jueves, julio 03, 2008

03-07-08. El líder, unplugged

Tanta gente ha hablado a lo largo del tiempo de los líderes y del liderazgo, que es muy poco lo que se puede decir de nuevo.

Uno de los que no sólo han hablado, o más bien escrito, sino que también ha sido tomado en innumerables ocasiones como base para volver a hablar del tema es el amigo Nicolás Maquiavelo (1). Éste ex funcionario enviado al exilio por traición, en 1513 escribe para Lorenzo de Medici un tratado sobre cómo debe gobernar un príncipe, intentando congraciarse con él y ser así perdonado. El libro resultante, El Príncipe (2), es donde Maquiavelo propone que el fin justifica los medios, frase o idea que se ha discutido desde que fue escrita y que, obviamente sacada del contexto original, permite cualquier interpretación, desde las más amorales hasta otras más benevolentes.

Maquiavelo le hablaba a un líder, de hecho a uno que aparentemente con este tratado debía encontrar la forma de unificar una Italia partida en decenas de ducados y principados. El texto del controvertido párrafo dice textualmente así:

“En general, los hombres juzgan más por los ojos que por las manos, y, si es propio a todos ver, tocar sólo está al alcance de un corto número de privilegiados. Cada cual ve lo que el príncipe parece ser, pero pocos comprenden lo que es realmente y estos pocos no se atreven a contradecir la opinión del vulgo, que tiene por apoyo de sus ilusiones la majestad del Estado que le protege. En las acciones de todos los hombres, pero particularmente en las de los príncipes, contra los que no cabe recurso de apelación, se considera simplemente el fin que llevan. Dedíquese, pues, el príncipe a superar siempre las dificultades y a conservar su Estado. Si logra con acierto su fin se tendrán por honrosos los medios conducentes a mismo, pues el vulgo se paga únicamente de exterioridades y se deja seducir por el éxito”.

No me digan que este párrafo no pudo haber sido escrito ayer. Tiene tanta vigencia, lamentablemente, que muchos de nuestros gobernantes nos lideran de esta forma, y utilizan cualquier medio para hacerlo porque como sugería Maquiavelo, desgraciadamente pocos, tal vez cada vez menos, intentan o intentamos comprender lo que realmente pasa. Con solamente un manejo tibio de los medios de comunicación con los que cuentan los príncipes de hoy, millones sólo han de juzgar por los ojos con los que ven las pantallas planas, y nunca, jamás, se acercarán a “tocar” la verdad de lo que cuando quieren nos hacen creer.

Pero esto no es lo único que sugiere don Nicolás, o sea hacer cualquier cosa para conservar su estado puesto que los “tontos” pobladores no podrán nunca juzgarlo efectivamente. Cuando uno sigue leyendo los consejos del autor es cuando en realidad el susto se potencia. Veamos que recomienda acerca de las virtudes que un líder, o un príncipe, han de tener:

“Sé (y cada cual convendrá en ello) que no habría cosa más deseable y más loable que el que un príncipe estuviese dotado de cuantas cualidades buenas he entremezclado con las malas que le son opuestas. Pero como es casi imposible que las reúna todas, y aun que las ponga perfectamente en práctica, porque la condición humana no lo permite, es necesario que el príncipe sea lo bastante prudente para evitar la infamia de los vicios que le harían perder su corona”.

Pasable, ¿cierto? Si bien podría recomendar desarrollar virtudes, o abstenerse de liderar si no se las posee, al menos propone evitar vicios. Este otro párrafo, sin embargo, aclara lo que realmente sugería:

