jueves, julio 17, 2008

17-07-08. La crisis, unplugged

Voy a comenzar el unplugged con unas frases. Por ejemplo esta de un funcionario político americano llamado John W. Gardner que decía:

“Nos enfrentamos continuamente a series de grandísimas oportunidades, brillantemente disfrazadas como problemas irresolubles”

O esta otra del famoso Benjamín Frankiln, también político y científico estadounidense, que refiriéndose a los que no encaran las crisis para decidir, discernir, etcétera, decía:

“Tú puedes retrasar, pero el tiempo no lo hará”

O esta otra de Robert Frost, poeta de la misma nacionalidad que los antes citados, que relaciona los momentos de crisis o decisión, con la salida exitosa a los problemas, recomendando:

“Él mejor camino de salida, es siempre ‘a través de’”

Por si tanta cita de americanos les suena a demasiado, entonces quedémonos con un refrán que se puede escuchar siempre de boca de un optimista, y es universal.

“No hay mal que por bien no venga”

Creo que queda claro el punto. Una crisis no es un problema sí o sí. Ante un problema ciertamente tenemos una crisis, que es un momento de decisión; si decidimos, y lo hacemos correctamente, el problema desaparecerá, o sus efectos no nos harán tanto daño. Si decidimos mal o no hacemos nada, perdemos con seguridad.

Pero hay gente que piensa incluso más allá. Si en un momento de crisis hacemos lo correcto, no sólo nos estaremos defendiendo, sino que incluso podemos sacar ventaja. Creo que en este país, luego de ver cuantos se enriquecieron con los problemas económicos, devaluaciones, corralitos y demás yerbas que acontecieron, sobran pruebas de que una crisis puede ser una real oportunidad.

La etimología que garantiza esto es la china, para la cual la palabra crisis se forma con dos ideogramas, uno es el que representa al peligro y el otro a la oportunidad. Nadie niega que ante una crisis hay peligro. En cualquier decisión hay un riesgo de que nos equivoquemos. Pero si no tomamos la iniciativa y buscamos la oportunidad, en vez de riesgo habrá certeza de que el peligro va a acontecer.

Imagínense alguien que cae en una piscina, y como no sabe nadar se queda quieto. Nadie hace esto. Por más que no sepa nadar intentará moverse para tratar de flotar, algunos lo lograrán y tal vez otros no, pero los que se queden inmóviles se ahogan seguro.

El asunto es la actitud y la preparación previa para evitar el desastre. Fíjense lo que decía Nicolás Maquiavelo (1) al respecto:

“No se me oculta que muchos creyeron y creen que la fortuna, o dígase la Providencia, gobierna de tal modo las cosas del mundo, que a los hombres no les es dable, con su prudencia, dominar lo que tienen de adverso esas cosas, y hasta que no existe remedio alguno que oponerles. Con arreglo a semejante fatalismo, llegan a juzgar que es en balde fatigarse mucho en las ocasiones temerosas, y que vale más dejarse llevar entonces por los caprichos de la suerte.

[…] Sin embargo, como nuestro libre albedrío no queda completamente anonadado, estimo que la fortuna es árbitro de la mitad de nuestras acciones, pero también que nos deja gobernar la otra mitad, o, a lo menos, una buena parte de ellas. La fortuna me parece comparable a un río fatal que cuando se embravece inunda llanuras, echa a tierra árboles y edificios, arranca terreno de un paraje para llevarlo a otro. Todos huyen a la vista de él y todos ceden a su furia, sin poder resistirle. Y, no obstante, por muy formidable que su pujanza sea, los hombres, cuando el tiempo está en calma, pueden tomar precauciones contra semejante río construyendo diques y esclusas, para que al crecer de nuevo se vea forzado a correr por un canal, o por lo menos, para que no resulte su fogosidad tan anárquica y tan dañosa. Pues con la fortuna sucede lo mismo. No ostenta su dominación más que cuando encuentra un alma y una virtud preparadas, porque cuando las encuentra tales vuelve su violencia hacia la parte en que sabe que no hay muros ni otras defensas capaces de contenerla”.

Clarísimo. Maquiavelo habla de esta mala fortuna –o mala suerte– que se presenta como un problema y describe gente que huye y por lo tanto pierde. Sin embargo, si uno se prepara, no sólo puede evitar las consecuencias sino aprovecharlas canalizando este problema e incluso de alguna forma tornarlo en beneficio propio. Aquí hay actitud y preparación. Actitud de encarar la situación, de discernir y separar posibles malos efectos de potenciales beneficios, actitud de lucha y de trabajo. También hay preparación, diques, ahorros, los huevos en distintas canastas, seguros, etcétera, cada cuál sabrá como prepararse.

Encontré otro cuento que me pareció interesante para bosquejar este tema de actitud ante los problemas. Una actitud que nos permita decidir mejor en esos momentos de crisis y encarar la “mala fortuna” de manera más productiva para que no nos afecte, e incluso eventualmente nos haga crecer. Dice así:

“Había una vez una persona que a menudo se quejaba de cómo las cosas le resultaban tan complicadas y problemáticas. Estaba realmente agotada de pelear contra las circunstancias. Cuando algo se arreglaba, otra cosa aparecía.
Como ella era chef, un día uno de sus ayudantes, que la quería mucho le dijo:

–Vos que tanto sabés de cocina, deberías saber como lograr que esto que te pasa se solucione.
Ella sorprendida lo miró, como pidiéndole que le explicase. El muchacho prendió tres fuegos y colocó sobre los mismos sendas ollas con agua hasta que comenzaran a hervir suavemente. Apenas esto sucedió, puso en una de ellas una zanahoria, en otra un huevo, y en la tercera una buena cucharada de café.

