Si te postran diez veces, te levantas
otras diez, otras cien, otras quinientas;
no han de ser tus caídas tan violentas
ni tampoco, por ley, han de ser tantas.
…
No te des por vencido, ni aún vencido,
no te sientas esclavo, ni aún esclavo;
trémulo de pavor, piénsate bravo,
y acomete feroz, ya mal herido.
Suenan ideales para momentos duros, para momentos de crisis profunda, cuando hay que tomar decisiones y la peor que se puede tomar es la de paralizarse, la de no volver a levantarse.
Vale la aclaración de que me quedo con estas estrofas, y tal vez con alguna más. El resto de los sonetos no necesariamente son de las cosas que yo practicaría, pero en el disenso también hay verdad, ¿Por qué no citar a alguien con quién no necesariamente se está en un todo de acuerdo? El lector, al menos a eso aspiro yo, debe sacar sus propias conclusiones.
Volviendo a la reflexión, hay personas que toman fuerzas de la adversidad. Incluso pareciera que, estas, necesitan muchas veces de un golpe para reaccionar. Pasa, repetidamente, que la tranquilidad adormece, que la falta de un fuego quemando las plantas de los pies hace relajar demasiado.
Nadie quiere, concientemente, pasar por momentos adversos. Nadie pide que le caigan encima calamidades. Pero si a uno le llegan, si no se pueden esquivar, mejor aplicar los versos antes citados que simplemente dejarse atropellar.
Los cantos a la esperanza surgen desde el dolor, no desde el placer. La fe, la vocación de cambiar algo, el espíritu de mejora, la voluntad de evolucionar –o hasta de revolucionar–, surgen de momentos de zozobra y no de tiempos de paz. El avance, casi siempre, sólo nace de, o muy cerca a, la desesperación. No sugiero pedir o buscar la calamidad, pero sí aprovecharla.
El humano debe estar constantemente en movimiento. Es como los tiburones que si dejan de moverse se asfixian. El humano no se ahoga por falta de aire, pero sí se estanca como sociedad, y se pierde en si mismo.
La historia nos ha dado crisis y momentos de zozobra. Por supuesto uno siempre piensa que los peores son los que tiene que vivir. Pero basta una ligera mirada hacia al pasado para pensar en las grandes guerras mundiales, y cómo se sentirían los que tuvieron que vivirlas; o en las invasiones bárbaras a los imperios griego y romano, y la sensación de fin de mundo que habrán vivido aquellos habitantes del Mediterráneo.
Marguerite Yourcenar, justamente muy poco después de la Segunda Guerra Mundial, le “hace” decir al emperador romano Adriano, en su novela histórica Memorias de Adriano, algo que me pareció maravilloso cuando lo leí, y que en referencia a las supuestas invasiones bárbaras que algún día llegarían deja una esperanza:
El porvenir del mundo no me inquieta; ya no me esfuerzo por calcular angustiado la mayor o menor duración de la paz romana; dejo hacer a los dioses. No es que confíe más en su justicia que no es la nuestra, ni tengo más fe en la cordura del hombre; la verdad es justamente lo contrario. La vida es atroz y lo sabemos. Pero precisamente porque espero poco de la condición humana, los períodos de felicidad, los progresos parciales, los esfuerzos de reanudación y de continuidad me parecen otros tantos prodigios que casi compensan la inmensa acumulación de males, fracasos, incuria y error. Vendrán las catástrofes y las ruinas; el desorden triunfará, pero también de tiempo en tiempo, el orden. La paz reinará otra vez entre dos períodos de guerra; las palabras libertad, humanidad y justicia recobrarán aquí y allá el sentido que hemos tratado de darles. No todos nuestros libros perecerán; nuestras estatuas mutiladas serán rehechas, y otras cúpulas y frontones nacerán de nuestros frontones y cúpulas; algunos hombres pensarán, trabajarán y sentirán como nosotros; me atrevo a contar con esos continuadores nacidos a intervalos regulares a lo largo de los siglos, con esa intermitente inmortalidad. Si los bárbaros terminan por apoderarse del imperio del mundo, se verán obligados a adoptar algunos de nuestros métodos y terminarán por parecerse a nosotros.
La autora hace hablar a un emperador agonizante, y por eso el mensaje de esperanza va mezclado de tanta amargura y sensación de fin. Pero me pareció adecuado porque eso es justamente lo que sentimos cuando el mundo cae sobre nuestras espaldas.
Adriano nos garantiza que la situación eventualmente se arregla. Los disruptores, los bárbaros, se van a terminar pareciendo a nosotros, dice. ¡Qué maravilloso! La semilla del nuevo orden ya está plantada en el disruptor del orden anterior, inevitablemente.
Hay un canto de esperanza y de garantía combinados en esta cita. El mundo se “acomoda”, o al menos hasta ahora, después de innumerables catástrofes y vicisitudes, siempre se acomodó. La pregunta es si todos los que vivieron durante esas situaciones quedaron igual, mejor, o peor de lo estaban antes de que las mismas ocurrieran.
Seguramente habrá que analizar varios factores para contestar la pregunta que cierra el párrafo anterior, pero muy probablemente la mayoría de los que sobrevivieron o incluso hasta mejoraron su posición, fueron seguidores o practicantes de lo que aconsejan las estrofas citadas al inicio.
Fuerza, coraje, ánimo.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Siete Sonetos Medicinales. Pedro Bonifacio Palacios (1854 - 1917), fue un poeta argentino conocido también por el seudónimo de Almafuerte.
(2) Memorias de Adriano es una novela de la escritora belga Marguerite Yourcenar, que describe parte de la vida emperador romano Adriano, particularmente lo que sentía en momentos cercanos a su muerte. El libro fue publicado en Francia en 1951.
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1 comentario:
Cuántos recuerdos ! Almafuerte , biblioteca de papá , hija desvelada sorprendiéndose siempre . Y la frase "... que ruede y vocifere vengadora, ya rodando en el polvo tu cabeza..."
Guau ! Qué fuerte ! Me recuerdo casi temblando releyéndola , entonces y ahora .
Momentos perfectos que suelen darnos el arte o el conocimiento.
Gracias
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