“No hace falta que un príncipe posea todas las virtudes de que antes hice mención, pero conviene que aparente poseerlas. Hasta me atrevo a decir que, si las posee realmente, y las practica de continuo, le serán perniciosas a veces, mientras que, aun no poseyéndolas de hecho, pero aparentando poseerlas, le serán siempre provechosas. Puede aparecer manso, humano, fiel, leal, y aun serlo. Pero le es menester conservar su corazón en tan exacto acuerdo con su inteligencia que, en caso preciso, sepa variar en sentido contrario. Un príncipe, y especialmente uno nuevo, que quiera mantenerse en su trono, ha de comprender que no le es posible observar con perfecta integridad lo que hace mirar a los hombres como virtuosos, puesto que con frecuencia, para mantener el orden en su Estado, se ve forzado a obrar contra su palabra, contra las virtudes humanitarias o caritativas y hasta contra su religión. Su espíritu ha de estar dispuesto a tomar el giro que los vientos y las variaciones de la fortuna exijan de él, y, como expuse más arriba, a no apartarse del bien, mientras pueda, pero también a saber obrar en el mal, cuando no queda otro recurso”.

No es difícil entender porqué se ha denostado tanto a este político y autor, aunque yo siempre creí y sigo creyendo que habría que sentarse con don Nicolás y conversar con él para entender cabalmente lo que quiso decir. Lo que está claro es que la lectura literal de lo que escribió es bastante preocupante, y creo que así lo leen muchos de los que luego lo ponen en práctica. Pero dejemos de lado a Maquiavelo, total de querer saber que pensaba no hay más que seguir las biografías de muchos líderes actuales. Recomiendo de todas formas la lectura de El Príncipe ya que es definitivamente interesante, no sólo para entender porqué actúan como actúan, sino también para eventualmente prevenirse de actitudes por venir.

Por suerte hay otra literatura acerca de cómo un líder debe comportarse. Que tal entonces algo de El Principito (3), para ir bajando de a poco del lugar donde El Príncipe nos dejó:

“… al Rey lo que realmente le importaba era que su autoridad fuera respetada, no toleraba la desobediencia. Era un monarca absoluto. Pero, como era muy bondadoso, daba órdenes razonables.
–Si yo ordenara a un general que volara de flor en flor como una mariposa, […] o se convirtiera en un ave marina y, si el general no ejecutara la orden, ¿Quién de los dos estaría equivocado?
–Sin duda vos –afirmó rotundamente el Principito.
–Exacto. Hay que exigir a cada uno lo que cada uno puede dar –continuó el rey–. Ante todo. La autoridad se funda en la razón. […]. Yo tengo el derecho de exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables.
–Entonces ¿mi puesta de sol? –le recordó el Principito.
–Tendrás tu puesta de sol. La exigiré. Pero esperaré a que las condiciones sean favorables, según dicta mi sabiduría de gobernante.
– ¿Y para cuando? –inquirió el Principito.
– ¡Hem! ¡Hem! Será para… para… (mientras consultaba el calendario) ¡Será para esta noche, para las siete cuarenta! Y ya verás como me obedece”.

¿Patético o tierno?, ¿o ambos? Me inclino por ambos. Sobre todo realista. No se puede pedir lo que no se puede pedir, pero sobre todo no se puede pedir lo que no se debe pedir. Este Rey lo sabía, lo que no sabía era que el resto de la gente normal también. ¿Por qué es, o fue, tan difícil de entender esto para algunos de los gobernantes que hemos tenido en las últimas décadas?

Como dije en la columna anterior líder viene del inglés lead, que significa guiar. Y esta palabra, guiar, viene del árabe huad que quiere decir mano. Este término derivó luego en castellano a guad y posteriormente a guid, de allí guiar, y también el verbo en inglés to guide, representando la idea de llevar de la mano. De allí entonces se deriva la idea de que el que guía está de alguna forma prestando un servicio a los guiados, los está llevando de la mano hacia cierto destino.

Tal vez sería bueno que los líderes se diesen cuenta de que en realidad son servidores de los liderados. Sí, suena raro, pero hay una teoría de liderazgo que sugiere que el pueblo es el que constituye a los líderes en tales. De hecho no es difícil de entender: sin liderados el líder es un solitario, un loco, o un fenómeno gracioso. El punto es que no sólo esto es así, sino que el pueblo elige a un líder en función de donde quiere llegar. No es cierto entonces que el líder ponga la dirección, –aunque en algunos casos así sea–, sino que el pueblo designa un líder, o lo sigue, porque cree que lo llevará donde estaba interesado en ir antes de haberlo elegido. Es como cuando voy a tomar un transporte público, el líder es el que maneja, yo lo elijo en función de donde yo quiero ir, no me subo a cualquiera, me subo sólo al que me lleva a mi destino, y el que maneja será el líder hasta que me baje, cuando buscaré otro y así sucesivamente. Desde este punto de vista no sólo el líder es un servidor, sino que además está condicionado por sus liderados.

