domingo, agosto 30, 2009

Ironías puede ser, sarcasmos no.

Escuchando una canción que se llama “Irónico”, interpretada por una cantautora canadiense de nombre Alanis Morissette, me puse a pensar –inevitablemente– en este tema.

Algunas de las estrofas del poema que dan letra a la canción dicen así:

“Un hombre cumple noventa y ocho años,
gana la lotería y muere al día siguiente.
Hay una mosca negra en tu copa de vino blanco.
Llega el perdón para el sentenciado a muerte, dos minutos demasiado tarde.
¿No es irónico?, ¿no te parece irónico?


Es como que llueva el día de tu boda.
Es cuando alguien se ofrece a llevarte apenas terminás de pagar el boleto.
Es como ese buen consejo, que decidiste no tomar.
¿Quién hubiera sabido?


Es un embotellamiento cuando ya estas llegando tarde.
Es un cartel de no fumar en tu descanso para salir a fumar.
Es como diez mil cucharas cuando lo único que necesitas es un cuchillo.
Es conocer al hombre de mis sueños,
y acto seguido conocer a su bella esposa.
¿No es irónico?, ¿no te parece irónico?
Un poco demasiado irónico…”


Nos habremos visto más de una vez en situaciones así. Nos habremos sentido muchas veces sujetos de una burla no organizada por nadie, una simplemente espontánea. “Ironías de la vida”.

Pues para la Real Academia Española eso es la ironía, una burla “fina y disimulada”, un “tono burlón con lo que algo se dice”. Etimológicamente significa disimulo, interrogación fingiendo ignorancia.

Y normalmente lo que nos pasa es que reaccionamos con furia a esta burla “de la vida”, maldecimos y nos rebelamos porque no aparece causa visible. Nos enojamos e insultamos aunque no veamos al receptor del insulto; por eso muchas veces nos queda dentro esta mala energía, y la descargamos transfiriendo nuestro mal humor al primer ser querido que se nos cruza.

Un sabio amigo me dijo una vez:

“Cuando la vida se ríe de vos, lo mejor que podes hacer es reírte vos de la vida”.

Ante mi desconcierto, mi amigo me explicó que enojarme con una ironía de estas de las que estamos hablando era gastar energía inútilmente. O evitaba la situación, o la cambiaba; o si no, la aceptaba, y la mejor manera de aceptarla era reírme de ella.

Su lógica se basaba en que si estuviese viendo una película en la cuál se desarrollase una situación así –sea una italiana de Fellini o una de Mel Brooks o Woody Allen–, lo normal sería reírse, pasarla bien. Si la ironía es graciosa cuando le sucede a otro, por qué no cuando le pasa a uno mismo.

Si no se puede cambiar o evitar, entonces reírse; al menos sólo uno de los males. Así cuando uno llega a su casa, y se enfrenta a ese ser querido, en vez de descargar con él o ella un enojo reprimido se comparte algo gracioso.

Era un buen consejo, pero como tercera opción. Primero evitar o cambiar. Evidentemente había más “sabiduría” en el consejo que el cómo encarar lo inevitable. Antes de reírme tenía que seleccionar lo pasible de ser evitado –aunque más no sea en el futuro–, y lo que vía una acción concreta podría ser cambiado.

Esto me volvió a la mente pensando en ironías, pero en algunas que ni en película ni en la vida real deberían causar risa, como que en países con muchos recursos haya gente muriendo de hambre; o que se gasten fortunas en guerras o jugadores de fútbol pero millones de niños no tengan garantizada la educación o tres comidas decentes por día.

Estas no dejan de ser burlas, aunque no sean finas ni disimuladas, por mucho esfuerzo que algunos hagan por esconderlas o disfrazarlas. Estas se podrían categorizar más bien como sarcasmos: “Burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata…”. Injusticias.

Seguramente estas deberían ser cambiables o evitables, y no sólo risibles. Aunque más no sea a largo plazo, aunque más no sea desde el pequeño lugar y aporte individual que cada uno puede hacer.

Enojarse y despotricar, pero sin accionar, es inútil. Reírse de este tipo particular de “ironía injusta sobre la cuál, aunque no se vea el responsable visible, sí se puede hacer algo”, sería sólo ayudar a disimularla.

¿Cuántos libros se podrían comprar con lo que se paga por una estrella del fútbol? ¿Cuántos platos de comida se pagarían con lo que valen dos o tres misiles?, o mejor, ¿a cuánta gente se le podría dar trabajo con lo que se gasta en cualquiera de estas cosas? Esas son preguntas que no se si tienen respuesta; la que probablemente sí tenga es qué hacer con el que tiene hambre o está sin trabajo y aparte “me queda cerca”. Si son tantos los sin trabajo y los con hambre, alguno debe estar cerca.

