domingo, marzo 29, 2009

Avanti sempre avanti

Unos fragmentos de poesía que siempre me inspiraron, (tal vez muy relacionados a la entrada de la semana pasada), son las dos estrofas iniciales de sendas partes de los Siete Sonetos Medicinales (1). Las mismas dicen así:

Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas;
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.

No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.

Suenan ideales para momentos duros, para momentos de crisis profunda, cuando hay que tomar decisiones y la peor que se puede tomar es la de paralizarse, la de no volver a levantarse.

Vale la aclaración de que me quedo con estas estrofas, y tal vez con alguna más. El resto de los sonetos no necesariamente son de las cosas que yo practicaría, pero en el disenso también hay verdad, ¿Por qué no citar a alguien con quién no necesariamente se está en un todo de acuerdo? El lector, al menos a eso aspiro yo, debe sacar sus propias conclusiones.

Volviendo a la reflexión, hay personas que toman fuerzas de la adversidad. Incluso pareciera que, estas, necesitan muchas veces de un golpe para reaccionar. Pasa, repetidamente, que la tranquilidad adormece, que la falta de un fuego quemando las plantas de los pies hace relajar demasiado.

Nadie quiere, concientemente, pasar por momentos adversos. Nadie pide que le caigan encima calamidades. Pero si a uno le llegan, si no se pueden esquivar, mejor aplicar los versos antes citados que simplemente dejarse atropellar.

Los cantos a la esperanza surgen desde el dolor, no desde el placer. La fe, la vocación de cambiar algo, el espíritu de mejora, la voluntad de evolucionar –o hasta de revolucionar–, surgen de momentos de zozobra y no de tiempos de paz. El avance, casi siempre, sólo nace de, o muy cerca a, la desesperación. No sugiero pedir o buscar la calamidad, pero sí aprovecharla.

El humano debe estar constantemente en movimiento. Es como los tiburones que si dejan de moverse se asfixian. El humano no se ahoga por falta de aire, pero sí se estanca como sociedad, y se pierde en si mismo.

La historia nos ha dado crisis y momentos de zozobra. Por supuesto uno siempre piensa que los peores son los que tiene que vivir. Pero basta una ligera mirada hacia al pasado para pensar en las grandes guerras mundiales, y cómo se sentirían los que tuvieron que vivirlas; o en las invasiones bárbaras a los imperios griego y romano, y la sensación de fin de mundo que habrán vivido aquellos habitantes del Mediterráneo.

Marguerite Yourcenar, justamente muy poco después de la Segunda Guerra Mundial, le “hace” decir al emperador romano Adriano, en su novela histórica Memorias de Adriano, algo que me pareció maravilloso cuando lo leí, y que en referencia a las supuestas invasiones bárbaras que algún día llegarían deja una esperanza:

El porvenir del mundo no me inquieta; ya no me esfuerzo por calcular angustiado la mayor o menor duración de la paz romana; dejo hacer a los dioses. No es que confíe más en su justicia que no es la nuestra, ni tengo más fe en la cordura del hombre; la verdad es justamente lo contrario. La vida es atroz y lo sabemos. Pero precisamente porque espero poco de la condición humana, los períodos de felicidad, los progresos parciales, los esfuerzos de reanudación y de continuidad me parecen otros tantos prodigios que casi compensan la inmensa acumulación de males, fracasos, incuria y error. Vendrán las catástrofes y las ruinas; el desorden triunfará, pero también de tiempo en tiempo, el orden. La paz reinará otra vez entre dos períodos de guerra; las palabras libertad, humanidad y justicia recobrarán aquí y allá el sentido que hemos tratado de darles. No todos nuestros libros perecerán; nuestras estatuas mutiladas serán rehechas, y otras cúpulas y frontones nacerán de nuestros frontones y cúpulas; algunos hombres pensarán, trabajarán y sentirán como nosotros; me atrevo a contar con esos continuadores nacidos a intervalos regulares a lo largo de los siglos, con esa intermitente inmortalidad. Si los bárbaros terminan por apoderarse del imperio del mundo, se verán obligados a adoptar algunos de nuestros métodos y terminarán por parecerse a nosotros.

La autora hace hablar a un emperador agonizante, y por eso el mensaje de esperanza va mezclado de tanta amargura y sensación de fin. Pero me pareció adecuado porque eso es justamente lo que sentimos cuando el mundo cae sobre nuestras espaldas.

Adriano nos garantiza que la situación eventualmente se arregla. Los disruptores, los bárbaros, se van a terminar pareciendo a nosotros, dice. ¡Qué maravilloso! La semilla del nuevo orden ya está plantada en el disruptor del orden anterior, inevitablemente.