Si esto fuese al menos sospechado como cierto por los aspirantes a líderes, esta cita de La rebelión de las masas (4) sería mucho más conocida de lo que es:

“El hombre selecto o excelente está constituido por una íntima necesidad de apelar de si mismo a una norma más allá de él, superior a él, a cuyo servicio libremente se pone […] es la criatura de selección […] quién vive en esencial servidumbre. No le sabe su vida si no la hace consistir en servicio a algo trascendente. Por eso no estima la necesidad de servir como una opresión. Cuando ésta, por azar le falta, siente desasosiego e inventa normas más difíciles, más exigentes, que le opriman”.

Sería tan agradable que alguno de los líderes que nos vayan a tocar fuesen personas selectas o excelentes, en vez de egoístas con buena retórica. Si nos tienen que hacer el servicio de guiarnos adonde queremos ir, ¿por qué leen tanto a Maquiavelo y tan poco una cita como la precedente? El mismo autor que escribió el párrafo anterior propone que nosotros mismos tenemos la culpa:

“Es la época de las corrientes, del dejarse arrastrar. Casi nadie presenta resistencia a los superficiales torbellinos que se forman en arte o en ideas o en política, o en los usos sociales. Por lo mismo, más que nunca, triunfará la retórica”.

La culpa es nuestra si nos dejamos llevar por la corriente. Este párrafo ya fue citado antes en este trabajo, pero vale la pena recordarlo porque desgraciadamente es demasiado cierto. Y recuerdo, otra vez, que esto fue dicho o escrito en la primera mitad del siglo pasado, harán pronto cien años, con medios de comunicación masivos mucho menos efectivos y difundidos que los de hoy. Imagínense lo que la retórica, en vez del servicio, puede triunfar hoy con los recursos que tienen a mano los que le hacen caso a Maquiavelo, y nos quieren hacer juzgar sólo con los ojos inyectados de tanto ver televisión.

Hay otras formas. Hay otros caminos más allá de la retórica. Hace mucho más que cien años se recomendaba esto en el Tao Te Ching (5).

“Tengo tres dones que guardo y cuido como a tres piedras preciosas.
Amor, moderación y modestia.
Porque amo, soy valiente.
Por la moderación soy generoso.
Por la modestia puedo reinar para otros.

Ser valiente sin amor,
generoso sin moderación,
reinar sin modestia, conduce a la muerte.
Sólo quien pelea con amor, vence.
Sólo quien gobierna con amor defiende al pueblo”.

¿Conocen muchos líderes así?, ¿qué tal si comenzamos a practicarlo ahora? Tal vez algún día seamos líderes y nos sirva haber comenzado antes. Tal vez sin ser gobernantes algún día alguien mire nuestro ejemplo y quiera comportarse como nosotros, tal vez un hijo, un empelado, un compañero, alguien en el equipo de fútbol del domingo, ese día estaremos guiando, siendo líderes aun sin saberlo.

Aristóteles, de quién también ya hablamos alguna vez, parecía tener claro cuál era el objetivo y el destino que los líderes, al menos los políticos, tenían que perseguir. Él lo planteaba así (6):

“Siendo el bien el fin y el objeto de todas las ciencias y artes, el mayor bien en su grado sumo que es la justicia, es decir el interés general, es el fin de la ciencia superior a todas ellas, que es la política”.

