jueves, septiembre 11, 2008

11-09-08. La impostura, unplugged

Dije en la columna anterior que la impostura es básicamente una mentira. Puede ser una exageración, incluso una omisión. Dejar que alguien crea algo por no desmentirlo teniendo la oportunidad de hacerlo, es tan mentira como una que se construye con palabras. En definitiva impostura es dejar que, o hacer que, alguien crea algo que no es cierto.

Volviendo al libro de Dolina, y haciendo a un lado a los gobiernos para meternos con nosotros –creo que así tenemos más chances de cambiar algo–, él empieza de esta forma sus dichos sobre el tema que nos ocupa:

“El hombre de nuestros días vive tratando de causar buena impresión. Su principal desvelo es la aprobación ajena. Para lograrla existen diferentes métodos y estrategias.

Algunos ejercen la inteligencia, otros se deciden por la tenacidad o la belleza, otros cultivan la santidad o el coraje.

Sin embargo, por ser todas estas virtudes muy difíciles de cumplir, ciertos pícaros se limitan a fingirlas.
Por cierto que tampoco esto es sencillo: el engaño es una disciplina que exige atenciones y cuidados permanentes”.

Definitivamente coincido con este argumento de Dolina. Mentir es mucho más difícil que decir la verdad. Para mentir hay que tener imaginación, hay que pensar, hay que armar toda una realidad que no existe para que el otro se la crea. Decir la verdad es mucho más fácil, es contar lo que pasó sin tener que pensar en nada adicional. De ser cierta esta teoría, todos los vagos serían sinceros, y la verdad es que la cosa no se verifica en la realidad. Otro gran misterio de la naturaleza.

Obviamente ser tenaz o tener coraje es más difícil, tal vez, que inventar toda una gran obra de teatro para hacerles creer esto a los demás. Pero muchas veces habría que pensar esto de si una construir una mentira no lleva más trabajo que aceptar una verdad, porque me parece que no nos lo planteamos, y más de una vez terminamos transpirando de más para sostener la impostura, que lo que deberíamos para realmente transformarnos en lo que queremos que los demás piensen de nosotros.

Dolina sigue teorizando, o divagando para nuestro placer, sobre el tema y habla de gente que se preocupa por entender el tema, al punto de que sobre éste se escriben tratados:

“Los tratadistas reconocen tres tipos de impostura: horizontal, ascendente y descendente. La última consiste en mostrarse peor de lo que se es. Y no faltan economistas que postulan este camino para despertar la conmiseración internacional.

Los teóricos también han defendido el carácter ético de la impostura ascendente. El argumento principal no es muy novedoso: de tanto aparentar bondad, uno acaba por ser bueno”.

Es impresionante, pero un pensamiento casi similar se despierta en Aristóteles, tan filosofo como Dolina, aunque menos gracioso”. En su Ética a Nicómaco (1) él habla de las virtudes, y entre otras cosas dice:

“Las virtudes se adquieren por ejercerlas primeramente, como también acontece con las artes. Porque las cosas que tenemos que aprender antes de poder hacerlas, las aprendemos haciéndolas. No es pequeña la diferencia que implica adquirir, desde la niñez, hábitos de uno y otro género, sino que la diferencia es grandísima, mejor dicho, total”.

El griego no habla de fingir, pero definitivamente enfoca el asunto asegurando de que muchas cosas no nos serán naturales hasta que las practiquemos varias veces. Sería bárbaro que de tanto querer parecer buena gente terminémoslo siendo. Tal vez las primeras veces nos cueste, al punto de que casi tengamos que fingir, lo que queda implícito en lo que sugiere Aristóteles, es que de tanto comportarnos bien, terminaremos siendo buenos. Es cuestión de probar.

Volvamos a Dolina y a sus elucubraciones sobre gente que se dedica al estudio de la impostura. El sugiere en otra parte de su escrito:

“Los teóricos más barrocos del Servicio creen que la impostura es un arte. Y más aún: afirman que todo arte es una impostura. Cien gramos de pinturas al aceite se nos aparecen como un rostro misterioso o como un paisaje lunar. Quinientos kilos de bronce pretenden ser el cuerpo de Hércules”.

