domingo, abril 11, 2010

Sinceridad pero sin espinas

Hay un refrán bastante conocido, y que según pienso se hace honor a sí mismo. El susodicho pregona:

“La verdad no ofende, pero puede lastimar”.

Digo que se hace honor a sí mismo porque contiene verdad, pero podría resultar peligroso, terminar lastimando. Pues no sería difícil acabar torciendo su sentido para “justificar” mentiras y falsedades, con la excusa de no herir.

Tal vez debería siempre decirse acompañado de otro que prevenga: “aún así, ojo que mentir es peor”.

Por eso me puse a pensar un poco más, reconozco que sin mucho orden, en el sentido profundo del dicho, o lo que yo creo fue la buena intención con la que se concibió. Al final, creo haber llegado a una síntesis armoniosa. Usted dirá.

La primera cuestión que me interesó resolver es el asunto de si la verdad puede ofender o no. Para eso fui a buscar el significado de la palabra ofender, y según el diccionario de la Real Academia Española es, en su primera acepción:

“Humillar o herir el amor propio o la dignidad de alguien, o ponerlo en evidencia con palabras o con hechos”.

O sea que ofender es una forma de lastimar (herir), o de causar dolor (humillar), por lo tanto en realidad es lo mismo. Podría decirse que ofensa y lastimadura son dos caras de la misma moneda, o casi que son la misma cara de la moneda.

En un libro (1) que habla de diversos arquetipos de varón, según la opinión de una mujer, leí una vez esta descripción del “Sincero” –especialmente del que usa la verdad para lastimar y ofender– que me pareció muy buena:

“Es ese que tiene la costumbre de decir la verdad, ese que se cree no sólo con la obligación sino con el derecho de decir la maldita verdad. No hay muchos, por suerte. Casi todos sus congéneres se desempeñan exitosamente en el arte del eufemismo, la indirecta, el silencio prudente o el meloneo descarado, cuando no en el malhumor, que como todo el mundo sabe o debería sospechar, es un claro mensaje al que le falta el texto: un hombre malhumorado nos está diciendo algo que no nos gustaría escuchar, así que no lo provoquen, no lo tienten, no le pregunten qué le pasa, si están hablando por teléfono y corta, no vuelvan a llamarlo, si están tomando un café y se levanta para irse no lo detengan. Porque, con toda su insoportable densidad, el malhumor es casi siempre más benigno que aquello que enmascara”.

El libro, entre risas y “verdades”, tipifica conductas de nosotros varones que no siempre son apreciadas por las damas, como ésta por ejemplo de sentirse con “derecho de decir la maldita verdad”.

Es muy interesante como para la autora “…el arte del eufemismo, la indirecta, el silencio prudente o el meloneo descarado, cuando no el mal humor…”, se configuran en virtudes frente a la insensibilidad del que usa la verdad para herir. Y claro, así es, hasta el mal humor termina muchas veces siendo una buena salida para no decir algo que, aunque verdadero, sólo tuviese poder para destruir y lastimar. Pero nótese que nunca sugiere la mentira, sólo algo de “sana” hipocresía con la que no se puede dejar de estar de acuerdo, a falta de hasta aquí mejores herramientas.

El refrán al que estamos practicando una disección tiene múltiples versiones, pero me gusta particularmente una española que asegura:

“La verdad es como la rosa, siempre tiene sus espinas”.

Un libro de filosofía y negocios (2), escrito en estos últimos años en que parece haberse redescubierto el valor de lo que nunca dejó de serlo, pone las palabras del refrán en términos más académicos de la siguiente forma:

“La verdad tiene un gran poder para el bien, pero es igualmente importante ver que el principio del doble poder también se aplica a ella, como a todo lo demás. Si se hace un mal uso de la verdad, si se utiliza para la creación de fealdad, mal y desunión, los resultados pueden ser terribles”.

El autor expone aquí el punto más importante a tener en cuenta, la intención del que usa la verdad al usarla. La rosa tiene espinas y no es mala por eso, pero si el que la regala frota el tallo de la misma por la mano del que la recibe, la transforma en una herramienta de tortura.

La verdad puede lastimar tanto como la mentira, y no tiene mayor justificación el que hiere con la primera que el que lo hace con la segunda. Pero la verdad no lastima per se, lo que lastima es la forma en la que se dice, el momento en el que se devela, etcétera. No pretendo haber descubierto nada nuevo al decir lo que acabo de decir. Pero es que la letra del refrán no necesariamente deja esto claro y por eso me parece que hay que “ayudarlo”, sea porque algunos sólo se agarran de la primera parte y terminan dando letra y razón a esta frase de Tennessee Williams:

“Todas las personas crueles se consideran a sí mismas ejemplos de franqueza”.

O porque usando mal (desde mi punto de vista) las ideas de Maquiavelo, justifican medios como la mentira con supuestos fines altruistas de no lastimar.

El punto es que la verdad es la verdad (otra gran revelación pensará el lector), pero es así, no digo que haya que usarla para lastimar, pero como garantiza este otro refrán:

“La verdad es como el aceite, siempre sale a flote”.

Por lo tanto, habiendo dejado ya de lado la idea de usar la verdad para lastimar, y más allá de los pseudo virtuosos eufemismos, indirectas, malos humores o cualquiera otro de los recursos sugeridos por el primer libro citado, a la verdad, como a las rosas, habrá que no tenerle miedo y tratarla con “cariño”, porque siempre ha de salir a flote.

¿Y entonces?... Justo en este punto del pensar fue que vino a mi mente una perla de sabiduría de Confucio, que asegura:

“La sinceridad, sin las normas de la educación, se convierte en rudeza”.

Claro, para no ser rudo o cruel, para no lastimar ofendiendo: educación. No sólo buenas intenciones, sino además educación. Para sacar una verdad a flote, antes de que salga por sí sola en cualquier momento o de la mano de un cruel disfrazado de sincero, educación.

Maravilloso ¿no?, no hace falta mentir u ocultar, valerse de eufemismos indirectas o meloneos, hace falta educarse, ¿en qué? En el respeto a los demás, en las formas adecuadas de comunicarse, en la compasión, en el arte de la paciencia,… en tantas cosas.

A las rosas hay que saber tomarlas con cuidado y ofrecerlas con cariño, con eso alcanza para que embellezcan sin lastimar. A la verdad también. Habrá educarse para saber manejarla, y ofrecerla siempre con buena intención. A nadie se le ocurriría esconder una rosa, o “disfrazarla” para que parezca otra flor. Pues si la verdad es como una rosa, tampoco lo hagamos con la ella.


J. R. Lucks


Referencias:

[1] Arquetipos. Sandra Russo. Editorial Sudamericana, 2003.
[2] Si Aristóteles dirigiera General Motors. Tom Morris. Editorial Planeta, 2006.




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