Hay un canto de esperanza y de garantía combinados en esta cita. El mundo se “acomoda”, o al menos hasta ahora, después de innumerables catástrofes y vicisitudes, siempre se acomodó. La pregunta es si todos los que vivieron durante esas situaciones quedaron igual, mejor, o peor de lo estaban antes de que las mismas ocurrieran.

Seguramente habrá que analizar varios factores para contestar la pregunta que cierra el párrafo anterior, pero muy probablemente la mayoría de los que sobrevivieron o incluso hasta mejoraron su posición, fueron seguidores o practicantes de lo que aconsejan las estrofas citadas al inicio.

Fuerza, coraje, ánimo.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Siete Sonetos Medicinales. Pedro Bonifacio Palacios (1854 - 1917), fue un poeta argentino conocido también por el seudónimo de Almafuerte.
(2) Memorias de Adriano es una novela de la escritora belga Marguerite Yourcenar, que describe parte de la vida emperador romano Adriano, particularmente lo que sentía en momentos cercanos a su muerte. El libro fue publicado en Francia en 1951.



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domingo, marzo 22, 2009

Energía eólica

Escuché una frase interesante hace unos días, que tal vez no se pueda calificar aún como refrán por no ser de uso común. La frase es:

“Cuando viene la tormenta unos levantan murallas de protección, otros molinos de viento”.

Obviamente me gustó mucho apenas la escuché. Siempre fui de pensar de esta forma, y de hecho creo que si muchos pensásemos y actuásemos así, viviríamos en un mundo mejor.

Esta frase no revela en realidad ninguna verdad oculta. Hay otros refranes, tal vez más conocidos y más antiguos, que dejan el mismo consejo, por ejemplo:

“A mal tiempo buena cara”.

Incluso hay filósofos o pensadores que se dedicaron a comentar sobre este tema, por ejemplo Maquiavelo, que en El Príncipe (1) dice:

“La fortuna me parece comparable a un río fatal que cuando se embravece inunda llanuras, echa a tierra árboles y edificios, arranca terreno de un paraje para llevarlo a otro. Todos huyen a la vista de él y todos ceden a su furia, sin poder resistirle. Y, no obstante, por muy formidable que su pujanza sea, los hombres, cuando el tiempo está en calma, pueden tomar precauciones contra semejante río construyendo diques y esclusas, para que al crecer de nuevo se vea forzado a correr por un canal, o por lo menos, para que no resulte su fogosidad tan anárquica y tan dañosa”.

Se refiere a la suerte cuando dice la fortuna, y lo que pretende enseñar es que no estamos librados a ella. Sugiere que, si bien no podemos evitarla, sí nos es posible intentar encauzarla, y eventualmente utilizar, aún, la mala fortuna en forma beneficiosa.

Cuando estamos metidos en una gran crisis, cuando nos enfrentamos a una terrible encrucijada, es probable que sea difícil pensar con frialdad. Es seguramente más adecuado extender la red de seguridad antes de subir a caminar por la soga, que hacerlo mientras vamos cayendo luego de haber resbalado.

Es probable que no todo pueda preverse. Es tal vez seguro que algún río, o alguna tormenta, nos vayan a llevar indefectiblemente por delante. Pero la previsión que nos recomienda Maquiavelo, o la actitud que nos sugiere la frase con la que inicié la columna, seguramente nos han de dejar mejor parados ante las crisis, o, al menos, con mayores posibilidades de salir adelante.

Hay pensamientos, ideas, que hace tiempo que dejaron de ser originales. Seguramente esta es una de esas. Pero también es cierto que por más que sean ya sabidas, algunas nos las tenemos que repetir constantemente porque no siempre nos son naturales.

La frase con la que empecé me pareció una forma original, al menos a mí, de escuchar algo que ya sabia. Ojala que con el tiempo no sólo, de tanto repetirla se transforme en refrán, sino que además de tanto practicarla toda la energía termine viniendo de molinos de viento.



J. R. Lucks



Referencias:
1 El Príncipe. Nicolás Maquiavelo. Editorial El Ateneo, 2002.


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domingo, marzo 15, 2009

El tesoro del habla

Volvemos esta semana a los poemas. El que quiero compartir hoy es un verso extractado del Martín Fierro (1), poema épico que es un clásico de la literatura Argentina.

Y aunque a las aves les dió,
con otras cosas que inoro,
esos piquitos como oro
y un plumaje como tabla
le dió al hombre más tesoro
al darle una lengua que habla.

Me pareció interesante la comparación que hace Hernández. Evidentemente parte de algo que considera valioso, los piquitos de oro de las aves. Imagino que lo que pretende decir es que gracias a esos picos de oro escuchamos alegres cantos, que son de alguna forma apreciables estéticamente.