¿No será demasiado irónico preocuparse por los males del mundo y no por el hambre, el trabajo o la educación del que me cruzo todos los días?

Cambiar la injusticia, o evitar que se vuelva a repetir, es la única forma de vivir estas ironías o sarcasmos. Aunque ese cambiar o evitar sea consecuencia de algo que iniciamos aun sin saber cuando vaya a tener efecto. Aunque sepamos desde ahora que nunca veremos el cambio a ocurrir… o quién sabe, tal vez, como en la canción que despertó esta reflexión, si me pongo a hacer lo que pueda para luchar contra estas ironías, cuando cumpla noventa y ocho años me de cuenta de que algo cambió y sienta que gané la lotería, pudiendo al día siguiente morir tranquilo, sin necesitar que nadie me desee paz en el descanso, por estar convencido de habérmela ganado.



J. R. Lucks





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domingo, agosto 23, 2009

Palabras de moda II

Se me cruzó una frase, un refrán, un supuesto proverbio que dice:

“Las cosas más importantes de la vida no son cosas”.

Interesante. ¿Si no son cosas que son? Se me ocurrió una lista de “cosas que no son cosas”, y que por no serlo deberían ser importantes:

1. Personas
2. Sentimientos

Definitivamente estas no son cosas, y son importantes. Pero por estas “no cosas” es difícil cobrar, y en el mundo de consumo que vivimos esto es falta mortal. Así que me puse a pensar otras que otras “cosas que no son cosas” sí se pueden vender:

1. Música
2. El efecto que causan las drogas
3. Sexo
4. Actividades excitantes
5. Deportes
6. … y la verdad que muchas más.

Algunas de ésta última lista son buenas, otras malas, pero ninguna es una cosas en sí. Aunque algunas necesiten de cosas para poder consumirlas o “disfrutarlas”.

Entonces me vino a la mente algo relacionado con estas palabras que se ponen de moda, y la palabra a la que me refiero es: sensación.

El sentir, al menos en el hombre, tiene dos vertientes:

1. Los hombres (los animales también) sienten por sus sentidos. El tacto, el olfato, el oído, el gusto y la vista. Por estos cinco maravillosos regalos de Dios, o de la naturaleza, el hombre siente: sensaciones.

2. Los hombres (tal vez los animales también) tienen además sentimientos. Algunos buenos: amor, compasión, fraternidad, amistad. Algunos malos si no se los canaliza correctamente: el odio (que no es malo si por ejemplo odiamos las injusticias y hacemos algo para evitarlas) o la envidia (que tampoco es mala si luego de la comparación que nos la causa nos esforzamos, sin molestar a nadie, para alcanzar ese estado de bienestar que la produjo).

¿Entonces? El mundo de consumo se enamoró de las sensaciones. Por todas y cada una se puede fabricar alguna cosa vendible, sea la cosa un televisor que transmite un evento deportivo, o un equipo de audio con el que escuchar música, o un hotel en el cual tener sexo casual, o…, lo que sea por lo que vía una sensación se pueda cobrar algo, alquilar algo, hacer que alguien pague por algo.

No creo que sean malas las sensaciones, al contrario, la sensación de frescura que se siente en un campo sobre el que acaba de llover es una de las que más me gusta, y es gratis… bueno, ya alguien la puso en un aerosol para que pueda sentirla en mi departamento de ciudad, donde no hay pasto ni en la plaza. Pero eso no quita lo bueno de la sensación.

Seriamente no estoy en contra de las sensaciones, pero sí estoy a favor de los sentimientos. Esos, me los puedan cobrar o no, le dan motor a mis acciones pero en lo que es importante, en la relación con otras personas, y no solo para sentirlas vía el tacto, sino para vivir con ellas, para con-vivir.

Tanto nos dedicamos a las sensaciones (porque nos hacen dedicar), que me parece que muchas veces dejamos de lado los sentimientos.

La familia, la unidad mínima de la sociedad que nos trajo hasta acá como especie animal “privilegiada”, no se basa en sensaciones, se basa en sentimientos. Claro que los cinco sentidos pueden maravillarse en un ambiente familiar, pero no alcanza con eso. Tal vez en algún momento las sensaciones de vivir con las mismas personas mucho tiempo no sean las mejores, o al menos no tan exóticas como las que se nos proponen desde alguna publicidad o tendencia de consumo. Ahí son los sentimientos los que deben estar, para que la familia se mantenga y las sensaciones agradables vuelvan.

