Los que siguen las columnas que escribo (si es que esa presunción es algo más que petulancia de mi parte) habrán notado que dejé de hacerlo por unas semanas.
La vida cambia, las cosas evolucionan, los tiempos se dedican a unas cosas un día y luego ya no… y también muchas veces otros requieren de nosotros momentos que antes nos dedicábamos.
Lo cierto es que luego de unos años de constancia y regularidad me encontré a mí mismo –por diversas circunstancias– como encerrado, atrapado en una costumbre sobre la que al preguntarme ¿por qué?, no me pude contestar con claridad.
Es cierto que gran parte de mi tiempo está (definitiva o circunstancialmente) comprometido y dedicado a otros menesteres más allá de la escritura, pero no era eso sólo lo que me inhibía de sentarme a escribir.
Releyendo algunas de las citas que colecciono (por suerte eso aún sí puedo hacerlo), me encontré con unos párrafos de un libro de Jaime Barylko, titulado La dimensión del hombre (1) , que volví a sentir como martillazo en la frente cuando entraron por mis ojos. Dicen así:
“Cultura es creación; luego, cultura es conservación, tradición, dogmatización de lo creado, es decir, negación, en principio de la creación, de la libertad”.
¡Ja! ¿Qué tal? Ahí estaba yo, encerrado, conservado, dogmatizado… no sólo en el formato sino en la escritura de la supuesta creación que quería entregar cada semana. Ahí estaba yo: incómodo. Sigue Barylko:
“Es el juego de la libertad, que al crear va dando lugar a jaulas, a prisiones más o menos duraderas. Hasta que el tiempo –los hombres, las generaciones- las corroen con nuevos ataques de libertad, para crear nuevas jaulas y prisiones de ideas, sentimientos, valores, frases, conceptos, imágenes”.
Es un juego de nunca acabar. Me puse a pensar tanto mi situación como en la de nosotros como sociedad, creamos, inventamos, armamos… nos encerramos, nos aburrimos, nos enquistamos… rompemos, creamos… y así.
Por eso me decidí a cambiar. Escribir me gusta, leer y reflexionar también, compartir lo reflexionado (de esta manera) es también ya parte de mis gustos; pero basta de “esta” rutina.
Crearé una nueva rutina, sin rutina: cuando quiera, cuando pueda, cuando me salga, escribiré –a pesar de que para el medio que elegí la falta de continuidad sea un “grave delito”.
“Un blog hay que mantenerlo activo”, se dice. “En las redes sociales no podés dejar de estar constantemente publicando”, recomiendan los nuevos gurúes de la era digital. Pues… debe ser así, pero no me importa. No lo hago por desconocimiento, lo hago a sabiendas y sin temor a las “terribles” consecuencias.
Espero que el lector asiduo, si es que alguna vez lo hubo, no se sienta ofendido. Es cierto que estoy pensando más en mí que en él o ella; pero tampoco tendría mucho valor llenar pantallas con letras sin sentido sólo para mantener la frecuencia, para eso ya hay cientos de miles de millones tanto en Internet, como en la televisión, la radio, etcétera, etcétera.
Eso, justamente, es lo que no quiero; por eso me ayuda también el amigo Cortázar, quién, hablando de algo bastante parecido a lo que decía en sus citas don Jaime, escribía esto en su Rayuela (2):
“Si algo había elegido desde joven era no defenderse mediante la rápida y ansiosa acumulación de una «cultura», truco por excelencia de la clase media argentina para hurtar el cuerpo a la realidad nacional y a cualquier otra, y creerse a salvo del vacío que la rodeaba”.
No critico a los demás (aunque siempre parece eso), sólo trato de decir lo que pienso y creo. Me interesa difundir cultura, crear –en conjunto– cultura, pero no encerrarme, estandarizarme, masificarme, hacerme “soldadito” de la máquina de producir “contenido”. Prefiero el vacío a la basura. Prefiero dejar algunas semanas un vacío, en vez de llenar el ciberespacio de basura.
Es probable que cuando escriba no sea lo mío maravilloso, con lo cual seguramente se podrá decir: “si no quiere llenarnos de basura que no escriba más”… puede ser; pero si escribo también cuando no tengo ganas el que se tendría que decir eso sería yo mismo.
Así que bueno, hasta aquí llego, nos veremos cuando nos veamos, nos leeremos cuando nos escribamos. Crearemos una nueva cultura de intercambio, que tal vez algún día sea otra “jaula”, y ese día –al percatarnos del asunto– habrá que dedicarse a tratar de escapar.
Entre Barylko y Cortázar, más allá de lo que a mí me pasa, da para pensar y mucho. Libertad y vacío. Libertad para tomar las decisiones correctas frente al vacío. Libertad para moverse; para hacer; para crear. Vacío que permite usarse a uno mismo para llenarlo, sin tener que ceder nuestra libertad a “culturas” inventadas por otros para simplemente tenernos adormecidos y consumiendo.
Qué palabras más difíciles… Qué palabras más interesantes… Qué palabras que tanto se distorsionan para confundir, y quitar la libertad llenando vacíos con contenidos intencionados.
Qué suerte que siempre haya autores a mano con pensamientos escritos, para poder reflexionar…
J. R. Lucks
(1) La dimensión del hombre. Jaime Barylko. Editorial Sudamericana, 2005.
(2) Rayuela. Julio Cortazar. Editorial Punto de Lectura, 2007.
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