“...
En el juego de naipes que llamamos "vida"
cada cual juega lo mejor que sabe
las cartas que le han tocado.
Quienes insisten en querer jugar
no las cartas que le han tocado,
sino las que creen que deberían haberles tocado,
... son los que pierden el juego.
No se nos pregunta si queremos jugar.
No es ésa la opción. Tenemos que jugar.
La opción es: cómo”
Los que lo hayan leído completo podrían decir que así –con la estrofa introductoria faltante– está fuera de contexto. Puede ser, no lo voy a negar; pero es que esta parte del poema –por más trunco y fuera de contexto que lo haya yo dejado– tiene amplias posibilidades de servirle a todos, a los que crean en lo que cree Anthony de Mello, y a los que no también. Por eso es que, sin aclarar ni confundir más, sigo con la pieza así como está.
En la primera lectura me sonó a exhortación a la pasividad, a algo así como a decir: “esto es lo que hay, y por lo tanto aquí nos quedamos”; me dio la sensación de que me proponía una conducta falta de aspiraciones.
Definitivamente no es eso lo que me enseñaron, ni lo que por una u otra razón practiqué toda mi vida. Por el contrario: buscar, esforzarse, aprender, crecer, desarrollar, y otros por el estilo, son verbos que siempre llenaron mis días. Lo que no tengo, salgo a buscarlo; lo que no me sale, me esfuerzo para poder lograrlo; lo que no sé, trato de aprenderlo; crezco, me desarrollo, me hago más de lo que soy; recomiendo esto constantemente, promuevo esto, enseño esto al que me quiera escuchar; y busco, en otros que hacen lo mismo, ejemplos de cómo hacerlo yo más y mejor.
Desde este punto de vista diría que no juego sólo con las cartas que me han tocado, me busco otras.
Pero claro, no es eso en realidad a lo que se refiere don Anthony. Es indudable que el autor nos invita a “aceptar”, pero no de cualquier manera, no con los brazos caídos, no abandonando la voluntad; y allí está el truco: en el cómo jugar las cartas, porque la capacidad de aprender, la voluntad de esforzarse, ese tipo de “cartas”, nos las han repartido a todos.
Hipotéticamente hablando cualquiera podría decir: “yo no tengo la carta de tal o cual idioma, así que no viajo”. Pero con seguridad –de mirar las que sí le tocaron– tendrá la de hacer el esfuerzo de aprender dicha lengua; el asunto es entonces si esa –la de ponerse a aprender– habrá de querer jugarla o no, y cómo.
El poema no se refiere a despreciar dones y capacidades que tenemos de ser mejores, se refiere seguramente a esas miradas que damos al jardín del vecino, que siempre se ve más verde que el nuestro –aunque no sepamos lo que gasta en fertilizante, el tiempo de arduo trabajo que le dedica, etcétera.
Una vez me dijeron –cuando mi hijo era muy chico– que había que tener cuidado con las comparaciones entre pequeños, porque uno tiende a ver al que juega bien al fútbol y a compararlo con su hijo, y luego a cotejarlo también con el que estudia mucho, y con el que es ordenado, y con la que baila ballet clásico o toca la flauta como de conservatorio desde antes de caminar, y con el que anda en bicicleta con los ojos cerrados y aparte canta el himno en ocho idiomas… claro, que todos son uno o una distintos, ninguno hace todo –como sí pretendemos muchas veces para los nuestros. El que estudia no juega, o la que toca la flauta es desordenada, o el que canta el himno en ocho idiomas hace travesuras en catorce.
Comparamos y nos comparamos con los demás, y nos frustramos por no tener –aparentemente– lo que los demás nos muestran; sin ver lo que sí tenemos, las cartas que sí nos tocaron. Anthony de Mello no nos recomienda quedarnos sentados sin intentar mejorar, lo que nos advierte es que lleva a perder el vivir mirando las manos ajenas mientras se “desprecia” la propia.
Está muy claro que hay que jugar, que nadie nos pregunta, y que muchas veces nos tocarán cartas que tal vez no consideremos las mejores –o las que hubiésemos deseado. Pero no hay porqué resignarse; porque por malas que sean las cartas, siempre queda el asunto de cómo jugarlas.
Casi en cualquier juego de naipes es lo mismo, no hace falta tener la mejor mano para ganar, sólo hace falta saber jugarla. Y lo interesante es que el juego de la vida se parece mucho a esos en los cuales no hay necesariamente que ganarle a los demás, sino simplemente ir mejorando contra uno mismo.
Alguien nos convenció –probablemente desde un televisor–, que en la vida se gana si se tiene la tele más grande, o el auto más moderno, o la mayor cantidad de ropa sin usar porque hay que comprar tanta que no alcanza el tiempo para estrenarla… pero lo cierto es que no es tan así. Al final de la vida nadie le da un premio al que se muere habiendo comprado más cosas que los demás.
Ser mejor cada día, jugando bien todas las cartas que nos tocaron para que nuestra mano sea más poderosa, más brillante, más rica –para nosotros y para los que nos rodean–, tal vez tampoco lleve premio tipo copa o medalla; pero sí llevará el reconocimiento de esos que estén a nuestro lado, y la propia satisfacción personal –que es maravillosa no sólo porque no paga impuestos, sino porque además nunca nadie nos la puede sacar.
Obviamente me gusta el poema (que es mucho más profundo que mi primer y mi segundo análisis del mismo, y me deja con ganas de seguir y de seguir…), y no me llama a la desidia, o a la pasividad desesperanzada de un “destino” que no se puede alterar.
Aceptar nos pide Anthony de alguna forma, y allí –en la forma– es donde radica en gran parte el cómo. Aceptar no es abandonar o resignarse, aceptar es transformar –en grandísima medida transformarse– y ver la realidad desde “otro” lugar, para luego encarar el juego con estrategias más adecuadas.
El asunto de cómo jugar esta vida no está sino en el cómo se usan las cartas que nos tocaron –las habilidades, los dones, las capacidades incluida la de aceptar. Y ese cómo es justamente de trabajo, y no de desidia; de actividad transformadora y de construcción esperanzada de destinos mejores, para nosotros o para los que nos siguen. Ese cómo no es de mirar a otros sino de mirarse a uno mismo y hacer, incluso de hacerse y re hacerse –en muchos casos– aceptando para poder seguir haciendo.
¡A jugar!, que el asunto es cómo, y eso sólo depende de nosotros.
J. R. Lucks
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2 comentarios:
A TOMADO UNA BUENA DECISIÓN, FELICIDADES, AUNQUE DESEO QUE NO DEJE DE ESCRIBIR
Hola soy Luz.
Soy seguidora de su blog y cada semana lo abro con la esperanza de leerlo, no sabe lo que en ocasiones ha hecho por mi con sus escritos, gracias y que Dios le bendiga, espero leerle pronto, feliz Navidad y un buen año 2011
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