se conociese, pudiendo así convertirse en un modelo a seguir.<br /><br />Si bien esto significa, la cosa fue cambiando y noble terminó siendo aquel que heredaba títulos de algún antepasado, el cual –tal vez– había realmente merecido el “mote de”. Como muchos de estos herederos más que nobles –y por ende potenciales modelos para otros– terminaron convirtiéndose en parásitos –ejemplos de lo que no hacer–, la palabra, y de alguna forma la “institución”, cayeron en desgracia.<br /><br />Se dejó de lado el concepto de noble para referirse al que con mérito y razón debía ser notado por los demás, comenzando a utilizarse el término famoso –lo cual en realidad no es lo mismo– para nombrar al que lograba hacerse conocido públicamente.<br /><br />Fama también viene del latín pero quiere decir rumor, voz pública. El estatus de famoso se alcanza cuando la gente habla de uno; pero lo cierto es que para que se hable de uno no hace falta ser bueno, modelo de vida, o noble; también se habla de –y son famosos– los ladrones, los grandes asesinos, los tiranos y dictadores, los políticos corruptos, etcétera. Se puede ser famoso por lo bueno, y también –desgraciadamente cada vez más– por lo malo.<br /><br />Entonces, y siendo que en muchos cuentos de hadas los nobles en sus bravos corceles rescatan princesas prisioneras o pueblos sometidos por villanos, ahora que el concepto de nobleza pareciera en gran medida haber quedado sólo asociado a algunas pocas familias herederas en vías de extinción –desde lo noble al menos–, es que se me ocurrió proponernos rescatar nosotros a la nobleza en el sentido original del término. Noble, notable, modelo, debería ser –nuevamente– el que por sus hechos virtuosos se distingue de entre los demás.<br /><br />Hoy en día para muchos, notable –mezclando incorrectamente el concepto de fama con el de nobleza– es el que hace más ruido, el que escandaliza más en programas de <em>chimentos</em>, el que retorna de “lugares” a los cuales nunca debió haber llegado o de conductas que nunca debió haber tenido, el que más colágeno y siliconas se pone, etcétera. El verdadero sentido de la nobleza en cambio, de la que implica que alguien se haga digno de ser conocido y deba ser considerado notable y modelo a seguir, es mucho más profundo y afortunadamente dependiente de uno mismo que de los <em>rating</em> televisivos. Un antiguo proverbio nos lo define con gran claridad:<br /><br /><span style="color:#006600;">“La verdadera nobleza consiste en ser superior a nuestro yo previo”.</span><br /><br />Pero no se refiere el refrán a que el próximo escándalo sea más escandaloso que el anterior, o que la próxima sobredosis sea mayor y más peligrosa que la próxima pasada. La nobleza se construye intentando ser superiores a nuestro yo previo, pero buscando mejorar constantemente en función de lo que es bueno para el hombre en sociedad, no para el hombre en soledad.<br /><br />¿Cuáles son hoy los valores contra los que se debería medir la verdadera nobleza? ¿A qué le damos valor y a qué le deberíamos dar valor en la sociedad actual, como para asignar roles de modelo de vida y no de modelaje de pasarela?<br /><br />¿Estamos en un pozo en ese sentido? ¿Tiramos la sociedad al mismo hoyo en el que echamos hace algunos años las cabezas de los pseudo nobles que la perdieron en la Revolución Francesa y otras por el estilo?<br /><br />No creo… no quiero creerlo… Siempre hay tiempo de reaccionar, al menos eso. Muchos vienen detrás de nosotros en la línea del tiempo; tal vez formemos parte de generaciones que perdieron ciertos valores, pero es igual de verdadero que las nuevas pueden aprender diferente.<br /><br />Empecemos a ser nobles resucitando valores –aunque más no sea en familia–, que nos permitan rescatar a la nobleza. Verdad, honor, compromiso, trabajo, consideración, respeto, solidaridad, coraje… algunas palabras para pensar, términos que alguna vez hicieron de alguien un noble.<br /><br />La nobleza en el noble perdura, porque cuando uno es bueno así se queda; la fama es en cambio pasajera, porque un día se habla de uno y al otro día de otro. Aspiremos a la nobleza de espíritu, a la nobleza de corazón, y no nada más a la fama. Con sólo desearlo ya comenzamos a recorrer el camino, y cada paso pide otro, y otro más, porque –y en el buen sentido– es verdad también lo que este otro refrán asegura:<br /><br /><span style="color:#006600;">“Nobleza obliga”.