La chef ya no sólo estaba intrigada, sino que empezaba a enojarse ante este supuesto desperdicio de ingredientes, pero su amigo y ayudante de cocina la calmó, pidiéndole que esperase sólo un instante.
Luego de unos minutos apagó los fuegos sacó la zanahoria y el huevo del agua y puso el café en una taza. Mirando a su amiga le dijo:

–¿Qué ves?

–Zanahorias huevos y café –contestó la jefa de cocina con cierto fastidio.

El hizo que tocara la zanahoria, que obviamente se había ablandado. Luego le pidió que rompiera el huevo, que se había hecho duro. Por último le pidió que apreciara el aroma del café.

–¿Y cómo esto va a ayudarme a resolver mis múltiples problemas? –pregunto ya muy desconcertada nuestra protagonista.

Él le dijo:

– Las tres cosas pasaron por lo mismo. La zanahoria llegó al agua dura, casi rígida, y la adversidad que enfrentó la hizo blanda, fácil de deshacer y aplastar. El huevo, por otra parte, había llegado frágil, pero su paso por el problema del agua hirviendo lo había endurecido irremediablemente en su interior. El café en cambio, después de estar como la zanahoria y el huevo en el mismo medio, había logrado cambiar el agua”.

El agua caliente quema, a todos por igual. Los problemas no le gustan a nadie, pero a unos los hace débiles, a otros los amarga y los hace duros de corazón, y a otros, a pesar de afectarlos, los termina convirtiendo en algo más. Estos últimos, en general, por dejarse transformar terminan siendo mejores luego del enfrentamiento que antes de haber entrado en el, como el café, que después de pasar por el agua hirviendo puede tomarse y disfrutarse, pero antes no.

Incluso, la Real Academia Española sólo se refiere a crisis como situación dificultosa o de escasez en la sexta y la séptima acepción. Nunca equipara a esta palabra con problema o un desastre. Por ejemplo la primera acepción dice:

“Cambio brusco en el curso de una enfermedad, ya sea para mejorarse, ya para agravarse el paciente”.

La segunda hace referencia a cambios importantes, pero no dice que sean necesariamente negativos. La tercera habla de dudas en la modificación, continuación o cese de un proceso, pero como no valora el proceso a ser modificado como bueno o malo, la crisis que lo afecte será del signo contrario al del proceso, pero no necesariamente negativo.

La cuarta y la quinta son las que tienen que ver con la etimología griega. Una describe a la crisis como momento decisivo y de consecuencias importantes, y la otra como juicio que se hace de algo luego de haberlo examinado cuidadosamente.

Así que cuando alguien me dice que los argentinos estamos condenados a las crisis periódicas, le contesto que sí, que tenemos momentos decisivos en los cuales tenemos que emitir juicios o decidir –siempre luego de un cuidadoso examen–, y que eso no me parece malo. El resto del mundo también está “condenado” a eso, si es que lo descrito ha de considerarse una condena.

El problema es que nos tomamos las cosas de una manera que casi siempre nos garantiza el desastre. Malo sería que me obligaran a no decidir y sólo sufrir las consecuencias de las situaciones dificultosas o de escasez, eso ya nos pasó y no era divertido. Es cierto que algunos tienen más capacidad de decidir que otros, excepto cuando vamos a las urnas, en las cuales ricos y pobres todos tienen un voto cada uno.

Decidamos bien, no nos paralicemos como el comerciante de la columna anterior. Entendamos que excretar también viene de la misma raíz que crisis y separemos y saquemos de nuestra vida y de nuestro comportamiento la basura que no nos sirve, y que nos hace sufrir crónicamente. Movámonos en la crisis para que no nos afecte pero decidiendo, no solamente protestando.

Echarle la culpa a otro siempre ha sido un recurso para la humanidad. Mucho mejor si ese otro no tiene cara ni lengua para defenderse. “La culpa la tiene la crisis”, decimos muchas veces, total la crisis no me puede decir que estoy usando mal la palabra, que en realidad no sé lo que significa, y que en vez de estar lloriqueando debería, dentro de lo posible, tomar las decisiones necesarias para que no se vuelva a repetir, si es que no tuve la precaución de prepararme como se sugería ya en el siglo XVI.

La próxima vez que alguien les diga que estamos en crisis, los invito a hacer el ejercicio de pensar qué decisión los están enfrentando a tomar. Les guste o no, puedan tomar esa decisión o no, prefieran seguir como están o no. Simplemente siéntanse con el derecho de pensar en cuál es la decisión a tomar y cuáles serían las consecuencias. Empezando a hacer esto de a poco, seguramente algún día alguna crisis será motivo de alegría en vez de solamente enojo o tristeza.




J. R. Lucks



Referencias
(1) El Príncipe. Nicolás Maquiavelo. Editorial Época, 1987.


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