Hay un tema de Bryan Adams que aprecio particularmente, y que si bien ya usé alguna vez, me gusta seguir usando.
El tema en cuestión se llama “¿Has amado realmente alguna vez a una mujer?”, y una de las estrofas del poema que le da letra dice:
“Para amar realmente a una mujer,
para entenderla,
tienes que conocerla profundamente en su interior,
escuchar cada uno de sus pensamientos,
ver cada uno de sus sueños,
y darle alas cuando ella quiera volar”.
¿Se podrá hacer esto?
Para describir al amor, o para definirlo, se recurre en general a los poetas, porque de otra forma uno se mete en problemas.
El personaje del demonio, representado por Al Pacino en la película “El abogado del diablo”, dice en su diálogo refiriéndose al amor:
“El amor está totalmente sobrestimado. Bioquímicamente es como comer grandes cantidades de chocolate”.
No es una frase poética pero sí estética, aunque cínicamente. ¿Qué definición usamos?
Comer grandes cantidades de chocolate, o de algo, le sirve seguramente a alguna empresa que lo vende, así que me imagino cuál sería la respuesta del mundo moderno (si pudiera sentarme a hablar con él o ella):
“Para qué amar, para qué esforzarse, si esta pastilla, o este producto, o este lugar de vacaciones, consumido sin moderación, produce el mismo efecto en mí”.
Tal vez el punto sea que amar, a la usanza tradicional, no busca producir cosas en uno, sino en el otro. Como dicen los poetas que dieron letra a la canción: entender al otro, ver sus sueños y escuchar sus pensamientos; no por obligación, sino por querer hacerlo. (Puede sonar y ser un poco obsesivo, por lo tanto, lectores psicoanalistas, abstenerse de diagnosticar en este momento).
Amar es dar, no recibir. Para recibir hay que ser amado, y eso es un privilegio, no un acto de consumo.
Darle alas al amado cuando quiere volar, es amar. Dejar es, muchas veces, amar, no sólo engullir, consumir. Amar a otro no necesariamente produce el disfrute que mucho chocolate (y los químicos que lo componen) hace sentir a nuestro sistema hormonal. Amar es a veces guardar silencio y no llorar, no siempre estallar en gritos de placer.
El amor, como los otros sentimientos, el hombre no los inventó, los trae desde que dejó de ser mono. La humanidad ha avanzado mucho. Hemos descubierto millones de cosas, nuestras vidas se han modificado casi infinitamente desde ese momento en que según Darwin dejamos la banana para eventualmente agarrar un control remoto. Pero el amor, es el mismo desde aquella época. ¿Por qué nos cuesta tanto describir algo que sentimos desde hace miles de años?
En este mundo moderno y light en el que vivimos se han inventado cosas y compuestos para poder consumir grandes cantidades de chocolate sin que engorde y altere el arquetipo de cuerpo “ideal” del momento. Se puede sintetizar el chocolate, engañar a las papilas gustativas y tal vez al sistema hormonal; definitivamente no se puede hacer lo mismo con el sentimiento que aunque no podamos definir mueve a la humanidad hacia adelante.
No nos dejemos engañar por cínicas definiciones estéticas o por substitutos sintetizados, el amor, aunque cueste ponerlo en palabras lo venimos sintiendo y practicando desde que somos humanos, nadie puede inventar un reemplazo o venderlo en pastillas.
Tenemos que hacerle caso a los poetas, (Adams, Kamen y Lange en este caso) y buscar en el otro la respuesta a qué es amar. Cuando podamos entender a ese otro, ver sus sueños y escuchar sus pensamientos, tal vez entonces sepamos lo que es amar. Cuando seamos capaces de dejar volar al que decimos amar, puede ser que entonces podamos decir que amamos, y por lo tanto tener el derecho de esbozar una definición.
J. R. Lucks
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