Que el hombre sea un animal social quiere decir que necesita de los otros de su especie para sobrevivir. Veamos el argumento que usa Aristóteles para justificar esto, en su tratado La Política (2):
"Es pues manifiesto que la ciudad es por naturaleza anterior al individuo, pues si el individuo no puede de por sí bastarse a sí mismo, deberá estar con el todo político en la misma relación que las otras partes lo están con su respectivo todo. El que sea incapaz de entrar en esta participación común, o que, a causa de su propia suficiencia, no necesite de ella, no es más parte de la ciudad, sino que es una bestia o un dios".
Es un argumento práctico. Como no puede vivir sólo el hombre tiene que vivir en sociedad, y para vivir en sociedad debe respetar ciertas reglas de convivencia, reglas morales sobre las cuales se construye la ética. Simple, ¿no? Según Aristóteles no es posible pensar que el individuo sea anterior a la sociedad. La sociedad no puede ser un arreglo de individuos que vivían por su cuenta y que decidieron juntarse, porque nunca hubiesen podido vivir en soledad. Sea el hombre creado, o producto de la evolución, lo es en grupo, en familia, en comunidad… con otro u otros.
Por ese motivo, un punto de vista egoísta, o sea uno que sólo ve desde el yo, es ridículo; porque es ridículo que el hombre viva solo. En realidad más que ridículo es imposible. Pero el mundo moderno, particularmente el mundo que quiere un desarrollo de las empresas y de sus negocios, se ha ido encargando de diluir esta idea. De transformar al egoísmo en algo no tan ridículo sino en una especie de motor del bienestar… general. Aunque suene a contradicción. O sea, el egoísmo particular, sumado, produce bienestar general… suena como un excelente esfuerzo de transformar una cosa en otra ¿Por qué?, porque sirve a las intenciones de incrementar el comercio y los volúmenes de producción y de trabajo. Para ilustrar este punto he aquí una cita de un libro (3) de Jaime Barylko, escritor y pensador argentino:
“El egoísmo practica una ética utilitarista. Do ut des, en latín. Te doy para que me des. El egoísmo, bien entendido, es un programa de vida, e incluso una ética. Todo egoísta esta comprometido con el egoísmo ajeno. Cuenta con ello. En la vida, como en los negocios, hay que tener muy presente al otro y sus intenciones”.
Creo que la cita es auto explicativa. Sin embargo es interesante como pareciera que aún el egoísmo necesita del otro, de otro egoísmo. Este mundo en el que vivimos, en donde se ha exaltado el bienestar personal, en donde se ha exacerbado la necesidad de auto satisfacerse para garantizar compradores fieles, retorna al punto de partida de Aristóteles. El hombre egoísta necesita de otro egoísta para poder serlo eficazmente. Que nos queda en este mundo de hoy entonces. Barylko lo plantea de la siguiente forma:
“¿Todo lo que tenemos es el mercado? Aparentemente sí. La libre transacción, la economía de mercado, el mercado de valores, de talentos. Mercado. Negocio. Te doy para que me des. Todo es mercancía. Ni fraternidad, ni piedad ni relación humana de tipo de comunidad personalista. Solamente intereses”.
Suena a resignación. Suena a que lo “único” que “nos queda” es el mercado. Como si el mercado hubiese ahogado al resto. ¿Qué sería el resto?, ¿el romanticismo?, ¿el heroísmo?, ¿el actuar desinteresadamente?, ¿qué cosas ya no tenemos puesto que sólo nos queda el mercado? ¿La solidaridad tal vez? El libro citado toca el tema, y se refiere a esta aparentemente desaparecida cualidad de la siguiente forma:
“La solidaridad social depende de que la gente comparta cierto número de estados de conciencia comunes a todos los miembros. Si entendemos que personalidad es lo que nos hace diferentes de los otros, la solidaridad social es tanto más fuerte cuanto menos se desarrolle la personalidad y viceversa.
El individuo crece sobre la disminución o mengua de la comunidad”.
Pareciese que el egoísmo y la individualidad están de punta con la solidaridad. Barylko parece sugerir incluso que el individuo debe dejar de crecer para que no mengue la comunidad.
