Y aunque a las aves les dió,
con otras cosas que inoro,
esos piquitos como oro
y un plumaje como tabla
le dió al hombre más tesoro
al darle una lengua que habla.
Me pareció interesante la comparación que hace Hernández. Evidentemente parte de algo que considera valioso, los piquitos de oro de las aves. Imagino que lo que pretende decir es que gracias a esos picos de oro escuchamos alegres cantos, que son de alguna forma apreciables estéticamente.
Es obvio que el autor no vivía en una ciudad, y que no lo despertaban los cantos de los pájaros, en un nido frente a su balcón, cualquier día de la semana a las cinco de la madrugada.
Pero la culpa de eso no la tiene el pájaro sino el que construyó el edificio. Las costumbres cambian, y si bien, con el fin de buscar relajación, somos capaces ahora de comprar discos con cantos de pájaros, sonido de viento, rumor de olas, etcétera, la mayor parte de las veces nos molestan cuando son espontáneos y naturales.
El hombre se adueña del mundo, ya no necesita de los pájaros y de sus picos de oro. Puede sintetizar sus cantos en una máquina electrónica, grabarlos en un medio óptico o magnético, y reproducirlos cuando quiera; probablemente no a las cinco de la mañana.
¡Interesante!... ¡Conveniente?... ¿Deseable?
Una de las cosas que ayudó al hombre a desarrollarse de tal manera de poder “prescindir” de los pájaros verdaderos, es justamente lo que el poema dice que se recibió como mayor tesoro: el habla.
Si bien todas las especies se comunican de una forma u otra (los pájaros con sus cantos), el habla en el hombre, la capacidad de transmitir conceptos complejos, la de eventualmente guardar esos conocimientos para que otros los utilicen luego, etcétera, ha influido notablemente en el desarrollo de una cultura, que llega a este punto, odiando a los pájaros que cantan a las cinco de la mañana puesto que sus sonidos se pueden sintetizar y grabar.
Está bien el habla, es buena, nos ha hecho desarrollar mucho, y ese desarrollo en gran medida es bueno y noble. Pero como con los pájaros, hay muchos que usan el habla más para hacer ruido que para producir placer estético.
No es de ahora, supongo, la gente ha dicho pavadas y tonterías desde que empezó a hablar. Lo que pasa en la actualidad es que con los medios masivos de comunicación, las pavadas y las tonterías (que por alguna razón parecen vender más que las cosas serias) no sólo se transmiten cuando se emiten, sino que luego se repiten a toda hora y eventualmente a todo el mundo.
¿Sería mejor que hubiese más pájaros y menos habladores? ¿El tesoro del habla se habrá convertido, en parte, en una maldición? El canto de un pájaro es sólo eso, un canto. Una palabra es una caricia, un arma, un engaño, un…
Hablar es efectivamente un tesoro, pero no todo lo dicho vale la pena ser escuchado. Tal vez, como somos tan selectivos con cuándo y de qué forma queremos escuchar los cantos de los pájaros, deberíamos serlo también para reconocer las imitaciones de joyas, que muchas veces vienen mezcladas en el tesoro del habla.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Martín Fierro. José Hernandez. Editorial Añil, 2003.
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