jueves, diciembre 18, 2008

18-12-08. Las fiestas, unplugged

La intención no es arruinar la fiesta, de hecho, todo lo contrario, pero sería bueno que no usemos las fiestas para descargar las frustraciones y las broncas del año. ¿Por qué digo esto? El hombre desde siempre ha buscado momentos de desenfreno para descargarse, y desde siempre las fiestas han sido lugares propicios para esto.

Las fiestas del desenfreno por antonomasia son las fiestas dionisíacas. Dionisio era en la mitología griega el dios del vino –también conocido como Baco entre los romanos–, inspirador de la locura ritual y el éxtasis. Adicionalmente es el patrón de la agricultura por su relación con la fertilidad, y del teatro, por lo histriónico de los cultos que se le rendían.

Su misión principal era, a través de la música y del vino, terminar con las preocupaciones o las formalidades de las obligaciones para entregarse a un éxtasis desenfrenado y despreocupado, en el cual la pérdida del sentido propiciaba la fertilidad. Es el contrario de Apolo que se relaciona más con la armonía y la razón.

Aparentemente las fiestas dionisíacas duraban siete días, en ellas explotaba la alegría popular. Los que participaban de las fiestas no dejaban de beber y se entregaban a una desmesura que no era permitida el resto del año. En algún momento, hombres y mujeres bailarines entraban en éxtasis y esto llevaba luego a grandes orgías (una excelente forma de asegurar la fertilidad). Hacían entonces el amor como dioses o como locos, olvidados de sí y del resto del mundo, sintiéndose unidos al cosmos.

El objetivo no es criticar a los griegos, aunque la desmesura no es de mis comportamientos favoritos. Lo cierto es que está bastante de moda hoy la desmesura, muchas personas buscan este tipo de excitaciones para poder sentirse bien. La gran diferencia es que en la época de los griegos no había autos para que los borrachos los manejasen, ni las drogas eran tan potentes; ellos tomaban vino rebajado con agua en vez de energizantes potenciados con licores de más de 50 grados; en fin. Eran fiestas verdaderas y no suicidios encubiertos.

Creo que la gran diferencia tiene que ver con las razones de unos y de otros. Los griegos lo hacían por la fertilidad. Dudo mucho que la intención de los dionisistas de hoy sea quedar embarazados. Da más la sensación de que lo perseguido es un escape a presiones auto impuestas y de racionalidades apolíneas que no gustan, como que hay que trabajar y trabajar para lograr niveles de consumo mínimos (y no estoy hablando de alimentación o salud sino de autos, televisores o equipos de música), que si no se alcanzan producen frustración y rechazo.

No se, pero me parece que las fiestas dionisíacas de hoy no sólo son más peligrosas sino además sin sentido. Las griegas quedaban embarazadas después de las orgías. Los dionisistas de hoy no terminan con sus problemas después de la fiesta.

La fiesta debe ser buena. La fiesta es gozo, es alegría, no hace falta el desenfreno, no hace falta la embriaguez, o mejor dicho no tiene sentido, porque no es más que una turbación pasajera de las capacidades, o sea que no resuelve, solamente confunde y nada más que por un momento.

Arreglemos nuestras tensiones antes de ir a la fiesta, y si no podemos no pretendamos que la fiesta las borre o las solucione. Festejemos lo que se pueda, sin pretender que el alcohol, las drogas, los cohetes, la velocidad o el sexo desenfrenado arreglen lo que sin todas esas intoxicaciones encima no pudimos.

Vamos por verdaderas fiestas. Si una fiesta termina en lamentos, nunca fue una fiesta. Si una fiesta termina con una vida tampoco fue una fiesta. Por esto tal vez valga la pena terminar repitiendo la frase de Aristóteles con la que cerré la columna anterior:

“Lo mejor es salir de la vida como de una fiesta, ni sediento ni bebido”.

No vaya a ser que por salir de una fiesta bebidos terminemos saliendo de la vida sedientos, por no haber podido, o querido, hacer algo de lo que creámos que tenemos como misión por ser seres humanos.



J. R. Lucks




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