Había una vez un hombre, que luego de mucho esfuerzo, había logrado reunir el dinero suficiente como para irse a esquiar. Toma unas clases y sale a la montaña. Experimenta la libertad, la frescura de la bajada, la imponente maravilla a su alrededor. Se siente pleno, feliz. Se detiene en un claro y da gracias a su Dios. No había sido este hombre muy religioso, o al menos no muy practicante, pero ante tanta maravilla se produce en él una erupción mística. Se conecta con el Creador. Agradece, se convierte, se arrepiente de sus malas acciones, y se promete ser más fiel a sus creencias y a su fe. Profundamente emocionado deja caer una lágrima. Luego de un minuto de silencio y una oración vuelve a la pendiente. Emocionado toma velocidad, y en una curva un tanto cerrada pierde el equilibrio y cae. Rueda por la montaña, golpea contra un arbusto y cae en un barranco. A último momento, por milagro, logra agarrarse de una pequeña rama que sobresale por un costado del cerro. Mira hacia abajo y sólo ve el vacío y la muerte. Se aferra a su rama, pero sabe que no resistirá por mucho tiempo más. El improvisado, y recién reconvertido esquiador, levanta entonces sus ojos al cielo y grita.
–¿Hay alguien?, ¿hay alguien allí?
–Aquí estoy hijo mío –responde una voz celestial–, no tengas miedo y suelta la rama, mis ángeles te recogerán, y te depositarán con suavidad en lugar seguro.
El hombre recuerda su reciente experiencia mística, piensa un segundo, y vuelve a gritar.
–¿No hay alguien más allá arriba?
Hay otra a versión muy parecida en la cual es de noche, y aparte el accidentado está metido en una terrible tormenta. No se ve ni a cinco centímetros de la propia nariz y hace un terrible frío. El hombre reza, y la voz celestial le pide que se suelte asegurándole que nada le pasará. El accidentado no cree, y por lo tanto no se suelta. A la mañana siguiente los grupos de rescate lo encuentran congelado, sostenido de una pequeña rama, a diez centímetros del piso.
Qué difícil es creer en lo que no se ve. Eso es la fe, creer en lo que nunca se vio.
Y yo le encuentro similitudes con la política, porque en política también nos piden que creamos en cosas que nunca vimos. Gobiernos en los que no haya corrupción, promesas que se cumplan, candidatos que nos dicen que van a seguir interesados por la gente después de haber ganado las elecciones, procesos de mejora de la economía que no se desintegren con una crisis mayúscula. Incluso, no sólo nos piden que creamos en cosas que nunca vimos, sino que nos han hecho dejar de creer en cosas que sí veíamos, como la garantía de los depósitos y las garantías constitucionales; o lo que terminó siendo una farsa en cuanto a que los derechos de unos y otros son iguales, y la venda en los ojos de la justicia. En fin. La fe nos promete salvación. De los políticos deberíamos ser salvados. Lo cierto es que excepto estas nuevas religiones mediáticas que pululan ahora recaudando en todos los canales, las religiones son un poco más antiguas que los sistemas políticos, al menos que los nuestros. Por eso es que estas primeras han evolucionado un poco más, y por lo tanto lo que prometen a cambio de la fe está más lejos en el tiempo. Así, por las dudas, el cumplimiento o no de la promesa de la religión no interfiere con la continuidad del pedido de fe. Los políticos, por más que han intentado reelecciones infinitas, imperecederas, o cosas por el estilo, no lo han logrado. Estos muchachos tienen cuatro, seis, u ocho años para cumplir, y si no cumplen la gente les pierde la fe. Pero fíjense que interesante, los políticos descubrieron un recurso para minimizar este problema, y es la fecha de vencimiento de la memoria, que en el caso de los argentinos es tan corta como el suspiro de una bacteria. Y allí van por una nueva campaña, prometiendo hacer lo que no hicieron en su momento aún con el mismo discurso, o incluso aliándose con los que hasta algunos meses antes eran sus peores enemigos. Yo realmente creo que las coincidencias son notables. La fe y la política se parecen. Yo creo que habría que darle para adelante y seguir hasta las últimas consecuencias. Por ejemplo podríamos encerrar a unos cuantos políticos en un convento y declararlos de clausura, después clausurarlo con los tipos adentro y listo, que se queden allí. Otra podría ser que le pidiésemos que anden con trajes especiales, como túnicas, sotanas, o enrollados en pedazos de tela anaranjados, como los monjes tibetanos, así los reconocemos por la calle y salimos corriendo. Una muy interesante podría ser aplicar lo de la devoción a los santos, a los cuales solamente se les presta atención después de unos cuantos años de su fallecimiento, y luego de haber pasado por un proceso de santificación que valida sus méritos. Por lo tanto, primero que hagan algo, y después de que fallezcan, veremos si les creemos. Y no quiero exagerar, pero lo de la cruz no parece tan mala idea en algunos casos.
Bueno, no me quiero meter en más líos ni con una fe ni con la otra. Así que por hoy dejamos acá, no sin antes elevar una plegaria al Dios en el que cada uno quiera creer, dice así:
Señor. Creador. Todopoderoso. Sabemos que algún día tendremos que rendir cuentas. Sabemos que algún día nos reencontraremos en algún lado. Hasta ese día, cuídanos de los políticos que nos acechan.
Gracias por todo lo que nos das, a pesar de que la mitad se nos va en impuestos, y muy seguido la otra mitad nos la roban en una salidera.
A vos que todo lo podés Señor, te pedimos que al menos nos avises cuál es el más ladrón y mentiroso, para no votarlo de vuelta.
Queremos santificarnos, ser tus mártires, pero sé misericordioso con nosotros Señor, después de todo, antes que otro gobierno esquilmante, te queda la opción de pedirnos reconstruir el Coliseo, y que nos echen a los leones.
Que Dios nos salve. Amén
J. R. Lucks
Bibliografía
(a) El círculo de los mentirosos. Cuentos filosóficos del mundo entero. Jean-Claude Carriére. Editorial Lumen, 2001.
No hay comentarios:
Publicar un comentario