jueves, octubre 30, 2008

30-10-08. Los consejos

Hoy traje unos consejos, que sirven para este período de crisis financiera que vivimos, pero también para muchas otras situaciones en la vida.

Lo interesante es que están sacados del Martín Fierro (1). Lo que conocemos por el Martín Fierro es un poema gauchesco, narrativo, que en realidad se publicó en dos partes. En 1872 vio la luz la primera, llamada El gaucho Martín Fierro, y posteriormente, la continuación, que se conoce como La vuelta de Martín Fierro, fue publicada en 1879.

En este poema, que tiene más de cien años, podemos encontrar consejos que sirven para la crisis financiera mundial del 2008. ¿Por qué es esto así? ¿Es tal vez que José Hernandez, su autor, sabía mucho de finanzas globales? Definitivamente no creo. De hecho voy a citar consejos dados por un personaje que ni siquiera se podría asemejar a un fino corredor de bolsa de una gran capital del mundo. El personaje en cuestión es el Viejo Vizcacha, que por vueltas de la vida termina criando al hijo menor de Martín Fierro.

Este hombre –que en el mejor de los casos sólo podía calificar como de dudosa moral y reputación– da una serie de consejos; algunos más correctos desde un punto de vista ético, otros menos, pero lo cierto es que muchos de ellos son aplicables y lo seguirán siendo, porque tienen que ver con la sabiduría básica; esa aplica tanto a las crisis financieras del siglo XXI como a las guerras del siglo XV, o a las evoluciones del pensamiento que vayan a aparecer en el siglo XXX.

Consejo viene del latín consilium, que quiere decir entre otras cosas parecer, o sea opinión, pero también, entendiendo la palabra más profundamente, se usaba para referirse a prudencia, buen sentido, o razón.
Estos consejos del Viejo Vizcacha tienen que ver con el buen sentido, con la prudencia, por eso me parece que vale la pena recordarlos.

El primero dice así:

"El hombre, hasta el más soberbio,
Con más espinas que un tala,
Aflueja andando en la mala
Y es blando como manteca,
Hasta la hacienda baguala
Cai al jagüel con la seca".

Con la bolsa subiendo o el barril de petróleo a 150 dólares la gente se comporta de una forma, cuando la bolsa baja o el barrilito vale la mitad, la cosa se pone “color de hormiga”, como decía un mexicano amigo mío, y los soberbios se ablandan como la manteca. Me hizo acordar el tema de la soberbia, a una frase que leí hace un tiempo y que aseguraba que:

“La soberbia y la autosuficiencia sólo se curan con humillación y lágrimas”.

Debe haber unos cuantos en proceso de curación ahora, seguramente los pañuelos descartables deben estar subiendo de precio por escasez. Creo que el de Vizcacha es un buen consejo para tener en cuenta, ahora, antes de que las cosas vuelvan a subir.

Otro consejito de Vizcacha decía:

"No te debés afligir
Aunque el mundo se desplome,
Lo que más precisa el hombre,
Tener, según yo discurro,
Es la memoria del burro
Que nunca olvida ande come".

¿Cuándo nos acordaremos de que la memoria es de las armas más importantes que tenemos para no volver a caer dos veces en el mismo error? Éste, como el otro consejo, sirven para la crisis actual, que se pudo haber evitado aplicando la memoria –sea la mundial o la personal–, tanto como para otras cosas en la vida. Lo malo es que en general preferimos olvidar los malos momentos, lo cual es garantía de que los vamos a volver a vivir.

Otro verso del poema le hace decir al personaje:

"A naides tengas envidia,
Es muy triste el envidiar,
Cuando veas a otro ganar
A estorbarlo no te metas,
Cada lechón en su teta
Es el modo de mamar".

¿No habrá habido algo de eso acá?, algo de envidia, ¿no será que más allá de que el sistema estaba un poco pasado de rosca de todas formas se podía seguir y componer, pero alguien por envidia a las ganancias de otros dijo la palabra mágica y todo el mundo a correr? No creo que lo sepamos nunca, pero nuevamente esto nos sirve para antes de la crisis y para después también. La envidia es mala consejera, hablando justamente de consejos.

Por último para cerrar les dejo otro que tiene que ver con qué hacer en el tiempo que nos vamos a ahorrar por no andar envidiando a nadie. Dice así:

"Los que no saben guardar
Son pobres aunque trabajen,
Nunca por más que se atajen
Se librarán del cimbrón.
Al que nace barrigón
Es al ñudo que lo fajen".

El ahorro es la base de la fortuna, decía mi abuela cuando me regalaba un chanchito alcancía. Claro que si uno ahorra de su trabajo, y después los ahorros uno los pone en la bolsa, o peor, algún loco gobierno de algún loco país se los confisca o se los transforma en bonos incobrables, de todas formas quedamos con la retaguardia hacia el altísimo. Igual, definitivamente, es más seguro el guardar, cuando se puede, que el vivir a crédito siempre.

Así es que vale la pena retomar de vez en cuando lecturas como la del Martín Fierro. Nos puede recordar algunas cosas que sirven para siempre, como no tener envidia, trabajar y ahorrar, tener memoria y no ser soberbio. Estas cosas, aún en boca el Viejo Vizcacha son buenos consejos, buenas razones, cosas con buen sentido.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Martín Fierro. José Hernandez. Editorial Longseller, 2007.