La impostura ¿será un arte?, y por lo tanto el impostor un artista… o toda obra de arte no será más que una impostura, y por lo tanto una mentira. Suena a juego de palabras –que a mí me gustan mucho–, pero da para pensar. En definitiva volvemos a la filosofía básica de Homero Simpson, depende de nosotros ver el Hércules o los quinientos kilos de bronce, o las dos cosas sabiendo que una es la otra y viceversa.

No son sólo Dolina y el Homero dibujado los que hablan de esto, Eric Fromm, en Del tener al ser (2), se preocupa también por este tema, sugiriendo que muchas veces nos “empaquetamos” para caer bien, o para hacerlo adecuadamente. Fromm lo introduce de esta forma:

“¿Quién no ha sido presentado a una persona distinguida o famosa o hasta con cualidades reales, o a una persona de la que desea obtener algo: un buen empleo, ser amado o admirado? En estas circunstancias, muchos individuos suelen sentirse angustiados, y a menudo ‘se preparan’ para el importante encuentro.

Piensan en los temas que podrían interesar al otro; planean de antemano cómo podrán iniciar la conversación; algunos hasta determinan toda la parte que les corresponde de la charla. O pueden animarse recordando lo que tienen: sus éxitos pasados, su personalidad encantadora, su posición social, sus relaciones, su apariencia y su traje. En una palabra, mentalmente hacen un balance de su valor, y basándose en esta evaluación, exhiben sus mercancías en la conversación.

El éxito depende en gran parte de que las personas se vendan bien en el mercado, de que puedan imponer sus personalidades, de que sean un buen ‘paquete’; de que sean ‘alegres’, ‘sólidos’, ‘agresivos’, ‘confiables’, ‘ambiciosos’; además, influyen sus antecedentes familiares, los clubes a que pertenecen, si conocen a la gente ‘adecuada’".

Es buena la analogía del paquete. Nosotros usamos muchas veces el término “empaquetar” para decir lo mismo que significa impostura, eso sí, el empaquetado es el otro con el paquete que hacemos de nosotros mismos.

Fromm, termina esta idea coincidiendo con el consejo de Dolina con el que cerré la columna anterior, proveyéndonos además de las ventajas del método sincero:

“En contraste, existen individuos que se enfrentan a una situación sin prepararse, y no se valen de ningún recurso. En vez de esto, responden espontánea y productivamente; se olvidan de sí mismos, de sus conocimientos y de su posición social. Su ego no les estorba, y precisamente por ello pueden responder plenamente a la otra persona y a sus ideas. Inventan ideas, porque no se aferran a nada, y así pueden producir y dar. Mientras que en el modo de tener las personas se apoyan en lo que tienen, en el modo de ser los individuos se basan en el hecho de que son, de que están vivos y que algo nuevo surgirá si tienen el valor de entregarse y responder. Se entregan plenamente a la conversación, y no se inhiben, porque no les preocupa lo que tienen. Su vitalidad es contagiosa, y a menudo ayuda al otro a trascender su egocentrismo”.

No es esto una apología a la falta de preparación, es, sí, una invitación a “ser” espontáneos, confiados en nuestras capacidades, naturales y sinceros.

Las preocupaciones de Fromm de hace varias décadas, plasmadas en este libro citado, se han exacerbado en nuestras épocas. Nos venden tanto y tantas cosas, que todos hemos aprendido a mercadear y a mercadearnos. Nos terminamos identificando con los productos que compramos, y por tenerlos creemos que somos lo “aventureros” que el auto que tenemos vende, o lo “sofisticados” que el teléfono, o lo “excitantes” que el perfume. Nuestro tener termina haciéndonos creer “qué” somos. El problema comienza cuando en una relación más duradera que un spot publicitario, nos bajamos del auto, al teléfono se le acaba la batería o el perfume “nos abandona”. Lamentablemente nos creemos muchas veces las imposturas de las publicidades y las transmitimos creyéndolas, con resultados normalmente poco satisfactorios y seguramente poco duraderos.

