domingo, marzo 21, 2010

Puntos suspensivos y finales

Hace poco tiempo fui parte de una investigación relacionada con la pasión. La persona que llevaba adelante el estudio estaba interesada en saber que pensaban sus “estudiados” en términos de si una pasión podía cambiarse, o dejarse de lado.

Todo surgió porque a esta persona, amiga, le llamó la atención una frase que escuchó viendo la película “El secreto de sus ojos” –de la que ya puede decirse: ganadora del premio Oscar de la Academia de Hollywood. Dicha frase asegura:

"… hay una sola cosa que un hombre no puede cambiar: su pasión"

Y es por esa pasión que en la trama, al que no la cambia, lo terminan… (estos puntos suspensivos son por si no vieron la película).

En mi respuesta a la investigación contesté que en realidad mientras son pasiones no se dejan, nunca. Bueno, en realidad sí dejamos sentimientos que alguna vez creímos pasiones, pero nunca durante el apasionamiento. Lo que pasa es que cuando finalmente las abandonamos las miramos en retrospectiva y decimos: “en realidad no era una pasión”. Para que no duela tanto el haberlas dejado, las “degradamos”.

No se si sea así o no, pero tengo pasiones que no dejo, y si me pongo a buscar tuve pasiones que dejé, justo en el momento en que me di cuenta de que no lo eran. Muy conveniente ¿no?

Está bien, la pasión es así, confunde, altera, turba, y tiene que ser así. Pasión viene del latín passio, que significa –entre algunas otras cosas que se relacionan con un segundo sentido–, perturbación, conmoción especialmente del alma. Alguno de los diccionarios de etimología que leí llega a decir que las pasiones son afecciones del compuesto humano. ¿Qué tal? Por eso cuando para de producir todo eso deja de ser pasión, uno se da cuenta y la cambia o la abandona.

Pero pensando un poco más en el asunto se me ocurrió que el problema principal, el que me perturbó nuevamente cuando terminé de acordarme de su existencia, es cuando una pasión me deja a mí.

Escarbando entre letras y poesías encontré una de Joaquín Sabina llamada “Puntos Suspensivos”, que hablando de un amor que termina, entre otras cosas, dice:

“…
lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos”.

Claro, por eso los poetas son poetas, porque te pueden contestar de esta manera lo que a los que no lo somos nos lleva, con mucha suerte, un par de páginas.

Alguien no pone después de algún último punto otros dos, y los que hubiesen sido suspensivos se transforman, brutal y lapidariamente, en final. Y esto, no se si peor pero más perturbador es, cuando a esos dos puntos adicionales es el otro el que los niega.

Sabina tiene razón, y mi amiga creo que piensa lo mismo que él. Lo atroz de la pasión es cuando pasa, a pesar de mis cobardes intentos de explicar que si pasaron nunca fueron, sea quien sea el que niegue los puntos faltantes.

Tres puntos y una larga espera pueden doler, pero un punto final es final, y eso es atroz. En honor al calor que produjo mientras fue pasión, no debería ni yo ni nadie cambiarle el estatus y degradar un sentimiento que por más perturbador que sea, ha movido al mundo humano desde que se terminó de bajar del árbol.

Claro, habrá habido buenas y malas pasiones. Algunas que construyeron y otras que destruyeron, pero así somos, sacados del automatismo animal a una libertad que nos hace humanos… y pasionales.

En honor pues a las pasiones, a las que tengo, a las que dejé y me dejaron, todas siempre son pasiones. Aunque las dejadas nunca puedan o deban retomarse que bueno fue tenerlas, y de alguna manera, que atrocidad el haberlas dejado.

“…
lo atroz de la pasión es cuando pasa,
cuando, al punto final de los finales,
no le siguen dos puntos suspensivos”.




J. R. Lucks






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