domingo, noviembre 22, 2009

Tiempos más modernos aún que los de Chaplin

Escuchando una canción llamada “Ever changing times” (lo que puede traducirse como tiempos de cambio constante, o tiempos siempre cambiantes) me pareció interesante lo que decía y por lo tanto busque la poesía que le da letra para poder reflexionar sobre ella.

Encontré dos temas con el mismo nombre. Uno de ellos es de un cantautor llamado Steve Lukather, y dice cosas como:

“Cuando se pone el sol a través de la niebla color marrón en un pueblo vacío

es el resultado de un pasado venenoso, y no pasará mucho tiempo
hasta que no haya nadie para comer o respirar
esa es la senda que hemos tomado.

Por lo tanto ponte en fila y sigue a los tontos
o levántate y grita la verdad.

Estos son tiempos de cambio
llenos de signos peligrosos
y la única esperanza de sobrevivir
es borrar las mentiras
todas las lágrimas de cada ojo
que todas las mujeres, hombre y niños se den cuenta
estos son tiempos de cambio
…”

Letra Interesante… perturbadora tal vez. El otro tema es de Aretha Franklin, data de 1991 y dice:

“Es un tiempo de cambios

todo va a tanta velocidad
parece como si viese mi vida, y todo lo que hago
preguntándome si los sueños en los que creía
podrán aún volverse realidad.
Atrapados entre medio, todo vuelve
a ti y a mí quedándonos sin tiempo,

tanto de mi vida, aún por completar
esperanzas y temores
viéndola transformarse en algo nuevo
…”

Algo angustiante también. Vivimos en tiempos de cambio. En tiempos de angustia. En tiempos que parecen dominarnos en vez de lo contrario.

Siempre creo que todas las personas, de todas las épocas, han pensado lo mismo. Me imagino a un romano pensando en si poner los ahorros familiares en la compra de una tienda para vender comidas y bebidas cerca del Coliseo, justo una semana antes de las invasiones bárbaras al imperio. O a un joven que lleno de ilusiones en 1939 se encuentra, de repente, en una guerra que parecía no tener fin. O alguien que en la Edad Media vive el oscurantismo sin poder imaginar el Renacimiento.

Ha habido muchos tiempos de cambio. Algunos de decadencia. Algunos de prosperidad. La característica de “estos” tiempos nuestros es que todo pasa a mucha velocidad, muy rápido, los cambios se aceleran.

Conversando con docentes, hace unas semanas, me contaban cómo la “niñez” en el aula cambia, más o menos, cada cinco años. El “largo” de una generación se ha acortado. En los últimos cinco años han aparecido nuevas tendencias, nuevas drogas, nuevas formas de comunicarse por el etéreo Internet, etcétera, y esto ha generado que los niños de 15 años sean distintos a los de 10, y los de 10 a los de 5. Antes las generaciones eran de 15 años, o incluso más.

¿Cómo nos adaptamos los padres a eso? ¿Cómo se adaptan los educadores y las escuelas?

Zygmunt Bauman, sociólogo polaco, escribió sobre el final del siglo pasado (el siglo XX) un maravilloso libro llamado Modernidad Líquida y Fragilidad Humana. En ese libro, Bauman, se refiere a cómo antes uno podía “construir” su vida sobre lo sólido: su profesión, la familia, su trabajo en una empresa a la que “pertenecía”. Hoy en cambio (para bien y / o para mal) construir es difícil porque el mundo dejó de tener componentes sólidos. Hoy todo y todos “fluimos” como líquidos, de una profesión a la otra, de una familia a la otra, de una empresa a la otra. Nuestros hijos, los de 5 los de 10 y los de 15, se crían y educan en un mundo líquido.

Como se pregunta Aretha: ¿Se darán cuenta de la velocidad a la que van? ¿Se preguntarán si sus sueños van a cumplirse? O como viven es este mundo “liquido” de Bauman ya no “producen” sueños de mediano plazo.

