domingo, febrero 07, 2010

La culpa es del amor

Releyendo La insoportable levedad del ser (1), de Milan Kundera, me volví a encontrar con este párrafo que siempre me hizo pensar:

“…el objetivo hacia el cual se precipita el hombre queda siempre velado. La muchacha que desea casarse, desea algo totalmente desconocido para ella. El joven que persigue la gloria no sabe qué es la gloria. Aquello que otorga sentido a nuestra actuación es siempre algo totalmente desconocido para nosotros”.

Y cuanto más viejo y más cauto me pongo, más me hace pensar. Me hace recordar inmediatamente refranes como:

“Nunca pruebes la profundidad del río con ambos pies”.

U otros, bastante más conocidos aunque diría que infinitamente más lapidarios, como:

“Mejor malo conocido que bueno por conocer”.

Y gracias a quién sabe que fuerza mágica, que ni la edad ni la cautela han terminado por apagar aún, me rebelo.

Si todos hiciéramos caso estos consejos seguiríamos viviendo en una cueva, tratando de cazar un dinosaurio de vez en cuando para alimentar a la horda. Aunque por el lado “positivo”, tal vez así los lagartos gigantes no se hubieran aún extinguido.

Me pregunto ¿qué es lo que hace que nos lancemos con los dos pies a lo desconocido por conocer? ¿Será la idiotez?, ¿será algún defecto de raza que justifica otro refrán muy conocido?:

“El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra”.

¿Qué será?, ¿será el brío de la juventud?, y entonces es eso lo que hace que mi entrada edad me haga más cauto…

No, no es nada de todo esto. Lo pienso, lo repienso, y siempre me contesto lo mismo: Es el amor.

Nos enamoramos de una idea, de un objetivo, de lo que sea, y nos lanzamos con los dos pies, con ojos y oídos cerrados, y tropezamos todas las veces que sea necesario sin importarnos. A veces sale bien, y otras veces no, a veces nos desanima, y otras no. Y qué alegría que sea así.

Claro, en tren de justificar conductas con refranes, ésta última tiene más base. Que tal esta lista:

“Amor grande, vence mil dificultades”.

“El amor es ciego”.

“El amor mueve montañas”.

“El amor no quiere consejo”.

“El amor tira mas que una yunta de bueyes”.

Por suerte el amor no es prerrogativa de los jóvenes, aunque para ellos sea más frecuente sentirlo. Para nosotros, los no tan jóvenes, la experiencia (cicatrices de caídas anteriores) modera el efecto de la pasión, pero no la puede contrarrestar, al menos no totalmente.

Pero me sigo preguntando: ¿es sólo eso? También está el deseo de mejorar.

Anoté un diálogo que escuché en una serie televisiva estadounidense llamada “Doctor House”. Sin importar demasiado de qué se trata me llamó la atención. Dice así:

“Médico joven –… ¡Yo estaba contento con las cosas como estaban! ¡De eso se trata la felicidad!

Médico viejo – Sí, si todos estuviésemos satisfechos con lo que somos (tenemos), que maravilloso mundo tendríamos. Nos terminaríamos muriendo de hambre sobre nuestros propios excrementos, pero al menos estaríamos contentos”.

En el contexto del argumento, el médico viejo incentiva al joven a rebelarse contra el status quo, a mejorar, a cuestionar y cuestionarse, a luchar, a lanzarse a lo desconocido.

Pero claro, para hacer eso, que es cambiar un “malo conocido” pero aparentemente cómodo por un hipotético bueno por conocer, el médico joven tendrá que apasionarse, tendrá que “amar” esa idea de mejora que va a tener que imaginarse,… entonces tal vez sí, la fuerza que nos hace lanzarnos es en definitiva el amor.

Lo que nos hace tropezarnos tantas veces con la misma piedra (al menos muchas de las veces, otras será definitivamente la idiotez), lo que nos hace lanzarnos a lo desconocido para lograr la “gloria” que no sabemos que significa, lo que nos hace dar un paso adelante a pesar de estar al borde del precipicio es el amor, la pasión, las ganas “de”, etcétera

Bueno, me quedo más tranquilo. El amor en serio sigue siendo gratis. No le tengo que comprar nada a nadie, ni tomar ninguna vitamina, ni hacer ningún curso especial o adquirir una máquina de ejercicio que es una especie de silla eléctrica portátil para ir vibrando por la casa, mientras sigo comprando por el teléfono que me compré mirando la televisión porque me sugirieron que llamara ¡Ya!

Viejo y cauto pero enamoradizo, le puedo hacer caso a Kundera. ¡Qué suerte! ¿Y usted, se anima a enamorarse, o tiene demasiada “experiencia”?



J. R. Lucks


Referencias:

(1) La insoportable levedad del ser. Milan Kundera. Editorial Tusquets, 2008.





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