El refrán no dice que las cosas no sean importantes. Solo sugiere que no son lo más importante. Yo lo re expresaría:

Los “sentires” mas importantes no son las sensaciones, son los sentimientos.

Tengamos todas las sensaciones que queramos, deleitémonos con toda la variedad de ofertas de gustos y sabores que se nos ofrece para que no se nos ocurra dejar de consumir, pero tengamos claro que más importantes que esas sensaciones, son nuestros sentimientos.

Las sensaciones tienen límite. Hay sólo una cantidad de gustos de helado que probar antes de que nos cansemos de comer helado. Los sentimientos son inagotables, el amor, la amistad, producen y se reproducen todos los días si los cultivamos.

El hombre ha inventado mucho, casi todo referido a las cosas, o a lo sensible vía sensaciones. El amor que sentimos ahora no debe ser muy diferente del que sentían los romanos o los griegos en el siglo primero, aunque ellos no tuvieran a mano un helado de frutos del bosque con crema celeste al oporto bañada con salsa de cilantro tibio.

No caigamos en el error de vivir sólo de sensaciones, o de poner en peligro sentimientos por algunas sensaciones que son siempre pasajeras. Podemos perder los sentidos por accidente o negligencia, o al menos la sensibilidad que nos permite captar diversas sensaciones.

Perder la sensibilidad en cuanto a los sentimientos, en cambio, es algo que “decidimos”. Nos pueden cortar una mano o podemos perder el olfato de tanto inhalar porquerías, pero nadie o nada externo nos puede hacer dejar de amar, o de sentir compasión. No hay accidente que nos corte la capacidad de sentir sentimientos, “decidimos” dejar de sentirlos, o de darles la importancia que tienen.

Cuando se trata de sentimientos, decidamos bien, son más importantes que las sensaciones aunque no haya comerciales que los publiciten.



J. R. Lucks




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domingo, agosto 16, 2009

Hagámoslo algo personal.

Corrupto es lo contrario de íntegro, y me resulta interesante la cuestión. Íntegro es lo que está completo; de hecho, es la mejor definición de integridad que encontré. A la persona íntegra no le falta nada de lo que le tenga que faltar, tiene todo: tiene valores, tiene principios, tiene lo que tiene que tener y actúa en función de eso. Es íntegro en su pensar y actuar. Íntegro es un derivado de entero.

Si corrupto es lo contrario de íntegro es evidentemente porque al corrupto le falta algo, le falta honestidad, le faltan principios; o dice una cosa pero hace otra, por lo tanto no es íntegro, es defectuoso en su hacer comparado a su decir. El corrupto tiene un pedazo que está perdido, que no está. Etimológicamente la palabra deriva del verbo romper. Algo corrupto es algo roto, algo a lo que le falta un trozo, una característica, una condición.

Lo que me despertó a la reflexión es que normalmente no se descubre a los corruptos por su condición de defectuosos, -déjeme jugar con las palabras-, o sea por su defecto, por su falta… sino por lo que le sobra, por lo que tiene de más.

Tiende a suceder que los corruptos tienen casas de más, o automóviles de más, o viajan de más, o gastan de más…

¿Tan “ubicados” estamos en lo material que es más sencillo descubrir a un corrupto por lo que le sobra de este tipo de cosas? Nos resulta más fácil hacer las cuentas de cuántas casas y autos debería tener, que poder descubrir las faltas.

Es que la falta, el defecto, es de cosas no materiales: principios, honestidad, coherencia entre dichos y hechos, compromiso con su profesión, con sus empleados o sus electores, etcétera. ¿Será que estas cosas inmateriales son más fáciles de esconder, o será que no las tenemos tan presentes como los televisores y los viajes al exterior y por eso no nos resulta tan obvia su ausencia?

Hay un poema que le da letra a una canción de Joan Manuel Serrat. Aquí algunos de esos versos:

“Probablemente en su pueblo se les recordará
como cachorros de buenas personas
que hurtaban flores para regalar a su mamá
y daban de comer a las palomas.


Probablemente que todo eso debe ser verdad
aunque es más turbio cómo y de qué manera
llegaron esos individuos a ser lo que son
ni a quién sirven cuando alzan las banderas.

Hombres de paja que usan la colonia y el honor
para ocultar oscuras intenciones,
tienen doble vida, son sicarios del mal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.

