“Donde fueres haz lo que vieres”
A priori parece una excelente sugerencia, con una base sólida de tolerancia y un fuerte requerimiento de adaptabilidad. Implica respeto por los demás, por su forma de vivir y de ser, por sus tradiciones y sus usos y costumbres.
No pareciera poder reprochársele nada. Qué mejor que aconsejar las virtudes que acabo de enumerar: tolerancia, respeto… Por desgracia no siempre lo tenemos presente, ¿no? ¿Cuántas veces queremos cambiar a los demás, no porque el cambio sea mejor para ellos sino porque lo puede ser para nosotros? ¿Cuántas veces para evitar el esfuerzo de adaptarnos a algo, que no necesariamente es malo o nos afecta demasiado, descalificamos conductas de otros, simplemente las ignoramos, o hasta incluso las impedimos?
Percibo, subyacente en el refrán, una pregunta fundamental que demanda saber: ¿quién nos garantiza la sabiduría y la ecuanimidad necesarias como para juzgar las conductas de otros con la intención de cambiarlas? El citado pareciera implicar que nadie, y por lo tanto exhorta a adaptarse.
Donde fueres haz lo que vieres destila consideración, paciencia… hay que incorporar y practicar lo bueno que tiene el proverbio. Pero que tal si decimos que también pudiera estar proponiendo conformismo, despreocupación, aguante, consentimiento, complicidad…
Una frase que siempre me impactó mucho, más allá de tener que correr el riesgo que nos plantea una de las preguntas que acabo de hacernos –¿Quién nos garantiza la sabiduría y la ecuanimidad necesarias como para juzgar las conductas de los otros?–, es de don Johann Wolfgang Goethe y dice:
“Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser”.
Esta suena bien también, ¿no?... pero implica todo lo contrario de lo que enseña la frase anterior. Si se va a algún lado, o se encuentra a alguien, y no se lo mira con la idea de su potencial de mejora, no se lo podrá ayudar a desarrollarse. Al hacer lo que se ve, si lo que se ve no es lo mejor, ¿se estará hablando de tolerancia o de chatura, de respeto o de falta de coraje?
Hay una frase de un escritor español que vivió durante la primera mitad del siglo pasado, Pío Baroja, que resulta graciosa más allá de estar o no de acuerdo con todo lo que el amigo Pío pensaba. La frase describe al hombre de la siguiente manera:
“El hombre: un milímetro por encima del mono cuando no un centímetro por debajo del cerdo”.
Cuantas madres, padres, maestros, mentores, etcétera, nos han sacado de esta aparente condena pesimista de don Pío, por su “intolerancia” para con nuestra animalidad.
Qué difícil ser ecuánime, porque respetar al otro es básico pero también lo debe ser ayudarlo a mejorar, a desarrollar su potencial.
Hay que volver indefectiblemente a la pregunta que, creo, no tiene respuesta, o al menos no una fácil de encontrar: ¿Quién nos garantiza la sabiduría y la ecuanimidad necesarias como para juzgar las conductas de los otros?
La búsqueda de equilibrio, la paciencia, la prudencia y por sobre todo las mejores intenciones, tal vez ayuden a equivocarse lo menos posible entre estas dos verdades a las que hay que hacerle caso –aunque no garanticen la infalibilidad.
Por eso, sin respuestas ni recetas, sólo con ganas de pensar y de tratar de ser y de hacer lo mejor posible: Ni la una ni la otra, las dos.
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