“Traza la niña toscos garrapatos,
de escritura remedo,
me los presenta y dice
con un mohín de inteligente gesto:
‘¿Qué dice aquí, papá?’
Miro unas líneas que parecen versos.
‘¿Aquí?’
‘Si, aquí; lo he escrito yo; ¿qué dice?
porque yo no sé leerlo...’
‘¡Aquí no dice nada!’, le contesté al momento.
‘¿Nada?’, y se queda un rato pensativa
-o así me lo parece, por lo menos,…”
Tremendo momento, ¿no?, cuando uno, con toda la franqueza de que se es capaz, devela una realidad que coarta ilusión, que limita capacidad, que enseña y que educa pero causando –de alguna manera– dolor.
Seguramente muchos no encuentran en este poema lo que estoy sugiriendo; ya que no todos tienen porqué haber caído en el error del personaje al que Unamuno hace hablar en el verso –esa misma equivocación que evidentemente a mí me sigue doliendo haber cometido. Algunos habrán contestado “correctamente”; y otros no habrán tenido aún que enfrentar a un pequeño que, pretendiendo volar desde su imaginación, nos obligase desde su pregunta a repensar el universo dejando de lado la rígida “verdad” de los crecidos.
Yo sí cometí esos errores, siempre sufriéndolos apenas terminaba de cerrar la boca luego de “subestimar” una producción, una idea, una propuesta; y casi siempre, como Unamuno, me quedaba solo masticando dudas:
“Luego, reflexionando, me decía:
¿Hice bien revelándole el secreto?
No el suyo ni el de aquellas toscas líneas,
el mío, por supuesto”.
Ese secreto –del autor y mío–, que el niño en cuestión, a su edad, no puede llegar a comprender aún. Ese secreto de mi limitación, de mi pérdida de capacidad de crear y de creer que todo pequeño tiene, y que ningún grande debería haber dejado ir.
El autor no se detiene allí, se sigue preguntando, se sigue metiendo dentro de sí para cuestionarse con qué autoridad pudo haber contestado tan ligeramente, a semejante pregunta, con una “supuesta” verdad.
“¿Sé yo si alguna musa misteriosa,
un subterráneo genio,
un espíritu errante que a la espera
para encarnar está de humano cuerpo,
no le dictó esas líneas
de enigmáticos versos?
¿Sé yo si son la gráfica envoltura
de un idioma de siglos venideros?
¿Sé yo si dicen algo?...”
Y la respuesta es no. No sabe él, no sé yo, tal vez no sepa nadie... pero sí dicen algo esas líneas, dicen seguramente,… dicen mucho en realidad… la pregunta no es si dicen algo, sino qué dicen.
La propia limitación de no saber qué es lo que algo significa, no debe otorgar el derecho de restarle el valor comunicador a lo que ese niño, esa persona, ese valiosísimo ser con capacidad de crear, amar, dar, construir, está transmitiendo desde su imaginación, desde su corazón, desde su potencial de transformar un poco de tinta y un papel en un… en un lo que sea.
Puntos de vista, formas de analizar y entender las cosas, perspectivas diversas. Desde el idioma de siglos venideros esos “garrapatos” serán tal vez estrofas que algún personaje, al que le guste la literatura, comente algún día en una columna similar a esta. Desde nuestro punto de vista, nada más que líneas toscas.
¿Cómo se hace para poder ampliar el criterio lo suficiente? ¿Alcanza con darse cuenta de lo limitado y limitante que uno es, o hace falta una educación diferente que no sé quién y cómo podría dar y darnos?
Unamuno no sólo fue un intelectual, sino un hombre involucrado en la política de su época –seguramente del lado correcto para algunos y del incorrecto para otros–, comprometido con la educación y, evidentemente, con el progreso de la mente humana –tanto desde su potencial, como desde el reconocimiento de sus limitaciones.
En un encendido discurso, defendiendo sus posturas ideológicas, se dice que dijo:
“Vencer no es convencer, y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión”.
Hay una línea común entre el poema y esta cita, o al menos a mí me lo parece.
La discusión estéril en la que las palabras son sólo ruido; el mal llamado debate de algunas tribunas políticas a las que todos van con su posición tomada, sólo a cumplir con el tiempo del discurso sin ninguna intención de crear una realidad mejor y distinta a la postura propia; el no poder entender al otro; el no ser capaces de ver lo que los demás nos acercan desde su potencial, sino sólo desde nuestra limitada experiencia… esas malditas incapacidades… ¿no se habrán originado en negaciones a ver valor en lo que a priori no entendimos porque supuestamente a nosotros no nos decía nada? ¿Se puede realmente afirmar que algo no dice nada, sólo porque no lo entendemos? ¿Nos interesa convencer, o sólo vencer?
Con-vencer es vencer en conjunto, encontrar entre ambas partes una forma de ganar, de ser evidentemente más, de poder aceptar el valor de lo que a priori pueda parecernos “líneas toscas” o “garrapatos”.
El solo hecho de abrir la mente a posibilidades de este tipo me parece positivo; al menos a mí, que evidentemente me siento demasiado lejos de ser lo suficientemente abierto. ¿A cuántos habrá que convencer para se logre una mejora? ¿Qué “maquinaria” de promoción habrá que montar para darle vuelo a una iniciativa de cambio de este tipo? ¿Qué red social habrá que usar para poner de moda a la tolerancia creativa, en vez de a la permisividad para con la violencia de la cerrazón?
El odio –por el que no se entiende– no deja lugar a la compasión (a la pasión compartida), y por lo tanto nos hace querer vencer sin la más mínima intención de con-vencer –evitando de esta manera el “riesgo” de que en ese proceso también nosotros pudiésemos terminar convencidos de algo.
Qué tal si empezamos por mirar con otros ojos a los “garrapatos” inofensivos que nos traen hijos, primos, sobrinos, nietos, etcétera. Pero no subestimándolos con una falsa indulgencia, sino queriendo creer que dicen más de lo que podemos entender al menos por el momento. Dejémonos convencer por sus inofensivas ilusiones y fantasías ya que tal vez, sólo tal vez –y con eso es más que suficiente–, a partir de allí logremos algún día vivir un poco mejor.
J. R. Lucks
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