La humanidad pasó por la edad de la piedra, del cobre, del bronce, del hierro, épocas glaciares y tantas otras. La que vivimos debería llamarse la “edad de la apariencia”. Siliconas, implantes, fachadas, “paquetes”, “cómo ser popular en diez minutos”, y miles de recursos más para parecer algo distinto de lo que somos, para mostrarnos en vez de transformarnos, para aparentar características de personalidad o corporales que nunca tuvimos, o que dejamos de tener por el paso del tiempo y los golpes de la gravedad. Como todo lo demás que le pasa al ser humano, será un punto más en la evolución o en la involución. Algún día, cuando sea negocio para alguien o cuando nos asqueemos de “comprar lo que no es”, se pondrá nuevamente de moda la sinceridad, la “cara lavada”, la postura sin impostura.

Yo quiero ser positivo y activo, por eso siempre busco recursos que me permitan accionar sobre lo que no me gusta, y en esto de la mentira, aquella frase de que hacen falta dos para mentir, me pone en control porque si no escucho, si no me creo, no me pueden mentir. Para dejar de lado al dibujo animado y tomar un pensamiento de alguien más reconocido en el arte del engaño, Nicolás Maquiavelo (3) decía esto hace siglos:

“… pero es menester saber encubrir ese proceder artificioso y ser hábil en disimular y en fingir. Los hombres son tan simples, y se sujetan a la necesidad en tanto grado, que el que engaña con arte halla siempre gente que se deje engañar.”

No es diferente de lo que plantea la supuesta sabiduría de Homero Simpson. No coincido tanto con Maquiavelo en que los hombres son simples –al menos no en nuestras épocas–, pero no me cabe duda de que los que quieren engañar siguen usando las necesidades de la gente para hacerlo. Muchas de estas necesidades han de ser reales y válidas, pero otras muchas son “creadas” en nosotros por los mismos que luego nos venden los televisores, los teléfonos o los perfumes. La culpa, de no querer discernir “qué” es necesidad verdadera y cuál es impuesta como impostura para vendernos, es nuestra. Yo prefiero creer eso. No somos títeres en manos de gente interesada, a menos que nos dejemos.

No nos dejemos. Hagámosle caso a Enrique Rojas, que en un libro que ya cité (4) en este trabajo nos dice:

“El progreso material por sí mismo nunca puede colmar las aspiraciones del hombre, ni dar la felicidad cuando constituye el eje vertebral de una vida. En consecuencia, en el hombre occidental de la sociedad del bienestar, la tentación de la opulencia conduce gradualmente al individualismo, y por ende, a la difusión de falsos esquemas, que llamamos valores: éxito, dinero, poder, avidez de sensaciones, curiosidad por todo sin pretensiones de mejora… En fin una nueva decadencia, una fabulosa mentira que descubrimos demasiado tarde o en los momentos estelares, cuando una desgracia nos llega de improviso”.

No necesitemos de una desgracia para saber que una familia vale más que un auto o que un televisor de mil pulgadas. Los bienes nos pueden ayudar a hacerle creer a alguien que somos sofisticados o modernos, pero a la hora de llorar todos los pañuelos son iguales. No se hacen relaciones verdaderas instalando imposturas a diestra y siniestra, la fama no apoya en momentos difíciles como sí lo hace el amor.

Un viejo libro de estrategias para el engaño sugiere que una mentira repetida mil veces puede llegar a aceptarse como verdad, y volvemos al punto del esfuerzo que hace falta para mentir. ¿Por qué repetir una mentira mil veces?, si tal vez con menos esfuerzo realmente consigo ser valioso. ¿O es que preferimos la fama de cientos de personas que sólo quieren un pedazo de nosotros, al amor sincero de unos pocos que sí van a estar a nuestro lado en las buenas y en las malas?

Cada uno toma sus decisiones y como son propias está bien, al menos si no dañan a nadie en el proceso. Una impostura es una mentira, y las mentiras dañan. Yo trato de no “validar” impostores, yo trato de que no “me generen” necesidades. Realmente no creo que sea difícil, como cada vez más, lamentablemente, mucha gente baja la guardia, las mentiras son cada vez más burdas. Pongamos de moda la sinceridad, la cara lavada, la postura sin impostura… vamos a terminar teniendo tiempo libre.



J. R. Lucks

Referencias:
(1) Ética a Nicómaco. Aristóteles. Editorial Mestas, 2006.
(2) Del tener al ser. Eric Fromm. Editorial Paidós, 2000.
(3) El Príncipe. Nicolás Maquiavelo. Editorial Época, 1987.
(4) El hombre light. Enrique Rojas. Editorial Planeta 2004.



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