jueves, octubre 16, 2008

16-10-08. El capitalismo

Los otros días, en el diario, leí sobre una señorita que había puesto en venta su virginidad en un sitio de subastas por Internet. Según la nota, dicha señorita de 22 años que quiere estudiar para se experta en terapia matrimonial, tomó esta decisión para poder costearse los estudios.

Obviamente apenas se dio a conocer la noticia fue invitada a todos los programas de televisión que se les ocurra, y con esto logró una gran publicidad. Esto que relato sucedió en Estados Unidos, pero podría haber pasado en cualquier otro lado también. Aparentemente ella sostenía que vivimos en una sociedad capitalista, y por lo tanto le parecía muy natural el hecho de poder “capitalizar” su virginidad. Más allá de si es totalmente cierto, o un invento de alguien para ganar publicidad, es creíble.

Me pareció interesantísimo. Lo cierto, es que la virginidad siempre fue vendible de una forma u otra. Siempre tuvo valor porque es un bien relativamente escaso, y como sugiere la señorita que remata la suya, esa es una regla básica del capitalismo. Como últimamente, más allá de la que se encuentra en los discos para computadora, la virginidad se ha vuelto aún más escasa, es que en este caso se decía que en la subasta se llegarían a ofrecer cifras siderales, cientos de miles de dólares al menos, incluso tal vez mucho más; y si bien la chica no era fea, tampoco era la mujer más linda del mundo.

Es impresionante lo que la publicidad y la escasez logran en términos de precio de los bienes o servicios. Evidentemente hay también una demanda creciente e insatisfecha para ítems como la virginidad, lo cual pareciera ser una nueva tendencia, porque últimamente se perdía la virginidad antes que los últimos dientes de leche, pero bueno, las modas cambian.

En tren de subastar bienes escasos, no me imagino lo que se podrían llegar a pagar por cosas como estadistas, santos –de cualquier religión–, enamorados de la verdad y la justicia, próceres capaces de sacrificarse por una causa justa, etcétera.

A pesar de estar ahora un poco vapuleado, vivimos, como dice la vendedora de virginidades, en un sistema capitalista. Capital viene de raíces etimológicas que lo relacionan con la cabeza, capite en latín. De esa raíz viene capitel, que es la cabeza de una columna por ejemplo. Se relaciona también con algo importante o sobresaliente, fíjense que la capital de un estado es el distrito más importante desde el punto de vista gubernamental. La pena capital, es la pena máxima. Se llaman pecados capitales los que supuestamente son origen de los otros, y así muchos ejemplos.

En términos económicos el capital también es conocido como principal –como se dice más bien en ingles– es el origen, el punto de inicio, desde donde se producen lo intereses. Lo capital entonces es lo central, lo principal, lo que manda, la cabeza.

Esta señorita ha logrado ya capitalizar su virginidad, la transformó en algo principal, central, el asunto es que cuando alguien se la consuma, que quiere decir extinguir, ya no va a tenerla nunca más. Así es con todo, cuando consumimos, cuando las cosas se consumen, desaparecen. Más rápido o más lento, pero al capitalizar consumimos y al consumir extinguimos. Esta señorita se quedará con algo de dinero, el que le consuma la virginidad tal vez con un buen recuerdo, pero lo capital, lo que supuestamente tenía valor, desaparece.

Ni critico ni alabo este asunto, es lo que es, cada uno que piense lo que quiera y haga con su virginidad lo que pueda. A mi me lleva a pensar que de una u otra forma somos insaciables, consumimos y destruimos capital a nuestro paso, al punto de que ya podemos empezar a subastar virginidades por Internet. En alguna película de ciencia ficción nos compararon con microorganismos, tipo virus o bacterias, que se reproducen a gran velocidad por todos lados y extinguen toda vida que se les cruza, no me parece demasiado exagerada la comparación.

Lo interesante es que tenemos siempre la posibilidad de cambiar, de usar la cabeza, la cápita, para otras cosas que no tengan tanto que ver con consumir, con extinguir, sino con producir, con generar.
No soy un fanático del consumo desmedido en que nos han o nos hemos metido. Creo que eso queda claro. Subastar virginidades por Internet para capitalizarlas no es tanto un problema en sí mismo, sino un síntoma de una sociedad que pareciera no tener límite en cuanto a qué comprar, o a qué ponerle precio.
Les dejo una reflexión de don Alejandro Dolina (1), filósofo contemporáneo entre muchas otras cosas, que alguna vez contó el siguiente diálogo entre un supuesto Satanás y un hombre:

“Satanás: ¿Qué pides a cambio de tu alma?
Hombre: Exijo riquezas, posesiones, honores, distinciones… Y también juventud, poder, fuerza, salud… Exijo sabiduría, genio, prudencia… Y también renombre, fama, gloria, y buena suerte… Y amores, placeres, sensaciones… ¿Me darás todo eso?
Satanás: No te daré nada
Hombre: Entonces no tendrás mi alma.
Satanás: Tu alma ya es mía”.

Podremos disentir en si Satanás, o incluso el alma, existe o no, pero creo que la conversación imaginaria deja el tema bastante claro. Consumir y nada más, termina consumiendo, consumiéndonos. Pensemos un poco si de tanto querer y de tanto consumir no nos estaremos, de a poco, ganando el desprecio hasta de los satanases.





J. R. Lucks




Referencias:
(1) Crónicas del Ángel Gris. Alejandro Dolina. Editorial Planeta, 2003.



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