El conferencista inició muy rápidamente haciéndonos ver que lo único cierto en la vida, es la muerte. Esto es algo bastante obvio, y ha sido dicho y planteado por filósofos, predicadores, científicos, plomeros, recolectores de residuos y hasta por jugadores de fútbol y sus novias.
La frase que más me gusta en términos de poner esta verdad al alcance del oído forma parte del guión de la película “El club de la pelea”, en donde el esquizofrénico protagonista, a lo largo de la trama, repite un par de veces:
“En una línea de tiempo lo suficientemente larga, el índice de supervivencia para todo el mundo se reduce a cero”.
Acto seguido, el encargado de brindar la charla nos “convenció” de que si lo único que hacemos es ir hacia la muerte, entonces la vida “apesta”; porque indefectiblemente e irremediablemente todo lo que hagamos termina, desaparece, lo hagamos por nosotros o por otros que también seguirán la misma suerte.
Y allí fue donde se abrió lo que para mí fue un juego interesante. El conferencista nos hizo notar el peso del condicional en la frase. “Si lo único que hacemos es ir hacia la muerte...”. Claro, si el foco de la vida está en la muerte, la vida apesta. Si vivimos la vida sólo yendo hacia la muerte, si le damos a la muerte el rol central de nuestra vida, si valoramos más el irremediable destino que el camino a recorrer… entonces la vida apesta. Si en cambio vivimos la vida no sólo yendo hacia la muerte, entonces, tal vez, le podamos dar sentido.
Ha de ser por eso que siempre me gustó un refrán, un poco cínico, que dice:
“Cualquier lugar es bueno en un cortejo fúnebre, excepto en el ataúd”.
O una frase que repetía mi padre, quién, a pesar de los consejos dermatológicos, disfrutaba muchísimo de tomar sol:
“Déjenme al sol, que para estar a la sombra ya voy a tener tiempo”.
El foco de la vida no puede ser la muerte, aunque sea lo único cierto. Claro que tampoco podemos obviarla, ¿qué hacer entonces?
El hombre, cuando reflexiona, tiende a preguntarse, en general, tres cosas:
• ¿De dónde venimos? (¿fuimos creados, somos la evolución de una ameba, o la nefasta consecuencia de una explosión en el espacio?).
• ¿Hacia adónde vamos? (¿hay algo después de la muerte, nos reencarnamos y volvemos a jugar?).
• Y también: ¿qué se supone hay que hacer entre un extremo y otro?
La ciencia y las religiones se han encargado, en gran medida, de tratar de contestar el de dónde venimos y el hacia donde vamos, pero el verdadero asunto es para mí el qué hacemos mientras estamos acá, porque las otras dos preguntas, nos las puedan contestar o no, no dependen de nosotros.
En un libro llamado Regreso a sí mismo, el autor, Bob Mandel, nos dice:
“Su derecho a ser usted es diferente a los demás derechos. No se trata de un derecho que le ha otorgado un gobierno, un país o una autoridad externa, sino que viene con el "paquete", es decir, usted. La vida es un viaje que empieza con usted y termina con usted, y en el medio hay un territorio desconocido esperando ser explorado”.
Este derecho, si bien no deja de serlo ya que cada uno puede hacer lo que quiera con él, para mí siempre fue más una “maravillosa” obligación (en el buen sentido de la palabra): tenemos el derecho de hacer con nuestra vida lo que queramos, por lo tanto hay que hacer algo bueno.
Se han intentado a lo largo de la historia de la humanidad cientos de miles de soluciones a este dilema.
Se ha “negado” la muerte. “Vivamos como si no fuésemos a morir”, parecen decir algunos: “nada importa, hagamos lo que queramos, ignoremos la muerte”. Perdemos la vida, sea por el trabajar como si fuésemos a llevarnos cosas materiales a la tumba, o por el desperdiciarla en cosas sin sentido ni para el que las hace ni para los demás.
Por otro lado, hoy en día, muchas corporaciones se han encargado de responder a la pregunta de qué hacemos con la vida (en mucho negando la muerte), y la respuesta es: consuman. Se podría decir “a consumir que se acaba el mundo”, pero no queda bien para un comercial. No me convencen, me suena raro que darle sentido a la vida sea consumirla consumiendo, y nada más.