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jueves, octubre 23, 2008

23-10-08. El capitalismo, unplugged

El Muro de Berlín cayó en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989. En estas semanas de octubre de 2008, casi veinte años después, estamos presenciando la caída de muchísimas de las bolsas de comercio de todos los países capitalistas del mundo. Vemos “desaparecer” del mercado cientos de miles de millones de dólares, o euros, en supuesto valor de empresas que siguen fabricando y vendiendo lo mismo que antes, pero que ahora para los inversionistas valen mucho menos que hace unas semanas.

La caída del muro de Berlín se consideró el principio del fin de los sistemas comunistas. Desde ese entonces el mundo sólo sería capitalista. La crisis económica mundial que acaba de empezar puede llegar a ser el principio del fin de un sistema capitalista que “se la creyó demasiado”, dando nacimiento a uno un poco menos acelerado, y seguramente, al menos por un tiempo, más regulado.

Cuando me referí a las crisis, en otra columna hace unos meses, dije que el término significaba momento de decisión. Definitivamente este momento que vivimos es para decidir.

En el plano personal habrá que ver que hace uno para preservar lo que pudo juntar y ahorrar como fruto de su trabajo. Ahí no hay ni comunismos ni capitalismos que cuenten. Desde un punto de vista más “sociológico”, deberíamos decidir en qué mundo queremos vivir, si en uno en el que el capitalismo nos lleve a subastar virginidades por internet –como en el ejemplo de la señorita de la columna pasada–; en uno en el que de un día para otro la mayor parte de los activos valgan un décimo de lo que creíamos que valían; o en uno en el que todos trabajemos, podamos ahorrar, podamos tener un buen pasar y planificar para el futuro.

Capitalismo o comunismo, los excesos son malos en ambos lados. Este capitalismo desbocado que hemos vivido últimamente, en el que consumir pareciera haberse transformado en el fin de la existencia del ser humano sobre la tierra, nos ha traído a esta época “oscura” que estamos iniciando. La historia de la humanidad nos ha dado cientos de ejemplos de cómo los excesos terminan en barbarie. Les pasó a los griegos, a los romanos, a todos los grandes imperios. Esperemos no caer tanto, esperemos no llegar a que desaparezca la cultura que conocemos, o tengamos que visitar las ruinas del mundo que construimos. Aún si evitamos esto, es seguro que para muchos, el no poder mantener el nivel de consumo a crédito que tenían antes de esta crisis, va a ser tan doloroso como fue para algún griego o romano la invasión de los imperios en los que vivían. Que nos baste con eso.

Una periodista llamada Ximena Casas inició una nota sobre tendencias de consumo publicada en el diario El Cronista Comercial del 1° de Septiembre de 2008 de la siguiente manera:

“Para las empresas, es clave detectar una nueva tendencia en las costumbres, expectativas y gustos de sus consumidores y transformarla en el producto adecuado antes que su competencia. Por ejemplo, el crecimiento del número de personas que viven solas provocó la aparición de productos en porciones más chicas. Y el aumento de los artículos premium es una respuesta al deseo de la gente de diferenciarse”.

Este párrafo solo me llevó a pensar varias cosas. Primero: ¿de qué pretende la gente diferenciarse comprando productos? No sabe esta gente que cada ser humano es, de por sí, único. ¿Qué producto –que seguramente no se fabrica exclusivamente para un consumidor– puede diferenciar a alguien más que su intelecto, que sus sentimientos, que su capacidad creativa, en fin, que su personalidad?

Es que nos han convencido de que nada de esto que acabo de enumerar es importante; o al menos no más importante que un perfume, que un desodorante, que un auto o que una camisa. La mentira en la tentación de la manzana de Eva es realmente ingenua. ¿Cierto?

Pero la primera parte del párrafo es fundamental, las empresas necesitan transformar en productos cualquier cosa que tengamos como expectativa o gusto, porque todo el sistema se sostiene siempre y cuando ellos me puedan vender algo, y yo quiera o acepte comprarlo. ¿Qué pasa si no tengo nuevos gustos o expectativas? Alguien se encargará de creármelas, alguien se encargará de cambiar el modelo de lo que tengo, la norma de transmisión, el sistema operativo o lo que sea, y, con o sin expectativas o gustos diferentes, terminaré teniendo algo que comprar.

Este capitalismo ultramoderno que vivimos se basa en un consumismo cada vez mayor y más rápido. Eso hace “inflar” los precios de las cosas. Se inflan burbujas de precio y de crédito –el ahorro se transformó en dinosaurio camino a ser fósil–, y tarde o temprano toda burbuja explota.

Sergio Sinay, escritor, periodista, especialista y consultor en vínculos humanos publicó una columna llamada: “El consumidor consumido”, en el diario La Nación del 27 de junio de 2006. La misma comenzaba de la siguiente forma:

“Occidente ha pasado del capitalismo de producción al capitalismo de consumo y, también, de la cultura del trabajo a la cultura del maquillaje. En el capitalismo de producción, como lo indica su nombre, el énfasis estaba puesto en el desarrollo de las fuerzas y los medios productivos, en la creación y fabricación de bienes. Había mucho trabajo puesto en esos productos y el orgullo del productor, ya fuere empresario u operario, nacía en la calidad y durabilidad del bien. En cierto modo, el capitalismo de producción era también de permanencia, de arraigo”.