Rodeados de protocolo, comitiva y seguridad
viajan de incógnito en autos blindados
a sembrar calumnias, a mentir con naturalidad,
a colgar en las escuelas su retrato.


Y como quien en la cosa nada tiene que perder,
pulsan la alarma y rompen las promesas,
y en nombre de quien no tienen el gusto de conocer
nos ponen la pistola en la cabeza.


No conocen ni a su padre cuando pierden el control
ni recuerdan que en el mundo hay niños
nos niegan a todos el pan y la sal.
Entre esos tipos y yo hay algo personal.
…”

Íntegro es el que está completo. Corrupto es al que le falta algo, pero también al que le sobran cosas. La canción de Serrat habla de los más malos, de los que nadie quiere.

¿Qué tal si hacemos algo personal el asunto de la integridad?, ¿qué tal si nos hacemos un inventario propio de lo que nos falta… o hasta de lo que nos sobra? ¿Será que en algo también nos corrompemos sin llegar del todo a lo que Serrat nos describe?

Una manzana podrida, aunque más no sea en un pequeño trozo, es corrupta. Y todos sabemos lo que pasa cuando esa pequeña corrupción no se corta rápidamente…

Hagamos de esto de la integridad algo personal. Juzguémonos a nosotros mismos antes de empezar a mirar para otro lado. Tal vez encontremos faltas reparables antes de empezar a encontrar que nos parecemos demasiado a los personajes del poema. Antes de empezar a romper promesas, por ejemplo, a nuestros hijos, a nuestros seres queridos; antes de ni recordar que en el mundo hay niños, antes de empezar a negarle a alguien el pan, antes de empezar a sembrar calumnias o a mentir con naturalidad.

Que bueno sería que pudiésemos hacer de la integridad algo personal. Asegurarnos de que hacemos lo que decimos, y de que podemos decir lo todo lo que hacemos. Hagamos, por favor, de la integridad, algo personal.


J. R Lucks



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domingo, agosto 09, 2009

Palabras de moda I

Hay una palabra, entre otras, que parece gustarle mucho al mundo de hoy. Me refiero a la inmediatez.

Queremos las cosas ya. Inmediatamente. La información, los placeres, los gustos. Lo disfrutable lo es más si es ya, ahora, en este momento, en este instante… como si no hubiese mañana, como si no fuese a haber futuro.

El refrán por excelencia para soportar este afán de inmediatez, esta desesperación por lo rápido, por lo urgente, es tal vez uno de los más conocidos:

“No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”.

En realidad se ha refinado un poco; así es que nos recomiendan:

“No dejes para mañana lo que puedas comprar, hoy. Créditos al instante”

O podría ser:

“No dejes para mañana las vacaciones en este lugar paradisíaco. Con los cambios en el clima es probable que se desertifique prontamente.”

Hasta tal vez:

“No dejes para mañana lo que puedas consumir hoy. Mañana tal vez ya no esté de moda y no pueda vendértelo”

Seguramente estoy exagerando, pero siguiendo la misma línea de pensamiento prefiero no dejar para mañana lo que puedo exagerar hoy. Tal vez mañana, muy probablemente si seguimos como vamos, ya no sea una exageración.

Inmediato quiere decir que sucede sin tardanza, enseguida; pero también cercano, contiguo, próximo… prójimo. Es interesante porque el prefijo in, que en muchas palabras significa negación (in-moral por ejemplo), aquí significa “en”, o “dentro”. O sea inmediato es: en lo mediato, en el medio, en el momento en el que estamos, en el lugar en el que estamos.

Inmediato es urgente. Como el refrán sugiere: hoy, no mañana. El problema, para los que lo vemos, es a qué le damos urgencia. Como casi siempre la culpa no es del martillo sino del que lo empuña.

Que tal si en lo inmediato nos preocupamos por atender lo verdaderamente inmediato, o sea lo próximo, lo cercano, lo que nos requiere, los que nos grita por favor que lo atendamos. Que tal esta lista de cosas próximas que son inmediatas:

• Hijos que necesitan límites.
• Vecinos con necesidades.
• Niños con hambre.
• Gente sin trabajo a la cuál pudiésemos ayudar.
• Corrupciones que denunciar.
• Parientes que necesitan una mano; o ni tanto, tal vez una oreja; o inclusive menos, una sonrisa.

