“En procesión fúnebre cualquier lugar es bueno, menos dentro del ataúd”
La muerte, gran tema. Sobre todo cuando nos enfrentamos a la idea de nuestra propia muerte.
Vivimos gran parte de la vida ignorando la muerte, creyendo que es para otros, no para nosotros. Aunque si pensamos un poco en el asunto es probable que venga a nuestra memoria algún momento en el que la deseamos.
Una pequeña cita de un libro llamado La insoportable levedad del ser (1), de Milan Kundera, nos da un ejemplo de sentimientos que muy probablemente alguna vez en la vida hayamos experimentado.
“La desesperanza que se había apoderado del país penetraba por las almas hasta los cuerpos y los destrozaba. Algunos huían desesperadamente del favor del régimen que quería obsequiarles honores y obligarles así a aparecer junto a los nuevos gobernantes. Así murió, huyendo del amor del partido, el poeta Frantisek Hrubin. El ministro de Cultura, ante el cual se escondía desesperadamente, lo alcanzó cuando ya estaba en el ataúd. Pronunció ante él un discurso sobre el amor del poeta a… Quizá pretendiera despertar a Hrubin con aquel escándalo. Pero el mundo era tan feo que nadie tenía ganas de levantarse de entre los muertos”.
Los puntos suspensivos, que colocan un manto de pudor sobre el nombre del país o régimen objeto del supuesto amor del poeta, están simplemente colocados para no poner el énfasis en el quién sino en el qué. Para que más allá de a quién el poeta le escapaba pongamos atención en la desesperanza que sentía. Para no perder de vista la contundencia de la última frase que la situación –cualquiera fuese– le arrancó al autor del libro.
¿Se sintieron así alguna vez? ¿Sufrieron esa desesperanza que hacía de la muerte una seductora tentación? Tal vez… ojalá que no. ¿Tenemos conciencia de cuántos se sienten así en el mundo en el que vivimos? ¿Son más o menos que nosotros? ¿Cuánto hacemos nosotros para que ellos se sientan así –o cuánto dejamos de hacer para evitarlo?
Situaciones como la descripta son críticas, graves. Se desea perder la conciencia, no saber más, no tener que enfrentar por más tiempo una realidad que destroza, que lastima. Se sale de estas situaciones o no. Se las soporta o se les escapa con valor o cobardía, sea cual sea la que lleva a vivir o a morir; cada uno de los que tuvo que enfrentarlas sabrá.
Pero pienso, ¿no vivimos así un montón de otras situaciones sin enfrentar tanta presión? ¿No intentamos perder la conciencia cotidianamente con cosas no tan contundentes como una soga o un revolver pero que causan un efecto similar? Me refiero al alcohol, a las drogas, a perdernos en situaciones o relaciones pasatistas que nos “sacan” del mundo al que no queremos enfrentar.
No es un fenómeno moderno aunque ahora tenga más difusión. La humanidad se emborrachó, se drogó y se dedicó a evadirse de la realidad desde hace miles de años. ¿Será el querer no ser parte de nuestro ser?
No tengo ninguna respuesta, sólo preguntas. Sólo ganas de pensar en esto y tal vez conversarlo… todo lo contrario a evadirme del tema, de esconderlo detrás de una bala o de una botella de cualquier bebida alcohólica.
Ojalá nunca sintamos lo que parecen haber tenido que afrontar Kundera y su poeta. Ojalá que la desesperanza nunca nos cubra como para no querer levantarnos de entre los muertos. Ojalá entendamos que hacer el mundo tan feo como para que eso pase es algo que está en nuestras manos y no en las de otros. Ojalá que no decidamos vivir nuestra vida evadiéndola, matándonos de a poco perdiendo la conciencia con “ayudas” que nos duermen de a minutos.
Suicidarse de a poco, matarse sólo ante ciertos temas que no nos gustan no tiene ninguna posibilidad de no ser cobardía.
Vivamos la vida haciéndole caso al refrán: cualquier lugar es mejor que el ataúd. No seamos pues ataúdes andantes, muertos matándonos de a pedacitos o de a ratos por haber hecho el mundo tan feo que no queramos verlo… tal vez así logremos además hacerlo menos desesperante para otros que tienen menos opciones.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) La insoportable levedad del ser. Milan Kundera. Tusquets, 1993.
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