domingo, marzo 01, 2009

Felicidad inalcanzable

Para esta columna quiero compartir con ustedes un poema que me gusta mucho, de Khalil Gibran. El llamó a esta pieza: “De la Felicidad y la esperanza”, y dice así:

La felicidad es un mito que perseguimos,
y que al concretarse nos irrita;
como el río fluye correntoso a la llanura,
y que a su llegada se enturbia y debilita.


Pues el hombre sólo es feliz
cuando aspira a las alturas;
cuando logra su meta, pierde interés
y anhela nuevas aventuras.


Si encuentras a uno que es feliz,
y que aunque improbable en la raza humana
se siente satisfecho con su sino,
te ruego no perturbes su nirvana.

Siempre que lo leo me deja, a priori, una pincelada de tristeza. Sin embargo, cuando lo pienso y lo digiero; cuando lo entiendo y lo acepto, me da fuerzas, me provoca, me estimula, me alimenta la adicción a vivir, a lograr, a esperar, a buscar, a pretender de mí más y más.

Gibran nos dice, nos confirma, que la felicidad es inalcanzable. Nos sentencia a ser insatisfechos cuando nos dice que alcanzar el mito nos irrita.

¿Estamos condenados a ser infelices?, ¿estamos condenados a vivir buscando sin alcanzar?

No, de ninguna manera. Sutilmente el poema nos revela una de las lecciones más antiguas y más importantes de la filosofía. La felicidad no está en la meta, sino en el camino. No es que estemos condenados a buscar sin alcanzar, estamos llamados a encontrar en la búsqueda. En esas alturas a las que debemos aspirar, esas a las que el poeta se refiere.

Esto ha sido maravillosamente aprovechado por quienes van agregando pulgadas a los televisores cada año, o caballos de fuerza a los autos, o lo que sea a lo que sea con tal de que, insatisfechos constantes, sigamos comprando.

Ha sido también descripto como patología por hordas de psicoanalistas (pretendo decirlo en el mejor sentido de la palabra), que dan en llamarlo histeria u obsesión (dependiendo del caso, deseo siempre insatisfecho, o deseo imposible de satisfacer).

No se si está mal o no, no lo critico. Prefiero verlo de otra forma, tal vez más a la José Ingenieros, el hombre de los ideales. Esas alturas que Gibran describe son para mí ideales, tal vez inalcanzables, pero que no por eso dejan de elevar al ser humano, y eventualmente a la humanidad. Intentos de mejora constante, personales y colectivos, que implican esfuerzo, trabajo, dedicación… que dan placer, sentido… eventualmente, que nos hacen felices mientras los persigamos, saboreando el supuesto dulce momento de alcanzarlos.

Y luego. A comenzar nuevamente. A soñar más alto, a trabajar más duro, a perseguir algo más complejo y por lo tanto más satisfactorio. No es un problema de qué crédito sacar para comprar pulgadas adicionales. Tampoco es un problema de deseos inalcanzables o imposibles (de los que según mis amigos psicólogos, de los que aprendí y a los cuales creo, no podemos escapar). Se trata de buscar ser mejor, de encontrar la felicidad en el buscar, y en el poder seguir buscando.

El poema de Gibran termina pidiéndonos un acto de caridad. Nos ruega que de encontrar a alguien que se crea feliz, no lo perturbemos contándole historias como las que cuenta esta columna. Puede ser que sea caridad, ¿para qué complicarle la vida a alguien que cree que sin aspirar a nada puede realmente ser feliz?

No creo que esa haya sido la intención del poeta. Creo que la última estrofa no es sino una ironía que debe movilizarnos desde lo profundo. De todas formas, si nosotros no sacamos de su estado de sopor al que se cree feliz sin buscar nuevos y mejores horizontes, alguna propaganda u oferta de televisores lo terminará haciendo por nosotros.



J. R. Lucks



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