“Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir en vos”.
Siempre me pareció fascinante este verso que creo retrata muy gráficamente a muchos amores maduros; aquellos que, manteniendo aún o no ese maravilloso estado de “embobamiento” inicial de la relación, resultan tan pero tan sólidos que “por todo” pueden quedarse, “a pesar de todo”.
Sin ninguna intención de hacer apología de los masoquismos, en donde el dolor por el dolor mismo parece adquirir “sentido”, muchos de los que hemos pasado largo tiempo con la misma persona como pareja, sabemos que el “por todo” y el a “pesar de todo”, conviven.
En este mundo tan pero tan moderno en que la gratificación instantánea parece ser lo más buscado –como en otras épocas lo fueron el Santo Grial o La Piedra Filosofal–, la palabra compromiso suena demodé. Es cierto que en esos tiempos pasados muchas parejas, muchas uniones, se mantenían así –unidas– más por com-promiso (lo que se habían prometido en conjunto) que por amor. Ese compromiso, en casos inhibidor de tener que hacer el esfuerzo de poder amar, tampoco me parece bueno.
Lo cierto es que hoy, donde más que tiempo del compromiso (prometerse con otro) pareciera ser el del ego-promiso (prometerse a uno mismo pasarla bien cueste lo que cueste), el “a pesar de…” se torna demasiado rápido en causal de cambio.
Es muy bueno poder decir lo que canta María Elena. Ella se lo canta a un suelo, pero se le puede cantar a lo que sea. Yo –mucho más joven– en algún momento de un tiempo hace mucho pasado, le cambié algunas palabras para cantársela a mi pareja. Me parecía no poder encontrar mejores sonidos para decir lo que sentía.
Estas otras dos estrofas, creo, son también maravillosas, y así como están pueden ser aplicadas a un amor humano.
“Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
yo quiero vivir en vos”.
Por el idioma de infancia, ese que fuimos construyendo juntos desde que nos conocemos. Por esos secretos que nadie más puede compartir porque el tiempo vivido los asegura con un manto de irrepetibilidad. Por los reparos que nos hemos dado a los desarraigos, esos que nos han ido, indefectiblemente, desgarrando.
Por las antiguas rebeldías mutuas, que se han ido puliendo entre sí hasta que nuestras superficies, ya lisas, pudieron reflejarnos al uno en el otro. Por la edad de nuestros dolores conjuntos, la misma edad de nuestras alegrías compartidas.
Por tu esperanza y mi esperanza que atamos alguna vez a una estrella imaginaria en un futuro desconocido; para que nos diera camino que recorrer, para encontrar supuestos tiempos mejores que representaran horizonte, que nos dieran respiro de los presentes agobiantes que algunas veces tuvimos que pasar.
Por todo eso, y a pesar de todo eso, a un amor se le puede llamar así, mi amor, sin vergüenza ni temor a equivocarse.
Ojalá los nuevos jóvenes puedan permitirse el derecho de vivir lo que Maria Elena describe, con algo o con alguien. Mucho antes de ellos tal vez ese derecho le era negado a aquellos jóvenes, porque la obligatoriedad del compromiso hacía que no valiese la pena pensar en todo esto. Los que tuvimos la suerte de no estar obligados, ni tampoco tan desesperados por disfrutar antes de sembrar, sabemos que lo que escribe la autora es una sensación en realidad única y muy agradable.
Con el perdón de Maria Elena Walsh, dueña absoluta de las palabras que voy a re-frasear, aquí va la versión para mi amor:
Porque me duele si me quedo
pero me muero si me voy,
por todo y a pesar de todo, mi amor,
yo quiero vivir con vos”.
“Porque el idioma de infancia
es un secreto entre los dos,
porque le diste reparo
al desarraigo de mi corazón.
Por tus antiguas rebeldías
y por la edad de tu dolor,
por tu esperanza interminable, mi amor,
no puedo vivir sin vos”.
J. R. Lucks
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