Qué diferencia con Maquiavelo. Para Aristóteles el fin no es la conservación del estado sino el bien en grado sumo: la justicia. ¿Será lo mismo?, ¿habrá don Nicolás querido referirse a la justicia en vez de a un supuesto afán mezquino de conservar el poder? No sé, pero si quiso decir eso podía haber usado palabras más claras. Me quedo con la versión más antigua que no deja lugar a dudas.

Lo difícil es muchas veces saber “cuál” es esa situación de justicia, o como se construye ese “interés general” que la representa. Uno de los principales problemas de los líderes es saber cuál es ese destino al que deben guiar a los que en ellos confían, particularmente un problema de los que quieren ser buenos líderes, ya que los otros guiaran hacia donde a ellos les interese, no hacia esta justicia, bien supremo para Aristóteles. Para ser un buen líder, un buen guía, hay que tener varias características pero sobre todo una dirección decente, un objetivo bueno. No tener esto claro muchas veces nos amedrenta, nos deja llevarnos por otros que sí parecen tenerlo. Las fuerzas morales (7), de José ingenieros, nos da una pista para no caer en la desesperación, en la inacción, o en la impotencia que nos lleva a dejarnos convencer por cualquiera:

“La meta importa menos que el rumbo. Quién pone bien la proa no necesita saber hasta donde va, sino hacia donde. Los pueblos, como los hombres, navegan sin llegar nunca; cuando cierran el velamen es la quietud, la muerte. Los senderos de perfección no tienen fin. Belleza, verdad, justicia, quien sienta avidez de perseguirlas no se detenga ante fórmulas que se dicen inhallables”.

No hay líderes perfectos, no creo que los haya habido y probablemente no los habrá. Esto, sin embargo, no implica de que no haya personas honestas que aun sin ser perfectas valga la pena seguir. Lo que sí seguramente hay es líderes fraudulentos, que saben estar abusando de sus atribuciones, que engañan a conciencia para lograr fines bastante diferentes de la justicia. Es obvio que ante una persona de mala fe uno puede caer, pero es cierto también que gran parte de la responsabilidad es nuestra por dejarnos llevar por torbellinos superficiales.

Todos podemos ser líderes; de hecho, en alguna situación, todos somos líderes, asumamos esa responsabilidad pensando al menos como Ingenieros proponía. Tal vez no seamos perfectos, pero sí al menos honestos y bien intencionados. No hace falta una banda y un bastón para dar un buen ejemplo y guiar en la oscuridad del egoísmo en el que vivimos. Hay muchas y muy buenas cosas que hacer. No nos amedrentemos por no saber exactamente “hasta” donde vamos, pero eso sí, lideremos sabiendo siempre “hacia” donde debemos ir.

J. R. Lucks

Referencias:

(1) Nicolás Maquiavelo: nació en el pequeño pueblo de San Casciano in Val di Pesa a unos quince kilómetros de Florencia el 3 de Mayo de 1469, hijo de Bernardo Machiavelli, abogado, perteneciente a una empobrecida rama de una antigua familia influyente de Florencia y de Bartolomea di Stefano Nelli, ambos de familias cultas y con orígenes nobiliarios pero con pocos recursos a causa de las deudas del padre. Tuvo una mente privilegiada y entre 1494 y 1512 Maquiavelo estuvo a cargo de una oficina pública. Viajó a varias cortes en Francia, Alemania y otras ciudades-estado italianas en misiones diplomáticas. Maquiavelo fue encarcelado por un breve período en Florencia en 1512 y después exiliado y despachado a San Casciano. Murió en Florencia en 1527 y fue sepultado ahí en la Santa Cruz.

(2) El Príncipe. Nicolás Maquiavelo. Editorial Época, 1987.

(3) El Principito. Antoine de Saint-Exupéry. Editorial Centro Editor de Cultura, 2005.

(4) La rebelión de las masas. José Ortega y Gasset. Editorial Espasa Calpe, 2007.

(5) Tao Te Ching. Lao Tse. Editorial Negocios Editoriales, 1998.

(6) La Política. Aristóteles. Editorial Alianza, 2007.

(7) Las fuerzas morales. José Ingenieros. Editorial Fausto, 1998.



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