Es auto explicativo, ¿cierto?, no suena para nada mal, trabajo, orgullo, arraigo, permanencia, durabilidad, calidad,… pero sigue:

“El capitalismo de consumo se sustenta en la creación constante y creciente de deseos para proponer su satisfacción, antes que en la producción de bienes. Se trata de crear un deseo, hacerlo pasar por necesidad y ofrecerse a aplacarlo. Lo importante ya no es lo que se fabrica, sino lo que se promete. Donde antes había bienes concretos, ahora hay intangibles. Si antes el productor ocupaba el centro de la escena, ahora la clave es el consumidor. De hecho, el desarrollo tecnológico, más otras características de la era globalizada, han hecho que cada vez más productores de carne y hueso (operarios, obreros, técnicos) hayan sido y sean reemplazados por máquinas, mientras los mercados crecen. En la fase anterior, la palabra durabilidad era medular: el bien debía durar”.

Hoy que algo dure es aburrido. El capitalismo de hoy es de volumen, no de calidad, la gente cambia las cosas antes de que se gasten, antes de que se rompan; porque antes de que todo eso pase alguien cambió la moda; además, la nueva unidad es “tan barata”, que porqué no cambiarla.

Andar en bicicleta depende de la velocidad. Si uno va muy despacio se cae. Hay que avanzar con una cierta aceleración. De esa velocidad para arriba no hay problema, excepto que “nos hacemos más livianos”, y a mucha velocidad, una pequeña piedrita en el camino puede resultar fatal.

El capitalismo no debe ser malo. Tal vez no sea ideal pero, al menos hasta ahora, resultó ser de todos los probados el sistema más razonable. Ojalá que el mundo se de cuenta de que el capitalismo es como una bicicleta –de hecho es una bicicleta–, si vamos lento nos caemos pero si vamos demasiado rápido, tarde o temprano también, y los golpes son peores.

Eso sí, como no se si el “mundo” va a leer esta columna o no, el asunto de la bicicleta lo deberíamos tomar a título personal. Nuestros capitalismos personales también son bicicletas. Las ruedas de esa bicicleta son nuestras tarjetas de crédito, y la velocidad la ponemos nosotros dejándonos convencer de que realmente tenemos gustos y expectativas nuevas, o de que el último modelo de teléfono móvil, de televisor de pantalla plana, de perfume o de auto, es “realmente” indispensable para nuestra condición de seres humanos, o nos “diferencia”.

Las crisis son momentos de decisión. Vivimos –y vamos a vivir por un tiempo–una crisis de tamaño impresionante y de orden mundial. Tomemos alguna decisión. No vamos a arreglar al mundo individualmente, pero no nos dejemos convencer por los que necesitan vender algo que la solución para el problema es la misma que lo causó: comprar demasiado, consumir demasiado.

Dejo para cerrar dos frases, una de Dolina (1), con quién también me proveí para la columna anterior. Me pareció una excelente reflexión para un momento de decisión, para una crisis:

“El Universo quiere hablarnos. Los astros se esfuerzan por dejar un recado en la puerta del alma. No entenderlo es nuestro destino. No prestarle atención es pecado. Pero lo peor es comprenderlo mal”.

La otra es de Stephen Covey (2):

“Entre el estímulo y la respuesta está nuestro mayor poder, la libertad de elegir”.

En la frase de Covey tal vez se podría haber puesto que entre el estímulo y la respuesta “debería estar” el poder de elegir, en vez de “está”, pero él es un optimista. Escuchemos, comprendamos y ejercitemos nuestra libertad de elegir. De nosotros depende que esta libertad de elegir, nuestra, esté donde tiene que estar.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Editorial Planeta, 2003.
(2) Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas. Stephen Covey. Simon & Shuster, 1989.


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jueves, octubre 16, 2008

16-10-08. El capitalismo

Los otros días, en el diario, leí sobre una señorita que había puesto en venta su virginidad en un sitio de subastas por Internet. Según la nota, dicha señorita de 22 años que quiere estudiar para se experta en terapia matrimonial, tomó esta decisión para poder costearse los estudios.

Obviamente apenas se dio a conocer la noticia fue invitada a todos los programas de televisión que se les ocurra, y con esto logró una gran publicidad. Esto que relato sucedió en Estados Unidos, pero podría haber pasado en cualquier otro lado también. Aparentemente ella sostenía que vivimos en una sociedad capitalista, y por lo tanto le parecía muy natural el hecho de poder “capitalizar” su virginidad. Más allá de si es totalmente cierto, o un invento de alguien para ganar publicidad, es creíble.

Me pareció interesantísimo. Lo cierto, es que la virginidad siempre fue vendible de una forma u otra. Siempre tuvo valor porque es un bien relativamente escaso, y como sugiere la señorita que remata la suya, esa es una regla básica del capitalismo. Como últimamente, más allá de la que se encuentra en los discos para computadora, la virginidad se ha vuelto aún más escasa, es que en este caso se decía que en la subasta se llegarían a ofrecer cifras siderales, cientos de miles de dólares al menos, incluso tal vez mucho más; y si bien la chica no era fea, tampoco era la mujer más linda del mundo.