Mi generación –que tiene varias veces 5, 10 o 15 años sumados en diversas combinaciones–, soñaba cosas que tal vez no podían cumplirse, o que los tiempos cambiantes no dejaron acontecer.

¿Cuántos futuros se soñaron en la década de 1960, tanto por pacifistas como por revolucionarios, que terminaron con los soñadores en un escritorio burocrático o en una tienda vendiendo cigarrillos o gaseosas? ¿Tendrán nuestros hijos el derecho de tener sueños así, independientemente de cómo terminen? O sólo estarán “condenados” a soñar con lo que alguna propaganda comercial les promete a cambio de sus tarjetas de crédito o las de sus padres.

¿Podrán soñar los jóvenes con un mundo mejor que el que les dejamos? O los cambiantes tiempos les habrán arrebatado esa “capacidad” y ese derecho a cambio de una promesa de placer ilimitado en alguna discoteca, en alguna bebida o en alguna droga.

¿Estamos mejor que ayer y peor que mañana?, lo cuál sería el resultado de un trabajo bien hecho, o estamos peor que ayer y degradándonos. ¿Cuándo llega la próxima invasión bárbara o desintegración del imperio? ¿De dónde van a venir estos bárbaros “salvadores” que no son sino la semilla del próximo dolorosísimo renacimiento? ¿Llegará el tiempo de que el péndulo nos vuelva a una sociedad más estable, no digo sólida pero al menos no tan líquida?

Ni las murallas de los imperios protegieron a sus habitantes, ni la pertenencia al feudo en la edad media, ni el auto y la casa propias del sueño americano más moderno.

El tiempo fluyó y se llevó las protecciones, las seguridades. Eso es lo que nos hace ahora tal vez querer vivir –equivocadamente desde mi punto de vista– el momento como si el futuro no fuera a existir. Eso, o las propagandas que nos cambian el foco de placer, status y seguridad de la muralla, el feudo y la casa propia, por el televisor de mil pulgadas super plano o por el último aparato que saca fotos, pasa música, sirve para comunicarse aparte de venir en el color de nuestros ojos.

Darwin concluyó que el animal que sobrevive es el que mejor se adapta, y el hombre debe adaptarse, inevitable e indefectiblemente. Pero muchas de las cosas a las que pareciéramos tener que adaptarnos, sobre todo algunas de las malas, son condiciones que nosotros mismos creamos. ¿Tiene sentido? ¿Vale la pena hacer esfuerzos de adaptación a conductas que sólo le sirven al que paga por la publicidad y cobra cuando nos vende?

Demasiadas preguntas para pensar, para meditar, para hacer algo de una vez por todas.

Bauman se refiere en el prólogo de su libro a la desintegración social que signa de alguna forma los tiempos en los que vivimos. Él dice:

“… la desintegración social es tanto una afección como un resultado de la nueva técnica del poder, que emplea como principales instrumentos el descompromiso y el arte de la huida. Para que el poder fluya, el mundo debe estar libre de trabas, barreras, fronteras fortificadas y controles. Cualquier trama densa de nexos sociales, y particularmente una red estrecha con base territorial, implica un obstáculo que debe ser eliminado. Los poderes globales están abocados al desmantelamiento de esas redes, en nombre de una mayor y constante fluidez, que es la fuente principal de su fuerza y la garantía de su invencibilidad”.

¿De qué poder habla el sociólogo?, ¿del poder de los estados?, ¿del poder de las empresas?, ¿del poder de la fantasía de que la felicidad se asocia a cosas que pueden consumirse a crédito? Tal vez haya que escuchar con atención el estribillo del tema de Lukather:

Por lo tanto ponte en fila y sigue a los tontos
o levántate y grita la verdad.

Estos son tiempos de cambio
llenos de signos peligrosos
y la única esperanza de sobrevivir
es borrar las mentiras
…”






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