domingo, agosto 08, 2010

El valor del silencio

Vivimos en una sociedad sobre-comunicada ¿o no? Estamos constantemente recibiendo datos. Estamos expuestos –y nos exponemos por propia voluntad– a comentarios, a opiniones, a interpretaciones de las más variadas. Sabemos –o creemos saber– y pretendemos entender de muchas cosas, por eso buscamos y escuchamos a los que aparentan saber.

Por otro lado nos dicen infinidad de cosas, tratan de influir en nosotros, nos “venden”. Nos quieren in-formar –formar nuestro interior– por todos los medios posibles; y hoy, si hay algo que no falta, son medios.

A todo esto se suman las redes sociales, en donde todos somos receptores pero por sobre todo emisores. Es así como muchas páginas, blogs, perfiles, etcétera, tienen apenas unos pocos seguidores, fans o “amigos”, aunque eso no les impida a sus dueños decir, opinar, contar, mostrar. No sólo queremos escuchar, sino que queremos decir. Podría tal vez afirmarse, sin mucho temor a cometer una equivocación, que queremos hablar cada vez más, y escuchar cada vez menos.

En este contexto vino a mi mente un refrán de esos que por un lado creo es un poco controversial, aunque por otro expresa una grandísima verdad. Este refrán, o proverbio, es en realidad muy antiguo, se ha dicho y repetido en muchas épocas y culturas; ha sido tomado varias veces por grandes filósofos y escritores que a su vez le han puesto sus propias palabras, “adueñándose” así de versiones particulares del mismo. Una de las supuestamente originales aconseja:

“Cuando vayas a decir algo, procura que tus palabras sean más valiosas que el silencio que vas a perturbar”.

Según el refrán el silencio tiene valor. Me pregunto: ¿existe el silencio por sí, o es la falta de sonido? Extraño ¿no? Si no estuviésemos el silencio reinaría, o sea que aparentemente sí existe, no es como otras cosas que se definen por la falta de algo. Nosotros eliminamos el silencio: hablamos.

Hoy, además, donde las pantallas le “hablan” a nuestros ojos, éstos han ido reemplazado en mucho a los oídos, siendo así como las letras escritas –en vez de las pronunciadas– reemplazan también al silencio. En esta sociedad tan informatizada “escuchamos” con los ojos, y las imágenes se han podido difundir por las redes tanto o más que las palabras. Será por eso que también un refrán nos hace notar la cantidad de “dispositivos” que tenemos para ver, versus los que usamos para hablar:

“Tenemos dos ojos para ver mucho y una boca para hablar poco”.

Pero lo cierto es que hablar es bueno, decir está bien, por eso es que hay también refranes que tratan al silencio de mala manera, por ejemplo:

“A veces, el silencio es la peor mentira”.

U otros que le quitan al silencio valor, ya que callar implica ceder, dejar que otro tome la preponderancia; como cuando se dice:

“Quien calla otorga”.

Algunos otros le asignan al silencio el estatus de herramienta estratégica, que como toda herramienta puede usarse para bien o para mal. Con el siguiente refrán podemos percibir cómo el silencio se aconseja para imponerse, aunque tal vez de una manera que podría considerarse, en algunos casos, poco ética:

“Más hace el lobo callando que el perro ladrando”.

En otra línea de ideas, en cambio, también se asegura que guardar silencio es conveniente, por ejemplo cuando se recomienda callar porque:

“Uno es dueño de lo que calla y esclavo de lo que habla”.

Como con muchas otras cosas todo en su justa medida es lo correcto, siendo que los problemas aparecen en las exageraciones, en los excesos. Por eso me quedo con todos estos refranes, pero particularmente con el primero y con este pensamiento que asegura:

“El silencio debiera ser la cualidad de aquellos a quienes faltan las demás”.

En esta sociedad sobre-comunicada, ansiosa por decir y por escuchar, es probable que sea difícil convencer y convencernos de evaluar nuestras cualidades para luego con aguda autocrítica preferir llamarnos a silencio; aunque no por eso debiésemos dejar de intentarlo. Lo que sí más fácilmente podemos hacer es al menos “callar” –no escuchando o mirando tanto– a mucho de lo que tal vez sin darnos cuenta nos exponemos en exceso.

Pensar, reflexionar, meditar, son verbos a los cuales creo deberíamos dar todos un poco más de uso; y para eso el silencio, que tiene más valor que muchos de los “ruidos” que pululan por ahí –como muy probablemente este que yo mismo produzco–, es útil y recomendable.

Si lo que vamos a decir no es más valioso que el silencio no deberíamos decirlo. De la misma manera si lo que vamos a escuchar tampoco lo es, no deberíamos perder el tiempo escuchándolo. Hagámonos silencios para pensar, y para cultivar esas otras cualidades que, eventualmente, valdrá la pena contar o mostrar en reemplazo del algún silencio.


J. R. Lucks

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