Es obvio que el autor no vivía en una ciudad, y que no lo despertaban los cantos de los pájaros, en un nido frente a su balcón, cualquier día de la semana a las cinco de la madrugada.

Pero la culpa de eso no la tiene el pájaro sino el que construyó el edificio. Las costumbres cambian, y si bien, con el fin de buscar relajación, somos capaces ahora de comprar discos con cantos de pájaros, sonido de viento, rumor de olas, etcétera, la mayor parte de las veces nos molestan cuando son espontáneos y naturales.

El hombre se adueña del mundo, ya no necesita de los pájaros y de sus picos de oro. Puede sintetizar sus cantos en una máquina electrónica, grabarlos en un medio óptico o magnético, y reproducirlos cuando quiera; probablemente no a las cinco de la mañana.

¡Interesante!... ¡Conveniente?... ¿Deseable?

Una de las cosas que ayudó al hombre a desarrollarse de tal manera de poder “prescindir” de los pájaros verdaderos, es justamente lo que el poema dice que se recibió como mayor tesoro: el habla.

Si bien todas las especies se comunican de una forma u otra (los pájaros con sus cantos), el habla en el hombre, la capacidad de transmitir conceptos complejos, la de eventualmente guardar esos conocimientos para que otros los utilicen luego, etcétera, ha influido notablemente en el desarrollo de una cultura, que llega a este punto, odiando a los pájaros que cantan a las cinco de la mañana puesto que sus sonidos se pueden sintetizar y grabar.

Está bien el habla, es buena, nos ha hecho desarrollar mucho, y ese desarrollo en gran medida es bueno y noble. Pero como con los pájaros, hay muchos que usan el habla más para hacer ruido que para producir placer estético.

No es de ahora, supongo, la gente ha dicho pavadas y tonterías desde que empezó a hablar. Lo que pasa en la actualidad es que con los medios masivos de comunicación, las pavadas y las tonterías (que por alguna razón parecen vender más que las cosas serias) no sólo se transmiten cuando se emiten, sino que luego se repiten a toda hora y eventualmente a todo el mundo.

¿Sería mejor que hubiese más pájaros y menos habladores? ¿El tesoro del habla se habrá convertido, en parte, en una maldición? El canto de un pájaro es sólo eso, un canto. Una palabra es una caricia, un arma, un engaño, un…

Hablar es efectivamente un tesoro, pero no todo lo dicho vale la pena ser escuchado. Tal vez, como somos tan selectivos con cuándo y de qué forma queremos escuchar los cantos de los pájaros, deberíamos serlo también para reconocer las imitaciones de joyas, que muchas veces vienen mezcladas en el tesoro del habla.



J. R. Lucks



Referencias:
(1) Martín Fierro. José Hernandez. Editorial Añil, 2003.



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domingo, marzo 08, 2009

Millones de moscas no pueden estar equivocadas... pero yo no soy mosca

Millones de moscas no pueden estar equivocadas… ¡Coma caca!

Así dice este refrán, que se usa indiscriminadamente. No es que no interprete la ironía del que lo refranizó, es que se ha terminado “dando vuelta”, y para muchos, con tal de “pertenecer”, comer caca empieza a ser aceptable.

A mí me resulta cómico, y seguramente a muchos más también, por eso uno baja la guardia, lo escucha, y como que no se siente mal al dejárselo repetir.

Si Colón se lo hubiese creído, nunca hubiese descubierto América pensando que había llegado a las Indias. Y si Copérnico y Galileo no se hubiesen ofendido al escucharlo, seguiríamos pensando que el Sol da vueltas alrededor de la Tierra.

A mí siempre me irritó esta pequeña síntesis de sabiduría humana moderna, pero eso es porque yo siempre fui un anarquista. No desde el plano político, sólo por romántico.

Que todo el mundo piense algo, o haga algo, no quiere decir que esté bien, sólo quiere decir que es popular.

Las mayorías no tienen razón sólo por ser mayorías.

Las mayorías deben ser respetadas, sobre todo en las democracias, por ser mayorías, pero nada más que por eso. El sólo hecho de ser mayorías, cuando las constituciones así lo dicen, le dan el derecho a probar sus hipótesis, no les asignan razón. Las mayorías tienen tanta posibilidad de equivocarse como las minorías.

Pero es que el refrán que nos ocupa, y que nos da para la reflexión, no es famoso por ser el preferido de los demagogos, solamente. El asunto de las moscas es, por sobre todo, el fondo de filosofía preferido de los personajes del marketing corporativo de nuestras empresas de hoy.

“Únase a la masa de consumidores”, “si su vecino lo tiene, usted debe tenerlo también”, “no se quede afuera, pague, y entre”, “sea único y especial, compre usted también su…”, y así sucesivamente.

