domingo, enero 03, 2010

Pensar para donde vamos

“Por correr el hombre
no puede pensar,
que ni él mismo sabe
para donde va”.


Esta es una estrofa de la poseía “Vuele bajo”, de Facundo Cabral, que da letra a la canción del mismo nombre.

Siempre la tomé como una buena advertencia, aunque esté expresada en forma de conclusión. Lo cierto e indiscutible es que si se quiere llegar a algún lugar, hay que saber primero cuál es ese lugar.

Lewis Carrol, en su “Alicia en el país de las maravillas”, hace decir esto a dos de sus personajes:

“Alicia: - ¿Qué camino debo seguir?
Maestro Gato: - ¿Para dónde quieres ir?
Alicia: - ¡No lo sé!
Maestro Gato: - ¡Entonces, cualquier camino sirve!”


Esta conversación siempre me causó confusión. Cualquier camino, (todo camino) lleva a algún lado (aunque más no sea al equivocado). Elegir un camino es elegir un destino también. Por lo tanto, si la pobre Alicia eligiese un camino, cualquiera, entonces ya sabría donde está yendo. Al elegir ya no sería cierto que no sabe donde quiere ir, estaría en viaje hacia donde ese camino la lleva. Aún en el caso de que tomase un camino al azar, sin saber donde termina, sabría que está yendo a ese lugar y no a otro.

Desde mi punto de vista –muy lejos de lo que recomienda el Maestro Gato– no hay camino para el que no sabe adonde ir. No concuerdo con que cualquier camino sirve; al contrario, creo que ninguno sirve hasta que uno no se decide. Primero hay que saber, y después ir.

La angustia que produce el no saber adonde ir es buena, ayuda a desear una respuesta, moviliza a buscar un destino. La posibilidad de elegir cualquier camino, creyendo que el que sea va a ser bueno, no debería nunca ser una solución viable, no debería calmar esa angustia.

Hay demasiada gente hoy dispuesta a decirnos adonde ir o qué camino tomar, sobre todo cuando no sabemos cuál elegir. Muchos de esos son los que nos hacen “correr”, y así nos mantienen sin poder pensar por nosotros mismos adonde vale la pena llegar.

Lo llamativo es que casi todos los caminos que nos recomiendan terminan en un centro comercial, en una suscripción a algún servicio que supuestamente nos ha de resultar maravilloso, o en algo similar sostenido por nuestras “módicas” donaciones o aportes.

La tan repetida frase: “pruébelo, y si no le gusta le devolvemos su dinero”, es un “bajador de angustia” como el tomar cualquier camino sin saber adonde ir. Se nos presenta como una opción sin riesgo. Se hace implícito que al no saber adonde ir, no importa donde lleguemos. Es la ilusión de que no podemos fallar: “nunca llegaremos a un lugar equivocado o indeseable si no podemos definir cuál es el deseable o el correcto”. Para muchos, entonces, mantenernos en la ignorancia en términos de qué queremos, es mejor que darnos el tiempo de decidir. Por eso nos hacen correr.

Me pregunto, ¿por qué nos dejamos llevar?, ¿por qué casi todos los programas de noticias son de opinión y no sólo reportes de los acontecimientos, así el que los escucha puede valorarlos por si mismo?, ¿por qué las opiniones y los puntos de vista formados parecen ser más valiosos que las preguntas?

Parafraseando al Maestro Gato: ¿cualquier respuesta será buena cuando no se sabe la pregunta?… ¡No! Saber cuál es la pregunta correcta es, la mayoría de las veces, más importante que la respuesta.

El mundo de hoy nos quiere dar respuesta (solución, producto, servicio, opinión formada) a muchas cosas, que como nos la pasamos corriendo, no sabemos si son las que nos van a llevar donde queremos ir. Por favor, no tome esto como una opinión necesariamente válida, pero hágame caso en algo: ¡pregúntese cuál es su versión de las cosas!

La canción de Cabral no me gusta del todo, porque él, al menos en esa letra, termina recomendando esto:

“No crezca mi niño,
no crezca jamás,
los grandes al mundo,
le hacen mucho mal.


[…]

Siga siendo niño,
y en paz dormirá,
sin guerras,
ni máquinas de calcular”.


Me da mucha pena ser en parte responsable de un mundo en el que haya que recomendarle a un niño no crecer, aunque más no sea metafóricamente.

El Maestro Facundo les pide a los niños que no dejen de serlo. Sabemos por experiencia que los pequeños preguntan, se preguntan, no paran de preguntar, en general no se conforman con la primera respuesta. Estoy de acuerdo con él en mantener esta curiosidad e interés por saber, pero me apena tener que pedirles a los niños que no crezcan por no poder confiar en nuestra habilidad para mantenernos curiosos.

El estribillo de la canción dice:

“Vuele bajo,
porque abajo,
está la verdad.
Esto es algo,
que los hombres,
no aprenden jamás".


No es por pelearme con Cabral, pero revelémonos contra esta última afirmación. ¡Aprendamos!
Estamos rodeados de ejemplos de cómo no hacer las cosas. ¡Aprendamos! No hagamos un mundo en el que a nuestros hijos haya que recomendarles quedarse chiquitos.

Decidamos si queremos seguir yendo a un “lugar” en el que los niños no deban crecer, o a otro en el cual estos puedan ser niños y los adultos capaces de ayudarlos a desarrollarse, contenerlos mientras crecen, amarlos y nutrirlos en vez de tener que “podarlos”. ¡Hoy decidamos!, porque si seguimos sin saber adonde ir le vamos a terminar haciendo caso al Maestro Gato, vamos a tomar cualquier camino, y la metafórica profecía de Cabral se va a hacer incuestionable.

Muchos de los niños de hoy, por el solo hecho de ser niños –como Alicia–, seguramente tampoco saben donde les conviene ir. No creo que recomendarles tomar cualquier camino, o dejarlos encontrar cualquier respuesta en una red social en Internet, en una publicidad, o en un video juego, sea lo mejor.

Que tal si paramos de correr, si decidimos adonde queremos ir y llevemos allí a los niños allí mientras crecen, para que ellos no tengan que recomendarles a los suyos, ni siquiera metafóricamente, que lo mejor es dejar de crecer.


J. R. Lucks




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