“Errar es humano…”
Pues créanme, si errar es humano yo debo ser uno de los especimenes más humanos que habitan este planeta. Tanto he errado –y no caballos–, que de existir una universidad del error deberían haberme otorgado hace tiempo el doctorado honoris causa.
Soy especialista en errores. Por cada cosa que hago, eventualmente bien, siempre me equivoco, antes, varias veces.
Debe ser que me impresionó mucho esta frase que se le asigna a Johann Wolfgang Goethe –aunque con diversas formas también a otros, así que es casi un refrán:
“El único hombre que no se equivoca es el que nunca hace nada”.
Me he preguntado en muchas ocasiones porqué nos equivocamos tanto –bueno yo me equivoco tanto, tal vez usted no–, y debe tener que ver, efectivamente, con ser humanos; porque los animales no se equivocan con la misma frecuencia. Yo nunca ví a un perro meter dos veces el hocico en un lugar de donde va a salir lastimado (el mismo lugar), o a un gato acercarse a una persona (la misma persona) que no lo quiere y por lo tanto lo va a echar amenazándolo. Lo sorprendente es que cuando cometemos un gran error, muchos nos tildan –creo después de lo dicho que impropiamente– de animales.
Los animales se equivocan, pero menos. Por relaciones personales con veterinarios –de esos denominados patólogos que analizan de qué se murieron los que lo hicieron– sé que muchas vacas, caballos, patos y bestias por estilo, a veces se equivocan y comen cosas envenenadas, con hongos malignos, o con tóxicos que los traen –a los animales– en pequeños trozos al microscopio de mi veterinaria de cabecera; pero se podría decir que es porque no saben lo que están haciendo. Y claro, para llamar a un error de tal forma y con propiedad, hay que haber sabido que lo hecho está mal, o que iría a llevar por mal camino.
Sin conciencia del acto, no hay error. La primera vez que un niño se corta con un cuchillo, o se quema con fuego, más allá de poder calificarlo seguramente de desobediente, habrá sido porque no sabía –o no entendía acabadamente– que esa cosa tan llamativa lo iría a lastimar. Para equivocarse hay que saber que lo que se está haciendo está mal.
Aún así, después del primer encuentro con cada “clase” de dolor, muchas de las veces en vez de evitar dichas conductas riesgosas pareciera que salimos a buscar revancha; como si pretendiésemos “ganarle” al filo del cuchillo o a la temperatura de la llama; y allí, sin duda, erramos.
Da la sensación de que humanizarnos, en comparación a cuando éramos sólo animales, nos hace equivocarnos más veces con lo mismo. Paradójico ¿no? Adquirimos capacidades de razonamiento, y perdemos instinto de supervivencia. Nos emborrachamos y manejamos, comemos cosas que nos agradan pero que nos hacen mal, fumamos suicidándonos de a poco –después de todo quién está apurado–, nos excedemos con substancias o personas teniendo claro que nos estamos poniendo en peligro.
Erramos; justamente por ser humanos y por no estar condicionados a cuidarnos. Cuando nos dejan “decidir” sobre nuestra propia preservación, muchas veces, decidimos no hacerlo. Erramos.
Allí, en la repetición de la conducta errada, es donde aparecen las frases excusatorias, justificatorias, auto indulgentes: “no me di cuenta…”, “me dejé llevar por el momento…”, fue un impulso incontrolable…”, “es que me convencieron de que en realidad no era tan malo…”,…
Pero si el error es –casi pareciera– condición de lo humano, lo importante será entonces aprender de los errores; cosa de, sin estar condicionados como nuestros primos los monos, la próxima vez (luego de finalmente convencernos que el filo corta y la llama quema más allá de nuestra testarudez) elegir mejor. O sea, para terminar corriendo el mismo riesgo que los animales –seres no libres sino atados a sus instintos–, tenemos que pasar por problemas muchas veces muy serios causados por nuestros errores, para –si tenemos la suerte y la voluntad de aprender– no volver a correr esos peligros cayendo en los mismos pozos. Aún así, es definitivamente mejor ser libre que condicionado. Paradójico ¿no?
Errar es humano, así que a equivocarse para no ser tildado –con propiedad– de animal, o no caer en la inacción de la que nos previene Goethe. En lo único que no habría que hacerlo, es en el hecho de perder la oportunidad de aprender. Ese error en particular, es el más grave de todos. No aprovechar una oportunidad de aprender, es como ganar la lotería y no ir a buscar el premio, lo cual, sin duda, sería un grandísimo error.
J. R. Lucks
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