domingo, febrero 28, 2010

El saber no ocupa lugar, y da poder.

Leyendo un libro (1) sobre un personaje de serie televisiva, el Doctor Gregory House (2) , me encontré con este párrafo:

“En el diálogo platónico Apología, donde ser narra el juicio de Sócrates, escuchamos a este último pronunciar su célebre frase: ‘Una vida sin examen no vale la pena ser vivida’. Sócrates quería decirnos que prefería morir a renunciar a la forma en que vivía”.

El libro pretende explicar el comportamiento del excéntrico y socialmente incorrecto médico, desde la óptica de distintas corrientes de pensamiento, y apoyándose también en la psicología y el psicoanálisis. En ese afán es que encuentra en este episodio de la vida de Sócrates, una “razón” para la obsesión de House de conocer y entender las causas de todo lo que lo rodea.

Yo creo firmemente en la “curiosidad” como motor del desarrollo; aunque en relación a la frase de Sócrates coincido con algunas personas que sostienen que es demasiado fuerte, discriminatoria: “La vida merece ser vivida, punto”, argumentan. Y está bien. No parece razonable desmerecer las vidas de los que no desean o simplemente no pueden examinarse. Pero salvando las traducciones (tal vez distorsionantes), la literalidad y las asperezas de la frase en crudo, que lindo sería si todos nos examináramos un poco de vez en cuando, ¿no?

Hoy está de moda actuar por impulso, hacer lo que a uno le da la gana, ir con la corriente, dejarse estar, etcétera, etcétera, etcétera. Pensar –examinarse, pensarse–, no tanto, aunque esto no quiere decir que no examinemos o juzguemos a los demás, eso sí sigue parece seguir siendo “aceptable” para el hombre y la mujer modernos.

La frase de Sócrates, que en otra época era considerada un “buen” refrán, hoy, tanto por buenas razones –las antidiscriminatorias– como por otras no tan buenas –vagancia, dejadez, desidia, publicidad metida en nuestras cabezas hasta el hartazgo, hyper-multi-medios que nos alcanzan por todos lados con un mensaje intencionado–, se transformó en “mala palabra”.

Se me ocurren un par de refranes interesantes, que podrían poner a esta frase en un lugar desde donde se la pueda mirar con otros ojos. Que tal:

“El saber no ocupa lugar”

Aparte de no ocupar lugar, conocerse a uno mismo, pensar en sí, todavía es gratis. Con lo cual, gracias a estas dos características debe ser, junto con respirar, de las pocas cosas a las que todo ser humano tiene posibilidades de acceder, sin tener que pedirle nada a nadie. ¿Pensó en eso mientras respiraba?

El otro refrán, del par que se me ocurrió, es tal vez un poco más interesante como para sacar conclusiones:

“La información es poder”

Y me gusta pensar en poder no solamente como capacidad de gobernar a otros, sino en el sentido más puro del verbo: facultad o potencia de hacer algo. Si no sabemos no “podemos”, pero para saber hay que pensar, examinar, examinarse.

Conocerse a uno mismo –otra frasecita que nos viene de los griegos– permite saber qué podemos, qué “debemos” (otro término que no está muy de moda cuando somos sujetos del deber, pero que sí nos gusta usar cuando nos referimos a lo que otros nos deben); pero fundamentalmente conocer y conocernos permite saber qué nos conviene, para no terminar haciendo lo que le convenga a cualquier otro que quiera influir en nosotros.

Es que para tener información no hace falta pensar, también podemos recibir la información de un tercero, que nos la da con gusto para que no tengamos que hacer ningún esfuerzo. Entonces tenemos el poder de la información que nos da ese otro, que tiene poder sobre nosotros por habernos metido en la cabeza la información que le convino. ¡Ah!... tal vez esto no sea tan bueno.

Después del párrafo citado anteriormente los autores aclaran lo que ellos entienden por una vida de examen o análisis:

“Una vida de análisis es aquella en la que se tiene deseos de entender las cosas, pues uno es curioso y busca la verdad. No aceptas las ideas así como así, por el solo hecho de que sean populares o provengan de alguna tradición y no te da miedo formular preguntas”.

El asunto no es discriminar a los que por alguna razón u otra no pueden examinar sus vidas. Tampoco lo es criticar a los que deciden no hacerlo; pero porqué no poder sugerirles y sugerirnos que un poco de espíritu crítico no le hace mal a nadie. Tantos deseos tenemos, que en estos tiempos libres de auto represión no dudamos en satisfacer, ¿Por qué dar lugar a tener ese deseo de entender las cosas, al que se refieren los autores?

En el mundo de consumo masivo en el que vivimos, sin reflexión, sin examen, un consumidor no es mucho más que una especie de rata de laboratorio respondiendo a los “estímulos” de los que la estudian. La única diferencia es que a la rata verdadera no le cobran cada vez que le dan algo para probar.

De ninguna manera sugiero que los impulsos sean algo malo per se, o que no haya que tenerlos en cuenta, después de todo son parte, tanto como la capacidad de pensar y pensarse, del ser hombre o mujer del que estamos hablando, el asunto es que combinados hacen al ser humano más humano y menos bestia.

No despreciemos las vidas de otros por no examinarse, pero no despreciemos tampoco las propias dejándonos tratar como ratas de laboratorio. No vaya a ser que terminemos como esa del cuento, que cómodamente instalada en su caja de vidrio, conversando con las otras ratas sujeto de estudio, alardeaba de cómo había logrado amaestrar al científico, siendo que cada vez que ella hacía determinada cosa él sabía que tenía que darle de comer.




J. R. Lucks


Referencias:

(1) La filosofía de House. William Irwin y Henry Jacoby. Editorial Selector 2009.

(2)

Un médico que resuelve casos muy complejos por su habilidad particular de diagnosticar. El personaje es muy poco sociable, y normalmente grosero y mentiroso tanto con sus amigos como con sus pacientes. En el hospital donde trabaja, si bien algunas de las personas con las que interactúa parecen apreciarlo, se lo soporta, básicamente, por su gran capacidad de resolver casos que otros médicos no consiguen descifrar.





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