domingo, julio 05, 2009

Equilibristas

La Doctora Amelia Imbriano, psicoanalista, publicó hace un tiempo, en la página Web de la fundación que dirige (1), un artículo titulado: “¿De qué sufren los adolescentes hoy?”. A esta pregunta ella se responde:

“Una posible respuesta: del exceso. Y, no solo del exceso cometido por ellos, sino del exceso del discurso –me refiero al modo en que lo económico-político-social incide a través de su estilo de llegada a cada uno– […]

Con la globalización de la gestión mercantilista, se ha generado una sociedad tendiente a la adición y a la adicción, en donde lo que se consume debe llegar hasta el exceso de la máxima satisfacción, y no regresar. […]

Todo se articula en demasía, por abundancia o por falta, es decir: si hay, hay mucho y si falta, falta mucho.

Se sufre del ‘hay mucho’: demasiado trabajo, demasiado estudio, demasiados juguetes, demasiado alcohol, demasiada tecnología, demasiada competencia, demasiada violencia, etc.

Se sufre del ‘falta mucho’ (hay nada): hambre, desocupación, indigencia, analfabetismo, inseguridad, anomia, falta de tiempo, etc.

En el mundo actual, si bien se habla de ‘libertad’, se ha globalizado el consumismo como un modo de esclavitud moderno. El actor está obligado por el sistema a ‘consumir’. ¿Su modo de sufrimiento será justamente el de ‘ser consumido’?”

Estamos, definitivamente, fuera de equilibrio. O mucho, o poco; o demasiado o exiguo… y lo peor es que nos hace sufrir.

No pareciéramos lograr tener mucho de lo bueno: amor, alegría, ganas de ayudar a los otros, voluntad de mejorar…; o escasez de lo que molesta: inseguridad, angustia, problemas económicos o ecológicos… sino excesos de lo malo y carencias de lo deseable.

Equilibrio, ni más ni menos (ni de más ni de menos), viene de una antigua palabra latina: aequus, que significa plano, liso, uniforme. La familia de palabras incluye algunas como: igualitario, equidad, equiparar; pero también, por la negativa, o por la falta de aequus: iniquidad, desigualdad, equívoco.

La palabra equilibrio en sí (aequilibrium) surge de unir aequus con libra, que es en latín medida de peso, libra de peso, balanza. Así llegamos al concepto de justo. La justicia, el símbolo del equilibrio, la balanza, lo mismo de cada lado, lo plano, lo liso, el justo medio, lo adecuado, ni más ni menos (ni de más ni de menos), lo correcto, lo sin exceso, lo sin defecto… ¿lo sin sufrimiento?

¿Por qué salimos del equilibrio?

¿Será una posible razón el que pareciéramos siempre querer lo mejor, lo último? ¿Qué tal si “sólo” quisiéramos lo necesario, lo adecuado, lo que haga falta y no más? ¿Qué tal querer “sólo” lo que corresponda, lo que alcance, lo justo? ¿Será que “sólo” querer eso nos “devolvería” un poco al equilibrio?

¿Será que algunas veces no quejamos de “faltas” de cosas que realmente no son justas, no son necesarias o equilibrantes? ¿Será que tal vez nos desequilibramos por exigir cosas que no son del todo equitativas o equiparantes?

¿Nos sacan del equilibrio?, ¿nos dejamos sacar del equilibrio?, o ¿nos sacamos nosotros mismos?

No nos gustan los límites, por eso los excesos o las insuficiencias… nos pasamos, nos extralimitamos, y como decía un filósofo estoico llamado Epícteto:

“Luego de rebasar la medida no hay límite”

Cuando no hay límite no hay punto de referencia. Lo “más” o lo “menos” se transforman en la única posibilidad cuando no hay centro, cuando no hay equilibrio.

El Martín Fierro, poema épico que nos legara José Hernandez, canta entre sus versos:

“Dios formó lindas las flores,
delicadas como son;
le dió toda perfeción
y cuanto él era capaz,
pero al hombre le dió más
cuando le dio el corazón.


Le dió claridá a la luz,
juerza en su carrera al viento,
le dió vida y movimiento
dende la águila al gusano;
pero más le dio al cristiano
al darle el entendimiento.

Y aunque a las aves les dió,
con otras cosas que inoro,
esos piquitos como oro
y un plumaje como tabla
le dió al hombre mas tesoro
al darle una lengua que habla.

[…]

Pero tantos bienes juntos
al darle, malicio yo
que en sus adentros pensó
que el hombre los precisaba
que los bienes igualaba
con las penas que le dio”.

No hace falta que acordemos si el dios del que habla Hernández es un Dios o es la evolución de Darwin. Lo que creo que queda claro es que tenemos corazón, entendimiento, habla y muchas otras cosas más, que nos hacen más.

Las penas, los sufrimientos, los excesos, las faltas, en definitiva los desequilibrios, infinidad de veces nos los causamos nosotros mismos, no nos los produce nadie externo, nos los auto infligimos. ¿Por qué no usar el entendimiento, el corazón y todo el resto de las maravillas que nos hacen humanos, para evitar las “penas” del desequilibrio?

Los hombres somos libres, eso significa que no estamos condenados al equilibrio de los instintos como los animales. Nosotros tenemos el “derecho” de vivir, nuestra vida, desequilibrados, en exceso o en defecto. Los resultados parecieran estar a la vista.

Elijamos el equilibrio o el desequilibrio, pero sepamos que es nuestra elección. Hagámosla nuestra elección. No terminemos como los animales viviendo en “automático”, pero una vida impuesta por desequilibrantes que ganan dinero con nuestro sufrimiento al hacernos creer que sin límites es mejor.

Excesos o carencias, sufrimientos y penas… o corazón, entendimiento y habla, para buscar un equilibrio.



J. R. Lucks


(1) http://www.praxisfreudiana.com.ar/





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