Hoy, como la semana pasada, les traje un cuento del infierno, por este asunto de que después de la crisis, según el presidente, allí estábamos. Como la cosa mejoró, pero todavía no nos declararon salidos, sospecho que en la asunción de su reemplazante se hará el feliz anuncio.
Yo, como dije la semana pasada, creo que el concepto del infierno es un poco más complicado que lo que puede mecharse en un discurso, así que por eso traigo estos cuentos que creo sirven para entender un poco más el asunto, y que los que dan discursos digan lo que quieran.
El de esta semana (a) dice así:
Me contaron que en una bifurcación del camino que empieza con una luz blanca, ese que supuestamente recorren los que tienen experiencias más allá de la muerte, hay un cartel que dice: “Infierno, no lo piense dos veces, comida gratis”.
Suena un poco raro, pero uno de esos personajes que fue y volvió me contó, que antes de mandarlo de vuelta, lo dejaron ver. Efectivamente tomó hacia el lado del infierno, y apenas estaba por entrar, sus dos brazos se convirtieron en cucharas de palo, de dos metros de largo.
–Sin más remedio que avanzar –me contó este caballero– entré y vi el espectáculo más horrendo de mi vida. Efectivamente había comida disponible, maravillosa, y muy apetitosa por todos lados. Pero la gente… ¡Sólo vi hombres y mujeres desesperados! Famélicos, demacrados, llorando y gritando. Desgarrándose de hambre ya que con sus cucharas de mangos de dos metros, no conseguían llevar a la boca ni uno de los manjares que constantemente estaban trayéndoles. La comida caía de sus cucharas al piso. La gente la pisaba arruinándola inmediatamente, ya que en su desesperación, corría de un lado para el otro haciendo malabarismos para poder comer. Un espectáculo patético. Dolor y desesperación.
–Y qué hiciste –me animé a interrumpir.
–Como yo sólo estaba de visita pude salir. Allí entendí porqué ya no hacían más falta los latigazos, el fuego y las torturas. Pensé enseguida que el inventor de ese castigo era realmente el mal personificado. Justo en ese momento escucho una voz que me dice:
–No saques conclusiones apresuradas, ve ahora y mira que pasa del otro lado.
–Como no pensé que algo peor pudiese pasar, fui por el camino hacia el otro lado.
–¿Y qué viste?, ¿cómo era la contracara del infierno? –pregunté ansioso como un colegial.
–Exactamente igual.
–¿Qué? –grité, más intrigado que antes.
–Al entrar, mis brazos nuevamente se convirtieron en cucharas de mangos muy largos y rígidos, igualmente había manjares por todos lados, pero nadie corría. Nadie gritaba. Todos estaban sentados muy placidamente, dándose de comer unos a otros.
¿Qué tal?, ¿eh? Otra vez un cuento que pone las cosas de nuestro lado. No del lado de un funcionario estatal que llega o se va. El que conté la semana pasada tenía que ver con cómo reaccionábamos ante las diversas situaciones. Las puertas del infierno se abrían o cerraban en función de nuestras reacciones, no eran las situaciones en sí las infernales. Esta semana también está ese elemento de nuestra reacción, pero se agrega el tema de la solidaridad. En los dos lados la situación es la misma, hay brazos rígidos y mucha comida. El pensar no sólo en uno mismo, en la propia hambre sino también en la ajena, es lo que diferencia a los dos lugres. Aún los que en el cuento están en el infierno, podrían salir del mismo en el momento en que se hablen con otro y se pongan de acuerdo en finalizar sus mutuas torturas. Ni siquiera tendrían que moverse físicamente al otro lugar.
Tal vez el infierno en el que nos metimos, y del que supongo que nos declararán salidos, tenga algo que ver con esto también. No sólo con la impericia y la incapacidad de un grupo de hombres y mujeres que supuestamente gobernaron durante un tiempo, sino con que más de las veces sólo miramos por nosotros y nada más. Tal vez aunque esos hombres y mujeres que han de gobernarnos alguna vez vayan a ser capaces y decentes, igual nos terminaríamos metiendo en un infierno si sólo seguimos mirando nuestros propios ombligos.
En fin. Ojalá que en los discursos nos saquen del infierno. Ojalá que la situación económica nos saque del infierno a todos, no sólo a la mayoría, porque el asunto de la pobreza y de la indigencia no es como la democracia, termina cuando todos salieron, no sólo cuando la mayoría tiene para comer o educarse. Pero por sobre todo, ojalá que entendamos que el verdadero infierno lo decidimos nosotros con nuestras actitudes. En ese nos metemos y nos sacamos solamente nosotros, los discursos y las demagogias no nos van a ayudar.
J. R. Lucks
Bibliografía:
(a) El cuento adaptado para esta columna se tomó de una versión del mismo llamado: “El bien y el mal”, publicado en: Acertijos Unicistas. Autor Peter Belohlavek. Editorial Blue Eagle Group, 2005.
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