¿Hacia donde vamos?, ¿iremos hacia una nueva sociedad en la cual hasta la solidaridad esté basada en un complejo entretejido de egoísmos como el autor citado sugiere cuando habla de una ética utilitarista? No creo. No al menos si logramos evitarlo, y considero que Barylko escribía justamente por la misma creencia.
Pero, ¿que es solidaridad? Esta palabra viene de solidario que a su vez viene del latín sólidum o sólidus, lo cual hacía referencia a una moneda sólida o con valor cierto. Era la moneda con la que se pagaba, entre otras cosas, a los que iban a la guerra, de allí, eventualmente, soldado. Solidario es el que responde, con su patrimonio, en partes proporcionales con otro, a una obligación. De allí la expresión: deudor solidario. Y solidaridad, según el diccionario de la Real Academia Española quiere decir: Adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros. El solidario, aunque más no sea porque lo obliga una ley, ve al otro, acuerda con el otro, incluye al otro.
Como sugería Barylko, para ser solidario hay que compartir cierto número de estados de conciencia, hay que no ser egoísta, al menos a ultranza. ¿Será esto que acabo de plantear algo que el hombre moderno puede hacer?: mirar al otro, ver al otro, compartir el punto de vista del otro para poder hacer algo en conjunto. ¿Qué lo obliga al hombre moderno a mirar al otro, a ver al otro? ¿Qué propaganda le dice que deje de pensar en sí mismo y piense en otro –sin contar las que nos excitan a comprar regalos para el día de la madre, del padre, del hijo, del tío segundo o de la mascota preferida –?
Vamos un poco más atrás en el tiempo y veamos que nos decía (4) otro gran escritor y pensador, Jacques Rousseau (5):
“Hay además otro principio, el cual, habiéndole sido dado al hombre para suavizar en ciertas circunstancias la ferocidad de su amor propio o su deseo de conservación…, modera el ardor que siente por su bienestar con una innata repugnancia a ver sufrir a sus semejantes. Me refiero a la piedad, disposición adecuada a seres tan débiles y sujetos a tantos males como somos nosotros; virtud tanto más universal y tanto más útil al hombre cuanto que precede al uso de toda reflexión, y tan natural que las bestias mismas dan de ella algunas veces sensibles muestras… Observase a diario la repugnancia que experimentan los caballos a pisotear un cuerpo vivo”.
Si hasta los caballos parecieran tener piedad y por lo tanto “percibir” al otro, ya no desde su egoísmo sino desde otro lado, creo que los hombres podemos albergar algo de esperanza. Si no nos mueve lo positivo, al menos debería movernos la repugnancia de ver sufrir a alguien.
Rousseau nos lleva a tener que entender otra palabra. Piedad. Ésta viene de pius, que quiere decir obediente, servicial, respetuoso, que cumple su deber. ¿Qué deber? Pues según yo el deber de ser humano, de ser ese animal social que Aristóteles nos justificaba con gran claridad.
Pero claro, se habla de deber, y hoy, en este mundo con tendencias egoístas, el deber, sobre todo hacia el otro, causa rebeldía. Pensando en esto encontré otro libro muy interesante (6) que habla de la libertad y de los valores del hombre. En una primera parte se refiere el autor justamente a esta rebeldía que se presenta en los jóvenes, o en quienes sienten una imposición externa, y se refiere luego a cómo salir de esta fase si es que el hombre no quiere quedarse atascado en una etapa no productiva de su vida. Dice así:
“El fruto más preciado de la superación de esta etapa –la de la trasgresión de la ley, sea esta impuesta por el derecho o por la moral– (7) es la libertad.
Esa disponibilidad que permite, con claridad, con lucidez, sentirse dueño de lo que se elige.
Profundamente comprometido e identificado con ello.
Es entonces cuando lo que no se hace, no se deja de hacer por miedo.
Y lo que se hace no se realiza por simple obligación.
Cuando la libertad es consciente de su responsabilidad. Cuando la heteronomía y la autonomía se funden en una unidad existencial concreta.