Es impresionante lo que la publicidad y la escasez logran en términos de precio de los bienes o servicios. Evidentemente hay también una demanda creciente e insatisfecha para ítems como la virginidad, lo cual pareciera ser una nueva tendencia, porque últimamente se perdía la virginidad antes que los últimos dientes de leche, pero bueno, las modas cambian.

En tren de subastar bienes escasos, no me imagino lo que se podrían llegar a pagar por cosas como estadistas, santos –de cualquier religión–, enamorados de la verdad y la justicia, próceres capaces de sacrificarse por una causa justa, etcétera.

A pesar de estar ahora un poco vapuleado, vivimos, como dice la vendedora de virginidades, en un sistema capitalista. Capital viene de raíces etimológicas que lo relacionan con la cabeza, capite en latín. De esa raíz viene capitel, que es la cabeza de una columna por ejemplo. Se relaciona también con algo importante o sobresaliente, fíjense que la capital de un estado es el distrito más importante desde el punto de vista gubernamental. La pena capital, es la pena máxima. Se llaman pecados capitales los que supuestamente son origen de los otros, y así muchos ejemplos.

En términos económicos el capital también es conocido como principal –como se dice más bien en ingles– es el origen, el punto de inicio, desde donde se producen lo intereses. Lo capital entonces es lo central, lo principal, lo que manda, la cabeza.

Esta señorita ha logrado ya capitalizar su virginidad, la transformó en algo principal, central, el asunto es que cuando alguien se la consuma, que quiere decir extinguir, ya no va a tenerla nunca más. Así es con todo, cuando consumimos, cuando las cosas se consumen, desaparecen. Más rápido o más lento, pero al capitalizar consumimos y al consumir extinguimos. Esta señorita se quedará con algo de dinero, el que le consuma la virginidad tal vez con un buen recuerdo, pero lo capital, lo que supuestamente tenía valor, desaparece.

Ni critico ni alabo este asunto, es lo que es, cada uno que piense lo que quiera y haga con su virginidad lo que pueda. A mi me lleva a pensar que de una u otra forma somos insaciables, consumimos y destruimos capital a nuestro paso, al punto de que ya podemos empezar a subastar virginidades por Internet. En alguna película de ciencia ficción nos compararon con microorganismos, tipo virus o bacterias, que se reproducen a gran velocidad por todos lados y extinguen toda vida que se les cruza, no me parece demasiado exagerada la comparación.

Lo interesante es que tenemos siempre la posibilidad de cambiar, de usar la cabeza, la cápita, para otras cosas que no tengan tanto que ver con consumir, con extinguir, sino con producir, con generar.
No soy un fanático del consumo desmedido en que nos han o nos hemos metido. Creo que eso queda claro. Subastar virginidades por Internet para capitalizarlas no es tanto un problema en sí mismo, sino un síntoma de una sociedad que pareciera no tener límite en cuanto a qué comprar, o a qué ponerle precio.
Les dejo una reflexión de don Alejandro Dolina (1), filósofo contemporáneo entre muchas otras cosas, que alguna vez contó el siguiente diálogo entre un supuesto Satanás y un hombre:

“Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones… Y también juventud, poder, fuerza, salud… Exijo sabiduría, genio, prudencia… Y también renombre, fama, gloria, y buena suerte… Y amores, placeres, sensaciones… ¿Me darás todo eso?
Satanás: No te daré nada
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía”.

Podremos disentir en si Satanás, o incluso el alma, existe o no, pero creo que la conversación imaginaria deja el tema bastante claro. Consumir y nada más, termina consumiendo, consumiéndonos. Pensemos un poco si de tanto querer y de tanto consumir no nos estaremos, de a poco, ganando el desprecio hasta de los satanases.





J. R. Lucks




Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Editorial Planeta, 2003.



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jueves, octubre 09, 2008

09-10-08. El hedonismo, unplugged

Comenté en la columna anterior que se denomina hedonismo a la doctrina que proclama el placer como fin supremo de la vida. En verdad no sólo la búsqueda del placer, sino también, y a la vez, la supresión del dolor.

Esta doctrina se inició en Grecia, algunos siglos antes de Jesucristo, y estuvo desarrollada por varias escuelas. Una de ellas, la cirenaica, fundada por Aristipo de Cirene que fue discípulo de Sócrates, tenía a su vez relación con la escuela cínica, la de Diógenes (no el perro del linyera de Fontanarrosa, sino el filósofo). La otra escuela se llamaba epicúrea.

Los cirenaicos se ocuparon fundamentalmente de cuestiones de ética. Para ellos el bien se identificaba con el placer, aunque éste debía entenderse también como placer espiritual.

Para la escuela cirenaica el casi único criterio de verdad se halla en las emociones internas. En cuanto al origen del conocimiento, debía buscárselo en la sensación. Los cirenaicos, entonces, exaltaban los sentidos como la única fuente de adquisición de conocimiento, es una escuela subjetivista.

En lo que concierne al supremo fin del hombre debo ser considerado como la felicidad, que para Aristipo, consistía en librarse de toda inquietud, siendo la vía para lograrlo la autarquía. Este término describía una conducta que en general fomentaba el ideal de una vida sencilla, en la cual el sujeto tuviese dominio sobre sus pasiones y acciones, y tuviese como principio de vida el ejercicio de la virtud. Frases como: “No es rico el que tiene más sino el que necesita menos”, podría haber sido dicha perfectamente por un cirenaico.

