Hoy traje un cuento (a) que habla de la solidaridad, y porqué no, también un poco de la coherencia y de cómo nos comportamos en relación a esto. Es un cuento bastante lucksizado, y dice así:
Había una vez un rey muy acaudalado. Como no tenía mucho más que hacer, habida cuenta de que poseía todo lo imaginable, se dedico a mirar un poco más allá de sus posesiones. No tardó en darse cuenta de que en su reino, todos eran muy egoístas. Sólo pensaban en sí mismos y en acumular riquezas, comida, amistades, en fin, lo que fuese mientras se pudiera acumular, y luego ser contado como posesión. Esto entristeció mucho a nuestro rey. Él no comprendía, que su pueblo sólo hacía lo que le había visto hacer a él durante décadas. El rey, había olvidado una sabia lección que alguna vez le habían impartido. Esta sugería, que si bien los gobernantes muchas veces se parecen al pueblo, pues de allí provienen, no es menos cierto que el pueblo, tarde o temprano, termina siendo como sus gobernantes.
Así de deprimido como estaba, sale un día a caminar por sus inmensos bosques. Tenía prácticamente tomada la decisión de abdicar a su poder e irse a otro lugar, donde la gente no fuese tan centrada en sí misma, en el fondo, donde no fuesen tan parecidos a él.
Estando en lo más profundo del bosque, escucha el rugir de un tigre. Se asusta. Se esconde. Mira con cuidado y encuentra, sólo a unos metros de donde él estaba, un inmenso tigre echado. Observa con cuidado, y percibe que el tigre tenía una pata lastimada, por lo tanto, no podía moverse. Apenas empieza a recuperar el aliento alejándose de la fiera, cuando, por entre sus pies, ve pasar a una rata corriendo con un trozo de carne en la boca, en dirección al tigre. Inmediatamente gira sobre sus talones y se apronta a presenciar, cómo esta tonta rata, iba a terminar en las fauces del hambriento tigre. Pero no es así. La rata llega cerca del imponente animal, deposita el trocito de carne cerca de la bestia, y se aleja nuevamente como a buscar otro. El rey no sale de su asombro. Efectivamente, la rata no tarda en volver con un nuevo trocito de carne, que el tigre come y agradece a su veloz amiga con un dulce ronroneo. – ¡Increíble! –se dice a sí mismo el rey– no puedo dar crédito a lo que veo. ¡Qué ejemplo de solidaridad! Cómo la naturaleza, a pesar de hacer del tigre un depredador de animales como la rata, también se encarga de establecer lazos de solidaridad cuando hacen falta. ¡Esto es lo que necesita mi pueblo! ¡Solidaridad!. Y yo, su rey, voy a remediar esa falta. Encontraré gente solidaria, y los apoyaré para que otros vean su ejemplo. Así, todos cambiarán, y seremos nuevamente un pueblo feliz.
Dicho y hecho, el rey vuelve corriendo al palacio. Busca en viejos arcones ropa en desuso, se la pone, y sale sin que nadie lo note. Va hasta una carretera, y cuando nadie pasa, se tira en el camino fingiendo estar herido. –Alguien se apiadará de mí como la rata del tigre, –se dice para sus adentros– cuando esto ocurra, tomaré a los que me auxilien, y los nombraré ministros de solidaridad. Ya verán como cambio a mi pueblo.
El plan parecía no tener fallas. Sin embargo, nadie se detiene a socorrer al supuesto accidentado. Lo esquivan, lo rodean, le pasan por encima. En un momento dos jóvenes lo toman y lo levantan, pero antes de que el rey pudiese hablar, lo tiran en la zanja al costado del camino para que no estorbase. Pobre rey, creyó que iban a socorrerle. El soberano se acongoja. No entiende que es lo que falla. ¿Por qué la rata se apiada del tigre, y nadie se apiada de él, una persona? En eso, por la zanja, ve pasar a la rata con un trocito de carne en la boca. El rey se queda quieto para no asustarla, y la rata se detiene a su lado. El simpático animalito observa al hombre. El rey mira a la rata. Pareciera que se establece un vínculo entre ellos. Su majestad extiende la mano, y la rata, dejando el trocito de carne, se acerca. Lo huele, y comienza a subir lentamente por el brazo del rey hasta acercarse a su oído. El monarca, aún acongojado, se divierte con esta manifestación de afecto, así es que permite que el animal le camine por el brazo. Justo cuando la rata acababa de subirse a su hombro, el rey escucha una voz muy finita que pareciera venir del animalito. Presta entonces atención, y escucha que la ratita le dice: -Si querés que tu pueblo se vuelva solidario, no imites al tigre, imitame a mí.
¿Fácil no?, seguir el consejo de la rata. Dar el primer paso. Hacer lo correcto primero sin esperar a que otros lo hagan antes. Y algo básico, si nosotros no estamos haciendo lo que hay que hacer, ¿por qué eventualmente quejarnos de que nadie más lo hace? El mensaje de esta fábula pareciera ser doble. Por un lado el tema de dar el primer paso, pero subyacente, está la actitud de este rey que se queja de su pueblo por no ser como la rata, cuando él, a pesar de darse cuenta, intenta “imitar” al tigre en vez de a la “solidaria”.
Y yo me pregunto: ¿por qué si algo nos parece bien no lo hacemos?, o al menos no lo hacemos lo suficiente. Mi profesor de lógica, cuando estudiaba yo hace mucho tiempo, me hubiese dicho:
-Si algo no lo haces, debe ser porque no tenés capacidad para hacerlo, o porque no te parece bien. Pero no tiene sentido que pudiendo hacer algo que te parece bien, no lo hagas. Así que: o sos incapaz, o sos mentiroso.
Y son esas disyuntivas en las que a este caballero le gustaba ponerlo a uno, en las cuales cualquier respuesta es mala. ¿Seré incapaz de ser solidario?, tal vez no sepa cómo se hace para ser solidario.
-Pero entonces no deberías pedir a alguien más que lo sea, -diría mi profesor. -Porque si vos no tenés la capacidad, no sabes lo que estás pidiendo. Y por sobre todo, si nadie lo es, no deberías quejarte, porque no podés juzgar a los demás por cosas de las cuales también eres incapaz.
Hasta acá llega esta complicación. Entonces debe ser la otra opción, debo ser mentiroso. No me parece bien ser solidario. Lo digo porque queda bien, pero en realidad no me parece correcto...
–Entonces no hay problema, –me interrumpiría el maestro de lógica–. Si no te parece bien, no deberías quejarte de no ver solidaridad, al contrario, deberías quejarte si alguien se comporta solidariamente.
–¡No alumno Lucks! –intervendría finalmente mi profesor–, vaya y sea lo solidario que pueda, y si no puede no se queje, pero siga intentándolo.
Yo estudié con métodos antiguos, no se si la lógica que me enseñaba el profesor Kramer seguirá aplicando o no, pero a mí me sigue sonando razonable: si algo me parece bien lo tengo que hacer, y si no lo hago, o no me sale, no debo quejarme, debo seguir intentando. Sería bueno que se pudiese pensar así, porque la verdad ya es bastante malo tener que vivir cada vez con más gente que sólo piensa en su estómago, en su bolsillo o en su espejo, como para encima, tener que estar escuchando quejas. Seamos solidarios como podamos, como me decía el Señor Kramer, y si no, al menos no nos quejemos.
J. R. Lucks
Bibliografía
(a) La versión que se utilizó para adaptar este cuento puede encontrarse en:
http://www.emprendedoras.com/article1023.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario