El tema incita a los latinoamericanos a verse como un conjunto de personas a las que une un idioma común, y no como una colección de países que no comparten más que el continente. Más allá de esto, que es obviamente muy deseable, el poema nos enfrenta a una realidad que es más general, y tiene que ver con no querer entendernos a pesar de hablar la misma lengua. El tema empieza de la siguiente manera:
“En la vida hay tantos senderos
por caminar,
qué ironía que al fin
nos llevan al mismo lugar,
a pesar de las diferencias
que solemos buscar.
Respiramos el mismo aire,
despertamos al mismo sol.
Nos alumbra la misma luna,
necesitamos sentir amor.
…"
Nos une mucho más de lo que nos separa, de eso no debería haber duda. Sin embargo nos centramos tanto en nuestra individualidad –haciéndonos así individualistas, adoradores de la individualidad–, que perdemos de vista la raíz común y el hecho de que en realidad “no somos” sin los demás.
Transformamos al otro en audiencia en vez de en complemento, sin darnos del todo cuenta que en realidad para él o ella no somos más que audiencia también. Emitimos sonidos que parecen similares –al hablarnos–, pero como nos preocupamos más por soltar lo nuestro que por recibir lo del otro, no nos comunicamos.
El poema se va directamente a este asunto del hablar, del comunicarse, del porqué producimos conflicto sin razón o no resolvemos los que debemos.
“Hay tanto tiempo que
hemos perdido por discutir,
por diferencias que entre nosotros
no deben existir.
…
Las palabras se hacen fronteras,
cuando no nacen de corazón,
hablemos el mismo idioma
y así las cosas irán mejor.
…
Hablemos el mismo idioma,
que hay tantas cosas porque luchar.
…
Hablemos el mismo idioma,
que nunca es tarde para empezar”.
Más allá de arreglar los problemas entre pueblos latinoamericanos, o europeos, o los que sea –para el caso da lo mismo–, ¿no aplica esto a nuestro entorno más cercano?, ¿no perdemos tiempo discutiendo por diferencias que no deben existir con nuestra pareja, o nuestros hijos o padres?, ¿no tenemos cosas por la que luchar a las cuales podríamos enfrentar mejor si no nos vemos como enemigos que no somos, o como audiencias que no deberíamos ser?
“Nunca es tarde para empezar” es la frase que me quiero quedar. Nunca es tarde para empezar a escuchar, a tratar de comprender, a buscar los puntos de acuerdo antes que enfatizar los de desacuerdo.
Nunca es tarde para darnos cuenta de que perdemos el tiempo intentando sobresalir en lugares en los que no hace falta, porque es mejor ser iguales. Si no sale en el continente, por ser demasiado grande, ¿qué tal en cada uno de nuestros países, o ciudades, o barrios, o al menos en nuestros hogares y en nuestras familias?...
En realidad creo que tal vez sí haya un momento en el que se va a hacer tarde, cuando lleguemos a ese mismo lugar –o tiempo– al que hace referencia la primera estrofa de la canción: al final de nuestra vida. ¿Queremos llegar sin haber entendido nada, sin haber realmente hablado con nadie, sin haber bajado nunca de un escenario en el cuál actuamos un individualismo estéril?
Como no estoy convencido realmente de que nunca sea tarde, para hacerme caso a mí mismo no me voy a enfocar en ese punto de “disidencia” con la letra de la canción. Voy a tratar de hablar el mismo idioma que el autor del poema porque de lo que sí estoy seguro es que si está leyendo esto, y está en algo de acuerdo, pues entonces al menos aún no es tarde, y con eso es suficiente para empezar.
J. R. Lucks
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