Fíjense que interesante y que actual. Exaltar las sensaciones. El fin de la vida es el placer y evitar las complicaciones. Y por último lo subjetivo, o sea lo propio, lo de uno, por encima de lo de los demás. Se parece mucho a como se vive hoy. Placer por sobre todo, no me meto en lo de los otros, no me comprometo con otros para no complicarme, no le presto atención nada más que a lo que yo pienso. Vivimos en tiempos del hedonismo.

El punto es “para qué” hay que vivir así. Porque esta escuela decía que había que hacer esto para tener una vida sencilla, dominar las pasiones y ejercitar la virtud. Ahí me parece que se le diferencia bastante de la forma de vivir de hoy. El “cómo” vivir, lo tomamos al pie de la letra, pero el “para qué” vivir así, que en definitiva debe ser más importante, lo ignoramos un poquito.

Vamos a escarbar algo más en el tema. El otro maestro del hedonismo fue Epicuro. Éste filósofo también se ocupaba de cuestiones éticas, él plateaba una ética de la reciprocidad. Su enseñanza coincidía con que había que maximizar el bien, o el placer; y minimizar el mal, o el dolor. Para esto predicaba una ética de hacer a los demás lo que queremos que nos hagan, refiriéndose al bien; pero también una de no hacer a los demás lo que no queremos que nos hagan, o sea el mal, o causar dolor.

Para lograr lo que Epicuro plantea, hay que pensar en los demás. Una cosa es que crea que mis sensaciones y mi pensamiento deben ser las cosas a las cuales prestar atención, y la otra es creer que los demás no existen, o peor, que son cosas que están allí para ser usadas por mí en la obtención de placer.

Creo que se puso de moda esto del hedonismo por lo que sugerí antes. A todos nos gustan los “títulos”: placer, felicidad, ausencia de complicaciones, etcétera. El asunto es que los que retomaron este tema para ponerlo de moda y vender como locos, dejaron de lado el asunto de la ética, de los demás a los que hay que respetar, en fin, dejaron de lado cosas que en el hedonismo verdadero son tan o más importantes que los “títulos”, ya que son su sentido de ser.

Uno de los filósofos contemporáneos que adhieren al hedonismo se llama Michel Onfray (1). Fíjense lo que él, que sí sabe de esto y no está sólo tratando de vender zapatillas o bebidas energizantes, dice del tema del cual estamos hablando en una entrevista (2) publicada en 2001.

"Se cree que el hedonista es aquel que hace el elogio de la propiedad, de la riqueza, del tener, que es un consumidor. Eso es un hedonismo vulgar que propicia la sociedad. Yo propongo un hedonismo filosófico que es en gran medida lo contrario, del ser en vez del tener, que no pasa por el dinero, pero sí por una modificación del comportamiento. Lograr una presencia real en el mundo, […]."

El verdadero hedonismo, no el vulgar, no se trata de llevar las sensaciones al máximo, no se trata de egoísmos, no se trata de consumir todo lo que se nos cruce para maximizar un placer exacerbado. Onfray nos da el mismo consejo que Fromm: “ser en vez de tener”. Nos sugiere un hedonismo filosófico que él mismo llama contrario al que propicia la sociedad. Nos propone buscar placer, que obviamente no es malo, pero no en el consumir sino en el construir, en una modificación del comportamiento. Ya los antiguos, los fundadores del hedonismo nos hablaban de la ética de la reciprocidad, de reducir los males al no provocarlos; de pensar inevitablemente en el otro como elemento indispensable para esto de la felicidad, pero no como objeto a nuestra disposición.

Aún este autor, con el que no coincido muchas cosas de las que propone, encuentra un punto en el que podemos acordar. Él se molesta porque se usa el nombre de su filosofía para justificar algo que considera vulgar; yo porque nos dejamos llevar por modas que nos deshumanizan cosificándonos, entendamos lo que es le verdadero hedonismo o no.

Cómico ¿no? El hedonismo actual de brutal consumismo, de exaltación de lo sensual, de lo relativo a los cinco sentidos y nada más, nos lleva a despersonalizar al otro ya que lo transformamos en un objeto capaz de darnos placer, pero placer sensual solamente. Nos quedamos en el placer que sentimos en la piel, cuando lo que verdaderamente nos sugiere el hedonismo es que entremos un poco más profundo, que construyamos y no que solamente consumamos.

Consumir es justamente extinguir, gastar. A la larga consumir es igual a desaparecer, a morir. Me pregunto: ¿cómo puede ser el morir causa de placer?

Nos confunden o nos confundimos. Lo sensual, lo que se siente en la piel, o en el gusto, o en el olfato, en definitiva en los cinco sentidos, es tan llamativo a nuestro cerebro que no le damos tiempo a sentir más adentro. Usamos los órganos y los aparatos que nos constituyen a un punto ridículo de auto destrucción con tal de sentir un supuesto placer que no es más que una ilusión de corto plazo.