Ortega y Gasset decía en La Rebelión de las Masas (1):

“Como se dice en Norteamérica: ser diferente es indecente. La masa arrolla todo lo diferente, egregio, individual, calificado y selecto. Quien no sea como todo el mundo, quien no piense como todo el mundo, corre el riesgo de ser eliminado”.

Hoy, se aspira a ser masa.

¡Pertenecer!: nos gritan desde los comerciales.

¿Está mal?...

No.

No sé.

Sí sé, pero mi opinión vale solo para mí. Sino iría en contra de lo que pretendo predicar.

Cada uno decida lo que crea conveniente. Pero si siente que lo que le están dando de comer tiene un sabor que no es el que usted esperaba, no siga comiendo sólo porque millones de moscas lo comen.



J. R. Lucks




Referencias:
(1) La Rebelión de las Masas. Ortega y Gasset. Editorial Alianza, 1999.
http://literatura.itematika.com/descargar/libro/190/la-rebelion-de-las-masas.html




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domingo, marzo 01, 2009

Felicidad inalcanzable

Para esta columna quiero compartir con ustedes un poema que me gusta mucho, de Khalil Gibran. El llamó a esta pieza: “De la Felicidad y la esperanza”, y dice así:

La felicidad es un mito que perseguimos,
y que al concretarse nos irrita;
como el río fluye correntoso a la llanura,
y que a su llegada se enturbia y debilita.


Pues el hombre sólo es feliz
cuando aspira a las alturas;
cuando logra su meta, pierde interés
y anhela nuevas aventuras.


Si encuentras a uno que es feliz,
y que aunque improbable en la raza humana
se siente satisfecho con su sino,
te ruego no perturbes su nirvana.

Siempre que lo leo me deja, a priori, una pincelada de tristeza. Sin embargo, cuando lo pienso y lo digiero; cuando lo entiendo y lo acepto, me da fuerzas, me provoca, me estimula, me alimenta la adicción a vivir, a lograr, a esperar, a buscar, a pretender de mí más y más.

Gibran nos dice, nos confirma, que la felicidad es inalcanzable. Nos sentencia a ser insatisfechos cuando nos dice que alcanzar el mito nos irrita.

¿Estamos condenados a ser infelices?, ¿estamos condenados a vivir buscando sin alcanzar?

No, de ninguna manera. Sutilmente el poema nos revela una de las lecciones más antiguas y más importantes de la filosofía. La felicidad no está en la meta, sino en el camino. No es que estemos condenados a buscar sin alcanzar, estamos llamados a encontrar en la búsqueda. En esas alturas a las que debemos aspirar, esas a las que el poeta se refiere.

Esto ha sido maravillosamente aprovechado por quienes van agregando pulgadas a los televisores cada año, o caballos de fuerza a los autos, o lo que sea a lo que sea con tal de que, insatisfechos constantes, sigamos comprando.

Ha sido también descripto como patología por hordas de psicoanalistas (pretendo decirlo en el mejor sentido de la palabra), que dan en llamarlo histeria u obsesión (dependiendo del caso, deseo siempre insatisfecho, o deseo imposible de satisfacer).

No se si está mal o no, no lo critico. Prefiero verlo de otra forma, tal vez más a la José Ingenieros, el hombre de los ideales. Esas alturas que Gibran describe son para mí ideales, tal vez inalcanzables, pero que no por eso dejan de elevar al ser humano, y eventualmente a la humanidad. Intentos de mejora constante, personales y colectivos, que implican esfuerzo, trabajo, dedicación… que dan placer, sentido… eventualmente, que nos hacen felices mientras los persigamos, saboreando el supuesto dulce momento de alcanzarlos.

Y luego. A comenzar nuevamente. A soñar más alto, a trabajar más duro, a perseguir algo más complejo y por lo tanto más satisfactorio. No es un problema de qué crédito sacar para comprar pulgadas adicionales. Tampoco es un problema de deseos inalcanzables o imposibles (de los que según mis amigos psicólogos, de los que aprendí y a los cuales creo, no podemos escapar). Se trata de buscar ser mejor, de encontrar la felicidad en el buscar, y en el poder seguir buscando.

El poema de Gibran termina pidiéndonos un acto de caridad. Nos ruega que de encontrar a alguien que se crea feliz, no lo perturbemos contándole historias como las que cuenta esta columna. Puede ser que sea caridad, ¿para qué complicarle la vida a alguien que cree que sin aspirar a nada puede realmente ser feliz?

No creo que esa haya sido la intención del poeta. Creo que la última estrofa no es sino una ironía que debe movilizarnos desde lo profundo. De todas formas, si nosotros no sacamos de su estado de sopor al que se cree feliz sin buscar nuevos y mejores horizontes, alguna propaganda u oferta de televisores lo terminará haciendo por nosotros.



J. R. Lucks



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