En el mundo de hoy tal vez de miedo ser único y distinto. En un mundo en el que todo es moda, en que nos incitan constantemente a unirnos a ciertas tendencias de consumo porque “esas sí son las correctas”. En un ambiente en el que lo masivo es mucho más vendible que lo introspectivo, reconocerse único y diferente puede provocar terror.
La individualidad del ser humano es parte de su ser. No es que sea una diferencia natural entre nosotros y los animales, sólo de grado. Tampoco es verdad que por esto debamos cerrarnos al resto, el ser humano es un ser social. Lo que sí es cierto es que debemos reconocer nuestra unicidad, y a partir de ella construir sociedad, respetando, aceptando, cambiando lo que haya que cambiar, etcétera, etcétera.
Esta columna tiene algo de eso en su intencionalidad. Volveré, como años anteriores a proponer temas para pensar, para reflexionar. No porque crea que mis conclusiones sean “las” que deban obtenerse, sino porque creo que los temas son interesantes.
Cada uno, en su individualidad analizará, decidirá, pensará. Nuestro pensar colectivo, la suma de nuestras conclusiones sobre estos temas, construirá, cada día, la sociedad en la que vivimos.
Lo que no podemos hacer, es no pensar. Lo que no debemos permitirnos, es resignar nuestra individualidad a lo que otros quieran pensar por nosotros. Lo que tampoco podemos dejar de hacer, es construir sociedad, responsablemente, como seres humanos individuales y únicos, y no como partes amorfas de una masa conducida por publicidades o slogans.
Parte de la propuesta, en adición a los temas, seguirán siendo trozos de literatura de todos los tiempos. Ensayos, cartas, letras de canciones, refranes, cuentos, poesías, relatos… Una forma de conectarnos con otros que antes que nosotros pasaron por los mismos temas, y dejaron pinceladas de su personalidad para que nosotros pudiésemos admirarlas y compartirlas.
Espero que la propuesta le convenza y le convenga. Espero que la disfrute tanto como yo lo hago. Para los que siguen la columna desde hace tiempo, saben que la misma se inició como la publicación de un material preparado para una intervención que hice, los últimos tres años, en un programa de radio (Doble Click, al aire este año por FM Identidad). Eso siempre ayudó a la regularidad. Este año comienzo sin la radio, por lo tanto puede ser que las frecuencias de publicación sean un poco menos estrictas que en otros años. Si esto es un problema, me disculpo.
Les agradezco desde ya a los que vayan a leer, y por sobre todo a los que vayan a reflexionar, concuerden o no conmigo. Agradezco también desde ya los cometarios que deseen compartir conmigo, y con los otros pensadores que leen esta columna.
Creo que la temática de hoy da para pensar, así que no voy a agregar nada más, excepto una cita de un libro que me gustó, me emocionó, me costó leer y me costó dejar de leer. Se trata de El Juego de los Abalorios, de Hermann Hesse:
“–¡Oh si se pudiera llegar a saber! –Exclamó Knecth–. ¡Si hubiera una doctrina, algo en que poder creer! Todas las cosas se contradicen, todo pasa corriendo, en ningún punto hay certeza. Todo puede interpretarse de una manera y también de la manera opuesta. Cabe explicar la historia entera del mundo como desarrollo y progreso, y también considerarla sólo como ruina y sinrazón. ¿Es que no hay una verdad? ¿No hay una doctrina legítima y válida?
El maestro no había oído nunca hablar con tal vehemencia. Siguió andando un espacio más y dijo luego:
–¡La verdad existe, querido! Lo que no existe, empero, es esa ‘doctrina’ que anhelas, la doctrina absoluta, perfecta, única que da la sabiduría. Tampoco debes ansiar una doctrina perfecta, amigo mío, sino la perfección de ti mismo. La divinidad está en ‘ti’, no en los conceptos o en los libros. La verdad se vive, no se enseña. José Knecth, prepárate para luchar…”
Que la lucha, la suma de nuestras individualidades hecha sociedad por encima de las tendencias masificantes que pretenden ahogarnos para hacernos dependientes, nos permita construir un mundo en el que deseemos vivir, y no solamente uno en el que logremos hacerlo.
J. R. Lucks
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