Tomemos por ejemplo el aparato digestivo y todos los órganos asociados. Nos privamos muchas veces del placer de un cuerpo sano por una alimentación correcta, que es el objetivo de ese conjunto de órganos, y nos enceguecemos por el placer de corto plazo que nos causan comidas inadecuadas en las papilas gustativas, (un ínfimo trozo de ese aparato). Terminamos con cuerpos enfermos –que no causan placer sino dolor y complicaciones–, y con sobrepesos que afectan toda nuestra vida. Otras veces para seguir modelos de delgadez que nos imponen desde la moda nos privamos del placer de ese cuerpo sano en busca de uno delgado, al punto de llegar a diversas situaciones de dolor como con la bulimia y la anorexia. Los antiguamente criticados ayunos religiosos pasaron a ser un juego de niños, comparados con las dietas no saludables y los excesos de delgadez perseguidos para poder usar un talle cero, Lamentablemente se podría hacer una equivalencia de estos ejemplos con cada aparato del cuerpo humano, el reproductivo, el olfativo, o casi con cada órgano, y siempre detrás ha de haber una moda que justifica una compra.

Seamos hedonistas, pero con criterio. Ni el sobrepeso, ni la anorexia llevan a la felicidad que Epicuro u Onfray proponen. Acá no es cuestión de no venderle el alma al diablo, el asunto es como no regalarle el cuerpo a la moda o a la publicidad.

Desde que los filósofos griegos se juntaban en algún bar a charlar –perdón la digresión–, la humanidad piensa si debe ir detrás del placer y las sensaciones (hedonismo), o del deber y la razón (estoicismo). Como en casi todo lo demás, según creo, la solución está en el medio. ¡Como me gustaría haber sido invitado a esa mesa de café con estos griegos!

Esta cita (3) puede darnos una perspectiva de lo que quiero decir:

“Hoy más que nunca, el sentir, no por cierto el razonar, domina la cultura. El poder de las ideas pret a porter (listas para usar) que había surgido de las revoluciones Francesa o Rusa, deja el puesto al poder de la sensología pret a porter, que sostiene o soporta la moda y el gusto de las masas. La ideología es sucedida por la sensología, que produce un desarraigo de la subjetividad, una homologación sin precedente”.

El placer exacerbado y sentido sólo en la piel, en gran parte como vivimos hoy, no nos va a llevar más que a consumirnos consumiendo. El deber y la razón al extremo –males de otras épocas tal vez–, tampoco son buenos. No está para nada mal buscar placer, pero hay deberes que también causan placer, hay que encontrarlos, definirlos, aprenderlos.

La razón y lo sensual están presentes en el hombre para que los balancee, no para que anule a uno en función del otro. Tenemos la responsabilidad de ser humanos. Ni los animales son tan tontos como para comer de más o de menos, o basura que les hace mal, ¿por qué nosotros con nuestra razón no podemos encontrar el equilibrio entre dejarnos sentir ese placer que nos construye, y construirnos para generar placer para nosotros y para otros en lo trascendente? Otro filósofo4, argentino ahora, nos indica qué debe ser esto trascendente:

“En lo humano –‘animal enfermo’, lo calificó Hegel con precisión–, la animalidad –léase naturaleza– está ‘enferma’; es decir, no funciona automáticamente, sino que, más bien, está combatida, reprimida, desviada de sus automatismos innatos.
Hay que comer, dictamina la naturaleza. La historia personal del asceta o del dietista ordena, al contrario, ayunar, dejar de comer.
La naturaleza otorga poderes.
La historia los canaliza en estructuras de sentido, en un qué, y por qué, y para qué.
Estamos ante la Ley porque estamos ante el qué, y el porqué, y el para qué compartimos con los demás.
Algo que no es yo, que está por encima de mí, o por delante de mí, y hacia donde debo ir”.

Hemos, o nos han hecho, llevar la deificación del placer sensual a tal punto, que ya más que la lucha entre el placer y el deber parecemos haber hecho del placer una obligación. Nos obligamos a sentir placer, o nos obligamos para sentir placer. Epicuro le tiraría una piedra por la cabeza a alguien que se destruye y se consume a sí mismo y a su familia con tal de ir quince días al Caribe por unas supuestas vacaciones de placer, o al que se enferma de muerte para sentir el supuesto placer de poder ponerse un talle más chico. Nos confundimos o nos confundieron tanto que nos enfermamos.

Es muy probable que yo sea mucho más estoico que hedonista, al menos lo fui durante gran parte de mi vida. Entre otras cosas, la crisis de la mitad de la vida que tuve hace ya bastante, me permitió permitirme un poco más de hedonismo.

El buen hedonismo es bueno, valga la redundancia o el juego de palabras. Pero si vamos a llamarnos hedonistas leamos un poco más de que se trata, de otra forma llamémonos consumistas, superficiales, egoístas, suicidas o lo que sea, pero no usemos para definirnos un término que es mucho más profundo que el tercer plato de ravioles con salsa los domingos, una pastilla deshidratante en una discoteca, o incluso un bar de intercambio de parejas. Este hedonismo moderno en el que vivimos les causa mucho más placer a los accionistas de las compañías que nos venden los supuestos elixires de placer que a nosotros mismos.

La columna anterior comenzó describiendo cómo el placer es producto de la vida y el amor. Transformemos a ésta en una regla simple para “aprobar” placeres en nuestra vida. Si lo que nos están vendiendo u ofreciendo va en contra de la vida, o del amor, no es placer aunque parezca.