</span><br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com1tag:blogger.com,1999:blog-7846931826481823586.post-12146551151505507492010-06-20T09:09:00.002-03:002010-06-20T09:13:03.966-03:00El alma y el vilo, una mala yuntaAlberto Cortez es autor de un poema llamado “Con el alma en vilo”, que canta en su primera estrofa estos versos que siguen a continuación:<br /><br /><span style="color:#006600;">“¡Qué duro es este asunto de vivir<br />con el alma en vilo!,<br />pendiente de que pueda devenir<br />algo sombrío,<br />un choque un atentado alguna acción<br />inesperada,<br />que pueda involucrarnos sin razón<br />como si nada”. </span><br /><br />Este poema lo interpreta el propio autor en un disco llamado “Identidad”, que vio la luz en el año 2005.<br /><br />Ese año fue el de Katrina, un terrible huracán que dejó miles de muertos en Estados Unidos. También fue el año de los atentados del metro de Londres. Fue el año en el cual, en una estampida, murieron cientos de personas en un puente en Bagdad tratando de escapar de una supuesta alarma por amenaza terrorista. Ese mismo año un terremoto afectó grandemente la región de Cachemira. Además, en el 2005, fue asesinado el primer ministro del Líbano, falleció Juan Pablo II, y un montón de cosas más.<br /><br />¿Es la letra del poema casualidad?, ¿reclamo?, o ¿canto “desesperado” de un artista que probablemente como todos se sienta impotente ante tanta barbaridad?<br /><br />En esta parcial lista de desastres hay algunos naturales, como los terremotos, los huracanes o los fallecimientos de gente que vivió y dio lo que pudo, mucho o poco. Pero hay otros que gratuitamente nos tiramos “nosotros mismos” por la cabeza, como los atentados, los asesinatos, la reacciones descontroladas ante amenazas supuestas de locura que nos creemos porque son mucho más posibles que imaginarias.<br /><br />¿No nos alcanza con las catástrofes naturales? ¿No nos alcanza con haber “evolucionado tanto” sin ser aún capaces de predecir terremotos y evitar los efectos de los huracanes, que tenemos que gastar energías en destruirnos en vez de en reconstruir o proteger? ¿Será que nos da envidia el <em>in-intencionado</em> poder destructivo de la naturaleza y queremos competir con ella tratando de sobrepasarla?<br /><br />Parece que a lo duro de vivir con el alma en vilo por lo que no podemos evitar, le agregamos lo que sí podríamos pero…<br /><br /><span style="color:#006600;">“Con el alma en vilo viene a ser<br />saber y no saber<br />andar como perdido”. </span><br /><br />Y andamos como perdidos, pero en gran medida por cerrar los ojos y no querer saber adonde vamos, por no querer saber qué pasa a nuestro alrededor. Andamos como perdidos por hacer cosas a otros –o no hacer, ignorando miserias ajenas que podríamos ayudar a resolver– que los pierden y desesperan al punto de hacerlos sentir que sólo pueden reaccionar haciéndonos perder.<br /><br /><span style="color:#006600;">“Con el alma en vilo viene a ser<br />mirar y no saber<br />quién viene o quién se ha ido”.</span><br /><br />Miramos sin mirar. Miramos sólo lo que queremos ver y por lo tanto no vemos lo que tal vez, si mirásemos, podríamos ayudar a corregir para que nadie tenga que vivir con el alma en vilo. La falta de solidaridad, el egoísmo, el egocentrismo, lo terminamos pagando con incertidumbre, con temor, con angustia.<br /><br /><span style="color:#006600;">“Con el alma en vilo<br />al corazón le sobran desazón<br />pesar y desatinos.<br />Con el alma en vilo la razón<br />se torna sinrazón<br />un arma de dos filos”.</span><br /><br />Con el alma en vilo los desatinos son moneda diaria. Con el alma en vilo no hay razón que valga porque las razones son parciales, son sectarias, son incompletas. Las razones con el alma en vilo no son razones, son excusas.<br /><br /><span style="color:#006600;">“¡Qué duro es este asunto de vivir<br />con el alma en vilo!”</span><br /><br />Tal vez se pueda <em>des-envilar</em> el alma, tal vez podamos mirar para los costados y trabajar juntos –aunque más no sea en alguna cosa–, para no tener que esperar reacciones desesperadas de los que nos rodean.<br /><br />Tal vez para no tener que vivir con el alma en vilo podríamos pensar en ser más comprensivos, más comunitarios, más inclusivos.<br /><br />Tal vez algún día nos terminemos de dar cuenta que vivir bien es una ilusión transitoria si ese bienestar no es general. Tal vez algún día podamos descansar de las consecuencias de nuestras propias idioteces.<br /><br />Tal vez, tal vez…<br /><br /><br /><br /><span style="font-family:georgia;font-size:180%;"><strong><em>J. R. Lucks</em></strong></span><br /><strong><em><span style="font-size:180%;"></span></em></strong><br /><br /><br/><center><br /><a href="#"><font size="-2" face="arial" > Volver al inicio</font></a><br /></center><br /><table border=1 size=5 width=430><td><marquee> Por favor deje sus impresiones dando “click” sobre la palabra <u><font color=#940f04>comentarios</font></u> debajo de la fecha de publicación. Muchas gracias.</marquee></td></table>Jose Ricardo Luckshttp://www.blogger.com/profile/14458350983594696094noreply@blogger.com0