Aparentemente, hace mucho tiempo, no existía la primavera como estación oficial. Se llamaba de esta forma a un período de tiempo, relativamente poco fijo, que venía antes del verano. Los últimos días de lo que fuese la época fría se denominaban así porque se presentía la llegada del calor, porque las jornadas eran más tibias, porque donde había hielo o nieve comenzaban los derretimientos, etcétera. Luego, con el transcurso del tiempo, se transformó en un período concreto, cobró entidad de estación como el invierno y el verano y su nombre de todas formas siguió siendo válido, porque es primo, o sea primero en latín, y antecede al verano, vere, también en latín. Como lo entendemos ahora, o como los antiguos solían hacerlo, son los primeros días de la parte cálida del año.
En francés el término que se usa es parecido. Primavera se dice printemps, y significa: los primeros tiempos. Aparentemente, en alguna época en lo que hoy es Francia el año comenzaba en primavera. Eran los primeros tiempos del año, cuando todo comenzaba a florecer y parecía renacer la vida.
Vamos entonces a una época de reinicio, de nacimiento. Sea porque son los primeros tiempos, o porque es la época en la que todo florece. Todo es fresco, todo es nuevo. Nos empezamos a sacar la ropa para comodidad de todos y deleite de unos cuantos, sobre todo de los varones. Es la época de los contrastes, del abrigo a la blusa ajustada, de los tres sweater a la panza al aire, de la bufanda a los hombros descubiertos. En fin, es la estación del descubrir. En los árboles, igualmente, pasamos del seco total a los brotes, y esto termina siendo más contrastante que de los brotes a las hojas, o de las hojas tiernas y nuevas a las grandes y crecidas.
Así que con este tema de comenzar, de iniciar de nuevo, les traje algunas frases de un libro que se está poniendo de moda nuevamente, Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas (1). Me parecieron interesantes una serie de comentarios que el autor hace sobre las relaciones personales, y qué mejor época que la primavera para hacer renacer amistades, recuperar amores, re iniciar contactos que tal vez dejamos dormir en el invierno.
Lo primero, y probablemente lo más importante para un nuevo inicio, para un nuevo viaje, es el transporte; y en esto de las relaciones el transporte somos nosotros mismos, así que un primer consejo del autor dice:
“Si queremos cambiar una situación, primero tenemos que cambiar nosotros mismos. Para cambiar efectivamente, primero hay que cambiar nuestras percepciones.
El modo en el que vemos los problemas, es justamente el problema.
Los paradigmas son poderosos porque crean lentes a través de los cuales vemos la vida. El poder de cambiar el paradigma es el poder esencial para el cambio profundo, sea éste un cambio instantáneo o un lento proceso deliberado”.
Si la primavera es el renacer, el cambiar de estado de inactividad a renacimiento, ¿por qué no pensar nosotros en esto un poco también? Cambiar paradigmas, rever las cosas y darnos cuenta de que siempre las teñimos de nuestra subjetividad. ¿Cómo se hace esto? Fácil, pregunten a otros, preferentemente terceros desinteresados, como ellos ven las cosas; no necesariamente para hacerles caso, pero verán que sorpresa cuántos y qué diversos puntos de vista encuentran sobre la misma cosa. El autor de los 7 hábitos nos dice:
“Cada uno de nosotros tiende a pensar que ve las cosas como son, que somos objetivos. Pero ese no es el caso. Nosotros vemos el mundo, no como es sino como somos, o, como estamos condicionados a verlo.
Normalmente asumimos que la forma en la que vemos las cosas es como ellas deben ser, y nuestras actitudes y conductas se alimentan de esas presunciones.
Mientras aprendes a escuchar profundamente a otras personas, descubrirás tremendas diferencias de percepción. También comenzarás a apreciar el impacto que esas diferencias pueden producir en la medida en que la gente trata de trabajar en situaciones de interdependencia”.
Acá se introduce una palabra mágica: escuchar. Para escuchar tenemos que tener en cuenta de que hay un otro, de que no existimos sólo nosotros. El “invierno” podemos haberlo pasado solos, durmiendo, en una cueva como el oso, o en el caparazón como la tortuga. En la primavera, para que el nacimiento se produzca hace falta un otro, y a este otro hay, primero que nada, escucharlo. Hoy hemos desarrollado grandísimas capacidades de escuchar: televisión, música, lo que sea. Hay aparatos de todo tipo, para el hogar o el andar, que nos permiten escuchar, si queremos, las 24 horas del día alguna cosa. ¿Podremos escuchar a otro que se nos siente enfrente y quiera decirnos algo? ¿Por qué es importante esto? El libro que estoy citando dice sobre este tema:
“Lo que más ardientemente desea el alma del ser humano es ser entendido. Tanto como lo que más necesita el cuerpo es el aire. Si escuchas a otra persona, en profundidad, hasta que el otro se sienta entendido, es como si le estuvieses proveyendo de aire”.
Clarísimo ¿no?, si no lo entendemos desde los demás pensémoslo por nosotros mismos y vamos a ver que tiene razón. Si nosotros queremos ser entendidos, si aceptamos eso, es fácil darse cuenta de que para los demás es igual.
Después de escuchar y ser escuchados, viene el momento de poner reglas de juego para lo que sigue:
“Aclarar expectativas requiere algunas veces de un inmenso coraje. Parece más fácil actuar cómo si las diferencias no existiesen y esperar que todo salga como lo planteamos, que encararlas y trabajar conjuntamente para llegar a un escenario de expectativas consensuadas”.
Aclarar, y de allí para adelante. No caer en la trampa de actuar como si las diferencias no existiesen, porque todos sabemos que sí existen. Al menos a mí siempre me pareció que si iba a sufrir una decepción, que fuese rápido era mucho mejor a que tardase en darme cuenta. Si de aclarar expectativas la cosa se ve incompatible, es mejor darse cuenta en la primera reunión y no luego de veinte años juntos, tal vez incluso para ese momento con terceros involucrados.
Por último, después de la primavera viene el verano. En primavera se nace y en verano se madura. Las relaciones basadas en concepciones sin prejuicios, en donde los participantes se escuchan y las reglas de juego y expectativas son claras, son relaciones que maduran. Siguiendo al autor que estamos citando:
“Madurez es el balance entre coraje y consideración. Si una persona puede expresar sus sentimientos y convicciones con coraje, teniendo en cuenta, con consideración, las convicciones y sentimientos de las otras personas, ella o él serán maduros, sobre todo si el tema es de importancia para ambos”.
¿Qué tal si aprovechamos esta primavera para hacer nacer o renacer una relación? Démosle sentido a la fuerza que nos va a dar ver los brotes de los árboles, o la caída de los tapados que dan lugar a las blusas ajustadas. No parece tan difícil, pero si no lo logramos en esta primavera a no amargarse, seguramente no será la última. Después de todo, las estaciones, como gran parte de la vida, son un ciclo que se repite.
Feliz primavera, a renacer y a dar frutos.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Los 7 hábitos de las personas altamente efectivas. Stephen Covey. Simon & Shuster, 1989.
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