J. R. Lucks



Referencias:
(1) Michel Onfray: (nacido en 1959 en Francia). Doctor en filosofía, enseña esta materia en el Lycée de Caen de 1983 a 2002. Según él, la educación nacional enseña la historia oficial de la filosofía y no aprender a filosofar. Dimite en 2002 y crea la Universidad Popular de Caen y escribe su manifiesto en 2004 (communauté philosophique). Michel Onfray cree que no hay filosofía sin psicoanálisis, sin sociología, ni ciencias. Un filósofo piensa en función de las herramientas de que dispone; si no, piensa fuera de la realidad.
Sus escritos celebran el hedonismo, los sentidos, el ateísmo, al filósofo artista en la raza de los pensadores griegos que celebran la autonomía del pensamiento y de la vida. Su ateísmo es sin concesiones, expone que las religiones son indefendibles como herramientas de soberanía y trato con la realidad. Forma parte de una línea de intelectuales próximos a la corriente individualista anarquista, intentando entroncar con el aliento de los filósofos cínicos (Diógenes), y epicúreos (Epicuro).(
(2) Entrevista a Michael Onfray por Cecilia Bembire. Diario Página 12, 2001.
(3) Occasione o tentazione? Arte di discernere e decidere. Silvano Fausti. Editorial Ancora, 2005. Traducción de la cita por José Ricardo Lucks.
(4) El hombre que está solo y no espera. Jaime Barylko. Editorial Planeta, 2000.


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jueves, octubre 02, 2008

02-10-08. El hedonismo

La palabra de hoy es hedonismo. Esta palabra viene de hēdonē que en griego significa placer. Con este término se denomina a una filosofía que sugiere que el hombre debe buscar placer, y que esta búsqueda sólo puede traerle buenas consecuencias.

Hēdonē era una diosa en la mitología griega. En la romana se llamaba Voluptas, de allí términos como voluptuosidad que también se refiere al placer. Placer viene de placere, que es gustar, de allí, por ejemplo, el italiano piace. Lo que me gusta me causa placer. Igualmente Voluptas viene de la raíz volup, que significa agradable o a gusto.

Hēdonē, en la mitología, era hija de Eros y de Psyche. Eros es hijo de Afrodita, diosa de la belleza, y él mismo es dios del amor. En la mitología romana Eros es el famoso Cupido. Psyche, que significa soplo en griego, era considerada la fuerza vital, lo que daba vida. Tenía que ver en la antigua Grecia con el pensamiento, la conducta y la personalidad. Era también lo que se conocía como alma. El hombre moría cuando este soplo vital, o alma, dejaba el cuerpo.

Según la leyenda, Afrodita, o sea la belleza, estaba celosa de Psyche porque era muy linda. Se puede decir la belleza estaba celosa de la vida, o del soplo vital. Entonces manda a su hijo Eros, el amor, para que la hechice y la haga enamorarse del hombre más feo del mundo. ¿Qué pasa realmente? Eros se enamora de Psyche, la rapta y se la lleva con él. El amor se enamora de la vida y no le hace caso a la belleza. La historia es un poco más larga, hay un par de traiciones en el medio, la cuestión es que Eros se enoja con Psyche y ésta va con su suegra, la belleza, a pedir ayuda. Afrodita le pone como condición cuatro tareas imposibles, que la vida, o sea Psyche, termina logrando realizar en busca del amor de Eros. En el final de la leyenda la vida recupera al amor, y todos felices con suegra incluida.

Vean que bueno. La vida en busca del amor es capaz de hacer cualquier cosa, incluso a pesar de la belleza, que hoy parece seguir siendo divinidad siendo que hay millones de personas que la deifican todos los días.
Hay un montón de cosas que aprender de esto, pero me gustó el punto de que el placer, Hēdonē, es hija de la vida y del amor. De una vida que hace grandes esfuerzos y pasa grandes tribulaciones para recuperar a su amor, para conseguir el amor.

Reinterpretando a los griegos podría decir que la belleza, que no es más que un placer superficial, o al menos pasajero, no puede complicarle las cosas a la vida de tal forma como para que esta, si tiene convicción, no pueda conseguir el amor. Y cuando juntamos vida y amor, el producido es placer.

Hablando de esto de la vida y del amor, Facundo Cabral (1) nos recita (2):

“El que hace lo que ama, está benditamente condenado al éxito, que llegará cuando deba llegar, porque lo que debe ser será y llegará naturalmente.

No hagas nada por obligación ni por compromiso, sino por amor.

Entonces habrá plenitud, y en esa plenitud todo es posible y sin esfuerzo, […]”.

Al menos a mí, una plenitud en la que todo es posible y sin esfuerzo, me suena a placer. Por otra parte, Jeremy Leven (3), el autor del guión de la película Don Juan de Marco (4), le hace afirmar al protagonista:

“Son sólo cuatro preguntas de valor en la vida: ¿Qué es sagrado?, ¿de qué esta hecho el espíritu?, ¿por qué vale la pena vivir?, ¿por qué vale la pena morir? La respuesta es la misma. Sólo por amor”.