[...] Cuando se realiza la paradoja. –La de crecer mi ego, mi yo, al aceptar e incorporar al otro para nuestro crecimiento conjunto–(7)”.
Interesante. Al menos para mí cierra el circuito. Me referí a puntos de vista, que nuestra sociedad de consumo ha llevado más hacia el “yo” que hacia el “nosotros”. Pero como el hombre no puede vivir sólo pareciera construir sus relaciones sobre una ética utilitarista, como planteaba Barylko. Ahora, él también habla de solidaridad, para lo cuál se requiere más que una ética construida con egoísmos mutuos, y para eso nos hace falta algo de piedad, que hasta los caballos parecen tener.
El punto que nos humaniza de vuelta, que nos hace animales sociales, pero no por obligación o por instinto –como a los caballos–, es la libertad. La libertad de elegir no prestar tanta atención a los comerciales sino a nuestra naturaleza, a esa que nos hace sociales. La libertad de elegir la piedad y la solidaridad. Cuando dejamos de hacer las cosas por miedo, por obligación o por utilitarismo, cuando concientemente decidimos ser hombres y mujeres, humanos, aceptamos nuestra naturaleza social y volvemos a mirar al otro, a incluirlo, a dejar de actuar con egoísmo y empezar a pensar con nosotrismo. Volvemos a ver a los que tenemos cerca y no tan cerca, a nuestra familia, a la gente del barrio o de la ciudad, respetando no porque nos obligue nadie, sino porque nos hace sentido.
¿Cómo se logra que nos contagiemos todos, de esto, al mismo tiempo? ¿Querrá alguien hacer comerciales con esta temática? Probablemente no. Va a seguir dependiendo de nosotros, sólo de todos y cada uno de nosotros. Pero no me digan que no suena mejor el poder mirar al otro ejerciendo mi libertad de ser social con lo que eso implique, en vez de estar atrapado en una ética utilitarista.
En función de esto entonces, no creo que el hombre deba dejar de crecer para que la comunidad deje de menguar. No necesariamente tengo que perder personalidad para que el nosotros crezca. Creo que el egoísmo sí debe dejar de crecer, pero que el hombre, el humano que no es mucho más que un animal social, debe de seguir creciendo en habilidades y capacidades que tienen que ver con el nosotros, con la comunidad de la que necesita para vivir. Porque ese hombre sólo crece cuando la comunidad crece y viceversa. Un nosotros que nos incluya no puede ser más grande si las partes que lo componen dejan de desarrollarse. Ese nosotros será más grande en la medida en que las personalidades que lo conforman crezcan, pero desde un punto de vista compartido y no egoísta, desde un punto de vista nosotrista.
J. R. Lucks
Referencias:
(1) Aristóteles: (Estagira, Macedonia 384 A. C. – Calcis Eubea, Grecia 322 A. C.) Fue uno de los más grandes filósofos de la antigüedad y acaso de la historia de la filosofía occidental. Fue precursor de la anatomía y la biología y un creador de la taxonomía.
(2) La Política. Aristóteles. Editorial Alianza, 2007.
(3) La dimensión del hombre. Jaime Barylko. Editorial Sudamericana, 2005.
(4) El origen de la desigualdad entre los hombres. Jacques Rousseau. Editorial Claridad, 2006.
(5) Jacques Rousseau: (Ginebra, Suiza, 28 de junio de 1712 – Ermenonville, Francia, 2 de julio de 1778) fue un escritor, filósofo, músico, franco-suizo; usualmente es definido como un ilustrado, pero parte de sus teorías prefiguran el posterior Romanticismo. Las ideas políticas de Rousseau influyeron en gran medida en la Revolución Francesa, el desarrollo de las teorías Liberales, y el crecimiento del nacionalismo. Su herencia de pensador radical y revolucionario está probablemente mejor expresada en su más célebre frase, contenida en El contrato social: «El hombre nace libre, pero en todos lados está encadenado».
(6) El hombre la libertad y los valores. Julio Cesar Labake.
(7) Acotaciones de José Ricardo Lucks.
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