domingo, octubre 17, 2010

Verdades no evidentes

Hace un tiempo leí un cuentito que me resultó interesante. El susodicho tiene su lado “tierno”, así como además una notable cuota de crueldad. Dice lo siguiente:

“Un día mi madre salió, y mi padre quedó a mi cargo.

Yo tendría entre dos y tres años, y uno de mis juguetes favoritos era, por ese entonces, un juego de té que alguien me había regalado.

Mi papá estaba en el living mirando el noticiero de la noche, cuando le llevé una pequeña taza de té conteniendo en realidad no más que agua.

Después de varias tazas, y de muchas alabanzas por la riquísima bebida, mamá llegó a casa. Mi papá la hizo esperar en el living para que me viera traerle una nueva taza de té, porque a él le había parecido la cosa más tierna que había visto.

Mi mamá aguardó, me vio venir caminando por el pasillo con la taza de té para papá, y lo miró sin decir palabra mientras la tomaba.

Luego de que acabara de beberla, mi mamá, rompiendo todo el encanto y haciendo alarde de algo que en realidad sólo una madre podría saber, le dijo:

-¿No se te ocurrió que el único lugar en que la nena puede alcanzar agua es en el inodoro?"


Inmediatamente vinieron a mi mente algunos refranes, por ejemplo éste que ese padre habrá de tener en cuenta a partir de su experiencia:

“De los escarmentados nacen los avisados”.

Efectivamente, la experiencia hace que uno vea lo que mira con otros ojos; poniendo en este “ver” ya no sólo el sentido de la vista sino además otras capacidades, como la memoria, el razonamiento, etcétera. Para eso otro refrán aplica:

“La experiencia no se fía de la apariencia”.

No siempre las apariencias engañan, pero muchas veces sí; de allí que no todas las verdades son evidentes, ni todo lo que parece evidente es cierto.

¿Cuánta “agua de inodoro” tomamos hoy en día, en que lo “ofrecido” con aparente “ternura” es tanto? ¿Cuánta oferta que a los ojos resulta tentadora no es más que gato por liebre? ¿Cuánta experiencia hace falta para discernir correctamente?

Discernir es una palabra que me parece maravillosa. Pasar por un cernidor –por un “colador”–, que deje pasar lo que queremos que pase y retenga lo que queremos que quede. ¿Dónde se aprende a cernir las ofertas para retener las buenas y descartar las malas?, ¿sólo a los golpes, o se podrá pensar un poco aunque para el ansia de venta de muchos eso sea un pecado mortal?

No es cierto que como todo es “barato”, o “alcanzable”, o “accesible” en función de cuotas o financiaciones “sin interés” –aparente–, no resulta oneroso equivocarse y tomar agua de inodoro pensando que es té u otra bebida “potable”.

En fin. Ojalá que al menos en las ofertas que nos hacen hubiese algo de ternura, y no sólo intención de engañar. No se puede vivir paranoico pensando que toda agua es de inodoro, pero tampoco tan ingenuamente como para creer que todo lo que parece puro y transparente lo es, aunque sea barato –o justamente porque lo aparenta.

Algo de agua sucia habrá que estar preparados para tomar de vez en cuando; ya que aunque sea mala, sucia, o no cumpla con lo que creímos que iría a cumplir, no se puede vivir sin tomar. Para eso, y “estirándolo” para que sirva a efectos mayores, es muy cierto que:

“Nunca digas de esta agua no beberé”

… aunque sea de inodoro. Eso sí, no tan seguido, ¿no?


J. R. Lucks



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