¿Por qué dejar eso para mañana? ¿Por qué al ser inmediatistas lo somos sólo para algunas cosas? ¿Por qué no ponemos en serio de moda la palabra inmediato y nos dedicamos con urgencia a resolver temas que una vez resueltos, en lo inmediato, dejen de hipotecar el futuro en el que parecemos no creer pero que es tan indefectible como la muerte? ¿Qué tal educar en lo inmediato, para que no tengamos que sufrir la cercanía, la inmediatez, de la pobreza de los que no saben y por eso no pueden? ¿Qué tal construir en lo inmediato medios para que tengamos un país mejor, y no tengamos que sufrir la proximidad, la inmediatez, de la inseguridad que nosotros mismos producimos?

Tal vez me haya equivocado, como tantas otras veces, y lo que esté de moda no sea la inmediatez. Tal vez lo que está de moda es la in-madurez, la falta de ese crecimiento que nos hace discernir qué es lo que hay que hacer hoy y no dejar para mañana, porque si lo dejamos hoy el mañana va a ser una porquería.

Como siempre soy optimista, tal vez no en los resultados inmediatos, pero sí en un mañana en el cual inmediatamente me tengo que poner a trabajar: con mis actitudes, con mis hechos y no sólo con mis palabras, con la educación que les doy a mis hijos… con lo que definitivamente no debo dejar para mañana.



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domingo, agosto 02, 2009

Consensos posibles

Está de moda por estos días en mi país la palabra consenso. Consenso viene de sentir, que significa percibir con los sentidos, pero también darse cuenta, pensar, opinar. Por otra parte, el prefijo con significa en unión, en colaboración (co-laborar, de hecho, es trabajar junto con otros).

Me movió a pensar en esto de los consensos un poema que releí de Sor Juana Inés de la Cruz, llamado: “Finjamos que soy Feliz”. Un fragmento del mismo dice así:

“…

Todo el mundo es opiniones
de pareceres tan varios,
que lo que el uno que es negro
el otro prueba que es blanco.

A unos sirve de atractivo
lo que otro concibe enfado;
y lo que éste por alivio,
aquél tiene por trabajo.


El que está triste, censura
al alegre de liviano;
y el que esta alegre se burla
de ver al triste penando.

Los dos filósofos griegos
bien esta verdad probaron:
pues lo que en el uno risa,
causaba en el otro llanto.

…”

Y eso que Sor Juana estaba en un convento en el que, probablemente, no hubiese mucho lugar para el disenso, o sea para sentir, pensar u opinar diferente.

¿Será factible el consenso?, ¿podremos opinar igual?, ¿hará falta que opinemos, sintamos o pensemos igual?

Muchos de los que se llenan la boca con el consenso son en realidad intolerantes que lo único que quieren es que se haga lo que ellos dicen, o sea que el otro haga lo que a ellos se les ocurre. Obviamente hablo de mis amigos los políticos. En general los que piden consenso son los que no están en el poder… hasta que llegan a el, una vez allí, ya no les parece tan seductor el escuchar al otro.

Pareciera que el consenso, de poder existir, es la solución sub-óptima, porque si Sor Juana tiene razón –lo cuál es muy probable– partimos de puntos de vista diferentes; o tiene razón uno o el otro. Para lograr un consenso, un punto medio, ambas partes deberán dejar de pensar algo de lo que piensan, ignorar parte de sus opiniones.

Esta es la versión de consenso que muchos tienen, lamentablemente, y por eso es difícil llegar allí.

A mí me gusta pensar de otra forma, el consenso no es dejar parte de lo que pienso u opino de lado para no tener que matarme contra el otro. El consenso puede ser creativo, educativo. Mi punto de vista es parcial, igual que el del otro, el consenso se logra cuando ambos nos “educamos” en lo que aún no pensamos, en lo que aún no hemos sentido u opinado. Cuando con más información, ambas partes, miramos nuevamente la realidad, el consenso comienza a ser más razonable, más posible.

Son Juana tiene razón, pensamos distinto, sentimos distinto, pero en mi opinión es muchas veces por ignorancia, por no saber lo que el otro piensa y por no poder ver desde el punto de vista del otro.

Para definir con-senso, usé una palabra que me gusta más: co-laboración. Trabajar junto con otros es más fácil que pensar y sentir lo mismo. ¿Qué tal si buscamos cosas en las cuales se pueda co-laborar?, aun si no hay consenso en el cómo. Soy un convencido de que si todos trabajamos en lo mismo, aunque opinemos diferente en algunas cosas, vamos a lograr más que si tratamos de llevarle la contra a Sor Juana.

El consenso es bueno, es crecer, es encontrar una verdad más allá de la propia verdad, no es perder un pedazo de opinión. Trabajemos para eso, pongámonos de una vez, y en serio, a “co-laburar”.




J. R. Lucks



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