Un refrán que aplica a esta visión del asunto podría ser:
“De esta vida sacaras lo que disfrutes, nada más”.
Sé que mucha gente piensa así, tal vez usted lector. Mis disculpas, pero no coincido con este punto de vista. De esta vida no sacaremos nada. No estoy en contra de disfrutar, pero no creo que sea lo único. Exagerar este refrán –lo cual desgraciadamente no es poco común– nos deja en un mundo en gran medida egoísta, que termina viendo a todo, incluso a las demás personas, como un “objeto” de disfrute.
Se ha también “negado” la vida. “Matémonos: ya que vamos a morir, al menos decidamos cuándo”. Siempre ha habido suicidas, de todo tipo, sobre todo en la actualidad en la que la gente, mucha gente, decide matarse en cuotas con adicciones que saben mortales, pero que como van matando de a poco son mucho más socialmente aceptadas que una soga al cuello o un tiro en la sien.
Tan negados a la vida están algunos, incluso muchas veces haciendo las mismas cosas que los que están negados a la muerte –sólo que con otra actitud–, que mueren en vida. Por buscar un refrán que les pueda aplicar citaría:
“Una vida inútil es una muerte prematura”.
Inutilizan su vida, dándole más importancia a la muerte que la que tiene que tener. Es cierto que vamos a morir. Suena bien el consejo de que hay que vivir cada día como si fuese el último, pero no es cierto; no es una probabilidad de 50 y 50 la de morir y la de vivir. En nuestra vida nos morimos sólo un día, son muchos más los que vivimos.
Entiendo el consejo y trato de vivir mi vida haciendo lo que tengo que hacer cada día como si esa noche me fuese a morir, pero sin exagerar, porque estadísticamente es muy probable que al día siguiente me levante. El chiste, el desafío, la cuestión, es encontrar un equilibrio.
El asunto entonces es qué hacer con la vida, sin negar la muerte ni la vida misma.
La vida no es sólo una suma de deberes –como nos pretendieron enseñar alguna vez–, ni tampoco un lugar en donde el único objetivo es disfrutar y consumir –como parece estar ahora de moda–. Ni una versión ni la otra satisfacen, venimos como raza probando los dos extremos desde hace miles de años, y seguimos sin encontrar la solución.
No sé si la muerte tiene sentido, lo que sí se es que la vida –por sí sola– no lo tiene. El sentido a la vida se lo tiene que dar cada uno, y la solución de cada uno es única y particular, es un equilibrio propio.
Como la invitación a la reflexión la estamos buscando en refranes, me pareció razonable este:
“Hay tres cosas que el ser humano necesita en su vida: alguien a quien amar, algo que hacer y una esperanza para el futuro”
Tiene que ver con el consejo de tener un hijo (para lo cuál hay que amar), escribir un libro (tal vez un blog, o filmarse, o cualquiera de las mil opciones que hay hoy, pero aplicarse a algo concreto y útil para uno y para los que nos rodean) y plantar un árbol (esperanza de recuperar algo del medioambiente que tan alegremente hemos destruido, sembrar para que alguien más adelante vea los frutos o aproveche de la sombra).
Equilibrio. Deber y placer a la vez, viviendo la vida como si fuese cada día el último sólo para amar, trabajar y sembrar para el futuro lo justo y necesario.
No hay respuestas mágicas, no era mi pretensión ofrecerlas. Sólo, y como siempre, abrir un espacio para pensar, para reflexionar, para dedicarle unos minutos al menos al tema más importante de nuestras vidas: nuestra vida.
Nos perdemos muchas veces en el hacer o en el disfrutar –o nos dejamos aconsejar por comerciales y propagandas–, y nos olvidamos de pensar en qué es lo que tiene sentido hacer y disfrutar.
No perdamos la vida, puede ser lo único que tengamos; y de no ser así, es todavía más importante vivirla como se debe… luego de haber pensado y decidido por nosotros mismos, cómo creemos que debemos vivirla.
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