“Era callejero por derecho propio.
Su filosofía de la libertad
fue ganar la suya sin atar a otros,
y sobre los otros no pasar jamás.
Aunque fue de todos nunca tuvo dueño
que condicionara su razón de ser.
Libre como el viento era nuestro perro,
nuestro y de la calle que lo vio nacer.
Era un callejero con el sol a cuestas,
fiel a su destino y a su parecer,
sin tener horario para hacer la siesta
ni rendirle cuentas al amanecer.
[…]”
Más allá de cualquier comentario sobre lo buena o lo mala que puede ser una vida de perros, creo que el mensaje más fuerte del poema tiene que ver con la falta de sometimiento que este ser vivía su vida, sin siquiera tener horarios para la rotación de la tierra al no rendirle cuentas ni al amanecer.
No tener dueño que a uno lo condicione. Mejor dicho no buscarse uno, ya que desde que se abolió la esclavitud los dueños que nos someten nos los buscamos: sea para que nos paguen un sueldo, sea porque por moda o presión social nos hacemos adictos a algo que nos esclaviza, sea que hasta por amor nos dejamos manipular por alguien que sólo por hacerlo nos demuestra que no corresponde nuestro sentimiento.
Vivir sin dueños, sin reglas. ¿Se puede vivir sin reglas? No estoy hablando de las básicas, hasta los perros respetan entre ellos ciertas reglas que permiten la preservación de la especie.
Entre los antiguos griegos (que pensaron o inventaron casi todo excepto el dulce de leche, el colectivo y la birome) esto ya era algo tenido en cuenta. Por allá por el siglo IV antes de Cristo se inició una corriente filosófica que se denominó cínica.
Hay al menos dos explicaciones para este apelativo, pero ambas tienen algo de sentido. La primera sostiene que algunos de sus adherentes se juntaban en un templo dedicado a Hércules llamado Cinosarges, en referencia a los perros (del griego kyon). A su vez hay dos ideas de porqué a este templo se le denominaba así. Una era que Hércules (bastardo, hijo de Zeus el jefe de los dioses griegos y una mortal) había sido “echado como un perro” por Hera, la esposa de su padre, y de allí la relación. La otra versión dice que este templo o gimnasio se llamaba así porque entre sus hazañas Hércules había matado a Cerbero, el perro de tres cabezas que cuidaba la puerta del Hades (inframundo de los griegos).
La otra explicación de porqué se llamó cínicos a estos antiguos griegos se relaciona con que dichos filósofos vivían un poco como los perros: sueltos. Se recostaban en lugares públicos, tenían relaciones sexuales o hacían sus necesidades donde les venía la gana, no trabajaban, vivían de lo que conseguían por allí, probablemente en forma muy similar a la del perro de Cortez.
El cinismo, nombre de esta corriente filosófica, se reía y burlaba principalmente de lo estructurado de la sociedad griega de la época, muy preocupada por lo estético (aún sin siliconas ni botox), dedicados a mejorar sus cuerpos para mostrarse agradables a los demás (cosa que los cínicos detestaban). No respetaban las formas de la sociedad, no se sometían a las costumbres del “buen gusto”, no aceptaban lo convencional. Despreciaban también las riquezas, y toda preocupación material que alienara la vida en función de la obtención de bienes.
Hoy se entiende al cinismo como la sátira o la burla de lo “socialmente” aceptado, pero con una connotación negativa. El diccionario de la Real Academia Española lo define como desvergüenza, defensa de acciones vituperables, impudicia, obscenidad descarada… ya no se ve como la crítica a prácticas tal vez ridículas, y muy probablemente hipócritas, que no hacen al humano más humano sino mas autómata, más manejable, más consumidor… obviamente porque los diccionarios no los escriben los cínicos.
¿Cómo se hace para ser un buen cínico? Para no buscarse dueños inútiles, para no meterse en estructuras sin sentido a las que reportar, para no tener que cumplir reglas auto impuestas que no tienen más beneficio real que el que obtiene el que nos vende algo.
Somos cínicos en el mal sentido (no respetando las convenciones) cuando no pagamos un impuesto, o cuando manejamos por la banquina de una ruta, o cuando tiramos un papel en la calle; pero no lo somos en el bueno (pienso yo) cuando nos vestimos a la moda aunque no nos guste o no nos quede, o cuando ahorramos para comprar algo solamente porque todos lo tienen, o cuando transpiramos en exceso para bajar el kilo demás sólo porque no queremos que otros lo vean (en vez de hacerlo porque es saludable).
La moda, los modelos que se pretenden imponer para consumir hasta el hartazgo, las adicciones que nos inyectan subliminalmente por los medios masivos, no son otra cosa que una sátira cínica a la libertad del hombre. ¿Por qué no ser cínicos contra ese cinismo que se burla groseramente de lo que nos hace diferentes a los perros: la verdadera libertad del hombre?
Los perros no se hacen tantas preguntas (ni el de Cortez ni los que dieron nombre a los filósofos cínicos), tal vez por eso viven como viven, bien los que viven bien y mal los que viven mal. Yo no puedo dejar de preguntarme porque no me resigno a vivir mal, porque yo puedo decidir ser cínico cuando tiene sentido y someterme a la salida del sol si para el grupo con el que convivo hace sentido.
Somos libres de usar nuestra capacidad cínica para burlarnos de lo verdaderamente ridículo… el asunto ahora será decidir, cada uno desde lo profundo de su ser, qué es eso a lo que hay realmente que despreciar.
El gran logro no es vivir la vida despreocupadamente, es vivirla no preocupándose por lo que no tiene sentido; y para eso hay que preguntarse que es lo que no lo tiene, o que es lo que sí y olvidarse del resto. Pero cuidado, si la sugerencia de cuál es el tema vital viene recomendado en una publicidad, mejor sospechar.
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