Algunas de las estrofas del poema que dan letra a la canción dicen así:
“Un hombre cumple noventa y ocho años,
gana la lotería y muere al día siguiente.
Hay una mosca negra en tu copa de vino blanco.
Llega el perdón para el sentenciado a muerte, dos minutos demasiado tarde.
¿No es irónico?, ¿no te parece irónico?
Es como que llueva el día de tu boda.
Es cuando alguien se ofrece a llevarte apenas terminás de pagar el boleto.
Es como ese buen consejo, que decidiste no tomar.
¿Quién hubiera sabido?
…
Es un embotellamiento cuando ya estas llegando tarde.
Es un cartel de no fumar en tu descanso para salir a fumar.
Es como diez mil cucharas cuando lo único que necesitas es un cuchillo.
Es conocer al hombre de mis sueños,
y acto seguido conocer a su bella esposa.
¿No es irónico?, ¿no te parece irónico?
Un poco demasiado irónico…”
Nos habremos visto más de una vez en situaciones así. Nos habremos sentido muchas veces sujetos de una burla no organizada por nadie, una simplemente espontánea. “Ironías de la vida”.
Pues para la Real Academia Española eso es la ironía, una burla “fina y disimulada”, un “tono burlón con lo que algo se dice”. Etimológicamente significa disimulo, interrogación fingiendo ignorancia.
Y normalmente lo que nos pasa es que reaccionamos con furia a esta burla “de la vida”, maldecimos y nos rebelamos porque no aparece causa visible. Nos enojamos e insultamos aunque no veamos al receptor del insulto; por eso muchas veces nos queda dentro esta mala energía, y la descargamos transfiriendo nuestro mal humor al primer ser querido que se nos cruza.
Un sabio amigo me dijo una vez:
“Cuando la vida se ríe de vos, lo mejor que podes hacer es reírte vos de la vida”.
Ante mi desconcierto, mi amigo me explicó que enojarme con una ironía de estas de las que estamos hablando era gastar energía inútilmente. O evitaba la situación, o la cambiaba; o si no, la aceptaba, y la mejor manera de aceptarla era reírme de ella.
Su lógica se basaba en que si estuviese viendo una película en la cuál se desarrollase una situación así –sea una italiana de Fellini o una de Mel Brooks o Woody Allen–, lo normal sería reírse, pasarla bien. Si la ironía es graciosa cuando le sucede a otro, por qué no cuando le pasa a uno mismo.
Si no se puede cambiar o evitar, entonces reírse; al menos sólo uno de los males. Así cuando uno llega a su casa, y se enfrenta a ese ser querido, en vez de descargar con él o ella un enojo reprimido se comparte algo gracioso.
Era un buen consejo, pero como tercera opción. Primero evitar o cambiar. Evidentemente había más “sabiduría” en el consejo que el cómo encarar lo inevitable. Antes de reírme tenía que seleccionar lo pasible de ser evitado –aunque más no sea en el futuro–, y lo que vía una acción concreta podría ser cambiado.
Esto me volvió a la mente pensando en ironías, pero en algunas que ni en película ni en la vida real deberían causar risa, como que en países con muchos recursos haya gente muriendo de hambre; o que se gasten fortunas en guerras o jugadores de fútbol pero millones de niños no tengan garantizada la educación o tres comidas decentes por día.
Estas no dejan de ser burlas, aunque no sean finas ni disimuladas, por mucho esfuerzo que algunos hagan por esconderlas o disfrazarlas. Estas se podrían categorizar más bien como sarcasmos: “Burla sangrienta, ironía mordaz y cruel con que se ofende o maltrata…”. Injusticias.
Seguramente estas deberían ser cambiables o evitables, y no sólo risibles. Aunque más no sea a largo plazo, aunque más no sea desde el pequeño lugar y aporte individual que cada uno puede hacer.
Enojarse y despotricar, pero sin accionar, es inútil. Reírse de este tipo particular de “ironía injusta sobre la cuál, aunque no se vea el responsable visible, sí se puede hacer algo”, sería sólo ayudar a disimularla.
¿Cuántos libros se podrían comprar con lo que se paga por una estrella del fútbol? ¿Cuántos platos de comida se pagarían con lo que valen dos o tres misiles?, o mejor, ¿a cuánta gente se le podría dar trabajo con lo que se gasta en cualquiera de estas cosas? Esas son preguntas que no se si tienen respuesta; la que probablemente sí tenga es qué hacer con el que tiene hambre o está sin trabajo y aparte “me queda cerca”. Si son tantos los sin trabajo y los con hambre, alguno debe estar cerca.
¿No será demasiado irónico preocuparse por los males del mundo y no por el hambre, el trabajo o la educación del que me cruzo todos los días?
Cambiar la injusticia, o evitar que se vuelva a repetir, es la única forma de vivir estas ironías o sarcasmos. Aunque ese cambiar o evitar sea consecuencia de algo que iniciamos aun sin saber cuando vaya a tener efecto. Aunque sepamos desde ahora que nunca veremos el cambio a ocurrir… o quién sabe, tal vez, como en la canción que despertó esta reflexión, si me pongo a hacer lo que pueda para luchar contra estas ironías, cuando cumpla noventa y ocho años me de cuenta de que algo cambió y sienta que gané la lotería, pudiendo al día siguiente morir tranquilo, sin necesitar que nadie me desee paz en el descanso, por estar convencido de habérmela ganado.
J. R. Lucks
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