domingo, mayo 23, 2010

Aprender a vivir de nuevo

Una poetisa rusa de nombre Anna Ajmátova, perseguida política (no importa a los fines de este artículo quién la perseguía, todas las persecuciones son malas, las políticas, las religiosas, las que sea), llegó a escribir en el prólogo de uno de sus versos:

“…. fue la época en que sólo los muertos podían sonreír, felices de descansar al fin”

“Confundir” la muerte con descanso, más allá de ser un excelente recurso poético, no es algo poco “común”. Como no llegamos a poder comprender acabadamente lo que la muerte significa no nos llegamos a creer muertos del todo después de muertos, y es por eso que nos vemos “descansando”, o “extrañados”, o “justificados”, etcétera. Fácilmente caemos en la tentación de pensar que las cosas que nos pasan o queremos que nos pasen en vida –descansar, ser extrañados o queridos, etcétera– las vamos a poder “experimentar” desde un más allá que mantiene lazos con el más acá.

Ese poema, de nombre “Réquiem”, consta de varias partes ya que fue escrito a lo largo de un período de tiempo –oscuro, muy oscuro– que Anna vivió. Con su obra la poetisa va contando la historia, y uno de los trozos del trabajo, que se llama “La Sentencia”, dice así:

“Y cayó la palabra de piedra
sobre mi pecho todavía vivo.
No importa. Estaba preparada.
De alguna manera me las apañaré.


Hoy tengo que hacer muchas cosas:
hay que matar la memoria,
hay que petrificar el alma,
hay que aprender de nuevo a vivir”.


La sentencia, el punto final… o hasta el punto y aparte. Un nuevo comienzo. Duro, desgarrante, terrible... pero por otro lado, aprovechable, motivante, liberador.

Esta mujer, que no la pasó para nada bien, en una de sus horas más oscuras y a pesar de tener que “petrificar su alma” escribe: “hay que aprender de nuevo a vivir”.

Seguramente una vida distinta, sin algo querido, con cicatrices de heridas grandes y dolorosas, pero vivir. Si no dejamos que la sentencia nos transforme en cínicos y rencorosos, el aprender a vivir de nuevo puede resultar hasta un ejemplo para otros, un modelo, una guía.

Es casi siempre el hombre el que pone a otro hombre en la situación de Anna. Somos la especie con mayor poder de autodestrucción (sino la única). Pero ninguna otra como nosotros puede aprender a vivir; y menos, aprender de nuevo a vivir.

Por no ser entes autómatas y condicionados a repetir rutinas de alimentarnos y reproducirnos nada más somos capaces de aberraciones increíbles, pero también de las más grandes maravillas en términos de hacer y hacernos el verdadero bien.

¿Somos Anna o sus perseguidores? ¿Sentenciamos o nos liberamos con una sentencia para poder aprender de nuevo a vivir?

Nuestra poetisa terminó sus días fuera de la oscuridad que la hizo escribir “Réquiem”, recibiendo premios a su trayectoria y siendo reconocida con doctorados honoris causa. Evidentemente aprendió de nuevo a vivir, seguramente sin olvidar cicatrices y dolores pero con mucho que decir y diciéndolo, no sólo con poemas sino con su vida y su alma –seguramente no del todo petrificada.

Que nadie a nuestro lado deba decir que somos, aunque más no sea en parte, responsables de una época en la que: “sólo los muertos podían sonreír, felices de descansar al fin”. Si hace falta aprendamos a vivir de nuevo.


J. R. Lucks


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