Este querido ser, quién en su momento tuvo mucho que ver con que yo sea lo que soy, es también un gran amante de los refranes y del poco nocivo vicio de tratar de pensar usándolos. Siendo así, luego de saludarlo, le pedí que me contara algunos de sus favoritos o de los que significaron algo para él, y que me sugiriera cosas para pensar.
-Verás –me dijo–, un refrán que usaba yo mucho de joven, lamentablemente, aconsejaba:
“Si no puedes convencerlos, confúndelos”.
-Fue una época de mi vida en la que pensaba que podía llevarme el mundo por delante, en la que creía que todo era una competencia; en la que estaba tan seguro de mí mismo que no me daba cuenta de cuanto contenido me faltaba.
-Otro, que sostenía en mucho al anterior y que no reflejaba más que mi visión “unilateral” (mi lateral) del mundo, aseguraba:
“El que ríe el último piensa más lento”.
-Era yo un experto en desestimar y despreciar puntos de vista ajenos, no por maldad, sino por ignorancia. Obviamente el tiempo pasa, uno va creciendo, y se va dando cuenta que el mundo y la realidad son mucho más “anchos” de lo que se pensaba.
-Crecí, y sinceramente te puedo decir que me deprimí un poco de pensar en cuánto había dejado pasar. Así fue que empecé a buscar la verdad en otros, y por lo tanto un proverbio que repetía yo muy seguido era.
“Lo importante no es saber, sino tener el teléfono del que sabe”.
-¡Ja!, o no los encontré, o ninguno sabía nada de lo que a mí me hacía falta.
Pensé entonces que “adormecerme” me ayudaría, y como sabrás usé algunos métodos que para eso prometían diversión aparte del adormecimiento. Tomé un poco… bueno, en realidad muchos pocos. En algún momento el médico me dijo que no tomara más, y yo le hice caso, no tomé más pero menos tampoco, seguía tomando lo mismo. Evidentemente no entendí bien. En esa época me acuerdo que mi refrán más en boca prevenía:
“Es bueno dejar la bebida, lo malo es no acordarse dónde”.
-¡Pasaron finalmente aquellos días!, ya que como todo lo que nos pasa, a la larga o a la corta, termina pasando. Ese fue el tiempo en el que comencé a auto-consolarme, por así decirlo, entonces me acuerdo que le decía a todo el que se animaba a escucharme:
“No soy un completo inútil... por lo menos sirvo de mal ejemplo”.
-Pero bueno, el tiempo corre. La verdad es que haciendo balances (de mi vida, no de los contables) conseguí mucho, particularmente algunas cuantas cosas buenas sobre todo cuando me puse a escuchar y tratar de comprender, ya que fue allí que los demás me comprendieron y me escucharon. Empecé a tratar en ese momento de practicar otro refrán que, sinceramente, me ayudó bastante. Todas las mañanas me repetía a mí mismo:
“Si buscas una mano dispuesta a ayudarte, la encontrarás al final de tu brazo”.
-Ya sé que suena a autosuficiente, pero la idea no es vivir en un submarino, sino hacer lo que hay que hacer para que lo que tenga que pasar termine pasando, o al menos comience a ocurrir. Hacerse cargo.
-Que recorrido –le dije.
-Y con un poco de temor, porque el tono de la historia me había parecido poco feliz, le pregunté: ¿y te arrepentís de algo, harías algo distinto si pudieses?
-Ni loco –me soltó sin pensar ni medio segundo–, ¿cómo hubiera aprendido de mis errores si no me hubiese equivocado?, ¿cómo hubiera disfrutado de mis aciertos sin tener un contrapunto? Mi vida fue muy buena, como toda vida que se vive con ganas, ¿no es así?
-Supongo –le dije…
-¡Claro pibe! Pensá los refranes que te dejé. Todos pasamos por ellos en algún momento, de una u otra forma, en la secuencia en que te los conté o en la que sea. Todos en algún momento estamos encerrados en un yo que se cree omnipotente; todos en otra fase salimos a buscar afuera lo que creemos no tener adentro; no hay nadie que durante algún tiempo no pretenda adormecerse a sí mismo con algo, y mirá que hoy hay oferta para eso; y yo espero que todos, llegado el tiempo, nos demos cuenta de que hasta que no ponemos nuestra propia casa en orden y nos hacemos cargo de nosotros mismos, las cosas no se encaminan.
-Yo estoy contento –siguió después de una pausa. -Hace tiempo que dejé de lado las caretas, que me di cuenta de que el costo de mentirme a mí mismo era mucho mayor que el de dejar que los demás supiesen la verdad; y fue allí que comencé a tener relaciones verdaderas, gratificantes, útiles.
-Y si tuvieses que elegir ahora un refrán que te describa –pregunté ahora con más ánimo– ¿cuál sería?
-No sé si un refrán o más bien una frase que tal vez debería serlo, y que se le atribuye a Henry Ford, el de los autos ¿te acordás? Parece que él decía:
“Tanto si pensás que podés, como si pensás que no, vas a tener razón”
-Pensalo pibe, que por más que los dos estemos ya lejos de que los demás nos llamen así, entre nosotros podemos seguir haciéndolo; ¡ah!, y gracias por la visita.
Me fui pensando, claro, como no irme pensando. Me contó su vida en seis refranes, y una cita de: “el de los autos”. ¡Qué personaje!, pensé… y después me corregí a mí mismo, que persona… una más, nada más ni nada menos.
Y me fui, definitivamente, pensando: ¿en qué refrán estoy yo estacionado?; ¿cuáles pasé?; ¿de cuáles aprendí algo?; ¿habré desaprovechado alguno?; ¿cuáles me faltan aún?, pero no para evitarlos sino para vivirlos alertado, y como mi amigo poder aprender de mis errores y disfrutar de los contrapuntos.
Feliz cumpleaños amigo… ¡y yo que le iba a regalar un refrán!…
J. R. Lucks
Volver al inicio
No hay comentarios:
Publicar un comentario