domingo, mayo 16, 2010

Sin límites

En un canal de televisión de mi país volvió a empezar, unos días antes de escribir esta columna, uno de esos concursos en los que varias parejas compiten bailando para ganar algo. Más allá de cuánto me guste o disguste el programa, o que tanto el concurso se use para un fin noble o no, me vino inmediatamente a la cabeza una frase de uno de los bailarines más importantes de todos los tiempos, Mikhail Baryshnikov. Se dice que el dijo alguna vez:

“No intento bailar mejor que nadie. Sólo trato de bailar mejor que yo mismo”.

Siempre me pareció muy poderosa la sentencia. A algunos (particularmente a los que no vieron bailar a don Mikhail) les suena como “blanda”, como proveniente de alguien que no tiene el fuego “sagrado” de la competencia en su corazón. A mí, por el contrario me parece maravillosa porque elimina las orillas. Bailar mejor que otro es un límite concreto, cuando se logra no hay más que hacer. Bailar mejor que uno mismo no tiene tope, se puede mejorar todos los días de la vida y aún así al siguiente habrá un objetivo nuevo, fresco.

No es un refrán –aún– pero debería serlo, así que aquí lo propongo a los lectores:

“No intentes ser mejor que nadie. Sólo trata de ser mejor que tú mismo”.

Lejos está este “recién nacido” refrán del espíritu aparente de los concursos que me llevaron a pensar y escribir esto, llenos de escándalos, peleas, celos, etcétera, etcétera. Lástima y lastima... Pero con cambiar de canal alcanza, por eso cambio –o apago– y me pongo a mirar, buscar, leer otra cosa.

Así fue que leyendo un libro sobre negociación (1), cuyo autor –un conocido mío– me obsequió, encontré esto:

“La excelencia no es ser el número uno en algo, sino ocupar algún lugar digno en todo”.

Somos como somos, pero podemos tratar de desarrollar aquellas cosas que quisiéramos para nosotros. Es magnífico aceptarnos tal cual somos, valorarnos y querernos, pero también es importante pensar que podemos ser mejores todavía y que hay determinados aspectos de nuestra persona o conocimientos nuevos que quisiéramos mejorar e incorporar. Esta decisión es la que quiebra la opción entre ser o no ser conformistas. No debemos serlo, porque el mundo en el que vivimos es dinámico, por lo tanto o nos movemos, adaptamos y crecemos con él o nos quedamos fuera del tiempo real”.


Me pareció una cita muy apropiada para acompañar a la frase de Baryshnikov. Ser número uno versus ser mejor cada día hasta ser lo mejor que podamos ser, sin límite de tiempo; porque hasta el número uno puede mejorar con respecto a sí, si mira para adelante en vez de mirar a los que dejó en el camino.

Ocupar un lugar digno del potencial que tenemos dice el autor es la excelencia. Llegar a ese lugar dignamente y seguir en la búsqueda de nuevos horizontes. Aceptarnos y querernos pero para usar esa aceptación como plataforma de confianza, no como sarcófago.

¿Y cuándo disfrutamos de haber llegado? Tal vez nunca; pero no debería importar, porque hay que aprender a disfrutar el ir. Llegar no es destino, es consecuencia.

Hoy, que vivimos en una sociedad a la que no le gustan los límites, qué mejor que no ponerlos en algo que sí vale la pena, o sea el afán de ser mejores. Tantos límites útiles desdeñamos e ignoramos todos los días; porqué no buscar la infinitud de posibilidades en el dignamente intentar ocupar un lugar cada día mejor, pero no contado desde la cuenta bancaria o desde el televisor y el auto que tenemos, sino desde la colección de virtudes o capacidades que practicamos y adquirimos.

Ojalá el refrán propuesto “pegue” y se haga popular. Tal vez se podría acompañar de algunas frases introductorias, como:

“Te gusta vivir sin límites”, “Querés vivir tu vida sin que nadie te diga hasta donde llegar”, “Sos de los que no se siente cómodo encerrado entre contornos marcados por otros”,… entonces.

“No intentes ser mejor que nadie. Sólo trata de ser mejor que tú mismo”.

J. R. Lucks



Referencias:

(1) Negociando con la vida. Alberto Guida. Grupo Abierto Comunicaciones, 2008.



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