A pesar de que suena claro en las voces de estos cantores y personajes, creo que nos confundimos o nos confunden para que busquemos más cantidad de placer que calidad de placer. En un mundo en el que consumir es tan importante, los que venden prefieren vender mucho antes que vender bueno, y eso nos termina llevando a buscar excesos de placer, en vez de buscar placer en las cosas duraderas, como el amor. Lo superficial, lo momentáneo, lo pasajero, siempre es más “barato” que lo profundo. Lo superficial es descartable, y de lo descartable terminamos comprando más unidades.

Volviendo un poco más a la literatura, Juan Luis Vives (5), en El tratado del alma (6), nos dice:

“Ciertamente, hay hombres de índole tan brutal que se dejan llevar sólo de los placeres de los sentidos; mas nosotros debemos mirar a las almas superiores y de mayor nobleza, que se deleitan más con los sentidos interiores que con los externos, con el pensamiento antes que con la fantasía, y dentro del pensar con la reflexión principalmente […]”.

A mí particularmente la reflexión me causa placer; pero como todavía nadie me puede cobrar por reflexionar, y sí por lo que tiene que ver con los placeres que percibo por los sentidos exteriores como el tacto, olfato, vista, oído y gusto, reflexionar no lo pone de moda ninguna empresa.

Hoy muchas veces relacionamos placer con cosas que no tienen que ver con el amor sino sólo con la mecánica sexual que en definitiva nos entra por tacto. No siempre relacionamos el placer con lo que causa vida, sino con lo que la pone en peligro, como las drogas, o los excesos de alcohol, que van de la mano con el gusto, o el olfato. Nos hemos concentrado en la obtención de placer sólo a través de los cinco sentidos externos. En gran medida dejamos de lado las otras sensaciones que causan placer, y que no tienen que ver los sentidos básicos.

Por eso, para ir cerrando, los invito a ser hedonistas pero no tan superficialmente. Propongo que tratemos de producir placer juntando vida y amo, como en la leyenda griega. Para eso les voy a sugerir otros cinco sentidos que podemos y debemos tener y desarrollar. Estos me los hizo ver hace un tiempo un profesor (7) mío:

Sentido de misión. Tenemos misiones en la vida, debemos buscar placer en esas misiones. Consumir solamente no es suficiente.

Sentido de responsabilidad. Para con los demás y para con nosotros también. Estar a la altura de las circunstancias y cuidarnos responsablemente, también produce placer y nos preserva para dar placer a otros.

Sentido de urgencia. Muchas veces nos necesitan y saber responder cuando nos requieren causa y nos debe causar placer.

Sentido común. Para saber discernir qué nos hace mal y qué nos hace bien. Pareciera últimamente que hasta los animales, que sí entienden qué es bueno para ellos y qué no, tienen más sentido común que los humanos.

Y por último, sentido del humor. La risa cura, y poder reírse de uno mismo es el mejor remedio para reconocer errores, cambiar, y a la larga ser mejores.

Ojalá que podamos darle a estos cinco sentidos algo de la atención que les damos a los otros cinco. Vamos a gastar menos plata en cosas superfluas, y seguramente el placer que produzcamos ha de ser más duradero.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Facundo Cabral: cantautor argentino nacido el 22 de mayo de 1937 en la ciudad de Balcarce, Provincia de Buenos Aires, Argentina. A temprana edad, su padre abandonó el hogar dejando a su madre con sus tres hijos, los cuales emigraron hacia Tierra del Fuego, al sur de Argentina. Cabral tuvo una infancia dura y desprotegida, convirtiéndose en un marginal al punto de ser encerrado en un reformatorio. En 1959 ya tocaba la guitarra y cantaba folklore, siendo sus ídolos Atahualpa Yupanqui y José Larralde, se traslada a Mar del Plata, ciudad balnearia a Argentina, y solicita trabajo en un hotel, el dueño lo ve con su guitarra y le da la oportunidad de cantar. Así comenzó su carrera dedicada a la música, siendo su primer nombre artístico “El Indio Gasparino”. En su acervo discográfico, (no completo aún) hay varios grabados en vivo como: Cabralgando, Pateando Tachos, El mundo estaba bastante tranquilo cuando yo nací, Ferrocabral y Lo Cortez no quita lo Cabral Vol. 1 y 2 entre otros. Como autor literario fue invitado a La Feria Internacional del Libro en Miami, donde habló de sus libros, entre ellos: Conversaciones con Facundo Cabral”, Mi Abuela y yo, Salmos, Borges y yo, Ayer soñé que podía y hoy puedo, y el Cuaderno de Facundo. En reconocimiento a su constante llamado a la paz y al amor, en 1996 la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) lo declaró Mensajero Mundial de la Paz.
(2) No estás deprimido, estás distraído. Facundo Cabral.
(3) Jeremy Leven; Guionista, director, productor y novelista estadounidense nacido en 1941.
(4) Don Juan De Marco es una película estadounidense dirigida por Jeremy Leven, producida por Francis Ford Coppola y protagonizada por Johnny Depp, Marlon Brando y Faye Dunaway. Fue estrenada el 7 de abril de 1995.
(5) Juan Luis Vives: (Valencia, 6 de marzo de 1492 -Brujas, 6 de mayo de 1540), fue un humanista, filósofo y pedagogo español.
(6) El tratado del alma. Juan Luis Vives. Espasa-Calpe, 1945.
(7) Guillermo Fraile. Profesor del Área Académica Dirección Financiera del IAE, y Director del Centro Standard Bank Conciliación Familia y Empresa.


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